Cuando el relato salvaje ya no es ficción


Leonel Biasutti tiene 26 años. Se recupera de una fractura de mandíbula y en la órbita del ojo. No sufrió ningún accidente u hecho fortuito por falta de cuidado, sino que fue víctima de la violencia y la intolerancia. Es que el sábado de la semana pasada se negó a pagarle a una chica que trabajaba como “trapito” en la zona de boliches de San Martín cuando terminó siendo literalmente noqueado por otro hombre que apareció en escena para reclamarle el pago.



El último 20 de diciembre, en Florencio Varela, un joven de 25 años perdió la vida por una pelea que se salió de los cauces normales. Fue en el marco del partido entre River y Barcelona por el Mundial de Clubes. Al terminar el cotejo, Oscar Eilli abrió una discusión con Félix Vega al cargarlo por la derrota del Millonario, lo que devino en una pelea a golpes. Increíblemente, el episodio terminó con la muerte de Eilli.

El 25 de octubre, un hombre había prendido fuego al camión de su vecino porque lo había estacionado en la puerta de su casa.



Y son muchos más los casos que pueden mencionarse, sobre todo en la región, donde son varias las disputas vecinales que han culminado en tragedia por diferentes motivos.

¿Existe un fenómeno de naturalización de la violencia? El “sálvese quien pueda” ha llegado para quedarse en una sociedad “civilizada” que, sin embargo, cada vez tolera menos al de al lado. ¿Hay menos tolerancia y un mayor malestar social en las calles? ¿A qué responde tanta irritación?



Mal de la época. Gran parte de los especialistas consideran, desde distintas miradas, que las condiciones actuales pueden ser un caldo de cultivo para exacerbar los sentimientos más salvajes en tiempos de plena civilización.

“Los argentinos hemos naturalizado la ira”, afirma la psicóloga de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) Mirta Goldstein y añade que “los códigos de convivencia han cambiado para peor, porque no se ha sabido limitar el desprecio a la vida ajena ni la corrupción ni el vandalismo, cada vez más frecuentes en las calles”.

En ese marco, señala que “la impotencia ante la inseguridad, la crisis económica y la falta de soluciones a las demandas básicas irritan cada vez más”, lo cual se traduce luego en hechos violentos.

“Hemos ingresado en la cultura del ‘joderse’. Si me joden te jodo y así nos jodemos todos y entre todos”, sentencia la doctora.

En el mismo tenor, el psicólogo y escritor Juan Eduardo Tesone advierte una “sociedad resquebrajada”. “La ira es el fracaso de la posibilidad de resolución de conflictos por vía de la palabra en un contexto de desligazón social y pérdida de sentido grupal, donde se ha resquebrajado el contrato social”, afirma el también miembro de APA.

Asimismo, apunta sobre el “no sentirse respetado”. “El anonimato de los reclamos, como confrontarse infructuosamente con un conmutador automático, hacer largas colas que podrían subsanarse fácilmente, perderse en el laberinto de la burocracia, sentirse a la intemperie aún en su casa frente a la inseguridad; tiene efectos disolventes para la persona, generando violencia y, a veces, una reacción de ira como expresión de desamparo”, explica Tesone.

En tanto que el antropólogo, filósofo y docente Carlos Berbeglia descree que sea una cuestión de mero contexto histórico.

“Si hacemos una lectura de lo que fue el siglo XX, la violencia del siglo XXI queda en pañales. Lo que veo ahora es la misma intolerancia que la humanidad tuvo siempre, lo que pasa es que ahora estamos más apretujados con la globalización, las comunicaciones, la posibilidad de hacer viajes en poco tiempo y tenemos más contacto con todo eso”, describe.

Al respecto, el politólogo y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) Pablo Sanz señala que “lo que sí seguramente es novedoso son ciertas formas de violencia asociadas con la vida urbana, que es un fenómeno muy reciente”.

“Desde hace años que la mayoría de la humanidad vive en ciudades, lo cual genera procesos culturales novedosos. Uno que me parece muy importante es la individuación, el hecho de que los seres humanos seamos conscientes de nosotros mismos en tanto individuos”, menciona y explica que en la sociología hay una distinción clásica “entre comunidad orgánica y sociedad individual”.

Sanz indica que “el mundo moderno industrial se caracteriza más como sociedad individual integrada por individuos conscientes de sí mismos y que se anteponen a la comunidad; mientras que en las sociedades antiguas hablábamos de comunidades porque lo órganico, lo total estaba por sobre el individuo, que tenía mucha menos noción de sí mismo y mucha menos preocupación por su bienestar individual que en el mundo moderno”.

Está en los genes.El ser humano no deja de ser parte del reino animal. Y, a pesar de que con la razón tiene la posibilidad de avanzar, es una herencia de la que no se puede desligar.

“El ser humano biológicamente es un mamífero agresivo que se defiende y que lo hace contra todo”, indica Berbeglia y explica que “en la historia de la literatura, desde La Ilíada y La Odisea de los griegos hasta las aventuras del siglo XX, lo único que se encuentra es guerra y violencia”. “Los productos televisivos y cinematográficos también lo son, está presente siempre”, señala.

“No digo que estemos volviendo a eso, pero lamentablemente no hubo variaciones en la historia. No estamos en una etapa particularmente violenta, esto existió siempre”, sostiene el antropólogo.

En el mismo sentido opina Pablo Sanz al remarcar que “las sociedades occidentales modernas son competitivas e individualistas”. “Entonces, toda la politología y la sociología moderna reflejan una preocupación por esa violencia caracterizada como natural”, apunta.

“Ahora, si uno va a las religiones tradicionales, también el ser humano está marcado por el pecado original que, de alguna manera, lo lleva a la violencia, a matar a su hermano. Yo diría que es bastante universal”, afirma.

Tesone encara la violencia desde el lado de la psiquis. “Freud ya había llamado la atención sobre la necesidad de renunciar, en parte, a la descarga pulsional directa para no caer en la barbarie”, menciona y afirma que esa renuncia es “el precio que la persona debe aportar para que se pueda funcionar en sociedad de manera civilizada”.

“El sujeto no puede constituirse de manera aislada, sino que se constituye en una permanente interacción con el otro. Si el lazo social se desagrega, eso tiene una implicancia directa en la construcción del psiquismo de la persona. La herida narcisista de la exclusión del lazo social puede desencadenar una reacción violenta por parte de personas que sientan desesperación ante su vivencia de impotencia”, describe.

¿Existe solución? Luego de siglos y siglos, sigue pareciendo que estamos atrapadas en una espiral de violencia sin salida. Pero la perspectiva debe ser obligatoriamente optimista.

“A nivel cotidiano uno se entera de cosas espantosas, horribles, de cosas familiares, vivencias, agresiones que le revuelven el estómago y no puede ni pensar cómo es posible que ocurran. Hay solución para esto y es el uso de la razón. Mientras los hombres no usen a pleno su racionalidad, en todas las áreas, vamos a seguir siempre iguales”, propone Berbeglia.

En tanto, Tesone sostiene que “la manera de tratar este tipo de reacciones es brindando a la persona la posibilidad de expresarse a través de la palabra, que la descarga del enojo pueda ser verbalizada, que dicha furia no se enquiste en el psiquismo y que la violencia no sea la única manera de expresarla”.“Pero esto requiere un trabajo a nivel grupal, no sólo con aquellas personas que reaccionan con furia, sino también y simultáneamente prevenir dicho tipo de reacciones formando a todo aquel que está en contacto con el público a escuchar sus legítimos pedidos, haciendo visible y racional su reclamo”, asegura.