Para cerrar la herida...


"A mí me faltaban 74 días de mi vida, que son los que ese joven Walter de 19 años estuvo allá en Malvinas. Me faltaba ese muchacho, al que fui a buscar y traje de vuelta. La vida quiso que regrese y acá estoy, para lo que venga.” Walter Rubíes es veterano de guerra de Esteban Echeverría y uno de los tantos ex combatientes que se animó al desafío de regresar a las Islas. Viajó en mayo del año pasado y, al igual que muchos de sus compañeros, lo empujó una sola idea: cerrar la herida.

“El que va a la guerra no vuelve, nadie vuelve. Algunos no vuelven físicamente y, los que volvemos físicamente, no volvemos espiritualmente completos. Parte de nuestro ser, queda en la guerra. Por eso es que yo fui a buscar a esa persona de 19 años, y la encontré. Me encontré conmigo mismo, me completé”, sostiene, y su relato emociona.

En Malvinas murieron 649 soldados argentinos, más de la mitad en el hundimiento del crucero General Belgrano. Lo cierto es que muchos otros, de los que no hay cálculos, también partieron una vez terminada la guerra: la “desmalvinización” provocada por una parte de la sociedad que optó por darles la espalda a los soldados y el dolor de las cruces blancas que quedaron en el gélido archipiélago llevaron a que muchos se suicidaran.

Si la herida sigue abierta en la memoria del pueblo argentino, ¿qué queda para los que la padecieron en carne propia, con el hambre, el frío y los estruendos aún resonando en sus cabezas? ¿Cómo sanar el daño?

Hoy los “chicos de la guerra” superan los 50 años y muchos de ellos decidieron que lo mejor era “volver”. No como simple travesía, sino como una forma valiente de cerrar el círculo. En terreno austral, los ex combatientes se reencuentran con esos jovencitos que dejaron sus hogares en 1982 y comparten las sensaciones con sus pares. Suelen toparse con vestigios de la guerra, como botas o esquirlas, y hasta las posiciones que ocuparon durante el combate, intactas.

“Espiritualmente, una vez al día siempre volvía a Malvinas, con la mente. En invierno más, porque te pega el frío en la cara y te hace recordar cosas. Esta vez fue volver de cuerpo entero, después de treinta años. Fue muy duro, es jodido volver, recordar, pero es lo que necesitaba para cerrar una historia”, admite Luis Orellana, veterano de Lanús.



La necesidad de volver.Los veteranos de la Comisión de Enlace de Lomas de Zamora fueron los primeros de la región en regresar a Malvinas. Fue en 2007, cuando viajaron dos de ellos. En 2010 se animó uno más y finalmente el de noviembre de 2013 fue el viaje más completo, con once ex combatientes.

En Esteban Echeverría, hicieron lo propio tres veteranos y este año volverán cuatro más en septiembre.

Por el lado de Lanús, fueron veinte en total los que le pusieron el pecho a la experiencia de volver. En una de esas camadas viajó Orellana. “Todo está tal cual quedó. La parrillita en donde calentábamos el agua para tomar mates o café estaba ahí, 30 años después, tapada por el pasto, pero en el mismo lugar. Fue algo electrizante”, cuenta a Info Región.

Y aquí coinciden todos. El primer impulso fue el de llorar: “Es algo que no podés contener. Recorrer todo el lugar y las posiciones en que uno vivió con 18 años, la verdad es que es muy fuerte”.

Un compañero suyo que lo acompañó en el viaje fue herido en combate y, según cuenta Orellana, “llegó al lugar donde le ocurrió, se sentó en una piedra y apoyó su mano”. “De pronto sintió algo cálido, como si la sangre estuviera nuevamente corriéndole por ahí, porque su mente se había remontado años atrás, y en esa piedra, hoy todavía estaban las marcas de ese momento”, asegura.

Uno de los veteranos de Lomas de Zamora que viajó en 2013 fue Walter García. “Hacía rato quería ir, pero faltaba la excusa”, advierte y sostiene que la encontró en la intención de Juan Carlos Peralta, otro compañero, de cumplir sus 50 años en las Islas Malvinas.

“Hicimos toda la movida para llegar en esa fecha, para que el 16 de noviembre de 2013 él cumpliera sus 50 años ahí. Tuvimos la suerte de tener total libertad de movernos por toda la Isla sin problemas ni horarios”, marca García.

“La verdad es que fue muy emocionante. Todos los compañeros que fuimos teníamos una posición en Malvinas, entonces fuimos a recordar lo que cada uno vivió. Porque a pesar de que muchos eran de la misma compañía, al estar en distintas posiciones y lugares, cada uno vivió una cosa distinta”, explica.

Aunque con diferentes pesares y sentimientos, en el archipiélago lo que más duele es reencontrarse con aquellos que aún descansan en suelo austral. “Lo más emotivo fue cuando fuimos al cementerio y desplegamos una bandera. Hicimos un minuto de silencio por los caídos y recordamos un montón de cosas”, menciona García.

El 10 de mayo de 2014 arribaron a Malvinas los ex combatientes de Esteban Echeverría, entre ellos Rubies. “Fui porque en ese lugar había quedado Walter de 19 años, creo que algo enojado por la situación. El Walter de 51 años fue a preguntarle si fui digno de haberme salvado y no ser una de esas cruces, y creo que sí lo fui”, reflexiona Rubies y describe: “Tengo una familia hermosa, una mujer que amo y me ama, dos nietos extraordinarios, y creo que la vida me premió, dado que en la posguerra hice las cosas bien y llevé adelante una vida muy digna”.

Y, como el resto, asegura que la vuelta a Malvinas fue como purgarse de ese dolor que llevaba a cuestas. “Me hizo muy feliz haber podido cerrar un montón de cosas, heridas, aunque las marcas queden. Las cosas ya no duelen tanto como dolían antes, los hechos no molestan como antes y eso te abre las puertas para ser más feliz”, sostiene.

“Uno cuando está allá no puede ser consciente de todo el cambio que se está generando dentro suyo, es recién acá que se nota”, sostiene Rubíes y resalta: “No tengo más pesadillas de esas que tenía todas las noches”.



El recuerdo siempre vivo.Aunque recién en estos años decidieran regresar, los veteranos coinciden en que, a pesar del paso del tiempo, ellos nunca se fueron de la guerra. Los recuerdos que los marcaron a fuego durante 33 años son imborrables y los acompañaron al momento de rearmar sus vidas.

“A mi posición yo la veía destruida, como está ahora, pero también en mi cabeza la veía intacta”, resalta Orellana y añade: “Ahora tengo hijos de la edad que tenía yo cuando estaba ahí, y en Malvinas pensaba ‘acá estuvo un chico’”.

“El que nunca estuvo en las Islas y va, ve montañas; en cambio el que estuvo y vuelve, ve montañas y ve un montón de cosas más, de movimientos que siguen estando en la mente”, asegura.

Lo cierto es que, a ese duro proceso, se sumó la llamada “desmalvinización”. “Después de la guerra estuvimos casi 30 años peleando desde acá para recuperar la vía diplomática. Cuando llegamos decían que éramos los ‘chicos de la guerra’ y nos dejaron a un lado, y peleamos mucho”, sostiene García y da cuenta de los conflictos al momento de “buscar trabajo, armar una familia y lograr una estabilidad laboral y económica”.

“El viaje de vuelta a las Islas lo pagamos con mucho esfuerzo y sacrificio. Son muchas cosas que se te cruzan, una cosa es ir con 19 años. Hoy somos padres, muchos abuelos y tenemos una familia que espera preocupada ver cómo volvés”, advierte.

Por su parte, Rubies remarca lo difícil que es “poner en palabras lo vivido”. “Fui al psiquiatra y al psicólogo durante los últimos 30 años. Tomaba pastillas para dormir y por la ansiedad, y cuando volví de Malvinas dejé todo eso”, admite.

“El sobreviviente de una guerra, que estuvo en combate, en medio de los tiros, muchas veces se plantea por qué volvió él y sus compañeros no. Creo que cerrar el círculo de la guerra después de 33 años es un poco eso, convencerse o darse cuenta de que fuimos dignos de habernos salvado”, resalta Rubies.

Aunque el recuerdo se mantuvo siempre fresco y condicionó sus vidas, volver a pisar el escenario del horror le puso un cierre a la dura procesión de la guerra. Un desahogo y un llanto inevitables fueron necesarios para poder dejar atrás a esos chicos desgarbados que ya nunca volverían a ser los mismos que antes de Malvinas.