Juegos artificiales en el debate presidencial


De un debate de candidatos presidenciales se puede esperar la presencia de candidatos presidenciales, pero no de debate. Al menos no de propuestas de gobierno ni de concepciones ideológicas.

Es curiosa la brecha que existe entre lo que supuestamente debe ofrecer un debate presidencial y lo que finalmente se obtiene. Su instauración por ley se funda en la necesidad de conocer las propuestas de los candidatos para valorarlas en un escenario de contraposición. Sin embargo, nada de eso es posible, entre otras cosas porque la lógica de la puesta televisiva exige cada vez más dinamismo y velocidad en su desarrollo, lo que conspira contra cualquier pretensión de profundidad en la exposición y el intercambio de ideas.

Con un tiempo máximo de exposición de dos minutos, pretender que un candidato dé a conocer una propuesta de acabada y que ésta pueda ser sometida al juicio de los otros candidatos para su contrastación es, por lo menos, ingenuo.

¿Qué es entonces un debate?

Es fundamentalmente un formato televisivo en el que los aspirantes al cargo deben ocupar sus breves tiempos de exposición para transmitir al espectador más una impresión que una razón, una percepción emocional más que datos para el análisis.

Sereno, nervioso, ingenioso, audaz, aburrido, son algunas de las evaluaciones que suelen surgir de un candidato sometido a ese proceso. Así, lo que está sujeto a evaluación nunca es una propuesta sino una puesta, una forma de presentarse, de decir.

Ganar o perder no es el resultado de contraponer ideas de gestión o proyectos, sino consecuencia del mejor manejo de este lenguaje televisivo bautizado como debate.

Eso es lo que administró magistralmente Mauricio Macri en el debate de 2015 frente a Daniel Scioli, un cruce que evocó ayer con astucia Alberto Fernández cuando lo trató de mentiroso. Cómo una continuidad de aquel primer cruce, el candidato opositor buscó cobrarse en nombre de los argentinos las promesas incumplidas del Presidente ensayando a la vez una reivindicación histórica del vencido, “hoy sentado en primera fila”.

Lograr el efecto de instalarse como vengador de los derrotados, de los engañados, y colocar a su principal adversario en el lugar mentiroso (mal) intencionado, y todo en sus primeros treinta segundos de exposición, fue el gran golpe de Fernández. Golpe del que tal vez no se haya podido reponer un Macri que lució como la sombra del candidato que había subido al escenario cuatro años antes.

Sólo sobre el final el Presidente intentó recuperar el aliento. Luego de la segunda pausa, en su última intervención -seguramente como consecuencia del aporte de su equipo de asesores-, Macri volvió al aire con una frase armada respecto de un supuesto “dedo acusador” de Fernandez y de una actitud que calificó como “canchereada”. De esa composición se valió luego en su cuenta de Twitter y la repitieron como letanía sus colaboradores para asegurar que “el kirchnerismo no cambió”.

Juegos artificiales que nada cambian en un país que se debate ante precipicios reales.