Bugs, el error


Cada día que pasa pareciera confirmarse más ese presupuesto que postula que las escenografías coreografiadas en un mar de aplaudidores no son la mejor incubadora de conocimiento ni el mejor caldo de cultivo para la inteligencia. Sirva como ejemplo la clase magistral que ante un auditorio selecto de jóvenes dieron en la Universidad de Tres de Febrero el ex presidente uruguayo José María Mujica y el presidente electo de Argentina, Alberto Fernández en la que abordaron una temática más parecidas a las palermitanas charlas TED que a lo que cabría esperar de dos representantes del campo popular.

En medio de una estética minimalista el presidente electo desgranó con más fervor que conocimiento una serie de lugares comunes acerca de varios personajes icónicos de la cultura de masas y en las que llegó a conclusiones al menos interesantes que curiosas como que: “Los dibujos animados son una forma de control social y Bugs Bunny es un gran estafador”.

Acto seguido, Fernández recordó un artículo académico que nunca publicó, y que se refería a los “dibujos animados como sistemas de control social, como la familia, la escuela y los medios de comunicación” es decir una suerte de remake de uno de los libros más prescindibles y que mejor explican el fracaso de la izquierda latinoamericana a la hora de construir poder: Para leer al pato Donald, un panfleto elemental de Vladimiro Ariel Dorfman y Armand Mattelart que tuvo epígonos europeos dedicados a Babar, el elefante y argentinos como el trotskoide y poco original Para leer a Mafalda.

Con frases desopilantes como “los controles sociales son aquellos mecanismos por los cuales nos dan valores” y “Disney es un gran moralista, que nos enfrenta frente al dolor, y siempre la metáfora dice que van a ganar los buenos. Bambi: matan a su madre unos cazadores furtivos, se recupera y se convierte en el rey de los ciervos en ese bosque”, Fernández pretende revolucionar la ciencia política moderna al postular que con la llegada de Warner Bros en la Segunda Guerra Mundial “empezó el modernismo”.

“Todos los dibujos animados de la Warner, como Bugs Bunny, el Pato Lucas, Elmer, el Gallo Claudio, son ejemplos de una disputa entre un tonto y un vivo, donde siempre gana el vivo. ¿Vieron alguna vez un estafador más grande que Bugs Bunny? Y fue modelo de muchos chicos y generaciones, un modelo de gran promoción del individualismo”, resaltó sin jamás caer en la tentación de conocer a nuestro amigo de quien hablaremos ahora dejando para otra ocasión la pretensión de responder la pregunta acerca de quienes fueron los mayores estafadores.

Así como nuestros Patoruzú e Isidoro Cañones fueron el resultado de una construcción que nacía de un indio medio opa llamado Curigua Curiguagüigua y don Julián de Montepío y que se tomó unos cuantos años y varias idas y vueltas para llegar a las versiones que hoy conocemos, Bugs Bunny tuvo varias natividades e intenciones que fueron desde ser una liebre blanca hasta un conejo gris cuyos dientes aparecían y desaparecían con frecuencia hasta que Tex Avery lo definió en el corto A wild hare. (Una liebre salvaje).

Nacido Frederick Bean Avery en Texas, Avery fue -tal vez- la usina más demencial de dibujos animados durante la golden age de Hollywood entre los que se se destacan -además de Bugs- el Pato Lucas, Droopy, Lobo McLobo, la Ardilla Loca, George y Junior, Porky Pig y Chilly Willy y cuyo estilo fue la contracara del realismo piadoso de Walt Disney. “En animación puedes hacer cualquier cosa”, escribió y lo demostró con Bugs a quien uno de sus mejores directores -Chuck Jones- homologó a Buster Keaton en tanto héroe poblado de humor que pondrá en su mira a bravucones y abusivos.

El primer Bugs se basó en Happy Rabbit y fue desarrollado por diversos caricaturistas hasta llegar a los canónicos Chuck Jones y Friz Freleng. En tanto que su voz, contará Mel Blanc, su actor original, es la resultante de los acentos de Bronx y Brooklyn, mientras que su devoción por la zanahoria no es otra cosa que el frustrado amor de Avery por un alimento que le estaba vedado a causa de los inconvenientes sociales que le producía su ingesta.

Hay quienes sostienen que la idea de Bugs se inspira en Max Hare un personaje que ganó un Oscar al mejor cortometraje animado en 1934. Lo cierto es que Bugs se presentaba como una presa más interesada en enloquecer a su perseguidor Porky que en escapar al tiempo que se daba el lujo de citar a Groucho Marx en Sopa de ganso con su: “¡Por supuesto, que sepas que esto significa guerra!”.

Recién en 1939 se viste de gris y no de blanco y es bautizado Bugs en honor a Ben ‘Bugs’ Hardaway, un nombre ideal pues Bugs o Bugsy significa ‘loco’.

Ya listo, Bugs Bunny apareció, pleno, en A Wild Hare dirigido por Tex Avery un 27 de julio de 1940. Ese día salió de su madriguera para preguntarle al cazador Elmer Fudd (o Gruñón): “What’s up, Doc?” (¿Qué hay de nuevo, viejo?)

Fue así que durante 1938 y 1963 los cortos de Bugs Bunny poblaban los intervalos de las funciones cinematográficas en las que convivían adultos y niños y en los que aparecían ciertas trangresiones como las del episodio Hare Ribbin donde la liebre comienza a trasvestirse sensualmente -una costumbre que permanecerá aún en medio de las olas moralizadoras de Hollywood- para desgracia de sus némesis.

El eje narrativo de los cortos de Bugs Bunny no es complejo: él está tranquilo y algo viene a molestarlo. Será esa secuencia la que lo ‘obligue’ a ridiculizar a un enemigo más fuerte que él y al que se divierte poniendo en ridículo. “Lo hicimos casi altruista, hacerlo de otra forma habría sido crear un matón”, precisó en 1968 Chuck Jones. El ejército, artistas deshumorados, damagogos y nazis conocerán qué significa ser víctima del conejo, una situación que también experimentarán los ficcionales Elmer Gruñón o Fudd, Yosemite Sam, Willie Coyote, Marvin el Marciano, Taz, Rocky y Mugsy, y, cuando se desmadraba en su desquicio, el Pato Lucas.

En 2002 fue nombrado por TV Guide como el dibujo animado más famoso de todos los tiempos, un honor que compartirá con la nave insignia de Disney: Mickey Mouse, mientras que el conejo es el mascarón de proa de la Warner Bros.

También se puede decir que fue una de las primeras víctimas de la corrección política. cuando el corto de 1944 Bugs Bunny Nips the Nips, fue retirado de la distribución a causa de los estereotipos xenófobos relacionados a los japoneses. También quedó en medio de una guerra comercial de los agricultores. La espinaca tenía a Popeye y la zanahoria a Bugs lo que motivó que huérfanas de modelos, las cámaras de productores del apio y el broccoli presionaron para que se regulen las apariciones de los vegetales y hortalizas en la pantalla de plata.

Su popularidad entre los soldados lo consagró como Marine honorario por el Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos y mascota de en muchos escuadrones de la Fuerza Aérea norteamericana.

Bugs también apareció en películas como ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Space Jam y Looney Tunes: Back in Action, ganó un Oscar al mejor corto animado en 1958, y logró que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos considere “culturalmente significativo” su parodia de El anillo del nibelungo de Richard Wagner por lo cual pasó ser el primer dibujo animado en integrar el registro nacional de películas.

En 1960, la cadena ABC lanzó The Bugs Bunny Show, que se mantuvo en la pantalla hasta la llegada del siglo XXI. También tuvo tiempo para dedicarse al Coyote: “El Coyote necesitaba comerse a un Correcaminos y el Correcaminos era un vivo que le hacía explotar todas las trampas a él. Y después el Coyote quedaba maltrecho y el Correcaminos disfrutaba de su viveza. ¿Cuál era el modelo a seguir? ¿El del Coyote que buscaba comida o el del Correcaminos que siempre era un vivo que lo pasaba por arriba?”.

Por lo general las épicas fundacionales suelen estar regidas por relatos donde los débiles se tornan fuertes al reconocerse como parte de una construcción mayor. Hoy, esos tiempos parecen haber caído en el olvido. Lo bueno es que muchas máscaras también.