El pastor de los Llanos


“Existen unos que no tienen voz, que son marginados y explotados, y existen otros que tienen privilegios y explotan a los demás. ¿Esto es lo que quiere Dios? No. Y mil veces no.” Así hablaba quien desde el 27 de abril de 2019 fuera inscrito por el Papa Francisco en los libros de la santidad junto a los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, y la del laico Wenceslao Pedernera. Al reconocer la Iglesia Católica Apostólica y Romana que el asesinato de monseñor Enrique Angelelli, obispo de la Rioja, tuvo el carácter de “martirio en odio de la fe.”

Heterodoxo y sabio, el pueblo riojano ya había beatificado a ese gringo pelado que andaba por los ranchos, tomando mate, defendiendo al humilde, organizando al pobrerío y denunciando la explotación de siglos cuando vieron que ese cura que solía decir que “la primera realidad es poniendo el oído a los pobres, la juventud y la experiencia de los ancianos”, era uno de ellos: su pastor.

Nacido en 1923, Enrique Ángel Angelelli Carletti era cordobés hijo de inmigrantes italianos y la biografía nos cuenta que a los 15 ingresó al seminario, marchó a estudiar a Roma y que a los 26 se ordenó sacerdote. Obispo auxiliar de Córdoba, recorría los barrios y se mezclaba con obreros y estudiantes. El sínodo de Medellín y el Concilio Vaticano II le ofrecieron un camino pastoral con el que comprometió su vida.

Consagrado obispo de La Rioja, afirmó que llegaba para ser “amigo de todos, de los católicos y de los no católicos, de los que creen y de los que no creen”. Y ese gringo empezó a caminar la topografía de la tierra de San Nicolás de Bari: los llanos, la costa, la cordillera. Ulapes, Vinchina, Aimogasta, Famatina. Con él, su mensaje pastoral y un rosario de pobres que ya no estaban solos.

Tuvo enemigos poderosos de apellidos conocidos: la Triple A, los Menem, los Yoma, Menéndez. Lo persiguió el peronismo gobernante, parte de la jerarquía eclesiástica y los militares de una dictadura que llegaba y sobre la que advirtió: “No dejemos que generales del Ejército usurpen la misión de velar por la fe católica”.

En marzo llegó el golpe y en julio Longueville, Murias y Pedernera fueron asesinados. “Ahora me toca a mí”, anunció. Amenazado, le ofrecen quedarse en Roma, trasladarlo, cuidarlo… pero el pastor sólo puede serlo entre su rebaño. Y se quedó.

“Mi sueño es poder recibir de mi obispo diocesano la investidura de cruzado de la fe y poder empuñar en una mano una espada y en la otra la cruz de Cristo para eliminar los enemigos de Dios y de la Patria”, se sinceró el general Luciano Benjamín Menéndez dueño de la vida y la muerte de los riojanos en un encuentro que el militar siempre negó y que el obispo – era pelado pero no tenía un pelo de zonzo- documentó y envió a dos personas: al nuncio apostólico en Buenos Aires, Pio Laghi, que siempre negó haber recibido mensajes de Angelleli, y a un sacerdote de Flores: Jorge Bergoglio quien cuando ocupó la cátedra de Pedro ordenó desclasificar todos los documento sobre el mártir.

Un 4 de agosto, mientras investigaba los asesinatos de Longueville, De Murias y Pedernera, su auto volcó y murió. Su acompañante, el religioso Ángel Pinto sobrevivió y tanto iglesia como gobierno lo llamaron a silencio. Al volver la democracia puso en palabras la oscuridad: dos autos los perseguían, uno se cruzó, un derrape, un muerto y una carpeta con documentación, desparecida. Fue un accidente, dijeron. Pero nadie les creyó.

La justicia demoró pero llegó: el 4 de julio de 2014, Luciano Benjamín Menéndez y el vicecomodoro Luis Fernando Estrella fueron condenados a cadena perpetua. El resto de los catorce acusados entre los que figuraban Jorge Rafael Videla y Albano Harguindeguy, escaparon -al menos por este asesinato- de la justicia de los hombres.

Recordemos, al ‘Pelado’ cura de los pobres con sus propias palabras.

“Cómo quisiera decir a los que les quitaron la vida, a los que prepararon el crimen, a los que lo instigaron: ¡abran los ojos, hermanos! Si es que se dicen cristianos, ¡abran los ojos ante el sacrilegio que se ha cometido, ante el crimen que se ha cometido! (…)
La primicia de la sangre sacerdotal ha sido vertida en esta comunidad y en esta tierra de Los Llanos: véanla con ojos de fe, no la miren con ojos de rencor ni de resentimiento. Doloridos, con lágrimas, sí, pero con ojos de fe. (…)”

Última homilía de Enrique Angelelli. Fue con motivo del entierro de los sacerdotes Gabriel y Carlos un 22 de julio de 1976.

“Mi vida fue como el arroyo… anunciar el aleluya a los pobres y pulirse en el interior; canto rodado con el pueblo y silencios de “encuentros”… contigo… solo… Señor (…)
Un riojano más para pastorear este pueblo de Dios”

Homilía en la toma de posesión de la diócesis de La Rioja 24 de agosto de 1968

“Pacificar el corazón, mirar al futuro, preparar los hombres del mañana”
Homilía en la fiesta de San Nicolás 1 de enero de 1969

“El obispo, hombre crucificado; en su corazón deben encontrar cabida las alegrías y los dolores de su pueblo.”
Homilía en el segundo aniversario de la toma de posesión de la diócesis de La Rioja, 24 de agosto de 1970

“Urge escuchar la voz de Cristo y llegar incluso a opciones y rupturas interiores si queremos cambiar nuestra manera de vivir.”
Carta pastoral en la Cuaresma 20 de febrero de 1972

“Quiero manifestar un amor grande al pueblo riojano que el Señor me confió; un amor grande a esta hora histórica que nos toca vivir y que juntos vamos tejiendo dolorosamente; amor grande a Cristo y a su Iglesia.”
Carta pastoral 11 de noviembre de 1973

“Ser hombres de la luz es no evadimos de nuestra realidad y construir nuestra historia con los demás”
Homilía en la misa radial 9 de marzo de 1975

“Seguimos mirando nuestro presente y nuestro futuro con esperanza, aunque sea dolorosa nuestra realidad.”
Homilía en la misa radial 7 de diciembre de 1975

Y un poema que le dedicó a la tierra que regó con su sangre

A La Rioja querendona

En cada chaya escondes tu dolor hecho harina y albahaca…
los del puerto te han amordazado para que no grites…
ya tus tientos se cortan y caen tus machetes;
solo te quedan ranchos tristes…
y tierra caliente.

Los de afuera, Chango, te han robao’ las vacas;
tu Tata ha quedao’ solo… y la Mama un recuerdo;
el Estargidio se fue lejos, a juntar petróleo
allá en Comodoro… rumiando nostalgias.

Y a la Rita la llevó el patrón para que lo comediera,
dicen que en Buenos Aires donde todo es mentira;
tiene que hacer de todo, aunque no lo pueda,
total es riojana, lo mismo que… ¡nada!

Pero el sol está sangrando
allá en Los Mogotes,
y en La Cueva de adentro se oyen galopes;
se acercan pasos por los caminos llaneros
y El Chacho amanece con sus montoneros.

Y por La Quebrada
que le dicen de Chusquis
unos lloros del cerro se gritan contentos;
hay olor a racimos y a vino nuevo,
y Don Aurelio ya calienta la pava en el fuego.

¿Por qué no quieren que diga lo que siento…
es que es mentira hablar del silencio…
no escuchan el grito de los de tierra adentro?

Somos, nosotros, porteños…
es fiero ¡si vieran lo que yo siento!
Quebradas y llanos… cansados y sedientos…
el alero del rancho se lo llevó el viento,
dicen que anoche silbando el silencio…

¿No escuchan el grito de los de tierra adentro?