Acá cerca y hace tiempo...


Galerías frescas, molduras onduladas, ventanales amplios, techos de pizarra, puertas de madera maciza, aljibes y farolas. Un castillo que data del 1800, una esquina que no tiene ochava y una estancia que guarda un importante fragmento de la historia argentina son algunos de los vestigios del pasado en la región.

Se mezclan con torres de gran altura, con edificios modernos, chalets y ventanas con persianas que las recluyen y tapan su encanto. Pero ahí están, escondidos, resistiendo al paso del tiempo, dando testimonio de épocas, de tendencias y de una historia que parece leerse en sus paredes.

Aquellos ojos distraídos que no los advierten en las calles de la región pueden posarse sobre las próximas líneas para descubrir un mundo que aún tiene ecos de memoria en el sur del conurbano.



Un castillo del siglo XIX en Adrogué. Parece salido de un cuento. De esos en los que hay príncipes que rescatan princesas, magos o hadas madrinas que deshacen hechizos, seres sobrenaturales y pasadizos secretos. Pero lo cierto es que no es de ficción y que tampoco fue habitado por personajes encantados o siniestros, aunque sí cumple con el último requisito, ese que habla de túneles escondidos. Se trata de Villa Castelforte, un castillo que fue construido en 1874 y que guarda buena parte de la historia del distrito de Almirante Brown, un poco en su aljibe, otro poco en la capilla o la fuente que adornan el patio y, sobre todo, en sus galerías subterráneas, llenas de misterios y leyendas.

Está erigido en Rosales 1521 y pertenece a la Asociación de Nativos de Almirante Brown. No obstante, hace más de un siglo era habitado por su propio creador, el arquitecto italiano José Canale, y ocupaba mucho más que el actual terreno ya que la villa completa poseía una superficie de 1,8 hectáreas.

Es que el lugar se extendía desde lo que hoy es la plaza Espora hasta la plaza Brown, y desde allí hacia la calle Cerretti, simulando la forma de la península itálica.

Lo que hoy se conoce como Castelforte era entonces una parte de la construcción, conocida como Venecia, y estaba emplazada entre hermosos jardines que llevaban los nombres de Bologna y Florencia, tres ciudades italianas en las que vivió el arquitecto antes de llegar a Argentina.

“Canale diseñó la traza urbana del pueblo de Almirante Brown a pedido de su fundador, Esteban Adrogué. Así fue que construyó las plazas, Castelforte, que fue una de las primeras edificaciones, la Escuela Nº 1, la Iglesia y la Municipalidad”, cuenta a Info Región Patricio Molina, miembro de la Asociación de Nativos de Almirante Brown.

El interior del castillo conserva los pisos de madera y cerámica, las lámparas antiguas, las pinturas que retratan los bellos paisajes de Adrogué y las interminables escaleras. Su fachada es imponente, con ventanales angostos y altos recubiertos por persianas verdes, que contrastan con el amarillo de las paredes y los ladrillos a la vista. Amplias y frescas galerías dan la bienvenida, desde las cuales puede apreciarse la pequeña capilla, el aljibe y la fuente de agua.

“Este castillo es lo único que queda en pie y está situado en lo que fue Venecia de Castelforte, que funcionaba como depósito de municiones”, detalla Molina. Su edad, 80 años, no lo deja mentir. Patricio conoce los secretos del lugar y lo recorre como si fuese el propio Canale. Se dirige justo debajo de la escalera, abre la puerta y descubre el espacio que se lleva todo el misterio: la red de galerías que recorre toda la extensión subterránea del edificio. “Según se cree, los túneles conectaban Venecia con Bologna y Florencia. El boca en boca, la leyenda, cuenta que las galerías llegaban a la estación y al Colegio Nacional, donde antes se erigía el Hotel Las Delicias, pero eso no está comprobado. Tenemos un plano del castillo, que antes ocupaba toda la manzana y, según él, los túneles no salían de la villa, pero el interrogante queda”, admite.

En la entrada de los pasadizos, una placa de metal advierte que la altura es de 2 metros, aunque desde la Asociación de Nativos aseguran que una vez dentro la profundidad llega a los 10. La extensión de las redes es otro misterio, aunque se estima que superan los 15 metros.

Lo que en algún momento pareció imitar el paisaje veneciano de casas altas y fuentes, hace tan sólo seis años le dio una imagen similar a buena parte de los túneles que, con el ascenso de la napa freática, no soportaron la humedad y permanecen inundados.

A pesar de todo, en las salas persisten algunos elementos de la época. “En una hay una estatua de tipo hindú, un jarrón, un banco, botellas, una lámpara y hasta un limpiabotas”, indican desde la Asociación.

En cada uno de sus ambientes el Castillo sigue guardando secretos, aquellos que pertenecieron a las familias Canale y Adrogué, que por algún motivo diseñaron un lugar de tamaña magnitud bajo tierra, donde aún se esconden confidencias, recuerdos de vidas pasadas, objetos y el espíritu de una época que marcó los primeros pasos de un pueblo.



¡Qué delicia! Dicen que fue un amigo de Esteban Adrogué el que llegó por primera vez a la chacra en la que el fundador del pueblo que hoy lleva su nombre planeaba construir la primera ciudad con diagonales de Latinoamérica. Y que, una vez frente al Hotel que mandó a construir Don Esteban, donde hoy se erige la estatua de Diana Cazadora, justo detrás de la Casa de la Cultura municipal, no pudo evitar el asombro. “¡Esto es una delicia!”, le expresó. Sin pensarlo, había bautizado a la estancia.

El Hotel Las Delicias fue inaugurado el 1 de diciembre de 1872 y derrumbado en 1957. En principio, fue vivienda de Adrogué y de sus hijos solteros. Con el paso del tiempo, se transformó en destino de veraneo para cientos de familias que llegaban al pueblo con el propósito de edificar casas de campo.

Así es que el hotel se transformó en refugio preferencial de importantes personajes de la historia argentina. Entre ellos, Domingo Faustino Sarmiento y Jorge Luis Borges.

Actualmente, en el pasaje Las Delicias sólo permanece en pie y altiva La Diana Cazadora, una escultura de la diosa de la fecundidad que adornó por un tiempo los terrenos de Castelforte y que también dio la bienvenida a quienes se acercaban al Hotel.



El viejo almacén. Allí, en la intersección de Azara y Sáenz, una esquina invita a volar la imaginación, a recordar épocas en las que las calles eran transitadas por carruajes y en las que había que resguardarse de los malevos cuchilleros. Allí se alza la única esquina de Lomas de Zamora que no tiene ochava.

Hoy sólo quedan algunos ladrillos de la vieja construcción, que data de 1850 y era conocida como el famoso “Almacén Broggi” o “Estaño de los Iberra”. Su estilo colonial, sus ventanales con terminación ondulada y sus molduras a centímetros del techo hoy lucen pintadas, tapiadas y en cruel estado de abandono. Lo único que aún perdura de la construcción es el corte recto en su terminación.

En la segunda mitad del siglo XIX el solar fue el lugar de encuentro de los hombres importantes de la época, precisamente de aquellos que participaron del nacimiento de Lomas de Zamora. “Allí se reunían, discutían y confabulaban los Grigera, los Castro, los Portela e incluso, algunas veces, Esteban Adrogué, que por ese entonces vivía en la Quinta Los Leones (ver recuadro), antes de fundar su propio pueblo”, explica a Info Región el arquitecto Luis Letizia, miembro del Instituto Histórico Municipal y de la Comisión de Preservación y Museo Americanista de Lomas de Zamora.

Lo cierto es que la ochava es la única característica que logró sobrevivir al paso del tiempo. Este sello distintivo de las construcciones de Buenos Aires es anterior a la época del gobernador Juan Manuel de Rosas, quien dispuso la obligación del uso del corte de ochava en las esquinas como medida de seguridad para los vecinos, debido a que ello permitía prevenir el acecho de los malevos asaltantes, que aprovechaban el ángulo recto para sorprender y atacar.

Quizás algunos vecinos recuerden cuando en 1961 el lugar fue visitado por el mismísimo Jorge Luis Borges, tras participar de un acto cultural en el distrito. El escritor, que ya tenía problemas de ceguera, pidió expresamente ser llevado al Estaño de los Iberra, ubicado a pocos metros del edificio municipal. Cuando le indicaron que había llegado, el autor se acercó a las paredes y comenzó a acariciarlas sobre la vereda de la calle Azara hasta llegar al borde. Allí, dicen que exclamó: ¡Sigue sin tener ochava!



La casona suiza. Las familias que llegaban hasta Adrogué en tren observaban desde la estación las enormes chacras y, a lo lejos, una mancha negra, difusa, que con el paso del tiempo comenzaron a llamar “cucaracha”. Al acercarse al lugar descubrían que se trataba de una enorme casona de estilo suizo y que el rectángulo negro apodado como el insecto era, en realidad, su techo de pizarra.

“Adrogué mandó a construir La Cucaracha en 1872 para sus hijas Sofía y Dolores. Pero ellas no llegaron a vivir acá porque no se adaptaron, estaban acostumbradas al centro”, cuenta a este medio Delia Martínez, miembro del Museo y Archivo Histórico municipal, que funciona desde hace cuatro años en el edificio en cuestión, ubicado en avenida Espora y Diagonal Brown.

Es por eso que ante el desinterés de las jóvenes, el lugar se transformó en el primer edificio público del distrito. “Cuando Adrogué decidió fundar el Partido prestó la casa para que allí funcione la primera comisión de gobierno, aunque todavía no había intendente. Después en el lugar también tuvieron sede la comisaría y los bomberos, todo en esa misma casa”, relata Noelia Gonano, coordinadora del museo y archivo histórico local.



Un tesoro en 23 veranos. Algo le llamó la atención al pintor argentino Raúl Soldi cuando pisó por primera vez Glew, localidad de Almirante Brown. Además de enamorarse de ese pueblo tambero, en el que instaló una pequeña casa de fin de semana (donde hoy funciona el Museo –Fundación Soldi), reparó en un hermoso lugar: la Capilla Santa Ana.

Si bien se transformó en pueblo en 1865, Glew no tuvo parroquia hasta 1905, cuando concluyó la construcción de la iglesia en tierras donadas por Doña Vicenta, una popular vecina de la zona.

Cuando Soldi la vio por primera vez, 48 años después, advirtió algunas cuestiones que lo inspiraron a dejar su huella para siempre en el lugar. “En el momento en que conoce la Capilla nota que coincidía el año de nacimiento de él con el de la terminación de la Iglesia, en 1905. Además, también lo sorprendió encontrarse con todas las paredes en blanco”, detalla a este medio María Inés Reindl, que recibe a todos aquellos que se acercan al lugar para interiorizarse sobre su historia.

Los once frescos y dos murales con los que Soldi embelleció a la Iglesia toman fragmentos de la vida de Santa Ana, madre de la Virgen María. “La obra se llama ‘La vida de Santa Ana y San Joaquín’, como si hubieran vivido acá en Glew. Comienza con la vida de ellos, sigue con el nacimiento de María y termina con la llegada de Jesús”, explica Reindl.

“Santa Ana de los Cardos”, “El coro”, “La visitación” y “El nacimiento de Jesús” son algunas de las pinturas que adornan la Capilla. Según indica Reindl, varias fueron realizadas mediante la técnica de humedecimiento de la pared y otras, con estilo renacentista, sobre revoque fresco.

Un fuerte olor a hierbas invade el olfato al llegar al altar de la basílica, que tiene 8 metros de frente por 25 de largo. Tan fuerte es el aroma como los colores de las pinturas, donde intensos azules se mezclan con verdes vivos y algunos matices pastel.

Nada más ni nada menos que 23 veranos tardó Soldi en terminar su obra. “Comenzó a trabajar en ella en 1953 y terminó en 1976, con el pegado de las dos últimas, que no son frescos sino murales”, especifica la mujer. Se refiere a ‘El casamiento de María y José’ y ‘El nacimiento de Jesús’, que al entrar a la Iglesia se encuentran sobre el ala derecha.

La belleza arquitectónica de la Iglesia, que tiene planta de basílica y una bóveda de cañón corrido en su techo, lo es aún más a partir de la llegada de este visitante que se transformó en un vecino más y en una de las figuras más queridas de Glew.



Un poco de historia. La estancia de Piñeiro, también llamada “Quinta Grande”, en Avellaneda, fue el escenario en el que Juan Manuel de Rosas y Juan Llavalle firmaron el denominado “Pacto de Barracas” el 24 de agosto de 1829 con el fin de evitar una guerra civil entre unitarios y federales.

El lugar, ubicado en la calle Oyuela, entre Crisólogo Larralde y Colón, fue construido por Felipe Piñeiro, a quien su madre le cedió las tierras. De esta manera, este casco es el origen del denominado barrio Piñeiro, de donde nace su nombre.

Una de las tantas leyendas del lugar, quizás la más interesante, se remonta al encuentro entre Rosas y Llavalle. Se dice que este último, al arribar al punto de encuentro, nota que Rosas todavía no había llegado. Entonces, como se encontraba muy cansado, se acostó en un catre.

Cuando finalmente el caudillo entró al lugar encontró a su enemigo durmiendo desprevenidamente. La ocasión era ideal para eliminarlo y terminar con tantos años de luchas. Sin embargo, eso no hubiese sido digno de un hombre de honor. Luego de preparar mate, Rosas despertó a su contrincante de la siesta y le convidó un amargo, mientras éste aún permanecía descansando. Recién ahí, ambos se dispusieron a firmar el pacto.

En tanto, dos décadas atrás, se libraban en las costas de Buenos Aires las llamadas invasiones inglesas, en 1806 y 1807. Las primeras tuvieron como escenario al Puente de Gálvez (hoy conocido como Puente Pueyrredón, símbolo de Avellaneda) ya que las tropas extranjeras hicieron su ingreso por las costas de Quilmes y atravesaron el Riachuelo por el entonces Camino Real (hoy avenida Mitre). “El hoy puente Pueyrredón fue el principal escenario de las invasiones inglesas y también, aunque en menor medida, el paso de La Noria”, indica Letizia.

No obstante, ante el fracaso de la primera intrusión, los batallones hicieron un nuevo intento de penetrar en territorio argentino por otros rincones de lo que hoy forma parte del Conurbano bonaerense.

“En la segunda no iban a cometer el error de ir por el mismo sitio, entonces se conformaron tres columnas distintas. Se tiene la idea de que una avanzó por lo que fue la avenida Pasco, hoy avenida Eva Perón y la otra por Bernal y se metió por los fondos de Banfield, cruzó la Quinta Los Nogales y Monte Correa. En tanto, la retaguardia llegó al mismo puente, pero no lo pudo cruzar, mientras que las otras dos alas cruzaron y se unieron en Misserere”, recuerda Letizia.



Cintia Vespasiani