Toda una vida en la región


Viven desde siempre en la región. Conocen estas tierras desde que los arroyos eran transparentes y los espacios verdes superaban las torres y edificios. De distintas maneras, le entregaron su vida a esos rincones rurales de la Provincia que los vieron nacer y que aún hoy, transformados en ciudades, los siguen amparando.

Tienen entre 78 y 89 años y forman parte de la historia fundante de Lomas de Zamora y Almirante Brown. Fueron testigos de la llegada del transporte público y de los primeros asfaltos, emprendedores de los más incipientes comercios e iniciativas culturales.

Protagonistas de una región naciente, de su desarrollo, su poblamiento y su actual esplendor, que los encuentra siendo vecinos ilustres y desvirtuando ese dicho que asegura que nadie es profeta en su tierra.



Desde siempre en Mármol.

Romualdo De Lillio vive en José Mármol desde aquellos tiempos en los que pasaba el tranvía a caballo y el tren eléctrico aún era una ficción. Nació allí el 23 de septiembre de 1925, década en la cual la plaza “Virgen de Luján” era conocida como “de los Aromos”. Años en los que la localidad era sólo verde, verde de casaquintas y de espacio sin habitar.

En ese entonces -cuenta- Mármol se extendía desde la estación hasta donde hoy se erige el club El Fogón, en Mitre al 2500. Mientras que Adrogué comenzaba a ser en las vías del Ferrocarril y culminaba allá por la calle Avellaneda, donde luego las chacras y estancias se confundían con un campo fértil y, a simple vista, interminable.

“Allá por 1920 la ciudad estaba formada por casaquintas, que no estaban fraccionadas. Eso recién ocurrió en los años ‘30 y ‘40. El resto era todo campo”, comienza su relato Romualdo, pintor de alma, pero también poeta, historiador y periodista.

A sus 84 años, sigue viviendo en Mitre al 1900, a unos pocos pasos de la estación de su querido Mármol, donde, según sus palabras, fue “testigo de todos los días y las noches” de su pueblo. Donde creció, estudió, trabajó, se casó y soñó. Donde fue corresponsal para un importante diario de tirada nacional y testigo, allá por 1934, de un hecho histórico: el Graf Zeppelin surcaba el cielo marmolense. “Los chicos faltaron ese día a la escuela y para poder observar mejor el paso de la aeronave, muchas personas se encaramaban en los techos y los árboles”, cuenta a Info Región.

Y rememora los domingos en la plaza, cuando los vecinos hacían vuelos de bautismo con sus avionetas y las familias se juntaban a ver el momento en que partía el tranvía, que allá por 1931 logró reemplazar sus caballos por el impulso de un motor de Ford T. “La plaza de Mármol era la famosa plaza de los Aromos, un árbol religioso para la gente porque a su tibia sombra se sentaban a tomar mate a la tarde mientras miraban cómo partía el tranvía”, recuerda, quien fuera amigo del pintor Raúl Soldi, vecino de Glew, y de Jorge Luis Borges.

Entonces cuenta que José Mármol tenía dos carteros “que atendían toda la zona, tanto la urbana como la rural”. Don Juan Ruiz, que realizaba el reparto en bicicleta, y Rossi, que lo hacía a caballo.

Y sus anécdotas también evocan a un personaje extinto en el barrio de hoy pero infaltable en el pueblo de ayer: el portero. “Cada familia tenía su portero, vestían chalecos a rayas y caminaban a lo largo de la puerta”, precisa y, con nostalgia, describe a un “pueblo distinto”.

“La gente en 1920 salía de las casas por el placer de perderse (literalmente) en las calles de Adrogué. Lo hacían después de almorzar, cuando los mateos (carruajes de alquiler) también salían, sabiendo que a esa hora se iban a encontrar con clientes que no sabían cómo volver”, rememora.

Corría el año 1934 y Romualdo advirtió que las calles de la ciudad, adoquinadas desde 1918, comenzaron a ser asfaltadas. En el ‘43 empezó a recorrerlas el primer colectivo, que iba desde Mármol hasta Adrogué y desde allí a Rafael Calzada. “La otra parte había quedado relegada y la Municipalidad mandaba un carro de basura”, cuenta indignado.

De Lillio pasó por varios establecimientos educativos de Brown. El colegio 16, que todavía funciona sobre la calle Bynnon, la escuela 1 y el Colegio Nacional, ambos de Adrogué. Luego estudió en la Asociación Estímulo de Bellas Artes.

Lleva escritos -e impresos por él- 12 libros, en los que aborda la historia del distrito, sus vecinos y sus infinitas curiosidades. Como por ejemplo que Adrogué es la primera ciudad del país que tuvo un trazado de cuadras diagonal. “Adrogué tiene cosas únicas, como el primer trazado no español de cuadras. Adrogué nunca quiso ese diseño y trabajó con el arquitecto Canale para hacer un trazado distinto. Así, este fue el primer trazado que se hizo en América y Argentina con diagonales, mucho antes que La Plata”, aclara quien fue vicepresidente de la comisión fundadora del Hospital local Juan Mársico, director de Cultura del distrito, pero sobre todo artista, con todo lo que eso incluye, de sus pagos.



“Mi Banfield querido”. Si hay algo en el mundo que apasiona a Carmelo Mitidieri es justamente aquel que fue, es y será su lugar en el mundo: su querido Banfield. La localidad es su casa desde 1930, cuando a sus 10 años llegó de Italia con sus padres.

Hoy, cuando le falta menos de un mes para cumplir 90, sigue viviendo sobre la avenida Alsina, disfrutando del Club de sus amores y contándole anécdotas a sus nietos de cuando en su ciudad no existía el asfalto y los arroyos tenían agua cristalina.

Años en los cuales los corsos, la fiesta de la primavera y los carnavales se extendían de domingo a domingo. “Todos los festejos duraban una semana, se hacían en las calles. Los domingos traíamos números buenos como Néstor Fabián, y los días de semana venían los rascas”, cuenta a Info Región y ríe.

Su elegancia y el brillo de sus ojos al momento de recordar viejas épocas, aquellas en las que repartía su tiempo entre la sastrería –profesión que heredó de su padre- su fiel amor al Club Banfield y su activa participación social, muestran a un hombre que vivió y vive con el amor que siempre lo impulsó a hacer las cosas desde que nació.

“Mi papá me trajo porque tenía miedo de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, luché mucho por mi Banfield querido”, resalta y reniega un poco del progreso. Ese que transformó a su pueblo, al que él vio lleno de campos, calles de tierra, bulevares y mataderos, en ciudad.

“Banfield era distinto. En el ‘30 en la zona de Maipú y Alsina ya había gas, que no era natural sino envasado en tanques grandotes que se distribuían por la zona. Más allá, en la calle Pedernera estaban los mataderos, que se veían de acá mismo porque esto era todo campo”, cuenta Carmelo, que por ese entonces vivía con su familia en una casona ubicada en las calles Rincón y Quintana y cursaba sus estudios primarios en la escuela 7.

En esa época, caminaba en un Banfield sin edificios y con un arroyo que nacía en las calles Capdevilla y Cochabamba. Y, por supuesto, iba a la cancha a alentar a su amado Club albiverde. “A Banfield lo voy a ver desde 1935, soy socio vitalicio del Club. Siempre iba a la cancha, si no iba yo suspendían el partido”, bromea y cuenta que en los momentos en que la moneda escaseaba no quedaba otra que colarse para entrar a la popular.

“Ir a la cancha costaba lo que hoy serían 50 centavos, pero no siempre había dinero. Es por eso que a veces nos metíamos por un pozo que pasaba por debajo de la tribuna de Mauriño. Habían puesto a un policía para que controlara el ingreso y evitara esa situación, pero resulta que el policía era el papá de uno que se colaba conmigo, entonces nunca nos delató”, relata con su sonrisa constante.

Carmelo trabajó toda su vida como cortador sastre, legado de su padre, el sastre Vicente Mitidieri. “En el colegio tenía permiso para llegar tarde porque sabían que trabajaba con él”, resalta y asegura que por entonces “había un solo ómnibus en Banfield”. “Era la línea Nº 12, que iba desde la estación hasta los talleres de Escalada. A la mañana tocaban bocina para que se levantaran los que trabajaban allí, donde se empleaban más de 8 mil personas”, apunta.

Vecino ilustre de Lomas de Zamora, integró la Juventud Comercial de Banfield, la Cámara de Comercio e Industria local y fue fundador del Rotary Club de la localidad y de otras decenas de comisiones vecinales.

Organizador de todas las fiestas patrias que se realizaban en la esquina de Maipú y Alsina, Mitidieri tiene una larga trayectoria de vida en su querida ciudad, donde aún disfruta de su aire y de los goles de su admirado Santiago Silva en la delantera de su eterno y adorado Club.



Un grande de Llavallol. Corría la década del ‘30. Para ese entonces, Eduardo Corrado aún no había cumplido 10 años. Se la pasaba de esquina en esquina cargando cajones de cerveza. No señores, no era vendedor de la bebida que se fabrica a base de cebada. A sus seis años ya era actor y los cajones, su escenario.

Es que llevaba su oficio en la sangre, tanto como el cariño a su Llavallol, pueblito de Lomas donde nació, se crió, se formó y hoy localidad en la que vive, con 78 años.

“Quiero a mi barrio, yo lo quiero a Llavallol, hoy cemento y ayer barro. De cuando los franciscanos eran sandalia y Rosario. Medallitas a los pibes, tardecitas de breviario. Yo lo quiero a Llavallol, hoy cemento y ayer barro…”

Recita el artista, que se formó como actor, director y escenógrafo.

Amigo íntimo de “Pepe Soriano”, padrino del reconocido Juan Darthés, Eduardo trabajó con grandes del espectáculo, siempre relacionado con las tablas de los teatros más importantes del país. Pero no por eso descuidó a su pueblo natal, ese que conoció en los ‘30 y que hoy sigue siendo su casa.

Así, en ese rinconcito del hogar en el que guarda todos sus recuerdos, aquel en el que un día decidió que mejor que pintar las paredes sería empapelarlas con las fotos que guarda de aquellos años en los que compartía escenario con las grandes estrellas, cuenta anécdotas de cuando Llavallol era un pueblo con callecitas de barro, casas bajas y muchas industrias que empleaban a los miles de vecinos que lo fueron poblando.

“A pesar de que es un pueblo chico, ha tenido una actividad muy intensa tanto laboral como intelectualmente. Siempre fue un pueblo muy potente, que daba el 35 por ciento de la recaudación del distrito porque acá había 43 industrias de primera línea: Vasa, Firestone, Bieckert, Canale eran algunas. Toda Llavallol vivía alrededor de esas industrias que le daban de comer. Había una actividad extraordinaria, pero también una gran inquietud artística”, cuenta.

Y él mismo formó parte de ella. Así cuenta que el Sindicato de Obreros Cerveceros de la Bieckert tenía elencos de teatro, de los que él comenzó a formar parte una vez cumplidos sus 6 años.

No olvida sus tardes en el hermoso bosque de Santa Catalina. “Llavallol tiene el primer bosque fitotécnico que se hizo en Argentina, es decir el primer bosque sembrado por la mano humana. Lo crearon los escoceses (la colonia escocesa se asentó allí en 1825). Hasta ahí llegaba el presidente Julio Argentino Roca a pasar sus vacaciones”, cuenta con el entusiasmo de un pasado todavía vigente en su mirada.

Eduardo pasó por tres colegios de Llavallol, el 42, donde cursó hasta 4 grado, la escuela 4, donde llegó hasta 6º y sus estudios secundarios en el colegio Euskal-Echea, donde tras ganar un concurso de dibujo recibió una beca para estudiar en Bellas Artes. “El profesor Pascual Strina vio un trabajo mío y quiso enseñarme”, relata y sorprende cuando exclama: “Yo me formé de casualidad”.

Es que a los 17, gracias a la beca que le valió sus aptitudes, entró al Teatro Colón y luego al Cervantes. Fue allí donde, con 30 años de trayectoria, se convirtió en director de escenografía y trabajó con los más grandes, desde Luis Sandrini a Jorge Porcel, pasando por Nélida Lobato, Alfredo Barbieri y la entonces “lechuguita” Zulma Faiad.

Creador de “Comedia Lomense”, elenco que actúa en la comedia municipal de Lomas, ahora se encuentra organizando las actividades que se realizarán en la localidad con miras al Bicentenario. “Estamos preparando algo que se llamará ‘Un Llavallol de pie’”, entusiasma este pisciano de 78 años con varias pasiones: su hermosa señora Betty, el teatro y su Llavallol querido, ese que era de barro y hoy es de cemento...



Cintia Vespasiani