Obsolescencia programada: una trampa silenciosa en plena sociedad de consumo


Un hangar del cuartel de bomberos de Livermore, en California, es iluminado por una bombilla única en el mundo. Aunque su potencia ya no supera los 4 watts, ha permanecido encendida desde 1901 sin apagarse. ¿Hubo algún error en su fabricación? Por el contrario, el error se halla en todas las demás bombillas, pioneras en obedecer a la lógica de la llamada “obsolescencia programada” o planificación de la caducidad de un bien, que hacen que la vida útil de determinados objetos sea menor al lapso al que realmente pueden aspirar.

¿A qué responde, sino, el hecho de que ciertos artefactos dejen de funcionar de un día para el otro sin ninguna causa que amerite su ruptura? Aunque el concepto comenzó a hacerse popular con el advenimiento de las nuevas tecnologías, cuando los aparatos electrónicos comenzaron a responder a esta lógica ya no con fallas que inutilizan los artículos, sino con una renovación constante que hace que rápidamente un producto nuevo sea obsoleto, su origen se remonta a principios del siglo XX.

El primer caso conocido remite justamente a las bombillas de luz. El cártel de Phoebus, que se encargaba de controlar dicho mercado, pactó en 1925 un límite de mil horas de vida para las lámparas, a pesar de que en ese entonces tenían la capacidad de durar el doble. Esto recién salió a la luz en 2011, a partir del documental español “Comprar, tirar, comprar”.

Así, según esa investigación y otras posteriores, la estrategia de mantener un ritmo de producción sustentable fabricando bienes efímeros se transformó en una de las bases del capitalismo. Hoy esa maniobra es aplicada, principalmente, a los aparatos de informática y electrónica, aunque de una manera distinta: en lugar de incluir estas “fallas de fábrica”, los productos tecnológicos se modernizan constantemente y se vuelven velozmente obsoletos entre sí.

Cuando se inventó el DVD las computadoras debieron adaptarse y todas las anteriores quedaron olvidadas en un garaje. Lo mismo sucedió al momento en que Android Inc. creó un sistema operativo para dispositivos móviles, en 2008. Cualquier celular anterior quedó obsoleto, ya que las nuevas aplicaciones no eran compatibles con esos aparatos, por más que éstos siguiesen funcionando.

La parte más adversa se la lleva el consumidor, sobre todo en esta parte del mundo debido al alto costo que implica volver a adquirir estos equipos. Aunque tampoco hay que perder de vista otra desventaja: el enorme daño ambiental que ocasiona la acumulación de basura electrónica, que no es biodegradable. Trastornos de una lógica con beneficios para pocos…

La lógica mercantil. Teniendo en cuenta la velocidad que alcanzaron los avances en la ciencia, sobre todo en la que se aplica a la industria misma, debería pensarse en bienes cada vez más duraderos y confiables. Sin embargo, ocurre lo contrario.

Una revista norteamericana profesaba ya en 1928 -un año antes de la Gran Depresión- que “un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios” y esa parece ser la premisa hoy.

“Hay productos que tienen un año de garantía y que, una vez que ésta se cumple, sospechosamente se les daña una plaqueta o presentan alguna actividad disfuncional que hace que el aparato no funcione más”, señala el titular de la Asociación de Defensa de los Derechos de Usuarios y Consumidores (ADDUC), Osvaldo Bassano, y lo atribuye “a una lógica propia de las empresas para tratar de manejar el mercado e impulsar a que el recambio se realice más rápido”.

El licenciado en Economía y Administración de Empresas Cristian Caracoche define a la obsolescencia programada como una “estrategia de supervivencia del capitalismo actual”. “No sólo se resume al debatido y ya clásico caso de la bombilla de luz de General Electric, icónico del siglo pasado, que supone ciertas ‘fallas de fábrica’ aplicadas adrede al producto, sino que este tipo de obsolescencia también sigue vigente en el caso de varias marcas de impresoras, que luego de un determinado número de copias comienzan a fallar”, asegura el también docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).

Sin embargo, también pone el acento sobre un fenómeno que comenzó a desarrollarse en la última parte del siglo XX y que denomina “canibalismo de productos”. “Este canibalismo consiste en la reedición de determinados productos de una misma marca que, en grandes rasgos, cumplen las mismas funciones, pero que presentan ciertas mejoras con sus predecesores”, detalla.

“El símbolo de esta estrategia es la compañía Gillette, que cada vez que lanza una nueva máquina de afeitar, discontinúa los repuestos de las anteriores, haciéndolos obsoletos”, menciona y sostiene que “esta estrategia es muy natural en las industrias tecnológicas”. “Éstas fundamentalmente hacen una doble obsolescencia desde las nuevas aplicaciones hacia el software y hardware antiguos, volviéndolos obsoletos y obligando a su recambio”, explica.

No obstante, según Fernando Massaro, director ejecutivo de INCUBAT (la Incubadora de Proyectos Tecnológicos que funciona en la Facultad de Ingeniería de la UNLZ) “en cada uno de los tipos de industria, la velocidad con la que suceden los cambios son distintas”.

“En el área electrónica, que es la más famosa por esto, la velocidad con la que se sustituyen los productos es muy alta. La obsolescencia se da cada vez en tiempos más cortos y ocurre desde la década del ‘40, cuando empezó la electrónica”, describe el ingeniero, aunque, según él, esto tampoco multiplica las ganancias de las empresas, ya que este ritmo también debe sostenerse “con inversiones muy fuertes y en muy poco tiempo”.

Asimismo, explica que la fragilidad o corta duración de los equipos electrónicos está pensada “para que dentro de un año aparezca otro aparato que lo reemplace”, ya que la tecnología “está en condiciones de ofrecer productos mejores”, que duren más de lo que actualmente perduran.

Aproximadamente, el tiempo de lanzamiento de un producto al mercado con respecto a su modelo predecesor “en electrónica es de 5 ó 6 meses”, según remarca Massaro, y cuando está saliendo ese modelo “ya se está pensando en el que va a venir después”.

“Hoy ya se está hablando de conexión 4G y 5G, entonces, si vos sabes que un smartphone con 3G va a durar un año, ¿para qué vas a hacer una batería que dure cinco o una pantalla táctil de primera línea cuando lo podes hacer más barato?”, cuestiona.

En la misma sintonía, pero con una mirada más catastrófica, opina Alejandro Almeida, referente ambientalista de Lomas de Zamora y director del Parque Finky.

“Ha sido demostrado que la obsolescencia programada consiste en generar a propósito una vida útil muy escasa en un producto que tal vez podría durar 20 veces más, pero que, bajo esta lógica, su falla no va a tener arreglo”, sostiene y afirma que “está impulsada por el consumismo”.

“Hace un tiempo se fabricaban heladeras como la Siam, que duraban 70 años, y las de hoy no duran más de 15, cuando los avances tecnológicos podrían hacer que sean eternas”, reflexiona y advierte: “La tecnología permite producir mucho más, pero debería servir para que trabajemos menos y tengamos mejores cosas”.

Quién se beneficia y quién se perjudica. Por supuesto, el primer damnificado es el consumidor. La impotencia que genera el hecho de tener un aparato prácticamente nuevo en apariencia, pero que se vuelve obsoleto rápidamente sólo es superada por la frustración de tener que realizar otro esfuerzo económico para renovarlo, más en Argentina.

“Lo que en otros países centrales es muy económico y en el bolsillo casi ni se siente, acá implica que las personas deban ahorrar”, sostiene Massaro.

Para Bassano, en tanto, los beneficiarios de esta estrategia son “sin duda, las grandes empresas, no las pequeñas ni las medianas, sino los grandes grupos económicos”.

Cabe destacar que los perjuicios de la obsolescencia también radican en la acumulación de bienes electrónicos que quedan en desuso. Según un estudio de la ONG “Iniciativa para resolver el problema de los desechos electrónicos” (STEP en inglés), se produjeron en todo el mundo 7 kilogramos de desechos electrónicos por persona en 2012.

“La obsolescencia es un gran generador de basura, y uno de los grandes destructores de la naturaleza”, asevera Almeida e indica que “debería haber leyes para que los productos puedan ser devueltos a las empresas en casos de que esto suceda”. “Muchas veces hablamos de artículos muy tóxicos que van a parar a basurales y es la gente que menos acceso tiene la que se ve perjudicada en ese sentido”, sostiene. “Estamos viendo muchos casos de chiquitos con plomo en sangre, y está todo vinculado a esto que se acumula en cualquier parte”, critica el director del Finky.

Massaro, en tanto, menciona que “en algunos países centrales -no porque las empresas sean mejores, sino porque las han obligado- se hacen campañas para que las personas puedan llevar su celular viejo y, a cambio, les otorgan un premio o descuento para llevarse uno nuevo”.

Aunque no existen pruebas fehacientes o más bien tangibles sobre la obsolescencia programada, es una realidad la rápida lógica de consumo y mercado en la cual se pierden y quedan sepultados los bienes, sobre todo aquellos más modernos. Si en casa aún conservamos un viejo minicomponente que funciona a la perfección y, mientras tanto, hemos cambiado hasta seis veces de celular, la obsolescencia no hace más que ponerse sola en evidencia.



Por Pablo Rojas

Producción: Hernán Ferraro