Una vecina de Banfield festejó sus 102 años de vida


El viernes cumplió 102 años, y con las décadas que tiene encima puede dar cátedra. Sus expresiones son profundas, revisionistas, aconseja –aún sin quererlo- y enseña.

“Con los años que uno va pasando, se van aprendiendo muchas cosas... Aprendiendo, viendo y meditando lo que es bueno y malo para el ser humano”, señala. Reflexiva, la mujer remarca que cada uno de los que vivió “le enseñó algo”.

Su historia. Nacida un 28 de agosto de 1913 en el pueblito de Santiago del Estero, Carmen Roldán decidió mudarse en 1946 a Lanús, donde conoció a Universo, su pareja de toda la vida. Tuvo dos hijos, quienes le dieron dos nietos cada uno, que a su vez tienen hijos. “Ellos me hacen vivir más”, asegura la bisabuela, con una sonrisa de oreja a oreja.

La mujer fue una de los tantos migrantes del interior del país que poblaron el incipiente Conurbano bonaerense a mediados del siglo XX. Sucede que Carmen se vino a vivir a la provincia de Buenos Aires junto a una amiga de Frías, la localidad santiagueña donde nació y vivió 27 años, la mayoría de ellos trabajando en el campo.

Fue su amiga quien le aseguró que una modista de Buenos Aires necesitaba personal que se encargase de la costura de las prendas que confeccionaba. “La vida nos enseñó a aprender. Verla a mi mamá coser me sirvió para trabajar”, explicó. Aunque haya mantenido ese empleo durante muchos años, la vida para Carmen no se limitó a coser y cantar. “Fui muy poco a la escuela, porque estaba a una legua de distancia de mi casa y teníamos que ir a caballo con mis 7 hermanos. Sólo si el día estaba nublado íbamos a pie”, recordó, y continuó: “El tiempo fue cambiando, las cosechas fueron malas, mis padres estaban viejitos y cuando fallecieron la juventud se fue desparramando, así que optamos por la ciudad”.

Su gran amor. Desde su departamento en el centro de Banfield, la mujer que vivió más de un siglo contó a Info Región que conoció a Universo en uno de los tantos bailes que le daban color al Lanús en tono sepia de principios de la década del 40. Asegura que a partir de allí, su vida jamás volvería a ser la misma, y eso se nota.

Emocionada, a su marido lo recuerda como “un italianito muy bueno”. Sobre su particular nombre, ella aclara: “A mi suegro no le gustaban los santos, y antes de ponerle un nombre de santo a su hijo prefiero llamarlo así, Universo”. “Él era muy tanguero y le encantaba cantar, tenía un espíritu tremendo”, rememora. Con el paso de los años, el hombre fue perdiendo la vista, a punto tal que a los 40 años quedó ciego.

Cuando quedó viuda –hace diez años–, Carmen vendió su casa y se mudó junto a su hija al departamento que al día de hoy habita. Además, la mujer aclara que por distintas complicaciones, pocas veces volvió a Santiago, pero asegura que añora sus años mozos en el campo.

El mensaje. “Soy una mujer feliz, no tengo odio por nadie ni creo que nadie me odie, no cargo con ninguna culpa, aunque eso solo lo sabe Dios”, asegura la mujer. “Esta mañana tome la comunión. Todas las semanas viene mi ministro”, precisó.

Carmen le aconsejó a las personas jóvenes que “no tengan odio por nadie” y “sepan perdonar buscando la paz”. “Nadie es más que nadie. Todos somos del mismo molde”, sentenció Carmen, con una emoción que supera la mortalidad.