La chica de la tapa


“Never in the field of human conflict was so much owed by so many to so few” ( “Nunca en el ámbito del conflicto humano tantos debieron tanto a tan pocos”), dijo un 20 de agosto de 1940 el premier británico, Winston Churchill.

Se refería a quienes integraban la Real Fuerza Aérea (RAF por sus siglas en inglés) que en absoluta inferioridad de condiciones materiales y humanas habían vencido en la llamada ‘Batalla de Inglaterra’ a la por entonces invicta Luftwaffe evitando de esa manera la invasión a la isla.

Entre esos “tan pocos” hay casi cinco mil, entre ellos, 400 mujeres, que nunca cobraron ni reclamaron honores ni pensiones. Muchos yacen en los mismos campos de concentración donde fueron detenidos y torturados. Otros regaron sus huesos en Alemania, Birmania, Egipto, Francia, Holanda e Inglaterra. Sus lápidas son casi espartanas: “Cuando vuelvas a casa, háblales de nosotros, y diles que por su mañana entregamos nuestro hoy.”

Nacidos en lugares tan conocidos por nosotros como Adrogué, Bahía Blanca, Lomas, Quilmes y Rosario son los voluntarios argentinos que atravesaron el Atlántico para pelear contra el nazifascismo.

Alrededor de 750 voluntarios argentinos sirvieron como pilotos. Muchos en la RAF  agrupados en el escuadrón, 164, cuyo distintivo ostenta el sol de la bandera argentina soportado por el lema “Firmes Volamos.”

Otros en las fuerzas aéreas de Australia, Canadá, Sudáfrica, de los franceses libres o de los polacos y belgas en el exilio. Treinta de ellos recibieron la ‘Cruz del Vuelo Distinguido’ (DFC por sus siglas en inglés), una de las máximas distinciones otorgadas por los aviadores aliados y algunos no sólo consiguieron una DFC sino dos y hasta tres. Fueron condecorados por Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Francia, India, Países Bajos y el Reino Unido, entre otros.

El ‘Caballero Negro de Malta

Alguno protagonizó aventuras que aún esperan el biógrafo que les haga justicia como Kenneth Charney, el ‘Caballero Negro de Malta’.

Nacido en Quilmes, derribó 12 aviones enemigos al bordo de su Spitfire.

Su táctica era atacar de frente a los escuadrones alemanes para dispersarlos y perserguirlos de a uno.

Pero la protagonista de hoy es otra quilmeña: Maureen Dunlop,  la “Piloto de las Pampas”. Una escorpiana nacida el 26 de octubre en 1920 en Quilmes, hija del empresario rural australiano Eric Chase Dunlop, quien combatió en la Real Artillería de Campaña durante la Primera Guerra Mundial y luego trabajó en una empresa británica que gestionaba 250.000 hectáreas patagónicas donde explotaban ovejas. De su matrimonio con la inglesa Jessimin May Williams también tenía una hija mayor, Joan, y uno más joven, Eric.

Criada entre ganado y viento, Maureen se convirtió en una jinete que corría a los trenes y fue educada entre su institutriz patagónica y el colegio Santa Hilda de Hurlingham. Signo de la época, junto con sus hermanos vacacionaba asiduamente Inglaterra donde en 1936, tomó lecciones de vuelo. De regreso en la patria falsificó sus documentos para poder seguir su entrenamiento de vuelo en el Aeroclub Argentino.

Tras la invasión germana a Polonia, decidió unirse al Air Transport Auxiliary (ATA), pero para poder volar a las mujeres les pedían un mínimo de vuelo en solitario que duplicaba al de un hombre. Maureen completó las 500 horas necesarias, y junto a su hermana Joan emprendieron la aventura de atravesar un océano Atlántico atestado de submarinos y corsarios alemanes.

Joan, su hermana, se unió al servicio internacional de la BBC, mientras que ella ingresó al selecto grupo de 164 mujeres pilotos de la ATA donde alcanzó el grado de Primer Oficial.

Voló en 38 tipos de aviones con los que registró 800 horas de vuelo en Spitfires, Mustangs, Typhoons y bombarderos Wellington y Lancaster.

¿Su preferido? el De Havilland Mosquito.

Su primer destino fue la base de la RAF en Ratcliffe on the Wreake cerca de Leicester y de allí fue destinada a Hamble, Southampton, donde la Supermarine Aviation Works construía cazas Spitfires que, luego, ella probaría mientras los pilotaba hacia sus bases. Más de una vez debió aterrizar de emergencia porque los aviones presentaban fallos.

Además, participó en misiones de transporte, salvamento y ambulancia aérea.

Pese a que por su condición de mujer no podían entrar en combate, su trabajo no estaba exento de riesgos: probaban aviones recién salidos de fábrica, volaban aviones de guerra desarmados a merced de sus enemigos y, generalmente no usaban ni radios ni instrumentos. ¿La razón? Un piloto de guerra era demasiado valioso para arriesgarse en pruebas y ciertos equipos eran demasiado costosos, más que la vida humana.

Un 16 de septiembre de 1944 la revista Picture Post pone en portada una mujer hermosa aporta sus cabellos de su rostro mientras baja de la cabina de mando de un Fairey Barracuda en una clara demostración de que se podía combinar belleza con valor.

Esa imagen también fue la tapa de la novela de Isla Dewar, Izzy’s War, en la que se leía “combatía por la libertad, por la victoria, por el amor.”

Sí, era Maureen.

“Sorprendía a todos cuando llegaba porque nadie se esperaba que fuera una mujer, pero ella se sacaba la gorra y le caía la melena por debajo de los hombros”, recuerda Sheila Lanktree, una rosarina hija del irlandés Bernabé Lanktree, comandante del ejército británico durante la Primera Guerra quien recitaba a sus hijos: “Hay que cortarle los mostacholes a Hitler.”

Única voluntaria en el barco que la llevó a Inglaterra, tras llegar a Londres, Sheila fue entrenada en código Morse y mantenimiento de las radios de los aviones. “Fui radio operadora de los Pathfinder, los que iban delante de los bombarderos”, explica y recuerda a Maureen leyendo en silencio. “Yo decía: ‘¡Qué linda novela debe estar leyendo!’, pero, en realidad, eran libros de aviación. Ella leía sobre los pistones del avión y esas cosas.”

Tras la victoria aliada, calificó en Luton como instructora de vuelo para volver a Argentina donde se dedicó a instruir a los pilotos de las nacientes Aerolíneas Argentinas. Además, tripuló y entrenó pilotos para una Fuerza Aérea que nunca le otorgó las alas de aviador militar por ser mujer y trabajó como piloto comercial. Además, fundó una empresa de taxis aéreos para la cual voló hasta 1969.

Volvamos a nuestra protagonista. En 1955 se casó con un retirado del servicio diplomático de Rumania: Serban Victor Popp, a quien había conocido en una función dada en la embajada británica de Buenos Aires y con quien tuvo un hijo y dos hijas, y fundaron el ‘Milla Lauquen Stud’ un criadero de caballos árabes, una actividad que llevó a la familia a que en 1973 decidiera radicarse en Norfolk, Inglaterra, ciudad en la que viviría hasta el fin de sus días y donde, además de criar caballos árabes, introdujeron el criollo. Curiosamente, allí se inició en 1785 la aviación civil de la mano de los globos aerostáticos.

Pese a radicarse definitivamente en el Reino Unido jamás renunció a la ciudadanía argentina y en 1982, fue entrevistada a raíz de la guerra de Malvinas, una ocasión que aprovechó para contar el dolor que le causaba una guerra entre los dos países que amaba.

En 2003, Maureen fue una de las tres mujeres pilotos de la ATA galardonadas con la medalla ‘Piloto Maestro de Aire’ del gremio de pilotos y navegadores del aire. “Tuve mucha suerte, fue bueno poder ayudar a los ingleses en la guerra”, dijo.

Un año después falleció su esposo.

Maureen, la ‘Piloto de las Pampas’ despegó por última vez el 29 de mayo de 2012 en su hogar de Norfolk a los 91 años.