Espacios para otra realidad


Cada mañana, Estela y Mario abren las puertas de su casa para que entren los 50 chicos a los que diariamente abrazan entre juegos y comida. Eva tiene las llaves del galponcito donde niños y adultos aprenden a leer y escribir. Luis y sus compañeros siembran sueños en los chicos que pasean los andenes del ex Roca. Y Claudio patea las calles del conurbano buscando jóvenes que quieran volver a la escuela y aprender un oficio. Historias que testifican una parte de la vida de los más desprotegidos, de los olvidados. En el Día de la Solidaridad, incontables personas e instituciones harán un gesto acorde a la jornada; tal vez lo repitan en cuanto evento de recaudación de donaciones aparezca en los medios. Pero hay quienes no esperan que lleguen circunstancias especiales y salen a dar una mano al que la necesita, cada semana, cada día, cada hora.

De acuerdo a la Encuesta Nacional 2004-2005 sobre el Trabajo Voluntario en la Argentina, elaborada por el Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad (Cenoc), el 24 por ciento de las entidades sociales de todo el país se concentran en la provincia de Buenos Aires. Formalmente inscriptas en su registro oficial del Cenoc hay 2 mil. En el partido de Almirante Brown, 143; en Esteban Echeverría, 25; y en Lomas de Zamora, 177. Pero una larga caminata por los barrios bastaría para corroborar que la cifra es inexacta, pues no cuentan las ONGs informales que surgieron con la crisis.

“A la solidaridad la veo como un trabajo comunitario, el nuestro es desde una comunidad integrada por chicos: estamos juntos y solucionamos problemas”, define Estela Rojas. Ella, junto a su compañero Mario Espínola dieron a luz -hace once años- a Chicos del Sur. Desde siempre, la organización trabajó en Villa Fiorito, Lomas de Zamora, en medio de un barrio marcado a fuego donde las presiones sociales que genera la pobreza suelen desbordar situaciones de violencia dentro y fuera de la familia, y del barrio, y son reprimidas social e institucionalmente.

Estela y Mario cambian esa realidad. En Chicos del Sur, hace seis años abrieron la Casa del Niño, un proyecto con el que acompañan a pibes con problemas familiares. Paralelamente emprenden tareas pensadas desde lo productivo y lo formativo, como la carpintería y la panadería. “Los chicos producen pan para abastecer al comedor. Pensamos que algún día vamos a poder vender para afuera, así generamos recursos para los adolescentes que elaboran el pan y para que podamos sostener al comedor”, añadió.

Al comedor asisten alrededor de 60 niñas y niños que son recibidos por diez adolescentes y adultos voluntarios. Estela reniega de esas miradas que ven a los comedores comunitarios como un dispositivo que aleja a los niños de sus familias. “Si hay un comedor (popular) es porque hay hambre -argumenta-. Y si una familia entera necesita asistir a uno, es porque está tan rota que necesita un lugar donde recurrir. No es culpa del comedor que pasen esas cosas”.

Este año aplicaron una nueva modalidad: una vianda que se le entrega a los chicos y chicas para que lleven a sus casas. Estela define a la vianda como “una conquista del pibe” porque “es él el que acerca la comida a su familia, el que se ha ganado el pan”.



Educar, progresar



No se puede establecer la cantidad actual de voluntarios que conforman las ONGs, pero en 2002 –durante la profundización de la crisis económica, política y social- se supo que cuatro de cada diez argentinos había participado de alguna tarea voluntaria.

Según especialistas del sector social, el “voluntariado” se define de acuerdo sus fines y el lugar donde se lo pone en práctica; puede desarrollarse en instituciones públicas, privadas lucrativas o sociales y ser rentado o no. Las instituciones “comunitarias” son las que resuelven problemas de la vida cotidiana en el barrio, la escuela, la infancia, la familia.

Una organización que dio un paso más allá del trabajo de base y se profesionalizó de tal modo que el Gobierno nacional tomó uno de sus proyectos para aplicarlo en todo el país es la Fundación Organización Comunitaria (FOC). Con la puesta en marcha de “Desafío”, busca desde 2003 que los jóvenes vuelvan a la escuela -así hayan o no comenzado o abandonado los estudios- y brindarles formación para algún trabajo. Para esto, los miembros de la fundación dan cursos gratuitos en escuelas de siete partidos del conurbano por los que en 2006 pasaron 2446 jóvenes. De ellos, 1088 son de Lomas de Zamora y 433 de Almirante Brown.

Uno de los encargados de invitar a los jóvenes a participar de los cursos es Claudio Sosa. Con sus 20 años a cuestas y la experiencia de haber resuelto sus problemas de adicción, recorre colegios, instituciones barriales y esquinas “hablando cara a cara con los pibes”. Hay veces, admite, que “cuesta bastante engancharlos, sobre todo a los que fueron expulsados de las escuelas. ¿Cómo hacés para que ese pibe vuelva a estudiar?”, se pregunta. Sin embargo, lo logra.

Y el logro tiene que ver con que él fue uno como ellos: “Me la pasaba en la calle o la esquina hasta que unos operadores de FOC me invitaron a los cursos”. Los hizo y ahora es tornero, gasista y está capacitado para encargarse del mantenimiento de edificios. Aún así, parte de su tiempo lo dedica a caminar por los barrios “porque me gusta dar a otros el tipo de ayuda que me dieron a mí”, confiesa.



La mano derecha de la salud



Discriminada por áreas, las organizaciones que más personas convocan son las que realizan tareas de “ayuda social”. Le siguen deportes y recreación, educación, cultura y, en menor medida, economía, género, vivienda y medioambiente, entre otros. Asimismo, siempre según el estudio del Cenoc, el “compromiso con la sociedad, colaboración con la comunidad y la ayuda al prójimo” son los tres ejes conceptuales que impulsan el trabajo voluntario.

En materia de salud, médicos y enfermeras donan horas de trabajo para que los enfermos de los hospitales públicos obtengan una mejoría segura y rápida. Al lado de ellos, como centinelas invisibles, suele haber mujeres a las que en el micro-mundo hospitalario se las conoce como “las voluntarias”.

Estela no quiere dar su apellido porque “no es el fin el darse a conocer”, tampoco su edad “porque no es de buena educación preguntarle cuántos años tiene a una mujer mayor". Una vez por semana se pone un delantal cuadrillé y se acerca hasta la Sala de Pediatría del Hospital Luisa C. de Gandulfo para “ayudar y escuchar” a los nenes internados junto con sus mamás o papás. Va y viene por los pasillos, lleva sillas de ruedas, carga ropa o esponjas de baño con una celeridad increíble. Su mirada clara ve de todo: dolores, soledades, angustias, alegrías.

“Todos queremos ayudar y detrás siempre hay una motivación. Lo nuestro es ayuda directa y, sin burocracias, estamos donde nos necesitan”, atestigua. Las tareas son múltiples: asea a los niños internados, los entretiene cuando los padres descansan o realizan trámites, da de comer a los que no pueden por sus propios medios y, sobre todo, escucha (o como ella prefiere que se escriba: Escucha, con mayúscula).

“Tanto los chicos como las mamás o los papás necesitan ser escuchados. Y hay que saber hacerlo sin invadirlos, dejando que se expresen y asegurándoles que lo que cuenta quedará en el sigilo”, decreta.

Estela ofrece su servicio al paciente en un sentido cristiano. Pertenece al grupo de voluntarias María Madre de la Vida, de la parroquia Corpus Christi, que depende de la diócesis de Lomas de Zamora. “De este trabajo uno se lleva más afectos de los que da”, dice. Por eso también lo hace.



Arrastrando sueños por los andenes



Desde 1991, camina por las vías de Longchamps La Vieja del Andén: un grupo integrado por quince jóvenes que, como ellos mismos lo dicen, buscan “arrebatarle pibes a la muerte y construir juntos un proyecto colectivo de sueños y dignidad”. Trabajan con chicas y chicos que piden monedas en vagones y andenes de Temperley, Adrogué, Burzaco, Longchamps, Glew y Guernica. Pero también con aquellos que andan por las calles del barrio o viven en hogares que, como la mayoría, están debajo de la línea de la pobreza.

Cada sábado, los operadores de La Vieja se juntan con unos 30 de estos pibes. Desayunan, almuerzan y meriendan siempre juntos. Pintan y dibujan sentados en las vías cuando el clima es cálido, bajo algún árbol cuando el sol quema o una de las salas de espera de la estación de Longchamps cuando llueve. Cuando algún chico tiene problemas en alguna materia, algún viejero le da clases de apoyo escolar; si otro quiere fútbol, los demás se arremangan los pantalones y corren por un baldío lindero a la estación; y si algún otro quiere jugar, siempre encuentra un compañero.

El nombre La Vieja del Andén es un homenaje a Rosa, una anciana que vivía en los andenes de la estación de Longchamps y cada día pedía comida para los chicos que vivían como ella y los cuatro perritos que la acompañaban.

Luis Aranda, uno de los “viejeros”, aclara que “este laburo es solidario, pero no lo hacemos porque nos sobra el tiempo ni por lástima o caridad, sino porque es justo. Lo hacemos de manera grupal porque creemos que no hay una salida individual posible”.

“A veces los chicos nos preguntan por qué estamos ahí –revela Luis-. Y es porque notamos que las cosas están mal y tenemos que hacernos cargo. Ellos toman nuestro laburo porque ven que lo hacemos carne. Apostamos a crearles una duda para que puedan discernir. La forma de cambiar es sembrar y después madurar”.



Abrir los brazos al cambio



En Ingeniero Budge hay chicos y adultos que no saben leer ni escribir. Cualquiera podría relativizar esa realidad o no creerla, pero es así. Algunos buscan brazos que los ayuden a conocer la realidad para cambiarla. Brazos Abiertos es una organización que no sólo alfabetiza con letras y números, sino que educa a la gente “para lograr una mayor integración social”, cuenta Eva Llul, su responsable. La ONG es una de las más de cien que integran el Foro Educativo Paulo Freire, cuyo trabajo se centra en la educación popular diseñada por ese pedagogo brasileño.

Eva es maestra y parió la ONG en 2001 cuando “los chicos empezaron a salir con sus padres a cartonear y abandonaban el cole o se quedaban dormidos en clase”, recuerda. Eso las movilizó a crear una organización con esas características “porque cada institución se debe acomodar a la necesidad de la gente”, justificó.

El curso de alfabetización dura cinco meses, pero suele extenderse más “porque a los chicos les gusta seguir viniendo”, se alegra Eva. Según ella, “todos los días te encontrás con alguien que no sabe leer o escribir”. Lo sabe porque “alguno de los chicos viene y me dice: ‘mi papá no me ayuda a hacer la tarea porque no sabe ni leer’”.

Los alfabetizadores de Brazos Abiertos son diez. Cada uno trabaja –tres veces por semana, ad honorem- con cinco o seis chicos, adolescentes o adultos. Hubo un tiempo que costó mucho que el barrio las apoyase. “Claro, pensaban que detrás de nosotras había algún político. Pero les demostramos que no, que somos vecinos que queremos cambiar nuestra realidad”, concluyó.



Buscando una definición



César Perri, de FOC, caracteriza dos vertientes del trabajo solidario: “La europea, ligada a la organización para el desarrollo donde la comunidad es partícipe del cambio. Y la norteamericana, vinculada a la caridad, a recaudar para dar. En esta última, el sujeto es ‘benficiado’; en la que nosotros nos inscribimos, la persona es ‘protagonista’”.

Luis, de La Vieja del Andén, identifica a los medios y la publicidad como los lugares “desde donde se bombardea con una visión del éxito como un triunfo personal y material por sobre los demás”. Es más, para él hay muchos que “muestran su solidaridad con un gesto caritativo e individualista”. Sin embargo, “el trabajo solidario es el trabajo colectivo. Por eso pensamos un sistema de vida distinto, con valores diferentes que prioricen lo humano por sobre lo material”.

Por su parte, Estela, de Chicos del Sur, confiesa tener “un poco de resentimiento con esa palabra” porque cree que a veces está mal usada. “Cuando hay una inundación y la gente dona cosas, se habla del ‘país solidario’ –explica-. Pero en verdad, la gente dona la ropa que no usa. Si en la Argentina todavía hay pibes que mueren de hambre y 9,5 millones son pobres (según cifras del Indec), el país no es solidario. El hambre es un crimen, y si a los recursos para salvar a esos chicos no los pone el Estado, los tiene que poner uno mismo”.

“La solidaridad empieza con la reflexión y la toma de decisiones en forma colectiva, si no hay decisión, no hay solidaridad –sostiene Eva Llul, de Brazos Abiertos-. Entonces, tenemos que juntarnos y definir los cambios. Hay gente que no le interesa eso, pero son los menos. Para una integridad social, la base está en cambiar uno, luego la familia, luego el bario, luego...”.