El arte de hacer historia


Cada recoveco de la región guarda una historia. Algunas más trascendentes y llamativas que otras, pero todas forjadoras del presente por igual. ¿Pero qué valor tiene la historia de un lugar si no se la da a conocer? Al igual que un sonido que no se escucha y, por lo tanto plantea la eterna duda metafísica sobre su existencia, la historia para existir depende enteramente de ellos: aquellos que la investigan y la dan a conocer.

Su trabajo es arduo. Consiste en aglutinar testimonios, anécdotas, fotos, documentos y hasta las huellas físicas de un pasado que conocemos gracias a ellos. Desde el surgimiento del primer Gobierno patrio, la batalla de San Lorenzo y otros hechos sobresalientes de nuestra historia que pasaron por una etapa de fuerte revisionismo hasta los detalles de cómo se conformaron nuestras ciudades, ellos se esmeran por reconstruir aquello que aconteció y que hace que hoy nuestro presente transcurra de determinada manera.

“A mí lo que me interesa es que lo que hago pueda llegarle a la gente y que así conozcan un poco más de lo que pasó en estos lugares”, manifiesta el investigador lomense Carlos Liotta, uno de los tantos historiadores de la región que trabaja día a día para redescubrir hechos que otrora sucedieron en estos pagos.

La curiosidad constante y el amor por su lugar de origen confluyen en este afán por sacar a la luz cada detalle del desarrollo de sus ciudades, de las cuales además son ciudadanos y vecinos. El martes se conmemora en el país el Día del historiador e Info Región conmemora a quienes enaltecen a esta zona con su trabajo.



Nostalgia por los días pasados. Rubén Campomar nació en 1925, tan sólo 12 años después de la fundación de Esteban Echeverría. Luego de haber publicado 27 libros y haber sido reconocido a nivel nacional, provincial y municipal por su labor, es una voz autorizada para hablar de la historia de su pueblo.

“Yo tengo una ventaja. El hecho de pensar, indagar, investigar, ir y venir y preguntar hace que la cabeza funcione y hoy tengo una gran memoria”, resalta el historiador de 89 años, todos vividos en Monte Grande.

Sus primeros pasos en la escritura fueron en 1939 en la redacción del diario “Juventud”. Tras varios años de trabajo en una empresa de útiles de oficina, los conocimientos adquiridos le ayudaron a realizar la revista técnica “La Oficina Ilustrada” a mediados de los ‘50.

“En ese tiempo estaban en auge la máquina de escribir y la calculadora”, recuerda Campomar, que aún hoy sigue utilizando a su fiel compañera de teclas: “Tuve computadora, pero me la saqué de encima porque me complicaba la vida. Llevo la máquina de escribir en el corazón”.

“Mi tema es la historia lugareña”, asevera y se autodefine como “una persona que ama el lugar donde vive y entiende que no se puede pasar por alto a los que antecedieron en el tiempo porque sería una injusticia”.

Sostiene que “la historia tiene que estar documentada, sino es cuento”. “Yo si escribo una historia tengo que poner al pie de la página o al final del capítulo, la justificación”, afirma.

Campomar explica qué es lo que le apasiona de su trabajo y considera que “lo precioso fue el pasado, no la actualidad”. “Lo que más me gusta es investigar, porque he llegado a conclusiones increíbles”, expresa y menciona el ejemplo del Padre Manuel Sureda, que estuvo a cargo de la Parroquia Inmaculada Concepción entre 1918 y 1927, y es mencionado como una figura negativa en la historia de Monte Grande.

Según relata, “era un hombre despreocupado, cansado, perezoso, siempre enfermo y mantenía a la parroquia ‘a la buena de Dios’, al punto tal que el pueblo se le plantó y pidió que lo trasladaran porque, si no, lo iban a matar”. “Investigué su vida y descubrí que Sureda había estado cinco años en la selva del Chaco con los indios. Allí contrajo el Mal de Chagas-Mazza, que cuando él estaba en Monte Grande todavía no se había descubierto”, indica Campomar, que terminó reivindicando al sacerdote.



Historia para todos. “Disfruto de mi profesión todos los días. La historia no es tan aburrida como en algunas situaciones puede llegar a parecer”, afirma el investigador y periodista lomense Carlos Liotta, que a sus 22 años empezó a interiorizarse en la historia de su distrito y, sobre todo, de su querida Llavallol.

Curiosamente, su interés por los orígenes de Lomas de Zamora apareció una vez que se alejó del distrito. “Entré a trabajar en SEGBA y eran mis primeros años en Buenos Aires. Allí charlábamos entre los compañeros de distintos sectores sobre el lugar de procedencia de cada uno y, en una oportunidad, cuando dije que era de Lomas, me preguntaron cómo se fundó la ciudad”, recuerda Liotta y afirma: “Eso me empujó y hasta ahora no paré”.

Lo cierto es que su vínculo siempre fue muy estrecho con Llavallol, ya que con su familia visitaba la localidad con frecuencia durante su infancia. “A partir de ahí, quise saber cuál era la historia detrás. Fui juntando un montón de elementos, todo muy despacito, hasta que aprendí a ir a los lugares en los que tenía que investigar”, comenta.

El reconocimiento de los vecinos no tardó en aparecer, y un día lo convocaron a dar una charla en el Colegio Euskal Echea. Para esa ocasión, se le ocurrió preparar un audiovisual mostrando todos los lugares históricos de Llavallol. “A partir de ahí, varios vecinos me acercaron material y fui interiorizándome cada vez más sobre el tema. Con ayuda del colegio y otros elementos, fui dándole forma a esta dedicación por la historia”, señala y menciona que desde que se sumergió en esta actividad, se ha topado con datos más que interesantes.

“Un día, ayudándole a cortar el césped a un vecino, el hombre me contó que conoció a Albert Einstein, que iba a charlar a la estación en la que él trabajaba de auxiliar”, relata y afirma que “es algo que está muy documentado” y que logró instalar en su libro sobre la historia de la localidad.

“Ir a las fuentes, dar seriedad con documentos que hacen a la historia, que permiten instalarnos en ese tiempo y presentarla con el aval de una investigación, además de contrastar documentos, me resulta muy grato”, expresa Liotta.



Rescatar lo popular. El interés de Daniel Chiarenza por la historia se remonta a su adolescencia y sus últimos años de colegio, aunque la vocación por enseñar sus conocimientos se consolidó al cursar sus estudios en el Instituto Superior de Profesorado N° 41 de Almirante Brown, junto a la persona que marcaría su vida.

“Conocí a mi mujer, Mónica Oporto, en el profesorado de Historia, y llevamos toda una vida juntos compartiendo esta pasión. Juntos hemos elaborado proyectos y realizado investigaciones, es una gran combinación”, destaca el escritor, profesor y vecino de Burzaco, que a sus 58 años comparte, además, cinco hijos y cuatro nietos con su compañera de estudios y, ahora, de la vida.

Él asegura que siempre tuvo “vocación docente”. “Cuando uno hace trabajos de investigación son siempre para transmitirlos, entonces no sabe que tiene esa vocación hasta que la ejercita”, explica.

“La primera oportunidad que tuve fue un seminario en el que hice un estudio sobre la Ley de Residencia (sancionada por el Congreso en 1902 para habilitar al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo). Eso estaba muy unido con mi historia, ya que mis abuelos eran inmigrantes, uno marxista y otro con orientación anarquista”, recuerda.

Entre las publicaciones en las que trabajó a lo largo de su vida, Chiarenza colaboró con la revista NotiLomas y fue uno de los fundadores de la revista Buenos Aires/17. Además, se encargó de escribir una biografía del doctor Ramón Carrillo, primer ministro de Salud Pública de Argentina. Pero aún le quedaba satisfacer ese deseo de conocer más sobre lo local.

“Acá en Brown lo único que se conocía era la recopilación histórica que se había hecho para el centenario del distrito, pero sucedía que en ella aparecían personajes de la clase dominante y hegemónica de Burzaco, y no de las clases populares”, señala el escritor, que junto a su esposa se plantearon reivindicar a las clases más humildes que habitaron este suelo, como por ejemplo al abuelo de ella, que fue el primer cartero de la zona oeste de Burzaco.

Poco a poco, la iniciativa fue tomando forma y ya cuenta con dos tomos: el primero escrito por él y el segundo por ella. “Ahora estamos armando una tercera parte y la idea es hacer algo relacionado a las historias comunes de la gente común”, advierte.

“En Burzaco se encuentra el primer monumento nacional a la bandera (1943), que fue anterior al de Rosario (1957). Hay cosas que la gente no sabe y que son muy importantes”, resalta Chiarenza.

Según él, lo más apasionante de su trabajo como historiador es “redescubrir”. “Vos podes tener muchos documentos, pero si en ellos no figura el sello de alguien y el mismo no pasa por una interpretación, es lo mismo que nada. Se trata de reencontrarse y de revisar todos los días diferentes cosas”, explica y define a la historia como la “razón” de su vida.



Adquirir la pasión de grande. Norberto Candaosa trabajaba en el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora, donde se hacía cargo de los libros de actas. Pero, aprovechando los ratos libres de su tarea, solía ponerse a leer los escritos más antiguos elaborados por el Cuerpo, remontándose al siglo XIX. A partir de esta curiosidad fue que el actual secretario del Instituto de Historia de Lomas de Zamora halló su vocación tras cumplir sus 40 años.

“Así empezó mi gusto por la historia. En esa época tomé muchos apuntes y anoté lo que me parecía interesante para la historia”, comenta Candaosa, que ingresó al Instituto en1984. “Hoy tengo 72 años y hasta el momento sigo ahí, felizmente. Me encanta la actividad, lo que leo y lo que escribo”, describe.

Él afirma que es un aficionado por la historia de Lomas, a la que define como “un motor muy importante” en lo relacionado a su trabajo y su vida.

Según cuenta, hubo un sacerdote que lo bautizó como el “gourmet de la historia”. “Creo que en el término ‘gourmet’ está bien definida esta afición. Es algo imparable en mí y va a seguir, es algo que disfruto mucho”, manifiesta.

Tras haber realizado diversas investigaciones en la región, la actualidad lo encuentra indagando sobre los viejos viñedos que se extendían donde hoy se alza Temperley. “Hoy mi atención está en eso”, asevera.

“Me gusta aprender, investigar. Es algo más allá de un hobbie, un estilo de vida que he adoptado”, subraya Candaosa.

Son variados los motivos que llevaron a estos hombres a dedicar sus vidas a la historia de sus municipios. Ya sea por curiosidad, vocación o amor a sus ciudades, es valorable el compromiso que tomaron con el objetivo de mantener de pie al pasado.