La crisis de los 40


Estaba muy triste. Sentía que hasta ese momento había vivido en ascenso y que entonces en ese punto iba a comenzar a descender. Terminaba de cumplir los 47 y si bien me sentía en la mitad de muchos procesos -mis hijos todavía en el colegio, el trabajo relativamente estabilizado pero con un camino por recorrer- también me empezaba a golpear la idea de la vejez. Me veía canas, empezaba a tener menos resistencia en el fútbol de los sábados y me restaban tres años para el medio siglo de vida. Tomé noción de mi edad de golpe. El futuro se me vino encima transformado en presente y sencillamente me abatí”.

Miguel -empleado de comercio, 48 -relata un proceso que, con variantes, es común para la gran franja de población que transita un período bienvenido por algunos y temidos por otros: la mediana edad.

“La crisis de los 40”, como se denomina hace años esta instancia evolutiva de la cual según los especialistas “nadie puede escapar”, la atraviesan hombres y mujeres de entre 40 y 55 años aproximadamente, pero sin embargo no siempre suele ser un proceso conflictivo. De acuerdo a médicos, psiquiatras y psicoanalistas hay quienes lo viven como una crisis y quienes lo toman como una transición durante la cual se privilegia la conexión con el propio deseo y se opta por agregarle día a día un poco más de sabor a la vida.

En una etapa de inestabilidad social y económica donde además la juventud parece ser uno de los valores más preciados del momento, llegar a “la mitad de la vida” puede disparar el miedo y la incertidumbre, o por el contrario, ser el motor de un cambio positivo que invite a comenzar la cosecha de lo que se ha podido sembrar.

“Yo esta etapa la vivo de lo mejor. Me considero un tipo maduro, pero valoro la experiencia de lo vivido, y encima no me siento viejo todavía. Tengo dos hijos recibidos, un buen pasar y superé por suerte los tumbos del recién comenzar. Yo veo a mi hijo mayor juntando dinero para comprar la casa, con el nene chiquito, que se enferma... Y son etapas distintas. Cada una tiene lo suyo. Ahora manejo mis tiempos, si quiero tomar un trabajo lo tomo sino no, los jueves me junto con mis amigos, los fines de semana me voy al Delta con mi señora. ¿La vejez? Va a venir, le tema o no le tema. Por ahora disfruto. Este es mi momento”, cuenta Juan José, (44).

De acuerdo al psicoanalista Guillermo Julio Montero- que preside la fundación Travesía, dedicada a la investigación y asistencia de los fenómenos psicológicos de la mediana edad- atravesar este período de la vida con salud y de una forma no traumática depende de la capacidad que cada persona tenga para aceptar el paso del tiempo, y esto implica despedirse de la juventud sin nostalgias para asumir con determinación y con orgullo la propia madurez.

“La mediana edad es un momento evolutivo y es una oportunidad que ofrece el ciclo vital para promover y profundizar el crecimiento individual en todos los ámbitos. A la vez, se produce un proceso que sería como una especie de transmisión generacional, es decir, la persona se hace cargo de una vez por todas del rol de adulto que le toca vivir y delega la juventud en las generaciones posteriores, en sus hijos o en los sustitutos de sus hijos. Claro que cuando hablamos de un momento evolutivo hablamos también de poder o no poder superarlo. Es como la adolescencia, o el chico la atraviesa y la deja atrás o se enferma”, indicó el profesional en diálogo con Info Región.

El escollo en este camino de la transformación interior, según Montero, sería entonces la incapacidad para aceptar los signos del propio envejecimiento, lo que puede desembocar en dos caminos: el desenfreno o la depresión.

“Cuando la juventud no se delega hablamos de crisis. En ese caso vamos a ver a hombres de 50 años que salen con chicas que tienen la edad de sus nueras, o mamás que quieren parecer más jóvenes que sus hijas quinceañeras. Las crisis pueden ser muy difíciles, y llevar inclusive a rupturas económicas, o familiares – explica el psicoanalista – Otro camino es el de la depresión. La persona se abandona y toma el sendero inverso, siente que se acabó su vida, la ve vacía, y sin sentido por la imposibilidad de sobreponerse a esta idea del paso del tiempo y de la propia finitud”.

“Para mí, atravesar los cuarenta fue fatal. Todo se me vino encima –le confiesa a este medio Teresa (43)-. Siempre fui muy coqueta, muy juvenil, y fue como si el paso del 3 al 4 me hubiese puesto un rótulo que decía: “Hasta acá llegaste”. Me agarró un ataque. Llegué inclusive a vestirme con toda la ropa de mi hija de 21, y me subí a un tren que me llevaba tres o cuatro veces por semana al gimnasio, a gastar plata en perfumes, y hacer todo lo que me llevara a verme joven. Quería hacer todo lo que no hice antes, y nadie me entendía, encima me criticaban. Yo quería demostrarme que tenía mucho por vivir, pero íntimamente me daba pánico saber que ya había vivido seguramente, más de la mitad de mi vida y que comenzaría a envejecer”, revive la mujer, ama de casa y madre de tres hijos adolescentes.

Los especialistas aclaran que el fenómeno de la crisis de la mediana edad no se compone sólo de fenómenos psíquicos. Las primeras canas, las primeras arrugas, la llegada de la menopausia o el climaterio, y llegado el momento la baja en el rendimiento físico o sexual son señales corporales del paso del tiempo que impactan en la salud y en la mente si no son tratadas, y fundamentalmente, asumidas.

“Cronológicamente entre los 40 y los 55 años, o entre los 45 y los 60 estamos en la mitad de la vida, y es el momento donde comienzan los cambios metabólicos, hormonales y físicos, producto de 40 ó 45 años de vida acumulada, de estrés sistemático, de una genética determinada y de trastornos propios de la cultura alimentaria”, explicó a Info Región David Sudacov, médico abocado a la medicina preventiva en la mediana edad.

Para el profesional, afrontar estos cambios y atravesarlos sin traumas podrá ser la recompensa a un trabajo conjunto que abarque tanto los controles médicos como el tratamiento psicológico, esencial a su criterio para poder aceptarlos.

“La realidad es que si no se realiza ningún tipo de prevención psicofísica estas transformaciones impactan. Si uno vive sin darse la posibilidad de un alto para registrar dónde está parado, se verá de pronto sumergido en los 50 años con una postura viciosa, muy estresado, con trastornos en el cuerpo y con una serie de vínculos poco amables porque la vida castiga, apura y presiona. Para mejorar la calidad de vida en la mediana edad es imprescindible un trabajo desde lo médico y lo psicológico. Lograr un buen envejecimiento implica conseguir el equilibrio y la armonía desde adentro hacia fuera”.

Lo cierto es que llegar a la mitad del camino, donde de repente las distancias entre el presente y el futuro se perciben menores y donde se siente también que ya no se puede seguir posponiendo mucho más los proyectos y los deseos que apremian, se convierte en un proceso que parece no encontrar un contexto favorable dentro una sociedad donde prima la sobrevaloración de la juventud y la inestabilidad, sobre todo en el orden económico.

“Sin dudas estamos ante la adolescentización del ideal social. Todos tenemos un ideal, pero también hay un ideal colectivo, y en nuestra sociedad actual ese ideal colectivo pasa por ser siempre joven y disfrutar de una especie de ingenuidad eterna”, opinó Montero, y se lamentó: “Esto es grave, porque si uno anula la diferencia generacional, la juventud se queda sin padres y sin abuelos y nos privamos de una fuente rica de experiencias. La pena es que esto influye para que cada vez más gente viva este período como una crisis y no como una transición”.

En coincidencia con las palabras de Montero, el psiquiatra Fernando Jijena Sánchez –profesional de la región- enfatizó en que la denominada crisis de la mediana edad se ve potenciada en muchos casos por la incertidumbre que rige en las sociedades actuales, donde la inestabilidad económica es signo distintivo y la posibilidad de proyectar –aún después de muchos años de trabajo- “una utopía”.

“La característica que domina este proceso hoy en día es el miedo. El miedo a perder el trabajo y quedar fuera del sistema se le suma el temor que provoca el cambio que no va a poder ser manejado. Si bien temerle al envejecimiento es normal en toda persona, esta angustia se acrecienta en un mundo que dictamina que un chico de 30 años es viejo a la hora de buscar empleo. A los 40 ó 50 años hay incertidumbre respecto al futuro, en especial en Latinoamérica, donde la persona que en el mejor de los casos pudo lograr algo no sabe si lo va a poder mantener”, indicó el profesional.

En este punto las palabras de Héctor(47) ejemplifican las palabras del médico.

“No es tan fácil decir que en la mediana edad se empieza a disfrutar del resultado de los sacrificios. Yo tengo 32 años de fábrica y sin embargo me aterra la idea de quedarme sin trabajo. A esta edad uno es un empleado costoso, por la antigüedad. ¿Qué pasa si uno queda afuera del sistema? Queda afuera de todo, porque hoy no se valora la experiencia. Es un momento difícil de la vida, demasiado grande para buscar otra cosa, y demasiado joven para dejar de trabajar definitivamente”, sintetizó.

Para Jijena Sánchez, por otra parte, el no haber llegado a concretar los objetivos que se han pautado, producto de las crisis y la inestabilidad del capitalismo actual, es otra de las causas que potencian la angustia y que pueden impulsar a una persona, de manera inconsciente, a querer anclarse en una juventud que le permita concretar el cien por cien de sus planes.

“Muchos hombres y mujeres flaquean en esta etapa porque ante la ansiedad y lo cotidiano se niega lo futuro y lo trascendente. Si yo vivo una situación de mucho estrés y veo que a los cuarenta o cincuenta hay cosas que pensaba haber logrado y no logré, intentaré prolongar mi juventud para seguir creyendo que podré lograrlo. Así tenemos hombres y mujeres de más de 50 años, que se visten como jóvenes, y no sólo por la imagen exterior, sino por querer prolongar la sensación de no haber llegado todavía. Es como decir no tengo todo lo que quería, pero soy joven y me resta tiempo”, explicó.

De todos modos, pese a los factores socioculturales y económicos, lo que la realidad demuestra es que así como mucha gente se angustia, tanta otra es capaz de sobreponerse al trance y conectarse más fuertemente con su realidad y con su deseo.

Es algo usual en la actualidad conocer personas que a los cuarenta, cincuenta años o más comienzan una carrera universitaria, dan rienda suelta a un micro emprendimiento o se permiten lugar para una actividad artística, o un hobby, aún ante el asombro de sus hijos, sus nietos o su círculo de amistades.

“Yo nunca negué mi edad, al contrario. Y creo que es porque me siento muy orgullosa del modo en que viví a los largo de las distintas etapas de mi vida. Después de habernos esforzado mucho para salir adelante los 50 nos encuentra a mi marido y a mí con un nieto hermoso, con dos hijos profesionales y una casa relativamente terminada. Ahora nos podemos dar ciertos gustos, viajar con nuestro padres, disfrutar nuestros logros y planear nuevos. Yo ahora planeo empezar una carrera terciaria, que fue algo que con los chicos no pude hacer, porque me casé muy joven”, adelanta orgullosa Zunilda (52).

Dante Allighieri contaba hace muchos años que en la mitad de la travesía de su vida se encontró con “un bosque oscuro, en el que había perdido la línea recta”, el escritor inglés Joseph Conrad describía que el hombre “sigue andando hasta que percibe adelante una línea de sombra, aviso de que se debe dejar atrás la región de la temprana juventud”, Julio Cortázar, en cambio, en su paso por esta etapa se propuso “leer todos los clásicos” que hasta allí se había perdido.

Si bien hombres y mujeres atraviesan este momento evolutivo desde sus propias historias personales, parece ser que trabajar por estar bien sin olvidar las limitaciones propias del organismo, reflotar viejos proyectos eclipsados tras las obligaciones de tener que proveerse un hogar, una profesión y criar a los hijos y poder aceptar la idea de que nadie es eterno- siquiera uno mismo- son las claves para seguir andando con firmeza y sin flaquear lo que falta por recorrer luego de haber atravesado el delgado límite que indica que ya se ha cruzado la mitad del camino.

Quizás, como alguna vez dijo Alberto Cortez, lo que espera a partir de mañana es comenzar a vivir, ni más ni menos, que lo mejor de la vida.