Poca UCR para muchos radicales


Un símbolo pretende ser una síntesis gráfica de identidad que representa a una persona, un grupo o una organización. De allí que cada uno de los elementos que contiene debe ser parte de una suerte de relato que identifique a sus portadores.

En ese sentido, el nuevo escudo de la UCR, “modernizado y estilizado; adaptado a los nuevos tiempos”, explican quienes lo usan sin atinar siquiera a pensar en cómo lo han vaciado de contenido cagándose -literalmente- en la historia radical.

Apenas permanecen los colores, ya no están el trigo promesa de pan en las mesas; arrancaron los laureles de la patria emancipada; ocultaron al sol que amanecía en el nuevo día tras la reparación. También quitaron la pluma del pensamiento y el martillo del trabajo.

Escudo original del radicalismo, adoptado en 1931

Puede parecer un dato menor en estos tiempos, pero la UCR ya no tiene un escudo porque no tiene -al menos por ahora- una identidad histórica para convocar. El escudo se transformó en sello como esos de goma que tiene cualquier oficina pública, despacho de burócrata o pyme unipersonal.

Si bien hoy la UCR puede exhibir tres gobernadores, una docena de senadores nacionales, medio centenar de diputados nacionales y centenares de intendentes, su imagen pública en la comunicación institucional de Cambiemos -o de juntos para el cambio, tal su nuevo nombre- no deja de diluirse si es que alguna vez estuvo y, especialmente en el área metropolitana de Buenos Aires donde su dirigencia naufraga entre la anomia y la desidia dejando al desamparo a sus militantes y simpatizantes.

La imagen gráfica de Juntos por el Cambio decidió prescindir de ellos y hace foco en Mauricio Macri, Miguel Ángel Pichetto, María Eugenia Vidal y Horacio Larreta. Incluso en la boleta oficializada para las PASO el segmento de diputados nacionales no exhibe la foto de ningún radical, en tanto el cuerpo de gobernación es patrimonio exclusivo de Vidal y omite a Daniel Salvador, su vicegobernador actual y candidato a la reelección cuya mayor virtud parece haber sido su lealtad canina, conchabar en el Senado bonaerense a una legión de correligionarios que ignoran lo que es leer los clasificados para conseguir un empleo y haber colocado en un puesto expectante en la lista de diputados a su hijo que actualmente es edil en San Fernando.

Ciertamente, las listas bonaerenses no conmueven al electorado que se reconoce radical.

Además del hijo del vicegobernador, los otros candidatos son Karina Banfi, una panelista todo terreno de peinados cambiantes que recuerda a Fernando Iglesias y Miguel Bazze, el Carlos Fren de la UCR.

Carlos Fren fue un gran número 5 de fines de los 70 que jugó en Argentinos, Independiente y Velez. Pero su mayor virtud no fueron los 150 goles que convirtió sino haberse hecho amigo de los ‘10’: Maradona y Bochini. Esa amistad hizo que ambas leyendas lo llevaran en sus aventuras como entrenadores en Racing e Independiente para que les aportara su carné de DT. Bazze, a quien aún no se le conocen goles, supo ser amigo de Federico Storani cuando éste tenía algún poder, de Ricardo Alfonsín cuando era una promesa, y ahora del ausente Salvador. Todos honraron su cíclica amistad con una diputación.

Para colmar el vaso, en el puesto 11 de esa lista aparece una ‘incorporación’: la de Alberto Assef, un filibustero de la política cuyos mayores méritos fueron cortejar a López Rega, inventar a Alberto Fernández -sí, Alberto- y fogonear la nonata candidatura a presidente del dictador Juan Carlos Onganía, la ‘Morsa’, que derrocó junto al sindicalismo peronista a Arturo Illia.

Para muchos que han llegado a la opinión antes que al conocimiento, la UCR es un consumo irónico en patética agonía. Incluso para muchos en el oficialismo. Sin embargo, de no ser por la UCR, hoy en Balcarce 50 estaría sentado Daniel Scioli. En efecto, el radicalismo le aportó a Cambiemos, respetabilidad, territorialidad, fiscalización e historicidad.

Hoy, en tiempos del focus group, data mining, big data, microdatos, targeting y laboratorios electorales pareciera ser que ignorar al radicalismo sería un negocio. Incluso al interior del partido, para quienes han hecho de él una micropyme familiar de alivio laboral, cuanto menos se hable, mejor. Tendrán tecnología y recursos infinitos, pero les falta calle e historia.

Alfonsín tenía las dos, por eso fue el mejor de todos.

El radicalismo hizo que Cambiemos gane las elecciones en 2015. No vaya a ser cosa que los radicales hagan que en 2019 Juntos para el Cambio las pierda.