Una victrola de 1912 sobre una cómoda de estilo provenzal y, a su lado, un winco “más moderno” que raspa un vinilo multicolor de “Alta tensión”, emblemática banda beat de principios de los ‘70. Lámparas de opalina y sillones estilo Luis XV se confunden con veladores quinqué y sillas escandinavas de los ‘60, mientras que el péndulo de un viejo reloj alemán de pared anuncia el mediodía con sus doce campanadas. Con el estruendo parecen derrumbarse las latas ojo de buey apiladas en un viejo exhibidor de almacén. Las hay de los clásicos alfajorcitos Fantoche, tostadas Riera y las tan preciadas -y por ende más costosas- de Terrabusi.
El boom por lo retro, que incluye desde artículos antiguos de la vida doméstica -como lecheros, escupideras o viejas máquinas de coser Singer- hasta grandes muebles de roble y sillones victorianos, ha proliferado en la región. Conocidos como mercados de pulgas o de antigüedades, parecen camuflarse en la ciudad.
En medio de avenidas en las que el tiempo parece avanzar sin detenerse, son varios los locales que invitan, una vez en su interior, a retroceder en el calendario. Años, lustros, décadas e incluso siglos.
Cada objeto tiene su historia, y por más que sea necesario establecer un precio para el intercambio, poseen un valor simbólico impagable. “Lo especial de este rubro es que todo lo que se vende es único, y por ende tiene un valor simbólico. Mucha gente, dentro de este ‘auge retro’, no es del todo consciente de lo que estos objetos pueden representar. Cada cosa tiene un valor capital, económico, pero también otro muy valioso, que es el que da cuenta de la historia, de la vida en otras épocas”, resalta Valeria, encargada junto a su papá del local “Padre e Hija”, ubicado sobre la calle Macías, en Adrogué.
Hay quienes opinan que el fenómeno forma parte de una moda generalizada, aunque son muchos los que también dan cuenta de que los objetos retro son “convenientes” en cuanto a precio y calidad. ¿Se trata de una mera convención pasajera de lo que es “cool” o hay una verdadera expansión del mercado de la reutilización?
La pasión por lo antiguo. “Eso se vende”, “Ese mueble capaz no, quizás se quede en casa”. Es que quienes están a cargo de los emprendimientos de venta de antigüedades también son verdaderos apasionados por lo retro. Visitan remates, recorren pueblos y van siempre atentos a “las baratijas” o muebles en desuso que, con un trabajo de restauración -también hecho por ellos mismos- pueden transformarse en una verdadera reliquia.
Mientras que su esposo consigue los bellos artículos y muebles que exponen en el negocio, Clarisa Paradel es quien se encarga de la venta al público en “Antigüedades y más”, sobre la avenida Alsina, en Lomas de Zamora.
“Empezó como un proyecto y ahora es gran parte de nuestras vidas”, comenta la mujer, quien asegura que le “encanta” su trabajo en el local. Sin embargo, admite que lo que más le gusta es el “detrás de escena”: el proceso que lleva cada objeto antes de ser puesto a la venta. “Muchas veces, las cosas llegan en un estado que parece sin arreglo. Pero después de una restauración, vemos cómo se van y es hermoso”, menciona.
“Hacemos como cirugías estéticas, porque conservamos la esencia de los objetos, pero éstos se venden mucho mejor parados. Conservan su estilo y también el amor que le ponemos al trabajo. Cada cosa que vendemos es única, por eso sabemos que cuando se vende, no va a volver algo parecido”, expresa Clarisa y coincide en que las cosas “tienen un valor económico, pero también uno sentimental”.
Hace cuatro años se instaló “El Cachimbo” sobre la avenida Fair, en Monte Grande. Todo comenzó cuando su dueño, Emiliano Del Mont, sufrió un episodio cardíaco y el médico le recomendó dejar la oficina para “hacer algo más artesanal”.
“Ahí me agarró la pasión por ir a remates, comprar cosas, arreglarlas, cambiarlas, a veces modernizarlas o restaurarles su valor original. Se transformó en una adicción, uno comienza con un artículo y sigue con otro”, señala el hombre y describe: “El mundo de las antigüedades es muy interesante. Hay cosas de todas las épocas, y todo el tiempo se va renovando el mercado. Tratamos de reinventar artículos decorativos, sin dejar de lado los objetos lógicos y clásicos, que son de la línea inglesa y francesa”.
Y advierte que los que se dedican, como él, deben ser admiradores del rubro. “Si no te gusta, no lo podés hacer. No es solamente comercializar, hay que estudiar la historia de los objetos, tanto para saber qué adquirir como para venderlo bien. Conocer los estilos y tipos de decoración a lo largo de la historia, uno tiene que estar preparado”, sostiene.
“Donde la herencia se transforma en legado”, es el eslogan que invita a ingresar al local “Padre e Hija”, de Adrogué. Allí, Mike Quercia y su hija Valeria llevan adelante el negocio desde hace seis años.
“Me crié entre muebles, lo que para algunos pueda parecer algo exótico o llamativo, para mí forma parte de una rutina cotidiana. Todo empezó hace varios años, cuando mi papá comenzó a dedicarse a la compra-venta. Luego, con mucho esfuerzo logramos poner el negocio”, relata Valeria a Info Región.
“Se aprende todo el tiempo y no podríamos dedicarle tiempo y ganas si no lo hiciéramos con cariño. Es un viaje, que implica recorrer otros lugares, y otros tiempos. Entrar al local, con todas las cosas que tenemos, de distintas épocas, es como ir a una biblioteca del pasado. Amamos lo que hacemos”, afirma Valeria.
“Reina Mía” está dando sus primeros pasos. Lleva un año de vida en Monte Grande y es manejado por Romina Capalbo, diseñadora gráfica, y Raquel Martínez, maestra jardinera.
“Siempre nos gustaron las antigüedades”, aseguran, aunque en su caso también se propusieron “darle para adelante” con el diseño, el arte y la creatividad. “Lo que hacemos es agregarle a las cosas un toque más personalizado. Meter manos a la obra y hacer del objeto algo único, para que no sea una antigüedad más. Siempre intervenimos mediante trabajo artesanal, lo que da como resultado algo bello y único”, apunta Romina y argumenta que “lo que se diseña ahora es muy frío”.
Un nuevo mercado. Agustina tiene 26 años y le gusta “decorar” con antigüedades. Con ese objetivo entra en el local de Lomas. “Me gusta adornar con cosas antiguas porque, si bien forma parte de una ‘moda’, se trata de objetos que tienen la capacidad de embellecer los ambientes. Hoy se perdió la línea entre lo viejo y lo nuevo, todo se transforma”, opina.
Mientras Paradel, atenta a la escucha, sostiene que “el estilo ecléctico” combina lo antiguo con lo moderno. “Lo que pasa es que los muebles antiguos tienen movimiento y las cosas modernas están compuestas por líneas rectas. Entonces, se mezclan y se corta lo recto del mueble moderno con el diseño del mueble antiguo. El resultado es algo ni tan sobrio ni tan ruidoso, ni cuadrado ni igual”, considera la mujer.
Según Emiliano Del Mont, de “El Cachimbo”, el boom por lo retro “se da en la gente joven”. “También hay una cuestión de economía, ya que lo usado, aunque sea restaurado, termina siendo más barato y de mejor calidad. El mueble nuevo no tiene maderas nobles, y si tiene igual valor un mueble de algarrobo que uno viejo de roble, no hay ni que pensarlo”, sostiene.
Su local cuenta con más de 300 vinilos. Desde Parchís hasta Julio Sosa, aunque “hay un mercado limitado”. “Se buscan los clásicos como Beatles o Creedence”, sostiene.
Y asegura que a su negocio ha llegado “gente de todas partes, y personas que uno ni se imagina”. “Una vez vinieron Natalia Oreiro y Ricardo Mollo, también el DT Miguel Ángel Russo, que llegó con su esposa y compró una cómoda, y el loco Gustavo Cordera. Pasa gente todo el tiempo. Siempre es una aventura”, cuenta.
Por su parte, Romina y Raquel coinciden en que el público más frecuente es el de “la gente joven que decide decorar su casa”. “Muchas veces se buscan cosas para departamentos, que suelen ser lugares más reducidos, y los muebles de antes en ese sentido tienen mucha funcionalidad”, destacan.
En “Padre e Hija”, la clientela “viene, mira, charla, se toma su tiempo, se rompe esa idea de rapidez o de que todo el mundo está apurado”, apunta Valeria Quercia.
En cuanto a los productos más solicitados, sostiene que “depende del contexto y de la época del año”. “En verano se venden muchos muebles de exterior. En invierno, en tanto, muchas cosas de época, arañas, juegos de comedor”, resalta.
Y mientras Valeria responde la pregunta de Info Región, Juan, de unos 50 años, ingresa al negocio para conocer el precio de un escritorio, aunque luego se retira sabiendo el valor de unas cuantas cosas más. “Uno cuando entra acá se termina olvidando de lo que viene a buscar. Vi una silla que me gustó para acompañar el escritorio, por eso pedí las medidas”, menciona a este medio.
“¡Mirá! ¿Qué es esto? Un mueble con puertas corredizas, está precioso. Anotame esto también, querida, sacame las medidas y poneme el precio”, le pide el hombre a la vendedora. Retoma la charla con Info Región y, aún encandilado por el objeto, admite: “¿Ves lo que digo? Uno se olvida, porque se encuentra con muchas cosas lindas”.