Economía social: beneficios para todos


Son trabajadores y dueños a la vez. Todos aportan de lo suyo en partes iguales y ninguno es propietario de los medios de producción ni obtiene más ganancia que el resto. Bajo esa misma premisa, todas las decisiones se toman en conjunto, sin jerarquizaciones.

En las asociaciones cooperativas existe igualdad entre los miembros, a diferencia de la lógica actual del mercado productivo, en el que rigen las relaciones patrón-empleado, que generan más de un dolor de cabeza con respecto a las ganancias y su estabilidad.

Fue la crisis político económica que hizo eclosión en el país en 2001, y que arrastró con ella el cierre de fábricas, la pérdida de puestos laborales y un proceso de desindustrialización que pisó fuerte en la Provincia, la que sentó las bases para el surgimiento del cooperativismo, que nació como respuesta a la necesidad de mejorar la calidad de vida de quienes perdieron su fuente laboral.

Así, la mayor parte de las “empresas recuperadas” adoptaron la forma de cooperativas, sumándose posteriormente aquellas que emergieron por cuenta propia y las que lo hicieron con el impulso de planes del Gobierno.

De acuerdo a los últimos datos del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), hoy funcionan en el país casi treinta mil cooperativas que generan alrededor de 500 mil puestos de trabajo y facturan el 10 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI).

Quienes forman parte de estas organizaciones confían plenamente en que son el futuro de la economía. “Estamos convencidos de que la organización cooperativa debería ser la única existente porque es la más justa”, asevera a este medio Miguel Simonetti, secretario de la “Cooperativa Editorial Azucena Villaflor”, de Avellaneda.

Son 1.942 las organizaciones laborales de este tipo que funcionan en la región, Todas atravesaron sus momentos difíciles para gozar hoy de un crecimiento que, de a poco, va consolidando la economía social.



Responsabilidad y equidad. A diferencia de otro tipo de empresas, en las cooperativas las decisiones se toman con total democracia. La horizontalidad se percibe tanto en el trabajo diario como en las resoluciones importantes que atañen a la administración de las ganancias y al progreso económico de la compañía.

Asimismo, los valores que pregonan estas asociaciones son: ayuda mutua, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad. Y ese es el desafío que intentan superar cada día en la Cooperativa de Trabajo “La Esperanza”, de Monte Grande (ex Cler S.A.). La fábrica, que se dedica a producir extractores y purificadores de aire, entró en convocatoria de acreedores en 2001 y quebró en 2009. El 24 de agosto de ese mismo año se constituyó en cooperativa.

“Nos dieron dos opciones: formábamos una cooperativa o ponían la faja de clausura. A partir de eso, empezamos a transitar este camino”, relata Elías Robledo, trabajador de La Esperanza.

“Fue duro, de empleados pasamos a ser empresarios. Aunque la palabra no guste, hay que usarla porque manejamos una empresa”, señala Robledo y aclara que “todo se dirige en conjunto”, por más que él sea quien figure como titular de la organización.

“Pasamos de manejar una máquina a administrar todo el lugar, a hacer todos los trámites administrativos y legales, a llevar adelante una economía. Empezamos produciendo 30 equipos y hoy tenemos la posibilidad de hacer 500 ó 600 y no se fabrican más porque no hay demanda”, describe.

Lo cierto es que forjarse como una empresa social, a todos los trabajadores los llena de “orgullo”. La causa pendiente de “La Esperanza” es “contar con el edificio propio”.

En el seno del Centro Cultural Azucena Villaflor, de Avellaneda, promediando 2011 nació la Cooperativa Editorial que lleva el mismo nombre. La iniciativa fue promover un espacio de producción que generara puestos de trabajo.

“Por las características nuestras, nos pareció que lo más adecuado era generar algún bien cultural, así que nos enfocamos en la producción editorial, ya que además teníamos compañeros con experiencia en el tema”, menciona su secretario, Miguel Simonetti.

Esta cooperativa integrada por siete miembros está en actividad hace poco más de dos años y ya lleva editados 11 libros.

Según cuentan, la división de trabajo se estipula a partir de las habilidades de cada uno. “Tenemos dos personas que se encargan de diseño, dos encuadernadores que venían con ese oficio por ser artesanos, una compañera jubilada que nos lleva los números, y otra compañera que es la presidenta y lleva las órdenes del día”, detalla Simonetti.

Todos los socios se reúnen en asamblea los jueves a la mañana y organizan el trabajo de la semana. “Es difícil autogestionarse, la libertad, la responsabilidad y la autonomía, debido a que todos somos parte de un sistema en el que estamos acostumbrados a que otro nos baje las directivas y nos dé órdenes”, considera, pero aclara que “cuando el grupo está convencido, todos trabajan por todos para que el esfuerzo sea compartido”.

“La idea es no sobrecargar las espaldas de ningún compañero, más cuando todos se llevan el mismo beneficio. Es algo que rescatamos, defendemos y celebramos mucho”, sostiene.

La primera cooperativa de la región pertenece al ámbito de la enseñanza. El Instituto Lomas de Zamora se fundó en 1941 como escuela privada y, 11 años después, su dueño decidió cerrarla porque “no era negocio”.

Ante esto, los trabajadores conformaron una cooperativa y el 9 de marzo de 1953 la constituyeron formalmente. “Tenemos 61 años de antigüedad como empresa recuperada”, resalta su director, Roberto Schimkus.

Esta escuela, que comenzó a funcionar en una casona típica de Temperley, sobre la calle Meeks, cambió favorablemente su fisonomía a partir de 1960. “Cuando la cooperativa se hizo cargo, se construyeron edificios para toda la parte de administración, 15 aulas, un salón para 600 personas y tres laboratorios, todo logrado por el esfuerzo colectivo de los trabajadores, que han donado parte de su salario”, destaca Schimkus.

“Nosotros pertenecemos a una escuela de gestión social, que trasciende incluso a la cooperativa porque, sin la ayuda de la comunidad educativa, no hubiésemos podido realizar todo esto”, sostiene el director.



El sustento económico. Actualmente, el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC), que promueve la creación de cooperativas y las representa gremialmente, cuenta con 144 entidades asociadas. El IMFC, además, busca contribuir con el desarrollo de esta economía solidaria, cuyo principal inconveniente son los ingresos escasos.

“Lamentablemente, para ninguno hoy la cooperativa puede ser la fuente principal de ingresos, todos tenemos otros trabajos y nos vamos acomodando durante la semana para estar en la cooperativa”, señala Simonetti desde la “Editorial Azucena Villaflor”. Para él, el desafío es “crecer en el volumen de producción para que la cooperativa pueda ser un medio de vida”.

Desde “La Esperanza” coinciden: “Acá uno tiene que aprender que todo es suyo. Si no vendés, no comes y tenés que mantener el capital de trabajo”, asevera Robledo.

En la ex Cler, por más que los miembros realicen tareas diferentes, todos ganan 1.200 pesos por semana. “Si hay trabajo tenemos que trabajar más tiempo, porque somos dueños. Hay que cambiar el pensamiento de empleado y entender que la responsabilidad individual es del cien por ciento, sino uno se queda estancado”, resalta.

Un tanto diferente es la situación del Instituto Lomas de Zamora, ya que el salario de los 107 docentes que trabajan en la escuela los paga el Estado provincial. Sin embargo, los sueldos de maestranza, portería y mantenimiento y administración se pagan con la cuota.

“Muchos cooperativistas nos miran como diciendo ‘ustedes reciben dinero del Estado, no dejan de ser empleados de ellos’, pero la realidad es que la gestión es social, es cooperativa. Además, nuestra cuota es muy baja, no es elitista”, aclara Schimkus. “La Ley Nacional dice que hay tres formas de educación: estatal, privada y social. Nosotros entramos en esta última, aunque Provincia todavía no haya hecho la adecuación se nos reconoce como tal”, explica.



Hacia una cultura cooperativista. Si bien hoy reciben más ayuda del Estado y el aporte fundamental de instituciones como el IMFC o el INAES, y la producción crece sobre la base de su incansable trabajo, las cooperativas se enmarcan en un contexto económico en el que estas entidades aún siguen siendo la excepción.

“Sobrevivimos en un sistema donde la mayoría de las organizaciones productivas tienen otro perfil”, indica Simonetti, quien considera que el modelo cooperativo “si es exitoso y bien llevado, puede ser un ejemplo”.

“Creemos en la organización cooperativa, donde no hay explotación por parte de nadie y toda la riqueza que se produce puede ser repartida en partes iguales, tanto en los beneficios como los esfuerzos”, expresa.

Asimismo, el director del Instituto Lomas de Zamora considera que “no hay una cultura cooperativa en la sociedad”. “A la gente le hablás de una cooperativa y te miran raro, quizás escucharon hablar algo por ahí, pero nada en profundidad. Es una forma de organización diferente y falta conocimiento al respecto”, indica y reflexiona: “Hoy hay una cultura individualista y del ‘sálvese quien pueda’, contra esta cultura, que es la de lo colectivo como forma de afrontar la vida”.

La lógica tradicional del capitalismo -un dueño que se queda con el excedente mientras el resto trabaja por un salario- queda totalmente descartada por estas asociaciones, que en base a un principio de solidaridad entienden que la satisfacción de las necesidades sólo parte del colectivo, ese que garantiza la igualdad sobre la base de esfuerzos y beneficios compartidos por sus miembros.



Por Pablo Rojas

Producción: Hernán Ferraro