Entre la vocación y la pérdida de prestigio


Si un doctor, un abogado o un dentista tuviera a 25 personas o más en su oficina a la vez, todas con diferentes necesidades, y algunas que no quieren estar allí, y el doctor, abogado o dentista, sin ayuda, tuviera que tratarlos a todos con excelencia profesional durante 10 meses, entonces podrían tener una idea de lo que es el trabajo del docente en el aula”, resume Kathy A. Megyeri en su libro “Chocolate caliente para el alma de los maestros”, que recopila relatos de docentes, consejeros y ex estudiantes.

Aunque el ejercicio de la profesión nunca fue sencillo, en la actualidad los docentes argentinos se topan con varias problemáticas. Si bien el objetivo principal sigue siendo enseñar a despejar la X o dar cuenta de lo sucedido en Mayo de 1810, sobre la espalda de los maestros pesan muchas otras tareas: enseñar valores y, de un tiempo a esta parte, brindar mayor contención emocional y psicológica a sus alumnos.

Asimismo, debe balancearse entre la excelencia académica y el sueldo ajustado. Entre la mirada atenta de ciertos padres y los problemas de rendimiento de algunos alumnos.

En ese marco, son varios los conflictos que dan cuenta de un deterioro en la jerarquía social de los docentes: salarios que no alcanzan, horas repartidas en diferentes instituciones y el desprestigio social producto de la gremialización y la falta de formación superior.

“Se hace a los docentes responsables principales del fracaso educativo argentino. La opinión pública los cuestiona. La representación social instalada del docente es descalificante y negativa. Pasó de ser una profesión prestigiosa a estar socialmente desvalorizada porque le caen muchas estigmatizaciones que no siempre le caben, como la gremialización, la desmotivación, el hecho de que no estén actualizados o se vean desmoralizados por la pérdida de autoridad”, precisa el presidente de la Academia Nacional de Educación (ANE), Pedro Barcia.

A pesar de estas situaciones estresantes, la matrícula en los institutos de formación docente creció cerca del 30 por ciento desde 2008, según datos del Ministerio de Educación. En 2013, por ejemplo, cursaron 392.000 estudiantes en los profesorados de nivel inicial, primario y secundario; mientras que cinco años antes el número era de 298.435.

En este marco, ¿cuál es el lugar que ocupan en el sistema educativo?



La figura del docente en la sociedad. La idea generalizada de que “la escuela está en crisis” se mantiene desde hace años e inspira a preguntarse: ¿Qué rol le cabe al docente dentro de este imaginario colectivo?

“Hoy ya no está vigente esa figura de autoridad que tenía el maestro en la década del 60, por ejemplo. Hoy la docencia no es una profesión muy valorada en el imaginario de la gente, o que esté relacionada con el prestigio”, reflexiona Alejandra Paz, directora de Formación Continua Docente en el Ministerio de Educación bonaerense y responsable de la cátedra “Fundamentos del Aprendizaje” en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).

“Hay una visión muy crítica. Frases vinculadas a los meses de vacaciones o a que cobran todo el año, etc. Esto ocurre porque hay un lugar donde los gremios ponen a los docentes, que tienden a desprestigiarlos”, añade.

Los docentes en la provincia de Buenos Aires son cerca de 300.000, siendo la actividad que cuenta con mayor cantidad de profesionales. “Creo que cuando se piensa en el docente de hoy se lo sigue asociando al de la década del ‘90, que tuvo que hacerse cargo de ciertas falencias o ausencias del Estado y me parece que hoy por hoy la realidad es otra”, opina Paz en diálogo con Info Región.

Explica, en ese sentido, que “en este momento, con la educación obligatoria, los chicos están en las escuelas y cada vez más la demanda del docente está ligada a enseñar en el sentido genuino que tiene la escuela”.

Para la profesora de la Universidad Pedagógica y titular de la cátedra “Didáctica I” en la Facultad de Sociales de la UNLZ, Sofía Spanarelli, la docencia también “está desvalorizada”.

No obstante, sostiene que tal evaluación varía de acuerdo a la clase social, ya que “todavía para muchos sectores, el maestro o profesor sigue siendo un actor sumamente importante para la comunidad en la que trabaja”. “Especialmente si estos docentes tienen una actitud comprometida socialmente. Es decir, cumplen una función que trasciende el dar clases y se comprometen con proyectos sociales, locales, al tiempo que se implican en la realidad de sus alumnos, de las familias y la comunidad en la que trabajan”, sostiene.

Tras 25 años de ejercicio docente, Elsa Gauna asegura que la profesión “está muy desvirtuada”. “Cuando yo comencé la palabra del docente valía. Teníamos el apoyo de las familias. Hoy en día no tenemos autoridad frente a los alumnos, y más aún en escuelas donde los directivos no apoyan la tarea docente por temor a las familias”, señala.

“Da bronca que digan que trabajamos poco tiempo, porque nadie sabe la responsabilidad que es tener 30 chicos o más a cargo, velar por ellos y encima llevarte montón de trabajo a tu casa”, expresa Gauna, aunque destaca que “la balanza se inclina por lo positivo ante el reconocimiento de algunos padres, el aprendizaje de los chicos y el cariño que brindan”.



El pilar de la formación.Uno de los puntos que acapara el centro de la mira en la actividad docente es el de la formación y la excelencia académica.

Si tomamos el caso de un país desarrollado, en Finlandia, por ejemplo, para ser docente hay que estar entre el 10 por ciento de los mejores alumnos de la escuela secundaria; mientras que en Corea, entre el 5 por ciento de los más destacados. Incluso de este lado del mundo, casos como el de Ecuador (ver “Puntaje para ser maestro”) dan cuenta de la necesidad de jerarquizar al docente ¿Cómo es la situación en Argentina?

La formación docente que se dicta en los institutos terciarios pasó de tres años y medio a cuatro años y medio, según marca Alejandra Paz. Considera, asimismo, que “hay que intensificar la formación del docente en relación con un mayor acercamiento a los niveles para los cuales se va a desempeñar”. “Es decir, un profesor que se forma para la educación secundaria debe profundizar no sólo el conocimiento disciplinar, científico, sino también didáctico”, opina.

En ese marco, Barcia reconoce que “la insatisfacción respecto del nivel de la formación de los docentes es generalizada”. “A una pobre formación inicial, salvo excepciones, se le suman esfuerzos improvisados, incompletos o insuficientes a lo largo de los años para reforzar la formación continua o en servicio mediante conferencias, cursos, jornadas que llamamos de capacitación, actualización y perfeccionamiento”, indica.

No obstante, para él, la profesionalización se logra “concertando muchos aspectos que se articulan: un exigente examen de ingreso, docentes de excelencia, especializados y actualizados, planes de estudio integrales y flexibles, planteles de tutores con dominio de su labor, directivos realistas e innovadores, sistemas de evaluación de logros y procesos en todos los niveles y aplicables a todos los partícipes de la tarea en común, y un sistema de becas para los menos pudientes con talento natural”.

Además, el titular de la ANE menciona que en la realidad educativa argentina hoy se da una manifiesta paradoja: existen más de 1.260 Institutos de Formación Docente en todo el país y escasean los maestros de Escuela primaria.

Es que, según el doctor en Letras, “se han reducido sensiblemente los aspirantes a la docencia por muchas razones conjugadas: bajos salarios, desprestigio de la imagen social del maestro, desconsideraciones de los padres para con ellos, etc”.

Cuando Elsa Gauna decidió estudiar Magisterio, lo hizo como una salida laboral rápida, ya que no tenía decidido qué carrera seguir, pero sí quería empezar a trabajar. “La enseñanza fue muy buena, ya que las prácticas en ese momento fueron en escuelas de la villa, en una zona muy carenciada, y ahí se podían ver situaciones que quizás no se veían en otras escuelas”, sostiene.

Su hija, Rocío Cobas, tiene 22 años y sigue su mismo camino: acaba de recibirse de maestra de primaria. En su opinión, el proceso de formación “fue bueno, pero le faltan cosas esenciales a los profesorados”. “Por ejemplo, sería interesante que enseñen primeros auxilios, porque si le pasa algo a algún nene no sabes cómo actuar”, apunta.



Revalorizar la profesión. De la misma manera en que exigen excelencia académica, los países más avanzados apuntan constantemente a jerarquizar y reconocer el esfuerzo de los docentes. Volviendo a poner el eje en el sistema finlandés, allí los educadores ganan un sueldo similar o superior al de cualquier otro graduado universitario. ¿Se pueden aplicar las mismas medidas en Argentina?

“Quizás el sueldo debería ser remunerativo de acuerdo a la capacitación, ya que hay docentes que están hace muchos años en el sistema y nunca se capacitaron en nada”, aventura Elsa Gauna.

Mientras tanto, su hija Rocío está pensando en “ampliar conocimientos en otras áreas”. “El sueldo es bajo y no me alcanzaría de tener familia en un futuro. Además de que es agotador y uno no se desliga nunca del trabajo: planificaciones, correcciones, informes, boletines”, cuenta.

Barcia, en tanto, explica esta situación a partir del “desastre económico” ocurrido a comienzos del nuevo milenio. “Los docentes debieron aumentar sus puestos de trabajo, con la natural caída de rendimiento en su enseñanza. El ‘profesor-taxi’ nace entonces como una necesidad de asegurarse la subsistencia: permanece lo indispensable en el aula, no participa de reuniones de colegas, ni de grupos de planificación ni de trabajo en equipo, no tiene la escuela como sede y asiento, sino como lugar de pasaje”, describe.

Al mismo tiempo, comienzan a surgir las suspensiones de clases y huelgas docentes en el marco de reclamos salariales. “Se genera también un círculo vicioso: la mala imagen socioeconómica de la docencia aleja de la aspiración a la carrera a buenos candidatos. Y acerca a los que sólo ven una salida laboral y un plan y una promoción social”, advierte.

De esta manera, sostiene que “las estimaciones de los gobiernos respecto de los docentes cambian”. “Pasan de verlos como místicos con una vocación y misión nobilísima -en especial cuando se le piden mayores esfuerzos sin aumento de sueldo-, a convertirlos en un ‘trabajador de la educación’, cual cabinero de autopista que sube y baja la barrera”, critica.

Pero el docente no es un asalariado más. Se trata de personas a las que cada familia les confían a sus hijos durante 720 horas por año, a lo largo de 14 años. De hecho, es factible que ellos pasen más tiempo con los chicos que sus propios padres. Un dato crudo pero válido, al menos para reflexionar.