Aplastar al fascismo


Mika Etchebehere con sus camaradas en 1936

18 de julio de 1936, España, las derechas se sublevan contra la II República Española: Sanjurjo vuela desde Portugal, Mola -conocido como ‘El Director’ con el requeté carlista se subleva en Navarra, y un ignoto Francisco Franco tras infinitas dudas y cavilaciones lo hace con sus tabores y tercios de legionarios y marroquíes.

Más temprano que tarde Hitler les enviará su Legión Cóndor y Mussolini más de 50.000 voluntarios. Las democracias -Inglaterra y Francia- no se animarán a desafiar al fascismo y decretan la no intervención. Salvo por México y Rusia (que cobrará con oro contante y sonante) la República está sola. En ese momento, miles de voluntarios llegarán a pelear a España contra el fascismo: son las Brigadas Internacionales y, entre ellos, más de 800 voluntarios argentinos.

Llegaban para defender la reforma agraria, la separación de la Iglesia del Estado, el divorcio y para hacer que la España cañí y medieval pudiera, al fin, entrar al siglo XX.

En la Argentina, la guerra civil se vivió intensamente: millares de españoles habían bajado de los barcos en el puerto de Buenos Aires y la Avenida de Mayo se convirtió en un campo de batalla. Los republicanos contaban con las simpatías de radicales, demócratas progresistas, socialistas y comunistas con quienes iniciaron campañas de solidaridad al amparo de los más de 200 comités de la Federación de Organizaciones Amigas de la República Española que recaudaron cientos de miles de pesos a fuerza de estampillas solidarias, bonos, festivales y donaciones obreras.

Los artistas e intelectuales también tomaron partido: Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Francisco Romero, Alvaro Yunque, Leónidas Barletta, César Tiempo, Orestes Caviglia, Francisco Petrone, Florencio Parravicini,  Eva Franco, Jorge Luis Borges, Ricardo Rojas, Juan L.Ortiz, Hugo del Carril, Bernardo Verbitzky, Florencio Escardó, Victoria Ocampo, Eduardo Mallea, Alfonsina Storni, María Rosa Oliver, Aníbal Ponce, Conrado Nalé Roxlo, Samuel Eichelbaum y Alberto Gerchunoff, entre otros, se pronunciaron por la República.

Por su parte, un sector minoritario que adscribía al nacional catolicismo apoyó a los sediciosos: Manuel Gálvez, Leopoldo Marechal, Alfonso de Laferrére, Carlos Ibarguren, Vicente Sierra, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Ignacio Anzoátegui y un joven Julio Cortázar que se sumó a una sección de Falange Española.

Mika Etchebehere

Mika Feldman e Hipólito Etchebehere se incorporaron en Asturias a las milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Hipólito cayó en combate y Mika heredó su capote, fusil y un pañuelo ensangrentado. Nombrada capitana, fue la única mujer con dirección de tropa lo que no le impidió fundar una escuela y una biblioteca.

Fue la única militante del POUM en sobrevivir a las purgas del estalinismo a la hora de unificar al ejército y peleó hasta el último día.

Tras la guerra, Mika regresó a Argentina pero el peronismo le recordaba demasiado al fascismo que había sufrido y se irá a Paris donde le conseguirá su primer empleo a quien será su amigo por siempre, Julio Cortázar, tratará a Sartre, hará barricadas en Mayo del 68 y organizó la primera manifestación en Francia luego del golpe del 76 en Argentina para denunciar a la dictadura.

Publicó en 1976 en Francia “Mi guerra de España”, recientemente reeditado por Eudeba.

Murió a los 90 y al lado del pañuelo ensangrentado de su gran amor.

“Comandante Ortiz” era el nombre de guerra de Benigno Mochkosfsky, comandante de la Brigada Mixta 24 del Ejército Popular Republicano. Benigno había sido repudiado por su familia por comunista, una militancia que le costó cárcel en Ushuaia y el exilio. Ya en España fue uno de los defensores de Madrid al frente de 4.000 hombres con los que ocupó cinco trincheras, capturó dos pueblos y rechazó tres ataques enemigos para detener el avance de los fascistas desde Guadalajara. Felicitado por Líster y la Pasionaria, y tras haber integrado el mítico Quinto Regimiento regresó a la Argentina y entró a trabajar en una fábrica donde fue electo delegado.

Brigadistas argentinos en el campo Saint Ciprien

Carlos Kern Alemán, primo de los Alemann y oveja negra familiar, viajó a la madre patria para estudiar arquitectura. Ya en Berlín, se transformó en secretario de los Estudiantes Rojos de Berlín. Opositor al nazismo, fue apresado y a duras penas eludió la cárcel. En Barcelona se unió al ejército republicano donde fue jefe de una compañía de ametralladoras que se cubrió de gloria durante la ofensiva del Ebro. De regreso en Argentina y repudiado por los suyos, fue crítico de arte. Murió en Buenos Aires en 2005.

El poeta Luis Alberto Quesada, nacido en Lomas de Zamora, a los 16 se enrola en las filas republicanas y tras la derrota cruza la frontera como refugiado y es alojado en campos de concentración en Francia. Al estallar la Segunda Guerra Mundial lucha en contra de la ocupación alemana organizando la resistencia, actividad que extiende a España donde es delatado y apresado. Condenado a muerte, a cadena perpetua y, finalmente, a la pena de extrañamiento por su condición de argentino vuelve a Buenos Aires con 40 años, tras 17 en las mazmorras franquistas.

Los hermanastros Raúl Ochoa y Cipriano Acha, un torero y un bailarín fueron otros de los que cruzaron la mar para pelear junto con Luis Corach, tío del menemista Carlos Vladimiro, un médico que rescató al cordobés Gastón Gilly, comandante de aviación tras el derribo de su nave. También el chacarero bonaerense Salvador Badía Balageró o Agabito Manrique, constructor en el lujanense astillero Hansen.

También había anarquistas, como  José Nieto, Ricardo Martín Álvarez o Ramón Belanguer García, que peleó en la ‘Columna de Hierro’ comandada por Buenaventura Durruti, mientras que la Federación Anarco Comunista Argentina envío  dirigentes como Jacobo Maguid, José Grunfeld y Anita Piacenza para apoyar a organizaciones libertarias catalanas mientras que otras organizaciones enviaban militantes a combatir en las milicias libertarias de Barcelona.

Otros fueron socialistas, como Carlos Francisco Acevedo Rodríguez, y republicanos sin partido, como Antonio Moreno Vives o trabajadores como Francisco Comendador López.  Casi ninguno tenía experiencia en combate a no ser contra policías o rompehuelgas y carneros. Una excepción fue excapitán del ejército José María Frontera que alcanzaría el grado de comandante del ejército de la República.

También hubo elementos de avería como Salvador Loy Klepach, ‘Ernesto’, un matón del PC que sumaba prontuario y que, incluso, en un congreso partidario se vio envuelto en una pelea en la que asesinaron al dirigente juvenil comunista Ernesto Müller. 

Precisamente el PC fue uno de los que más brigadistas envío aprovechando su red internacional y su capacidad de financiamiento. Embarcaban con pasaporte falso hacia Francia donde sus pares galos los ayudaban a cruzar a España donde recibían instrucción militar en una base en Albacete comandada por el comunista francés André Marty para, luego, ser destinados a diversas brigadas al no sumar la cantidad necesaria de efectivos para tener batallón propio, como los ingleses, norteamericanos, franceses, belgas y polacos.

Por ejemplo en Brigada XV, Abraham Lincoln integrada por estadounidenses y canadienses encontramos a José Maria García Noya y Fernando Iaffa, cabos sanitarios, a Juan José Real y Francisco López Comendador como comisarios políticos; José Fontenla y Simón Tur como cabos y a Nicolás Berichagat, Pedro Prat, Aníbal Vega y Mario Rossi como soldados. Iaffa protagonizará, además, una historia de amistad más allá del tiempo con John Cookson, un nativo de Wisconsin quien cayó cerca de Tarragona y a quien sobrevivió para pedir en su testamento que sus cenizas fueran esparcidas al lado de las de su compañero petición que fue cumplida. También estuvo allí Antonio Arias Torre enlace de la comandancia en los frentes de Aragón, Ebro y Gandesa y herido en la cabeza y en la muñeca izquierda.

Sin embargo, el ensayista Ernesto Goldar registra una Brigada Internacional de voluntarios bautizada General San Martín en la que participaron Fanny y Bernardo Edelman, José y Luis Manzanelli, Angel Ortelli, Raquel Levenson y otros que es difícil precisar pues viajaban con pasaportes falsos y regresaban con sigilo para protegerse al retorno.

El PC, a través del Komitern -Internacional Comunista- no sólo envió brigadistas sino que organizó muchos comisarios políticos muchos de ellos asignados al Socorro Rojo Internacional, una suerte de Cruz Roja que, además, controlaba la ‘salud ideológica’ de los combatientes, entre los comisarios se destacaron Salomón Elguer y el siniestro ítalo-argentino Victorio Codovilla, sindicado como uno de los cerebros de las purgas que el estalinismo propició en las filas republicanas.

Varios comunistas tuvieron alta graduación debido a sus dotes de mando y experiencia organizativa y llegaron rápidamente a altas graduaciones al contarse cuatro capitanes, quince tenientes y nueve comandantes.

Sabemos que brigadistas argentinos pelearon en Brunete, una batalla cruel donde entre la sed y los aviadores nazis hicieron estragos en más de 20.000 defensores de la República, entre ellos fueron heridos Agustín Denegri, un carnicero de Bahía Blanca,  y los hermanos Cándido y José Castañón García, de Chacabuco. También hay registros de argentinos en Teruel, Belchite, Mallorca y Madrid.

Sin embargo, la batalla del Ebro, ésa del cruce sorpresivo y masivo del río a nado,  en barquitos y puentes improvisados, fue la que contó con mayor número de argentinos, entre ellos, Alfredo Borello, un técnico mecánico de Lanús, herido en el brazo; Emilio Giménez, herido en el pie izquierdo; Pedro Marrube, herido por una explosión, y nuestros conocidos Loy Klepach y Kern Alemán.

No sólo fueron a combatir con las armas contra el fascismo. El psiquiatra Gregorio Berman organizó en Madrid una unidad para tratar los traumas de guerra. Otros once argentinos figuran como traductores, una docena como médicos como Milan Matkovich, medico naturista, quien estuvo a cargo de la enfermería en Albacete y Pozo Blanco antes de integrar la Brigada XV Lincoln en la que también colaboró Roberto Fierro designado Jefe de Farmacia del Servicio Sanitario Internacional.

También hubo poetas y escritores que llevaron su solidaridad en letras como Rodolfo González Pacheco, Cayetano Córdova Iturburu, Raúl González Tunón, Dardo Cúneo o Damonte Taborda.

El presidente republicano, Juan Negrín, que apostaba al estallido de la Segunda Guerra Mundial para poder insertar allí el conflicto, accedió al pedido de la Sociedad de las Naciones y retiró a los brigadistas del frente “abandonando la lucha antes de tiempo”, como protestaría en Jesús Castilla para dirigirse a Barcelona donde desfilaron ante una multitud y fueron despedidos por La Pasionaria: “Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois la Historia. Vosotros sois leyenda”.

“De nuestra victoria saldrá fortalecido el Frente Popular, no sólo el español, sino que logrará que todas las fuerzas democráticas mundiales se unifiquen y hará imposible el triunfo del fascismo”, se despidió Roberto Fierro. También erró el pronóstico José María García Noya; “Los españoles pronto olvidarán estos momentos de lucha y podrán vivir felices en una República democrática, avanzada y progresista”.

A la derrota republicana siguieron la diáspora y el exilio. Más de un millón de españoles marcharon de la represión, la derrota y el hambre.

A pesar que en Buenos Aires las autoridades los consideraban ‘rojos’ arribaron, entre otros, filósofos como José Ortega y Gasset, juristas como Luis Jiménez de Asúa, historiadores como Claudio Sánchez Albornoz, pedagogos como Lorenzo Luzuriaga, sociólogos como Francisco de Ayala, escritores como Rafael Alberti, Teresa de León, Ramón Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Arturo Serrano-Plaja, Rosa Chacel o Ricardo Baeza; músicos como Manuel de Falla; dramaturgos como Jacinto Grau y Alejandro Casona; artistas plásticos como Luis Seoane, Manuel Colmeiro y Alfonso Castelao, y numerosos libreros y editores que dejarían su huella en forma de editoriales como Sudamericana, Losada, Emecé o el Barco de Papel, editoriales que serían un viento de libertad cuando inundaron con sus páginas en rústica una España ahogada por 40 años de franquismo.