Las novelas de Cortázar siguen vivas en las calles de Banfield


A pesar de que este año la localidad que lo vio crecer durante diez años no realice ningún acto en conmemoración de los 22 años de la muerte de Julio Cortázar, los recuerdos que el escritor dejó plasmados en el barrio siguen allí intáctos, resguardados del olvido.

En cada calle que transitó, en las que habrá pintado las rayuelas que luego de adulto le servirían para reflejar la historia de amor de Oliveira y la Maga, cada uno podrá homenajear al escritor con el simple y gratificante acto de pasear entre la Argentina y la Francia reflejada en las páginas de sus libros.

Nacido en Bruselas en 1914, a instancias de la Primera Guerra Mundial, Julio Florencio Cortázar reflejó como pocos las calles de Buenos Aires. Varias de sus novelas dan cuenta de su historia en territorio bonaerense, imágenes que sin dudas el niño guardó cuando vivió desde 1918 en una amplia casa de la localidad de Banfield.

“Un pueblo, Banfield, con sus calles de tierra y la Estación del Ferrocarril Sud, sus baldíos que en verano hervían de langostas multicolores a la hora de la siesta, y que de noche se agazapaba como temeroso en torno a los pocos faroles de las esquinas, con una que otra pitada de los vigilantes a caballo y el halo vertiginoso de los insectos voladores en torno a cada farol”, escribía en uno de sus cuentos.

Cortazar vivió en Rodríguez Peña y San Martín donde ahora las calles gozan de asfalto y los faroles fueron reemplazados por focos que se encienden al caer el sol. Sí, las calles donde el símbolo de las letras pasó una década de su vida lucen diferentes, pero la esencia reflejada en cada uno de los fragmentos de sus novelas inspiradas por tales veredas sigue siendo la misma.

Allí, donde Julito -como solía llamarlo su madre- pasó su infancia entre juegos y rayuelas con sus amigos Doro y Aníbal, y sus vacaciones con novelas y figuritas, con la filatelia y la colección de jugadores de fútbol que pegaban en un álbum, ahora se alza un barrio de casas altas.

“Las imágenes eran de una precisión cortante bajo el sol de verano de Banfield”, evoca en Deshoras, un magnífico compendio que en medio de la historia de amor entre Sara y Aníbal, retoma las calles de barrio en las que el escritor inspiró algunas de sus novelas.

En tanto, la vivienda donde Cortázar pensó en sus primeros cronopios y sus primeras famas, cuando entre 1918 y 1928 la habitó con su madre y su única hermana (un año menor que él), se transformó en una hermosa y moderna construcción de dos pisos.

Allí, en la intersección de Rodríguez Peña y San Martín, el lote lleva a la magia a todos aquellos lectores que disfrutaron de lo cotidiano y lo bellamente insólito de cada una de las páginas de sus extraordinarias narraciones. Algunos transitan por allí sin darse cuenta, otros sólo miran la belleza arquitectónica que muestra el lugar, pero muchos al advertir la placa que indica “Aquí vivió el escritor Julio Cortazar entre 1918 y 1928” se detienen. Tal vez imaginen al Cortazar chico, con la mirada al cielo, navegando entre bestiarios, crepúsculos, botellas al mar, y otros pensamientos cruzados que luego ocuparían sus memorias y desembocarían en las de sus miles de lectores.

“Nosotros empezamos a construir en 1992. La casa original la remodelamos toda porque no sabíamos que había sido la vivienda de Cortazar”, cuenta la actual y orgullosa propietaria de la vivienda, Carmen Muraca.

Según recordó la dueña del lugar, las escaleras que hoy llevan a la entrada principal eran escalones de material con pilotes de cemento y las rejas reemplazaron el alambrado que cuidaba el lote cortazariano. Pero hay cosas que siguen intactas, como el esplendor del jardín que repetidas veces menciona en sus textos y sirve de escena para sus historias, dentro del cual se alzan los antaños cipreses, bajo la sombra de los cuales Julio se habrá visto inspirado en el vuelco de algunas líneas.

“Obviamente que te da alegría vivir en un lugar tan notorio, por supuesto que te causa algo y cuando me enteré comencé a interesarme más por la lectura de sus cuentos”, comentó Carmen quien, al leer una de las novelas, en la cual el tío Carlos llega a fumigar desde la estación de Banfield al famoso hormiguero del que Cortazar habla en sus libros (el “imposible de erradicar”) advirtió y sufrió el mismo problema.

“Hay una de las cosas que menciona en sus libros que era que había un gran hormiguero que hacía que nunca pudiera librarse de las hormigas y a mí me pasa exactamente lo mismo. Con mi marido luchamos contra las hormigas porque brotan de todos lados”, sostuvo.

Así, con homenajes o sin homenajes, a 22 años de la muerte del magnífico Julio Cortazar, sus lectores siempre lo recordarán y vivirán sus historias que tan bien supo transmitir.