El imperativo de la felicidad virtual


"Qué asco mi vida” publica Maxi en su muro de perfil de Facebook y sólo recibe dos tímidos likes. Al mismo tiempo, Ayelén cosecha más de cien pulgares arriba en el álbum de fotos de su luna de miel por Europa.

En los medios de comunicación existe la premisa de que la tragedia siempre vende más. Sin embargo, en las redes sociales parecieran tener mejor recepción las noticias positivas, ya que ¿a quién le gusta amargarse con publicaciones pesimistas y negativas?

Esta tendencia, de hecho, encontró soporte científico cuando el año pasado salió a la luz que un grupo de ingenieros de Facebook manipuló y analizó unos 689.000 perfiles con el objetivo de investigar el impacto emocional que generan las redes sociales en las personas.

Divididos en dos grupos, se ajustó el algoritmo de visualización para que ciertos usuarios vieran noticias positivas y otros visualizaran sólo las negativas. El estudio reveló que quienes tuvieron una reducción de actualizaciones optimistas tendían a generar menos publicaciones positivas y más posts negativos. ¿Pero hasta dónde se puede tomar con veracidad lo que se expresa en la web?

“Selfies, Instagram, Facebook, sonrisas, torsos trabajados, cuerpos dorados, más sonrisas, besos, playa, ¿esto es acaso la felicidad? ¿Qué se intenta hacer con este exhibicionismo reiterado? ¿Es competencia? ¿Es despertar envidia? ¿Es pura vanidad?”, cuestiona Adriana Guraieb, psicóloga de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Y advierte: “La tendencia actual es disfrazar, enmascarar la tristeza, el paso del tiempo. Algunos le llaman felicidad virtual, pero la felicidad es algo serio. Quizás podríamos hablar de ‘narcisismo social’”.

Un estudio de la Universidad de Michigan afirma lo contrario: que observar la “vida ideal” de otros provoca frustración.

La investigación fue realizada sobre un grupo de 82 jóvenes adultos y usuarios activos de Facebook. Durante dos semanas, se le enviaron cinco mensajes de texto diarios a cada participante con preguntas relacionadas con su bienestar. ¿Los resultados? Cuanto más tiempo pasaban en Facebook, peor era su nivel de satisfacción personal.

Entonces, ¿hasta donde es verdadera esa “felicidad” expuesta on line? ¿Las redes nos permiten construir y mostrar una imagen de nosotros mismos que muchas veces no coincide con lo que verdaderamente somos? ¿Mostramos lo que somos o lo que quisiéramos ser? La tendencia de la “felicidad virtual”, al menos frente a la mirada de los otros…



“Soy feliz”. Vivimos inmersos en la era de la inmediatez y la imagen. “Mostrarse” parece ser la premisa básica. Y las redes virtuales ofrecen la oportunidad perfecta: podemos exhibir nuestro historial profesional en páginas como Linkedin, hacer comentarios mordaces o ser primeros en difundir información a través de Twitter o mostrar nuestra vida por completo a través de Facebook.

En ese marco, ¿cotiza exponer una imagen triste u opacada de nosotros mismos? Si la respuesta es negativa, entonces ¿eso amerita el ‘esfuerzo constante’ de mantener un perfil cien por ciento optimista? ¿Existe el fenómeno de la felicidad artificial o virtual?

La psicóloga miembro de la APA Diana Sahovaler sostiene: “Es lo que hacemos siempre, con Facebook o sin Facebook. El ser humano busca dar una imagen al otro”. “Lo que buscamos es ser queridos, aceptados, porque dependemos de la mirada del otro. Entonces, uno da una imagen que, a veces, no responde a lo que uno es. Y las redes sociales colaboran”, señala.

“Si te metés en Facebook, en general lo que se muestra son fotos de parejas de novios, de vacaciones, del auto nuevo. Puede ser que una persona se comunique cuando esté triste o fracasó en algo, pero lo más frecuente es que se busque dar una imagen de éxito y responder a los ideales de la época”, sostiene.

En concordancia, Guraieb considera: “Parece que poco importara armar un vínculo o una relación. Lo que importa hoy es seducir, mostrar y mostrarse, agradar y agradarse, llamar la atención y estar centrados en la propia imagen. Es un nuevo momento en la cultura de consumo y consiste en estas alegrías efímeras”.

Según ella, el fenómeno puede describirse como una especie de “narcisismo social o colectivo”, al tiempo que se pregunta: “¿es obligatorio ser feliz todo el tiempo?”.

“La felicidad es posible y necesaria. Aunque los múltiples problemas que aquejan a la humanidad muchas veces nos debiliten, siempre está a nuestro alcance generar sentimientos genuinos, positivos, alegrarnos por nuestros logros y los de nuestras personas cercanas, tener entusiasmo en el proyecto que emprendamos, pero ello nada tiene que ver con la felicidad virtual”, afirma Guraieb.

Por su parte, el sociólogo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) Osvaldo Gagliardo menciona que el gran artífice del debate es el sistema de producción industrial, que “siempre prometió satisfacer necesidades”. “Pero eso no lo puede cumplir. Al contrario, necesita generar la insatisfacción para relanzar el consumo”, asume y vuelca una premisa básica, casi en analogía conceptual con la teoría del “deseo” freudiana.

“El sujeto está cada vez más insatisfecho y disconforme porque la realidad se le hace cada vez más difícil. En ese marco, se ve obligado a comprar como un bien más una supuesta felicidad que tiene que inventar. La tiene que construir y, por eso, accede a las redes sociales para poder inventarse, creerse y exportar un sujeto feliz en un perfil de Facebook o venderse en uno de LinkedIn”, explica Gagliardo.



El mundo virtual. Desde la década del ‘50, en la que se popularizó el uso de la televisión, el ser humano se sumergió cada vez más en el consumo de lo audiovisual y de la comodidad de la pantalla como nexo con el mundo real. En ese sentido, los especialistas retoman la discusión sobre la “espectacularización” que producen los medios.

“Desde el primer televisor hasta la invención del celular con Internet, todo eso produce la espectacularización de la vida y, poco a poco, la virtualidad se impone a la realidad”, describe Gagliardo. “Todo ciudadano del mundo occidental construye su idea de la realidad en base a la virtualidad que le proponen los medios masivos de información. Y, ya acostumbrados a lo virtual, se compran estilos de vida, se los arma en Facebook y en tres meses se los cambia, para pasar a ser otras personas, a lo que supuestamente se aspira”, relata.

Y compara el fenómeno con el de las “cirugías estéticas y los tatuajes”. “Uno permanentemente va comprando cosas que le generan una satisfacción instantánea y virtual”, apunta el sociólogo y considera que “la felicidad se convirtió en un producto de consumo”. “Uno puede comprar felicidad, organizar ese personaje feliz y vivenciarlo en el mundo de la virtualidad”, sostiene.

Guraieb, en tanto, plantea: “Pareciera que la satisfacción inmediata de ver nuestra imagen brillando en la pantalla alcanzara para autoconvencernos de que estamos bien, y yo me pregunto ¿no será poco?”.

Por su parte, Sahovaler insiste en que “siempre socialmente se aparentó” y que la diferencia con otros tiempos es que “ahora eso está facilitado”. “No todo es en un sentido negativo. Las redes sociales sirven para conectar, para comunicar, pero además facilitan la construcción de la imagen”, afirma la miembro de APA.

“Como las características de las redes sociales muchas veces son la distancia y el anonimato, eso permite el disfraz, que la persona cree una imagen y pueda disfrazarse a su gusto. Facilita la expresión, tanto de una sinceridad muy grande que a veces no se da cuando uno está cara a cara, como también de la total mentira y de crear un personaje”, manifiesta.

El consultor y capacitador en Marketing Online especializado en redes sociales Martín Fuchinecco coincide en que “Facebook permite construir una imagen completa, sea falsa o no”. “No hay tampoco una forma de validar si los contenidos que uno sube son reales o no, a menos que uno pertenezca al círculo íntimo de amigos, donde se relaciona en la vida real, la cual es siempre más pobre proporcionalmente a la cantidad de ‘amigos’ que se pueden llegar a tener en redes sociales”, explica.

Y considera que el fenómeno “es un reflejo de la sociedad”. “Todo pasa por la imagen o por el aspecto exterior”, sostiene. No obstante, pronostica un cambio al advertir que “las aplicaciones futuras que van a crecer más son las que cuidan más la privacidad”.

Señala, en ese sentido, el ejemplo de “Snapchat” (ver recuadro), la aplicación que sirve para enviar fotos y mensajes que se autodestruyen luego de 10 segundos. Allí, la comunicación “pasa a ser algo más real o más parecido a una charla, donde no hay un soporte registrando lo que está pasando”.

“Creo que el paradigma de la comunicación va a virar hacia ese lado”, vaticina Fuchinecco y apunta que “las aplicaciones como Facebook ya sobresaturaron la red”.

Aunque este tipo de aplicaciones pueda ser un instrumento en la búsqueda de más privacidad en el futuro, actualmente el grueso de las personas parecen cómodas con la sobreexposición y la exaltación de la vida cotidiana. Es que hoy pareciera que no se necesitaría ser feliz, sólo con mostrarlo y hacerlo saber es suficiente.