El don del don


Entre las cosas que a lo largo del tiempo pude observar y me siento tentado de elevar a la categoría de axioma figura el exponencial incremento de rupturas en fechas merecedoras de regalos.

La primera y tentadora interpretación que surge pasa por mezquindades monetarias o por la imposibilidad de hacer frente a un coste acorde a lo que uno de los términos del binomio decidió fingir.

Ambas son rápidamente descartadas. Hoy, existe el crédito, la chance de la piratería marcaria y, la más obvia, si hay alguien engañado es porque está dispuesto a permanecer en tal estado con lo cual unas líneas garabateadas, un dibujo abstracto o el reinado de los siete mares podría funcionar.

No. El regalo es otra cosa.

No quiero abundar en citas innecesarias a la teoría del don, su necesariedad para la conformación de la vida humana y los tabúes del incesto.

Sospecho que el regalo y -especialmente- el primer regalo (aunque no se requiera estricta cronología) implica un compromiso. Es una firma en formato mercantil que viene a certificar compromiso, interés y conocimiento del otro.

‘Yo te doy en tanto sé quién sos y sabés quién soy. En mi dar y recibir nos reconocemos y aceptamos. Nos sabemos y estamos dispuestos a seguir en este camino’

Sí, aunque sea un par de medias compradas en la feria que está debajo del puente Arenas.

Ese momento asusta porque el compromiso asusta, porque implica darse y abrirse, porque implica voluntaria vulnerabilidad.

Entonces, a la hora de elegir el regalo vemos los peores perfiles de uno y de otro.

Por ejemplo, si el talle es grande es porque está hecho una ballena, porque no se cuida, porque no se valora y si no se valora no me valorará y así en una espiral decadente que nos conducirá al séptimo círculo del infierno.

Ojo, y acá el detalle que refuerza el descarte de avaricias, no siempre el problema surge a la hora de dar.

La hora de recibir puede ser tan o más conflictiva y esa conflictividad escalaría en relación a la carga simbólica del obsequio. Es decir, cuanto menos tiene de regalo y más de don. Cuanto más de quien da está en ese don.

Por ejemplo, una invitación a un restorán puede ser correspondida con otra similar. Un blindaje afectivo del tipo “mano a mano”.

Pero, ¿qué actitud tomar ante una invitación que incluye que quien invita cocine en un acto que conlleva generosidad, talento y sabiduría?

¿Cómo corresponder a semejante don? Se podrá simular aportando un vino o lavando cacharros, pero, a la larga, sabemos que eso es mentira.

Es decir, ese vino o ese lavado es verosímil en términos de regalo, pero no de don. No compensa ni en lo económico, ni en lo simbólico, ni en lo afectivo.

Y allí comienza el retorno de la distancia, el despegue del enojo y el fundamento de la huida.

Cuando hay temor al don, las palabras dichas dejan de tener sentido y pasan a vaciarse de contenido, a ser borradas, olvidadas y descartables.

Claro, ya se probó lo bueno y allí es que surge la tensión entre entregarse al don o abandonarse al miedo disfrazado de lejanía o crueldad.

Lastimar al otro, en aras de cuidarlo de las propias miserias.

“Lo lastimo por su bien, no soy buen partido”.

“Nadie me merece porque no merezco a nadie”.

“Soy un ser vacío, ese es mi destino”

La soledad como precio de la cobardía.

Creo que esa postura es típica de gente que siempre necesitó aceptación, que siempre supuso que al encuentro seguiría -inevitable- el abandono por unas carnes más firmes, un alma más delicada, una mente más sutil o un apellido más ilustre.

El intercambio de regalos es compromiso libre e igualitario en términos simbólicos. Quien no puede sentirse merecedor de ellos buscará alternativamente y tal vez en un mismo d{ia o un proveedor poco exigente o un inútil crónico.

La dibujará como quiera pero lo cierto es que hasta que no supere esas instancias, jamás podrá reconocerse, no ya en un par, sino a si mismo y adoptará tantas identidades que olvidará por completo quién es. Lo importante será ser aceptado y ante la interpelación del regalo huirá porque no importa si es donante o donador, porque el don siempre nos interpela.

Y la interpelación te hace pensarte, te descubre y acá lo importante es adaptarse, parecer, socializar sin mostrarse.

Por eso el regalo te descubre, porque corre el velo y te espeja contra vos mismo, aunque mires para otro lado, aunque pretendas eludir.

Y esa frontera cada vez es más contractiva porque ya no hablamos de aniversarios o cumpleaños. El círculo se cierra y pasa a ser un encuentro, una comida, la propia compañía.

Porque, al fin y al cabo, el regalo es uno mismo. Y de eso no podemos huir porque, junto con la parca, ser quiénes somos es lo único que siempre nos alcanza.