Las enseñanzas de una tragedia argentina


Un importante conjunto de la población actual no vivió y tal vez apenas conoce lo que sucedió en esta tierra a partir de aquella fatídica jornada, en la que se desataron hechos que marcaron para siempre a los argentinos que fuimos testigos de la barbarie y la destrucción del aparato productivo del país.

Un tiempo en que las fuerzas armadas, instigadas por una corte de personajes siniestros, en el marco de una profunda crisis política decidieron poner fin a al gobierno elegido en las urnas.

La gestión de Isabel Martínez de Perón, con sus propios problemas a cuestas, estaba jaqueado por grupos de izquierda extremistas y grupos paramilitares de derecha que dirimían en las calles y a los tiros sus diferencias ideológicas.

Aquella violencia y las dificultades de las fuerzas políticas para darle cauce institucional a la crisis fue la excusa perfecta para interrumpir el orden constitucional.

Se desató así una etapa oscura, sin vigencia de las garantías constitucionales y con los poderes del estado intervenidos. Como las peores películas de terror, los argentinos fuimos protagonistas obligados de persecuciones, atropellos y censura.

Muchos sufrieron en carne propia el horror de la tortura y muchas de aquellas víctimas jamás pudieron volver de la desaparición forzada que los borró físicamente de la faz de la tierra.

El Juicio a la Juntas, en el que se juzgó el accionar de las cabecillas militares entre 1976 y 1983, probaría años más tarde que se trató de un plan criminal para poner en marcha una represión ilegal nunca antes vista.

Fue un tiempo duro, de silencios y de llantos contenidos. Fue también un tiempo de represión para los trabajadores.

Intentaban así, con la amenaza de las armas, lo que hasta entonces no habían podido obtener: someter al movimiento obrero, mayoritariamente peronista, que se resistía a entregar las conquistas logradas a lo largo de muchos años de lucha.

El resultado de aquel experimento cívico-militar fueron siete años de vergüenza, con una guerra tan absurda como inútil en el medio, que dejó cientos de jóvenes muertos y mutilados y un vacío en el alma que aún hoy nos cuesta cerrar.

Recordar lo sucedido sirve para no borrar de la memoria la experiencia recogida en aquellos años de plomo.

Hoy, a pesar de todos los problemas que tenemos, los argentinos vivimos en libertad y con la República funcionando sin interrupciones por fuera de la Constitución durante más de tres décadas, en el período más extenso de continuidad democrática de la última centuria.

Hemos aprendido que no existe conflicto o problema que justifique quiebre alguno del sistema democrático. Este es el fruto más rico que podemos cosechar de aquella tormenta de desolación.

Por Antonio E. Arcuri (ex Secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación)