Mentiras de patas largas


Luz, cámara, acción. Es necesario recordar el guión y las escenas anteriores, aquello que ya fue dicho y que, por lo tanto, no puede ser contradecido ni reiterado. Ponerse en la piel del personaje, salir al escenario con la seguridad de lograr credibilidad ante el interlocutor, saber la letra a la perfección, hacer que el otro no descubra la farsa, desficcionalizar un mundo de ficción. ¿La interpretación de una obra de William Shakespeare? No, algo más complejo: otro capítulo en la vida diaria de aquellas personas que no pueden vivir sin caer en la mentira y que estructuran su existencia en torno a ella hasta transformarla en un vicio, en un hábito cotidiano. Así es la vida del mitómano.

Yo miento, tú mientes, él miente, todo ser humano ha mentido alguna vez. Socialmente la mentira nunca tuvo buena fama aunque, según los especialistas, es propia de todo ser hablante. El problema surge cuando falsear la realidad se convierte en una necesidad recurrente que condiciona la existencia de las personas, al punto de que el propio mentiroso llega a creer en ellas.

Sin llegar al delirio, la mitomanía evidencia un trastorno de personalidad en quienes la adoptaron como forma de vida, en aquellos que no pueden evitar acudir a ella tanto en situaciones límite como en contextos en los que su empleo no tiene explicación razonable.

A pesar de ser concientes de sus actos, de sus engaños, estas personas no pueden detener el impulso irrefrenable de deformar la realidad con el objetivo de ser más atractivas socialmente o incluso más queridas y aceptadas, metas que no son alcanzadas de ese modo y que, por el contrario, arrastran al mitómano a la pérdida total de la credibilidad que justamente todo el tiempo se esfuerza en alcanzar mediante un mundo de quimeras.



Cuando mentir es obsesión. No importa el objetivo, aquellos que volvieron costumbre o hábito estructurar su vida en torno a mentiras llegan a utilizarlas tanto en situaciones críticas como en contextos que no lo ameritan.

“Hay formas de supervivencia que incluyen la mentira, por ejemplo en medios hostiles. La diferencia es que en los mitómanos esto nace espontáneamente, no mienten para sobrevivir sino que es una condición de su existencia, lo hacen en situaciones difíciles pero también en situaciones que no valen la pena. Es como un vicio”, advierte a Info Región Hugo Marietán, médico psiquiatra y docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y con él coincide Eduardo Grande, presidente de la Asociación Argentina de Salud Mental. “La mitomanía es una patología según la cual las personas mienten por lo que sea. Con la mentira no buscan obtener un beneficio. Mienten por el hecho de mentir, incluso no logrando satisfacción con la mentira. En estas personalidades la mentira está incorporada al discurso”, explica.

Según los especialistas, la mitomanía no es una enfermedad en sí misma sino que corresponde a un conjunto de síntomas que pueden presentarse en diversos padecimientos psíquicos, particularmente en los Trastornos Obsesivos Compulsivos y, sobre todo, de personalidad. “La mitomanía tiene que ver con un trastorno compulsivo porque hay una repetición constante y obsesiva de la mentira, pero sobre todo hay que pensarla en base a un problema de personalidad”, asegura Grande.

En ese sentido, apunta que el mal que afectaba al adorable Pinocho suele darse en dos tipos de temperamentos: en personas inseguras de sí mismas, necesitadas de afecto y de demostración constante de estima y en aquellos que buscan siempre ser el centro, sobresalir y hacen una lectura frívola y superficial de la realidad.

“La mentira patológica tiene que ver con trastornos en la constitución del Yo, autoestima baja, gente insegura y necesitada de afecto, sienten que si no mienten nadie los va a querer. Tienen una dificultad en la perseverancia y en responsabilizarse de sus actos”, indica la coordinadora del Programa de Salud Mental del Hospital Pirovano, Eva Corsini, quien agrega: “El mitómano falsea la realidad para hacerla más soportable o para mostrar una imagen mejor de la que realmente tiene”.

Gustavo Bertrán, coordinador del Hospital de día del Centro General de Agudos doctor Teodoro Álvarez, asegura que todo ser humano “tiene su propio mundo de ficción”, aunque diferencia este tipo de fantasía de la que es empleada a diario por la persona mitómana debido a que, en ellos, “la mentira es constante y exacerbada”.



Diferentes tipos de mentira. Mentir es una de las conductas más reprochables entre quienes viven en sociedad. No obstante, los profesionales consultados por Info Región rescatan cierta forma de mentira al asegurar que falsear la realidad esporádicamente es algo innato a los seres humanos, ya sea con el objetivo de eludir un compromiso, de comportarse diplomáticamente y aun como condición para desempeñar el rol social que cada persona ejerce en sociedad.

“Hay diferentes tipos de mentiras (ver recuadro). Es necesario entender que a nivel de la neurosis la mentira no es mala, para el psicoanálisis es estructural ya que para mentir tiene que haber mentalidad. Si nos quedamos con que la mentira es mala nos perdemos que la misma permite diferenciar lo real de lo que no lo es”, apunta Bertrán y resalta: “Lo importante es no confundir esta mentira, propia de cualquier neurosis, de aquella que se transforma en enfermedad”.

En ese plano pueden ubicarse tanto la mentira patológica y recurrente que aquí nos ocupa como aquella que se da a nivel psicótico. En ambas es inaplicable el concepto positivo que le adjudica Bertrán a la mentira, particularmente en la última ya que, según asegura, en ese nivel “no hay estructura para mentir porque no hay mentalidad”, es decir, se miente de forma inconciente y la creencia en la propia mentira se transforma en delirio (ver nota Esquizofrenia).

“El neurótico miente porque percibe la realidad de una manera. Partimos de la base de que el entorno social es una construcción, una ficción, por lo que la persona está siempre tratando de construir un personaje para adaptarse a esa circunstancia. Así es que socialmente ejerce distintos roles”, indica el especialista.

Distinto es lo que sucede cuando la persona recurre a la mentira en todos los ámbitos de su vida, cuando queda atrapada por completo en su propia red de falsedades, a tal punto de creer en ellas y ser la única manera que tiene para relacionarse en sociedad. Esas son las características que describen por completo al mitómano.

“La mitomanía se diferencia de la mentira en que no es episódica sino permanente, se manifiesta desde la infancia y está caracterizada por una sistemática tendencia a falsear la verdad respecto de los hechos, cosas o personas”, apunta Jorge Odzak, médico legista y miembro del Cuerpo médico Forense de la Corte Suprema de Justicia.

“La diferencia entre el mentiroso común y el mentiroso patológico reside en la forma y en la persistencia de la mentira. El mitómano tiene la característica de actuar tan bien su personaje que hasta se miente a sí mismo y se cree su personaje. No obstante, siempre hay un resto que lo ancla a la realidad”, apunta Marietán y con él coincide Grande al evocar un viejo aforismo: “El que miente mil veces cree que lo que dice es verdad”.



El arte de mentir. Además de la mentira social, de la, a veces, tolerada mentira piadosa, de las empleadas para magnificar historias que lo conviertan en un ser atractivo socialmente o lograr conmover a quienes lo rodean, el mitómano también cae en la mentira justamente para encubrir el prontuario de fantasías que lleva acumuladas en el guión de su propia novela épica.

“En principio no es fácil descubrir a un mitómano porque está muy entrenado en la mentira. El mentiroso común tiene algunos elementos paraverbales, movimientos del cuerpo, gestos o tics, como rascarse la nariz, tocarse la barbilla o pasarse la mano por el pelo, mover las piernas, que son incontrolables y los delatan. En cambio, el mentiroso patológico controla todo esto y logra que su mensaje no suene diferente a cuando expresa algo real o verdadero. Son artistas de la mentira”, sostiene Marietán.

Esto ocurre porque en la conducta del mitómano llega a naturalizarse el hecho de tomar recaudos para evitar que su mundo ficcional sea descubierto, lo que, como contrapartida a la ausencia de culpa o remordimiento al expresar sus mentiras, muchas veces implica un esfuerzo que le genera desgaste y angustia. “La complejidad que implica mantener la mentira provoca sufrimiento. Hay mentiras que son imposibles o, al menos, difíciles de sostener, es por eso que estas personas deben recordar lo que dijeron para no pisarse, implica un desgaste terrible”, evalúa Corsini y con ella coincide Bertrán al asegurar que “la energía psíquica es limitada, o uno la pone en lo que quiere hacer a través de sus deseos e intereses o la emplea para ficcionar permanentemente”.

“Un caso que me tocó tratar es el de una joven que mentía constantemente en cuanto a su estado civil y su carrera profesional -relata Corsini-, decía que estaba de novia próxima a casarse cuando en realidad no tenía pareja y sostenía que se había recibido a pesar de que hacía 20 años que estudiaba lo mismo. Un día una conocida le consiguió una fuente de trabajo y, a partir de ahí, el esfuerzo para sostener la mentira fue cada vez mayor, aunque finalmente no pudo retener el puesto porque no tenía el título. También inventaba que se iba de vacaciones a lugares exóticos y, después, cuando le preguntaban tenía que inventar todo lo que supuestamente había vivido en ese lugar. Esa mentira le duró hasta que le propusieron hacer un viaje en serio y se comprobó que no tenía pasaporte para salir del país”.

Como bien decía el poeta inglés Alexander Pope, “el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”.



Mentiras peligrosas. Son muchos los riesgos que corre el mitómano con cada nueva mentira que suma a su endeble castillo de naipes. Con sólo quitar una pieza la construcción de mentira sobre mentira tambaleará y el resultado será que sus cartas caerán, una por una, quedando expuestas y mostrando su cara verdadera a aquellos que fueron engañados durante la partida.

Según los especialistas, las consecuencias serán la pérdida de credibilidad a nivel social y la falta de confianza de parte de su familia y amigos. “Es muy difícil que el mentiroso patológico cambie. Suele estructurarse en la niñez y los primeros años de adolescencia y continuar de por vida. Esto viene acompañado de soledad y aislamiento, porque a medida que las personas descubren al mitómano, este último va quedándose solo, por eso es que busca nuevas personas a las que mentir”, apunta Grande.

La “manía de mentir”, “de mitificar”, de allí viene su nombre, afecta no sólo al mitómano sino también a las personas que lo rodean, sobre todo cuando mentir es un síntoma subyacente u oculto detrás de otra patología, como la compulsión por el juego o las adicciones.

Según estadísticas realizadas en 2005 por el Servicio de Salud Mental del hospital Álvarez, el 92% de los pacientes miente sobre el consumo de sustancias; el 25% sobre la ingesta de alcohol y el 58% sobre el juego patológico (ludopatía).

No obstante, existe otro escenario en el que la patología suele complicarse aún más. Es cuando la “manía” de mentir está presente en personalidades antisociales, principalmente en estafadores y cleptómanos (ver recuadro “El estafador más famoso...”).

En este sentido, Marietán rememora un caso que tuvo lugar en los años ’70 en Corrientes, cuando una persona se hizo pasar por el hijo del entonces secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar. “Tras su supuesta llegada al país, el joven fue invitado por el Gobernador, quien le dio hospedaje en el mejor hotel. Llamaron la atención los finos modales del joven, su acento extranjero, su amabilidad, su buen porte, su don de gente y simpatía. Así es que durante algunas semanas fue agasajado con todos los lujos y tratado de lo mejor. Un día se presentó en el hotel una señora y pidió por su hijo. ‘¿Quién es su hijo?’, le preguntaron. ‘Mi hijo es Pablo Pérez. Es quien ustedes conocen como el hijo de Pérez de Cuellar’, respondió y, de esta manera, puso fin a la cuidada actuación de su hijo”, relata.



¿Héroes o mitómanos? En la mayoría de los casos los mitómanos buscan sorprender con sus historias de ficción y nunca dejan que el relato de otro sea más sorprendente, fascinante o incluso trágico que el suyo. “Tenía una amiga a la que quería mucho pero tenía un gran defecto, mentía todo el tiempo, a todo momento y sin necesidad. Inventaba que la habían ascendido en el trabajo, que había hecho un viaje, que había ganado tal cosa y luego era todo mentira. A su vez, también decía tener problemas si vos antes le habías contado algún problema. Una vez me fisuré la muñeca y, al día siguiente, apareció con una muñequera porque decía que también había tenido un accidente”, cuenta Lorena y agrega: “Un día inventó que había fallecido su abuela para faltar al trabajo”.

Decir “nunca miento” sería justamente una forma de faltar a la verdad. No obstante, cuando se debe medir cada palabra, controlar cada gesto, automatizar cada respuesta para evitar ser descubierto en alguna falacia porque la vida gira en torno a una cadena interconectada de falsedades, es que la mentira pasa a ser síntoma de enfermedad y de una patología equiparable al set de filmación de una película de ficción de esas que siempre parecen tener una segunda parte.