La lenta agonía de la diosa


Triste destino el de la Triple Diosa domesticada por los pueblos patriarcales hijos del hierro. Desmembrada en múltiples facetas y su alcance se redujo a tareas casi rituales propias de consortes y servidumbres.

Ya no sería más la Luna como musa: dividida, primero en tres y, luego, en tres veces tres, se la puso al servicio del Apolo solar como una suerte de corte académica cuya misión ahora sería velar por ratones de biblioteca en vez de impulsar la furia poética. El término ratón no es casual, el primer Apolo estaba representado por una lauchita cobarde y huidiza, por lo cual al dios solar -y no sin cierta justicia poética- se lo conocía como “el que hiere de lejos con venganza diferida”, es decir un resentido cagón.

La diosa como madre sería -también- dividida en Deméter y Hera. A la pobre Hera la casaron con el padre de los dioses y la confinaron a parir mientras Zeus la cuerneaba a porfía para incorporar más atributos a su divinidad. Mientras que a Hera apenas le dejaban el pequeño placer de venganzas domésticas propias de una señora despechada. En tanto la elemental Deméter sufrió el descenso al Hades y ser confundida con Gea, Rea, Cibeles y tantas otras.

No le fue mejor a la diosa en su faceta como doncella. No sólo la hermanan con Apolo, si no que la transforman en un ser andrógino condenado a la castidad perpetua para romper el ciclo vital. Sí, hablamos de Ártemis a quien quitan los atributos del amor para cedérselos a Afrodita.

¿Y Afrodita, diosa del amor? A ella la condenan a maridar con el mayor símbolo de brutalidad de los hijos del hierro: Hefestos, el herrero deforme y sudoroso que fragua bajo el Etna las armas divinas sin jamás poder abandonar su cárcel. Hefestos, cuya renguera recuerda la importancia de tener prisionero a quien domina los secretos del forjado.

Pero, tal vez, la peor desgracia haya sido la de Atenea. Hibridada con Palas, la trasvisten al otorgarle el yelmo de alta cimera, la lanza de fresno y el escudo de siete capas. Casta y nacida unigénita de la cabeza del padre Zeus es un recuerdo de que a pesar de ser diosa de la sabiduría estará irremediablemente subordinada al portador del rayo.