Al rescate de la tradición oral


Los seres humanos somos a partir de las palabras. Es el lenguaje lo que nos constituye como personas, al tiempo que funciona como nuestro principal medio de expresión. La palabra hablada, que tiene el poder de diferenciarnos del resto de los animales ya que requiere capacidades cognitivas propias de nuestra especie para poder, en abstracto, atribuir sentido a los sonidos, resulta fundamental también para transmitir emociones.

Aunque la comunicación puede abrirse camino mediante señas, dibujos, miradas e incluso demostraciones afectivas, la palabra tiene el poder magnánimo de hacerlo en un pestañeo.

Es por eso que el movimiento de narradores y cuentistas se abre paso en la región con la palabra como “herramienta fundamental para conectar con el otro”, en una tarea en la que confluyen la actuación y la literatura pero, por sobre todas las cosas, el sentir propio.

Ya sea presentándose en escuelas, hospitales, geriátricos o festivales, los narradores han adquirido popularidad dentro de la cultura urbana, tanto para el público adulto como para los más chicos.

En Argentina existen cerca de 160 registrados en la “Red Internacional de Cuentacuentos (RIC)”, además de numerosos grupos que realizan este tipo de actividades, en general ad honorem y de forma solidaria.

“Sentarte a escuchar un cuento es, también para el que lo cuenta, evadirse de los problemas cotidianos”, afirma Mabel Cosenza, una narradora de Banfield que describe: “Nos metemos en otra realidad, en otros problemas, que de alguna forma estimulan la imaginación en los demás. Siempre el cuento encierra un mensaje afectivo”.

Según los “cuentacuentos”, tanto para narrar como para escuchar no hay edad, de manera que los vínculos que generan estos relatos son infinitos. Así, aunque se naturalice su poder, ellos saben reivindicar como nadie el gran peso y valor que tienen las palabras dentro de una sociedad.



La pasión por contar. Son siete mujeres que se reúnen bajo un mismo anhelo: hacer volar la imaginación de grandes y chicos solamente con el uso de la palabra. Dejarlas salir de su boca dándole un sentido interpretativo y llevarlas a lo más alto, empujando a sus escuchas a terrenos lejanos creados por autores célebres o desconocidos.

Conforman “Entrepalabras”, un grupo de narradoras de la región integrado por Natalia Arenas (periodista), María Isabel Giraldez (docente de secundario), Roxana Gómez (docente inicial), Adriana Molina (docente bibliotecaria), Cristina Rodríguez (docente de primaria), Betty Rubens (psicóloga) y Victoria Russo (ama de casa).

“En la narración encontré una síntesis de lo que a mí me gusta, que es el teatro y también la literatura”, comenta Arenas, quien rescata el hecho de recuperar “la tradición del boca en boca” que permite la narración oral.

“Es muy linda la experiencia, y remite a tiempos en los que no existía la escritura y se transmitían leyendas o mitos de forma oral”, sostiene y asegura que sus autores favoritos para narrar son latinoamericanos como Julio Cortázar, Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Manuel Mujica Lainez e Isabel Allende.

Arenas llegó al grupo gracias a su trabajo como periodista. “Hace dos años entrevisté a Liliana Bonel porque arrancaba con un taller de narración oral. Desde ahí me súper enganché, porque hice teatro por un tiempo y siempre me interesó todo lo relacionado a las artes escénicas”, destaca.

Bonel, a su vez, fue parte de la organización de un festival de narración que apunta a un público de todas las edades y se llama “Te doy mi palabra”.

“La actividad me llevó por delante a mí”, menciona la mujer, que se inició en 2001. “En Morón se hacía durante todo un mes un festival de artes escénicas y entonces Claudio Pansera, amigo y director del periódico de Artes Escénicas, me propuso la narración oral”, cuenta acerca de sus comienzos. En ese entonces, la idea fue llevar esta práctica a la Feria del Libro, así como también a instituciones sociales como escuelas y hospitales.

Así, se dirigió a la RIC con la propuesta de organizar un festival. “Vinieron narradores de todos lados de Argentina, que se pagaron su propio pasaje”, recuerda Bonel y destaca “la solidaridad entre cuentistas”. “Nos vamos ayudando mutuamente. Hoy tenemos festivales por todo el país”, destaca y afirma que “la narración es un proceso, primero individual”. “No es como un grupo de teatro, sino que sos vos sólo con tus palabras”, sostiene.

“El Sur Narra” es otro de los grupos de zona Sur y una de sus integrantes es Mabel Cosenza, que se especializa en el público adulto. “Soy docente jubilada, y mucho antes de jubilarme empecé con la narración oral”, advierte.

Arrancó a sus 40 años, cuando fue abuela por primera vez. En ese momento, decidió “crear un grupo de abuelos narradores”. “Se trata de aquellos que históricamente tienen la memoria del pueblo”, destaca.

“Desde siempre me gustaron los cuentos y las leyendas de los autores nacionales”, asegura Cosenza, que hace 11 años coordina su grupo de 32 narradores sociales.

“Creo que narrar es un modo de encontrarle sentido a las cosas que en realidad no tienen sentido, de comprender y explicar lo inexplicable, como por ejemplo sucede con las leyendas, y también de entretener”, reflexiona y enfatiza: “Somos narradores orales sociales porque lo hacemos completamente ad honorem. Vamos a geriátricos, escuelas o cualquier lugar donde nos llamen, siempre bajo la premisa de utilizar la palabra como una forma de abrazar con el cuento a la persona o al grupo al que nos dirigimos”.

Más dedicada a los cuentos infantiles, Verónica Álvarez Rivera tiene una cita semanal en el Hospital de Niños “Pedro de Elizalde” (ex Casa Cuna) con su grupo “Casa Cuna Cuenteros” (ver recuadro). “Por una inquietud artística comencé a escribir obras de teatro para chicos. Las puse en escena en teatros independientes, y eso me llevó también a presentarlas en los colegios”, relata Rivera.

Fue en ese momento que un editor le propuso publicar un “libro-álbum”, es decir “un libro con ilustración para complementar el relato”. “Me animé y lo presenté en la Feria del Libro”, cuenta.

Hay dos tipos de narradores: los que cuentan desde los libros y los que no utilizan un soporte escrito. “Yo me identifico con el que tiene el texto en las manos, lo lee hacia el público y lo comparte, incluso con ilustraciones”, sostiene Rivera.



El vínculo con el otro. Lo cierto es que, además de su amor por las palabras, esta pasión que manifiestan las narradoras tiene origen en la respuesta de su público. “La motivación más grande es el vínculo que se genera en la relación entre el espectador y el narrador, es algo gigante”, sostiene Bonel.

“No hay nada que te vincule más con el otro que la narración oral. Es un acto impresionante, impagable, porque no sólo permite aceptar al diferente, sino gozar de ello y aprender”, resalta la mujer oriunda de Banfield.

De igual manera, para Cosenza el “motor” que la impulsa a llevar adelante este oficio durante años es “la respuesta de aquel al que le estás contando”. “A mí me ha tocado contar a un grupo de chicos menores de edad privados de su libertad, que se negaron en un principio a escuchar y luego se engancharon en la narración”, señala y advierte que “en el espacio colectivo se generan muchas cosas”.

A su vez, subraya que “es interesante también que la gente luego investigue y se interiorice en los autores citados”, lo que hace que “se fomente la lectura”.

Desde su apreciación de espectadora, que fue en un principio, Arenas sostiene que ver y escuchar a los narradores es “cautivante”. “Es muy gratificante ver a los nenes cuando les contás una historia, el asombro, la sorpresa y todo lo que se puede llegar a generar”, destaca.

En su experiencia, Rivera valora que muchos de sus oyentes “descubrieron que, además de la televisión y la consola de videojuegos, existe otro entretenimiento que se puede usar y trasladar”. “Y, lo más importante: no se enchufa y aún así te lleva a un mundo de fantasía o ciencia ficción”, sostiene.

Y destaca que “leer y escuchar es crecer”. “Desarrolla la imaginación, y hacerlo desde la infancia facilita el lenguaje una vez adultos. Todo eso forma parte del proceso de narrativa, tan rico y tan disfrutable para mí”, resalta Rivera.

La tradición de la narración oral es ancestral y se remonta a tiempos de Homero, donde la épica griega fue la antecesora directa de la escritura. Hoy, en tiempos de computadoras y SMS que nos ametrallan de texto escrito, la palabra oral vuelve a emerger gracias a los narradores, un puente entre el libro y el lector que rescata y enaltece nuevamente el hábito de la oralidad.