Un verdadero peronista que se fue antes de tiempo


Brilló de muy joven en la renovación peronista de los 80 junto a Antonio Cafiero, Carlos Grosso y Carlos Menem, convirtió a su provincia -históricamente radical- en un territorio peronista, al que gobernó en tres ocasiones, fue embajador en Brasil, precandidato a presidente, diputado, y por sobre todas las cosas, uno de los más lúcidos cuadros del peronismo de las últimas décadas. Ese era José Manuel de la Sota, el Gallego, que anoche perdió la vida de manera absurda, en un accidente de tránsito en su Córdoba natal.

Como una trágica burla del destino, la levedad de su muerte instantánea contrastó con la densidad de su vida, siempre puesta al servicio de un proyecto político que lo superaba a él mismo, el proyecto de un peronismo moderno y democrático.

En la recuperación democrática, sobresalió como referente de una renovación peronista que lo consagró como compañero de fórmula de Antonio Cafiero en la interna en la que el ex gobernador bonaerense perdió contra su homólogo riojano.

“A mi nada me ha resultado fácil”, repetía en sus entrevistas.

A mediados de los ochenta estuvo en Calzada junto a Raúl Alvarez Echagüe en un acto de la Renovación, junto a un grupo de jóvenes que por entonces sumábamos poco más de veinte años. Ahí se expresó a favor de un país integrado, una nación, sin odios ni grietas, sin populismo ni demagogia. Durante su discurso evitó hablar de sus torturas políticas y personales, olvidó el ostracismo al que lo pretendió condenar del autoritarismo de su propio partido en momentos oscuros. Allí nos enseñó, como profesor de la política grande, que una nación solo se puede dignar de ser tal cuando el otro, el prójimo, es un igual, un hermano.

A pesar de haberlo enfrentado, Menem reconoció su valía y lo designó embajador ante Brasil en 1990. Permaneció en el cargo hasta que intentó por segunda vez ser gobernador de su provincia. No lo fue. Tuvo que candidatearse por tercera vez en 1998 para, finalmente, derrotar al gobernador en ejercicio, el radical Ramón Mestre, y consagrar una gestión peronista por primera vez desde 1973.

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“A mi nada me ha resultado fácil”, repetía en sus entrevistas. Tal vez sin nombrarla, recordaba a Agustina, la menor de sus tres hijas, que perdió la vida con apenas 5 años, ahogada en la pileta de natación de la casa familiar. “Es lo peor que me pasó en la vida”, contó en 2015, “la primera vez” que habló de esa tragedia en público.

O tal vez rememoraba sus múltiples derrotas antes de gobernar su provincia: “yo perdí muchas veces antes de ser gobernador, y me sirvió perder. Me enseñó que uno no tiene que tener adulones ni alcahuetes cerca”, recordó hace unos años, cuando peleó por la candidatura presidencial del Frente UNA, que compartió con Sergio Massa.

Posiblemente, también, tuviera en mente el mal momento que vivió durante la breve presidencia de Eduardo Duhalde, cuando fue durante algunas semanas el candidato a presidente elegido para la sucesión del bonaerense, pero fue desplazado abruptamente de su condición de favorito para ver ungido a Néstor Kirchner, que finalmente, como es sabido, se quedó con el premio mayor.

Con 68 años, muchos menos que los que se inferían a partir de su larga trayectoria política, De la Sota era uno de los peronistas de referencia en estos días de confusión para este espacio político. Mencionado como uno de los presidenciables, su nombre era insoslayable a la hora de pensar el futuro del peronismo en esta encrucijada.

Alejado del kirchnerismo, con cuya gestión al frente del Gobierno nacional había tenido abiertas diferencias durante su último mandato como gobernador, el Gallego era uno de los hombres de consulta para pensar el futuro y tal vez liderar una fuerza política que necesita repensarse para sobrellevar su presente en el llano.

Sin embargo, una vez más, el destino le hizo una mala jugada, esta vez definitiva. La combinación absurda de una ruta zigzagueante -que él mismo comenzó a construir durante su última gestión como gobernador- , un chofer que lo llevaba y un camión en el camino jugaron el juego macabro de la muerte inesperada, injusta como pocas, y dejaron a una familia huérfana de padre, de abuelo. También dejaron a un peronismo huérfano de un referente de esos que sólo se construían en otro tiempo, a base de compromiso, formación intelectual y densidad política. El Gallego recién se fue, y ya se empieza a extrañar. ¡Gallego te fuiste antes!