La partida de Juan Domingo Perón


Por Antonio Arcuri

Un día como hoy, 41 años atrás, el país se paralizó. La noticia corría como un reguero de pólvora y aunque no era inesperada nadie la quería escuchar: el teniente general Juan Domingo Perón había muerto.

El 1 de julio de 1974, a la edad de 78 años, el tres veces presidente constitucional dejaba este mundo sin haber podido alcanzar la paz de los argentinos y la grandeza de la Nación, los objetivos que lo llevaron a dejar su residencia en Madrid -tras un exilio de 18 años- retornar a la patria y asumir las más altas responsabilidades.

Perón había retornado al país en forma definitiva un año antes y el 23 de septiembre de 1973 resultaba electo para ejercer la máxima magistratura por más del 60 por ciento.

Argentina estaba sumida en una profunda crisis económica y las tensiones políticas no le iban en zaga. Perón, debilitado físicamente pero con su capacidad intelectual intacta, lanzó un Pacto Social que sentó en una misma mesa de discusión al gobierno, la industria y los sindicatos en pos de conseguir la recuperación del país.

Su esfuerzo no fue comprendido, sufrió golpes muy duros –como el asesinato de José Ignacio Rucci-, y decepciones muy profundas.

La muerte del líder fue un mazazo para el Pueblo. Era la partida de un padre que dejaba profundas enseñanzas, pero nos dejaba a mitad de un camino. Su desaparición física significó el principio del fin de un gobierno que pasaba a conducir María Estela Martínez de Perón, tironeado por izquierda y derecha.

Por días se lo lloró y cientos de miles, bajo una copiosa lluvia, hicieron cola frente al Congreso de la Nación para darle su último adiós. La consternación invadió a todos, propios y extraños, peronistas y no peronistas, jóvenes y viejos. Nadie permaneció indiferente ante un hecho que cambiaría el rumbo de la Argentina.

El vacío que dejó Perón no lo llenó nunca nadie más. Pasó a la Historia como un gran estadista y junto con Evita se instaló definitivamente en el corazón de los más humildes. Su figura, como la de las grandes personalidades, se agiganta con el paso del tiempo.