Hafgufa, Lyngbakr y el Kraken


Hafgufa y Lyngbakr son dos enormes monstruos marinos descritos en una de las heiti de la Edda Prosaica, en la saga de Örvar-Oddr y en el Manual de Instrucciones Real –el Konungs skuggsjá- en 1250.

A Hafgufa, cuyo nombre significa ‘vapor de océano’, también se lo conoce como havguva, havgumsen, havstramben y, según el Konungs skuggsjá, es un monstruo tan grande como una isla parecido a un pez gigante.

Pocos fueron quienes lo han visto y lo han contado, pero coinciden que surca el mar de Groenlandia acompañado de otra bestia: Lyngbakr.

El obispo Gunnerus de Trondheim lo identificó con kraken, un monstruo oceánico detallado por Erik Pontoppidan en un libro de 1752 acerca de la naturaleza de Noruega que recoge historias de pescadores pero que, curiosamente, no figura en las sagas antiguas.

Lo de Vapor de Agua y su locación entre Groenlandia, Noruega e Islandia es explicado por algunos escépticos como un fenómeno causado por cosas tan inverosímiles como volcanes submarinos terremotos y deslizamientos de placas tecnónicas que podrían causar burbujeo en el agua y la formación de nuevos islotes. Otros prefieren pensar en hechicerías tales como fenómenos aéreos, o nebulosos.

Por su parte, Lyngbakr, compañero de correrías de Hafgufa cuyo nombre quiere decir ‘lomo de brezo’ se hacía pasar por una isla y cuando los marineros desembarcaban en ella se hundía en el abismo tragando a toda la tripulación.

De este modo, Lyngbakr era la más grande de las ballenas y Hafgufa la criatura originó a todos los monstruos de la Mar Océano.

De allí, provendría el kraken, una suerte de cefalópodo gigante que emergía de las profundidades para atacar y devorar marinos. Su nombre viene de ‘krake’, término gótico para señalar a un animal enfermizo o deforme.

Aún sin verlo, el padre de la taxonomia, el sueco Carolus Linneo lo incluyó en la primera edición de su Systema naturæ editada en 1735 con el nombre científico de Microcosmus, aunque luego tuvo el descaro de excluirlo. También fue descrito por el obispo de Bergen, Erik Pontoppidan, en su Historia Natural de Noruega publicada en 1752, quien, además, alegó que la criatura a veces es confundida con una isla, lo cual explica las íncongruencias de las cartografías.

Hay quienes aseguran que era descomunal como una isla flotante con un torso de una milla y cuyo peligro no desaparecía cuando éste se hundía, pues al sumergirse generaba un remolino que devoraba barcos y hombres.

Encontrar al Kraken, a Hafgufa o a Lyngbakr podía tener un aspecto positivo: sobre sus lomos se agrupaban enormes cardúmenes de peces y la pesca podía ser muy generosa.

Pero, si en vez de peces, la captura era de gigantopólipos resplandecientes, era la señal de que el hilo de la vida del pescador estaba próximo a cortarse. Es que estas criaturas que habitan el lomo del monstruo por toda la eternidad tienen como deber crear un espejismo celestial, una imagen para las criaturas más torturadas del abismo capaces de padecer del flagelo del existencialismo y que “hartas del vagabundeo eterno por el inmenso tedio de la fauce marina, deseosos de la salvación y del resplandor celeste, acuden como lanzas hacia la propia perdición” por lo cual las bestias abisales le harían pagar la osadía de interrumpir esta sentencia del determinismo.

En 1830, al influjo de Pierre Denys de Montfort, Alfred Tennyson publicó un soneto irregular: El Kraken, poema que su epílogo se emparenta con el Leviatán, un monstruo marino creado en el quinto día de la creación, que subiría a la superficie en el final de los días en el que, asevera, el Talmud, “será destruido y su carne será servida como banquete para el honrado en [el] tiempo por venir, y su piel se usará para cubrir la tienda donde ocurrirá el banquete.”

“Bajo los truenos de las superficie,
en las grietas del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor
de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y desmedidos baten
con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final consuma la hondura.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.”

Esta descripción de Tennyson influyó en Julio Verne que imaginó al famoso calamar gigante en Veinte mil leguas de viaje submarino donde no sólo referencia al Kraken sino al obispo Pontoppidan.