Tres generaciones de mujeres y un balcón con mucha historia


Al momento de elegir el nombre de su hija, María Rosa Menéndez, una asturiana aguerrida que había llegado al país en 1910, jamás se imaginó que su pequeña sería reconocida toda su vida por un seudónimo con el que firmaría todos sus cuadros. Que ni ella misma ni nadie más pronunciaría su verdadero nombre y que éste formaría parte sólo del recuerdo familiar y de algunos suertudos, como quien escribe, que lograron conocerlo.

“Ah no, de ninguna manera le vamos a decir así. Ella es una joya, por eso se va a llamar Bijou”, sentenció, a dos días de nacida la criatura, la que luego fuera la primera profesora de pintura de la reconocida artística plástica de Almirante Brown.

Y ella fue Bijou hasta el 20 de diciembre de 2003 en que falleció. Nombre que dejó plasmado en todos sus cuadros y que, desde 1991, lleva el Centro Cultural que el 24 de este mes cumplirá 25 años.

Un cuarto de siglo en el que tres generaciones de mujeres hicieron de la esquina de Mitre y Somellera, esa que tiene un balcón que regala una panorámica envidiable de la ciudad de las diagonales, su historia y la de miles de personas que pasaron por allí.



Sandra desde el balcón del centro cultural.

Porque como cuenta Sandra Agis, nieta de María Rosa e hija de la legendaria Bijou, las tres albergaron vidas e historias en diferentes épocas y situaciones del país.

“La casa la alquilaron mi abuela y mi mamá en 1973. Abajo también había una pizzería típica, que era la pizzería Brown, que era de la hermana de mi abuela. Ella le sugirió que si alquilaba arriba podía poner una pensión de señoritas y solventar los gastos de la casa, además de hacer una diferencia de dinero”, cuenta Sandra a Info Región.

Su imaginario vuelve atrás 43 años y se remonta a sus 11 abriles, cuando pisó por primera vez esa esquina mística con su mamá pintora, por entonces de 46, y su abuela, de 70, ya separada. “Albergamos a mucha gente en diferentes situaciones. Primero, mi abuela con la pensión. Después cuando nos mudamos, en el ‘91, se realizó en la parte en que era nuestra casa, la primera exposición de cuadros de mi madre. Y de ahí hasta entonces, con el centro cultural”, rememora la también artista plástica.

Pero antes hay otra historia que contar. Cuando Sandra aún correteaba por la pensión de señoritas siendo una nena avanzaba el año 73 y la pensión de Mitre 995 se transformó en refugio de muchas mujeres que buscaban alojamiento por diferentes cuestiones. Algunas por trabajo, sobre todo en los locales comerciales de Adrogué, otras porque en ese momento se estudiaba la carrera de abogacía en el Colegio Nacional, a pocas cuadras de allí.

“Vivían bastante tiempo en el edificio. No era un lugar de paso, era una casa y se formaba una verdadera familia”, relata Sandra. La pensión era un hogar y, desde entonces, un espacio en el que se fusionaron culturas y costumbres propias y ajenas, con motivo de la inmigración.

“Las pensionistas venían desde diferentes lugares, de acá y de afuera. La casa era muy grande -narra Sandra, que quizás remontándose a sus 11 evoca el espacio más grande de lo que lo ve hoy a sus 54-. En la esquina teníamos nuestro comedor familiar y una habitación en la que dormíamos las tres y en la parte chorizo de la vivienda había tres habitaciones y una dependencia de servicio, que estaba ocupada toda por las pensionistas mujeres. Compartíamos la cocina y había dos baños.”

En los ‘90 se mudaron, pero Bijou realizó allí, en 1991, su primera exposición artística, ya sin la presencia de María Rosa, que falleció luego de abandonar la emblemática residencia, como si su espíritu hubiese quedado allí.

Sus cuadros ocuparon los espacios de toda la casa, que todavía seguía funcionando como pensión, y son emblemáticos del distrito: pintó casi todas las casonas que embellecían la ciudad en óleos sobre tela o madera. Los detalles de sus molduras, de sus rejas imponentes y sus puertas balcón.



Algunos de los cuadros de Bijou.

“Siempre pintó paisajes, pero fundamentalmente rescató la historia arquitectónica y patrimonial de Almirante Brown. Todas las casonas han sido pintadas por mi mamá”, afirma Sandra con una mezcla de orgullo y nostalgia.

Fue ella quien tuvo la iniciativa de convertir al edificio en un centro cultural. “En el ‘91 empezó la transformación con la primera tallerista de restauración, que fue Gloria Cruz, mientras que mi mamá dictaba clases”, señala.

Desde 1991 a 1995, el centro cultural convivió con la pensión y la mística del lugar combinaba el crisol de culturas con el olor de los óleos, la música y las historias de cada una de las personas que llegaba o vivía en el lugar. “Gloria daba clases en su taller y las pensionistas venían a contarle sus historias. Después empezó la transición, que se terminó de consolidar cuando llegó Araceli, profesora de árabe y un pilar fundamental para mí en el centro cultural”, precisa.

Hoy la casona sigue siendo alquilada, a 43 años de ese primer contrato de arrendamiento y a 25 de que se alzara, con la para nada humilde muestra de Bijou como puntapié, como centro cultural. Continúa funcionando en el piso de arriba de una pizzería y su balcón sigue siendo uno de los puntos con mejor vista panorámica de la ciudad adorada por Borges.

Cintia Vespasiani