En Occidente, cada vez más adeptos transitan por la senda de la espiritualidad


Cuando Dalai Lama llegó al país a mediados de septiembre de 2011, las boleterías del teatro Gran Rex hacía días que no tenían entradas para vender. Tal vez asediados por el temor, la ira, la ansiedad o sólo la necesidad de sentirse un poco más armónicos en un entorno que tiende a desestabilizar, cerca de 11 mil personas ya habían adquirido el pase para escucharlo.

La conferencia abordaría claves para quienes buscan la felicidad, zanahoria que en Occidente se va corriendo, al ton y al son de múltiples factores, casi siempre externos.

Lo mismo sucedió cuando el Sri Sri Ravi Shankar -líder espiritual y fundador de la ONG “El Arte de Vivir”- pisó Buenos Aires en septiembre pasado y desató el furor de muchos que se animaron a sentarse sobre el césped que rodea el planetario, cruzar las piernas en posición de buda, juntar las manos y meditar.

Fueron 150 mil los que dieron otra pauta más de que la “onda espiritual” está en boga: con la concurrencia a cursos, a disciplinas orientales, y a prácticas tan recientes en Occidente pero tan milenarias como el Yoga, el ser urbano dice -y grita casi- que está buscando “algo más”.

Algo que no encuentra en el consumo ni en el diván, en el bienestar económico o en la estabilidad de una pareja: “Los seres humanos tenemos dos dimensiones, una es la biológica y la otra es la psicológica, (el neurólogo y psiquiatra) Viktor Frankl decía que aquello que nos hace libres es la espiritualidad, la dimensión espiritual es la que nos hace humanos. Una pregunta que nos acompaña, es por qué estamos vivos. Esta pregunta nos lleva a buscar respuestas. Somos espirituales por naturaleza”, opinó ante Info Región el psicólogo y especialista en vínculos humanos Sergio Sinay.

Lo cierto es que mientras los mantras y las recetas de Oriente se vuelven cada vez más populares, algunas voces hablan del “boom de la espiritualidad” y otros se cuestionan si la tendencia responde a un verdadero cambio de mentalidad o la seducción de un mero pero efectivo marketing de Occidente, donde en definitiva todo lo que funciona se transforma en un bien comercializable.

“Si uno toma esto como una disciplina lo va a ayudar, pero si se lo toma como un producto más, como un fast food más, no se va a encontrar una solución. Siempre nos tenemos que fijar qué consumimos, ¿consumimos decencia o lo que empaqueta Occidente y nos trata de vender? Si estas filosofías se toman como un negocio, es probable que no hagan efecto”, señaló a este medio Silvana Redondo, instructora de Yoga del Estudio Maestro Sêva, de Temperley, y autora de los libros Acercarse a Yoga y Yoga en Perspectiva.



En la búsqueda. El Arte de Vivir es una ONG que fue fundada por Sri Sri Ravi Shankar en 1981. Tiene sedes en 151 países y se aboca a enseñar técnicas de respiración, meditación y yoga para el manejo del estrés, la tensión, la depresión y las tendencias violentas. En los 31 años que lleva funcionando, ha logrado atraer a miles de seguidores, entre los que se destacan personalidades del ambiente artístico y público. En la región, ofrece cursos en Avellaneda, Monte Grande, Quilmes y Temperley.

Desde Zona Sur, el líder del Arte de Vivir, Andrés Campilongo, aseguró que en muchas ocasiones lo primero que lleva a una persona a recurrir a la espiritualidad son los padecimientos físicos o psicológicos que no encuentran solución en un consultorio.

“Hay un número importante de personas que se acercan por cuestiones de salud, porque quieren dejar de fumar, controlar problemas con alcohol o drogas. También llegan con problemas de depresión, insomnio o estrés”, señaló a este medio y con él coincidió Redondo, desde el Estudio de Yoga Maestro Sêva.

“La mayoría no se acerca en sí por una necesidad espiritual, sino por alguna dolencia. Es en la búsqueda de una mayor armonía en que se roza el camino de lo espiritual. En estos últimos 20 años hubo cambios fantásticos, en el Yoga, por ejemplo, donde el primer público fueron señoras grandes, pero luego esto empezó a mutar y hoy vienen hombres y gente joven”, aseguró la instructora, que destacó además que baja la edad de quienes buscan soluciones a sintomatologías que derivan de una exigencia cada vez mayor.

“Cada vez viene gente más joven y en peores condiciones. Los que hoy tienen entre 20 y 30 años están peor que los que hace 20 años tenían entre 40 y 50 porque empeoró la calidad de vida”, resaltó.

En este marco, si bien prefieren no hablar de “boom”, quienes se desempeñan en estas esferas sostienen que el crecimiento de la concurrencia y de los consultantes es “exponencial”.

“Año tras año se duplica la demanda. En Temperley, por ejemplo antes dábamos un curso por mes y ahora los damos todas las semanas”, señaló Campilongo.



Corre, Forest. En una era donde la velocidad es el valor que nos atraviesa y el ser está en ocasiones tan relacionado con el tener, pensar en la espiritualidad aparece como una premisa hasta utópica. Sin embargo, desde los centros de meditación, los estudios de yoga y los templos sostienen que cada vez son más los que se ven obligados a poner el freno, porque el motor dice basta.

“La realidad urbana en la que vivimos nos permite acceder a bienes y servicios de todo tipo, pero produce algunos efectos secundarios: despersonalización y anonimato, falta de sentido de pertenencia, sensación de estar en constante fuga, por la aceleración, e inseguridad, inestabilidad emocional, desconfianza. El ser humano urbano se siente solo, saturado, fragmentado, disconforme con su entorno y consigo mismo”, opinó ante Info Región el sacerdote Andrés Vallejo, de la Diócesis de Lomas de Zamora. Para el religioso, este también es uno de los motivos que impulsan a hombres y mujeres a hacer una búsqueda interior que compense lo que lo externo no logra.

Y en la era de la fragmentación donde se fragmenta el tiempo –para hacerlo redituable-, el lenguaje –para hacerlo más sintético-, y hasta el contacto con los demás –que ahora es más virtual que personal- el hombre y la mujer también están “fragmentados” y parece que eso “duele”.

“Hay una desintegración en la que vivimos y eso nos lastima: el ser es uno, con una dimensión física, mental y espiritual, pero somos como un espejo que se rompe. Por un lado lo que sentimos y por otro lo que decimos, el cuerpo no nos aguanta pero nos exigimos, cumplimos determinados ritos sociales, sin estar conectados con nuestra vida interior. La persona cuando llega a una crisis física o emocional se vuelca a estas cosas porque esta forma de vida trae sufrimiento”, opinó Redondo.



Un bálsamo. En un país donde, según los profesionales, el consumo de psicofármacos es “superior a la media” y los trastornos de ansiedad están a la orden del día, la espiritualidad resurge entonces como una alternativa.

De todos modos, instructores y maestros advierten que el riesgo en Occidente es que -como todo lo que funciona en este lado del mundo- se convierta en una mercancía.

“Lo espiritual no escapa a la lógica del mercado, cuya dinámica consiste en transformar toda necesidad en una oportunidad para los negocios. De este modo, quien inició una búsqueda de sentido, corre el riesgo de quedar atrapado en la red del mercado más superficial. El marketing de los productos tradicionales ha entendido muy bien el negocio de lo espiritual y busca capitalizarlo para no perder lugares en la carrera del consumo. ¿Riesgos? Un desencanto con lo espiritual, al no obtener resultados significativos. Tenemos que aprender a leer la ‘información nutricional’ de las diversas propuestas”, advirtió el padre Vallejo.

Y con él coincidió Redondo: “Tenemos que chequear qué consumimos, y preguntarnos si consumimos decencia o lo que Occidente nos trata de vender”, opinó.

Lo cierto es que en estos tiempos post modernos, el ritmo empuja a muchos a la eclosión y mirar hacia adentro se convierte entonces en una opción para el refugio. En medio de la vorágine, la exigencia y las apretadas ciudades, el ser urbano repite entonces el mantra que más lo serena. Si es genuino, bienvenido sea.



Analía Agostino