Con la mente y el espíritu libres


Mientras Lucía se pinta los labios color carmesí, Angelina se prueba collares de colores que aprendió a fabricar en el curso de artesanías. No le dan tregua a la verborragia y, en diálogo con Info Región, cuentan las circunstancias que las empujaron a traspasar el débil umbral de lo que se conoce como “cordura” para cruzar, así, de la neurosis que todos llevamos a cuestas a la tan temida psicosis. Pero ambas coinciden en algo: su fuerza y firmeza para vencer los mandatos equívocos que, por varios años, acecharon sus mentes y las hicieron permanecer un largo tiempo internadas en el neuropsiquiátrico José Esteves.

Sus historias son una gota de esperanza en el desierto de la sinrazón. El tabú y los estigmas que pesan en torno a los trastornos mentales fomentan la creencia de un mal sin cura. No obstante, la política que desde hace 16 años lleva adelante el Programa de Rehabilitación y Externación Asistida (PREA) demuestra que es posible volver a cruzar el umbral en sentido inverso y reinsertarse nuevamente en la sociedad.

No obstante, para comenzar a deshacer mitos al respecto, habría que preguntarse primero: ¿Qué persona está en un cien por ciento de su salud mental? “Nadie. Todos tenemos nuestros rasgos, conflictos y perturbaciones, pero eso no nos condiciona en nuestra vida diaria”, asegura la psiquiatra Patricia Esmerado, coordinadora del PREA en el hospital de Temperley.

A partir de la implementación, en 1999, de dicho programa, más de 80 mujeres lograron dejar atrás la internación y reinsertarse en la sociedad, así como recomponer sus vínculos afectivos, trabajar y convertirse en testimonios vivos de las ventajas que propone la desmanicomialización. Es que, en el marco del PREA, las pacientes conviven en casas alquiladas por el hospital, como una alternativa al encierro y a la postración (ver “La externación...”).

Así, lo que se propone también es restituir los derechos civiles de las internadas: a la libertad, al trabajo y a la vivienda.

En la opinión de Esmerado, “la sociedad tiene que brindarle a la persona la posibilidad de incluirse, y no al revés”. “En la enfermedad mental quizás haya menos paciencia o se ponga menos foco. Distinto es el caso de una discapacidad física”, agrega.

De la misma forma, el director del Esteves, Julio Ainstein, sostiene que “la resocialización es el camino, el proceso y la finalidad”. “El ser humano necesita vivir en sociedad con otros”, argumenta.

Lucía y Angelina son dos de las muchas que supieron aprovechar la oportunidad y recuperar su lugar en una sociedad que muchas veces les dio la espalda. Son historias de reinserción y de triunfo, pero no sólo sobre la locura, sino también sobre los prejuicios.

Volver a salir al mundo. Uno de los ejes centrales que se plantearon en el Esteves es que las internaciones “sean lo más breves posibles”, según indica Ainstein. El objetivo es que las mujeres puedan estabilizarse en las situaciones de crisis que motivan su internación y “que no se pierdan los vínculos y no vivan en el desarraigo en relación a su familia y la comunidad”.

Lucía Fontán permaneció internada en el neuropsiquiátrico durante siete largos años. “Trataba de no estar en la sala y me buscaba actividades para hacer, para estar ocupada. Siempre le escapé a la sala”, cuenta la mujer y afirma que “es un lugar terrible, que te chupa y te destruye, con la medicación y con las situaciones que se viven ahí adentro. No es nada fácil salir”.

Aunque ya se encuentra rehabilitada, continúa en compañía de Graciela Silverman, que es su psicóloga desde hace 14 años. “La inclusión social está presente desde que comienza el proceso de externación, con los talleres y cursos ya se está pensando en ese proceso, ya sea por las actividades o por las salidas laborales”, resalta la doctora en diálogo con Info Región.

Asimismo, sostiene que “estar con otros sana”. “No hay que aislarse ni aislar a las personas”, asegura. “La experiencia de tener una mirada distinta de una misma situación hace que tu mirada también cambie. Entonces, desde esa perspectiva, a todos nos hace bien. Porque acá construimos todos, ellas también nos enseñan”, señala Silverman.

Tras su salida del Esteves, Fontán llegó a editar un libro de poesías. Ella ya contaba con un título en Periodismo y había empezado a estudiar Letras. “Yo pensaba todo el tiempo en recuperarme para salir, no me quería morir ahí adentro. Y cuando apareció lo del PREA no lo podíamos creer. ¡Una casa afuera! Algo impensado que nos sirvió de incentivo y nos ayudó mucho”, relata a este medio.

“Así de a poco me fui resocializando, acostumbrándome nuevamente al afuera. El manicomio es la cárcel de las almas, es tenebroso”, describe Lucía y detalla: “No sos dueña de nada y lo poco que tenés el resto te lo quiere robar para cambiarlo por un cigarrillo: las remeras, la ropa interior, a veces te encontras con que no tenés nada para ponerte”, menciona.

Pero de ese duro trance también conserva un recuerdo positivo: cuando conoció a su amiga Angelina, con quien hoy comparte el día a día.

“Fueron muchas cosas y muchos años de intentar salir adelante las dos, a la par. Hoy hace 17 años que nos conocemos”, cuenta Lucía sobre su compañera, con quien no dudaron en irse a vivir juntas en cuanto surgió la chance gracias al PREA. “Ahora somos una familia”, describe.

La lucha de la reinserción. Angelina Lamanna, “Angie” para sus amigas, estuvo internada en el hospital durante dos años y medio. “Ni bien entré al instituto me dije a mi misma que no me iba a quedar mucho tiempo ahí. Pensé en estar lúcida y en hacer buenas amigas para hablar y compartir”, rememora y reconoce que, aunque le costó “muchísimo”, tuvo buena adaptación con las demás pacientes.

“Recuerdo que con diez pesos me había comprado una pava, un mate y una bombilla y se las prestaba a las compañeras, y ahí fui haciéndome un lugar. Todo ese tipo de cosas hizo que me quisieran”, sostiene. Fue en ese marco que conoció a Lucía, su actual compañera de casa y amiga. Pero no fue la única persona cercana que tuvo durante su estadía.

“Me enteré de la historia de 160 personas en un pabellón, todas distintas. Fue algo muy difícil, pero yo pensaba en que no podía quedarme ahí. Tenía que salir”, menciona la mujer.

Fue una lucha de años que hoy puede resumir en cinco minutos. Actualmente es subsecretaria en el centro comunitario Libremente, perteneciente al PREA, después de haber trabajado once años en la biblioteca del Esteves.

“A la gente que no está pasando un buen momento le decimos que siempre hay un mañana. Como sale el sol al otro día, también sale en la vida. Nunca hay que rendirse, aunque no parezca sencillo siempre hay que salir. Hay momentos que nos parecen totalmente negros y que a veces seguramente lo son, porque uno los vive así, pero las pruebas de la vida son superarlos. Luego uno se siente fortalecido”, expresa Angie.

La socióloga y coordinadora de las actividades del PREA, Marisel Hartfield, indica que la palabra “locura” tiene muchas acepciones, pero que no debe ser considerada despectiva. “Incluso ellas (por Lucía y Angie) se ríen de la palabra. A veces surgen frases como ‘uh pero vos estás más loca que yo’. Me parece que más que vencer a la locura, hay que seguir trabajando por vencer a los prejuicios”, opina.

Señala, en ese sentido, un trabajo de investigación que realizaron en los barrios donde se encuentran situadas las casas del PREA. “En todos, en torno a las 16 casas que teníamos del programa, ningún vecino mencionó que un problema podía ser que en la zona vivieran mujeres re sociabilizadas. Nunca apareció eso en la encuesta. Además, concluimos que las personas en las poblaciones más grandes son incluso más receptivas y solidarias cuando saben que las mujeres del PREA viven en la zona. Hubo un cambio”.

Asimismo, Hartfield considera que “el prejuicio existe ante lo desconocido” y que ahora, con mayor conocimiento, “la comunidad acompaña mucho”.

Hasta hace unos años, el Esteves alojaba unas 1.200 mujeres y hoy el promedio de internadas se redujo a 730. Si bien es resultado del trabajo de los profesionales, las cifras también dan cuenta de un cambio en la concepción social de las enfermedades que afectan a la psiquis: la toma de conciencia de que quienes padecen esta problemática no son seres destinados a vivir en la exclusión, en el encierro o el abandono, sino que son ciudadanos vulnerables con derecho a recibir apoyo por su situación.