Economía colaborativa: la tendencia de compartir, en lugar de poseer


Cuántas veces compramos un bien para darle uso sólo una vez? ¿Cuántas veces ese artículo o producto redundó en un objeto inútil que sólo sirvió para ocupar espacio? Se trata de bienes ociosos que alguien más puede necesitar, y allí radica una nueva alternativa frente al sistema económico. El consumo colaborativo se alza como una opción rentable y solidaria en un mundo en el que sólo parecían reinar el individualismo y el mercado. Personas que prestan su vivienda a viajeros o alquilan ambientes por pocos pesos, conductores que trasladan a peatones de la misma manera, bicis urbanas pedaleadas por todos y hasta oficinas de trabajo compartidas o grupos de redes sociales que ofrecen “aquello que ya no sirve” de forma gratuita a quien lo necesite. ¿Un nuevo modelo de consumo?

El fenómeno se ve impulsado por las plataformas digitales que cobraron brillo en los últimos años, donde ciudadanos de todo el mundo se conectan a diario para consumir, educarse, viajar y financiarse en forma conjunta y directa. Se lo conoce como “economía colaborativa”, “economía del compartir” o “economía de pares”, aunque también se habla de economía circular o solidaria y encuentra sus raíces en las primeras prácticas cooperativas comunitarias.

No se trata de una tendencia marginal: según el informe “Compartir es el nuevo comprar” (Sharing is the new buying), publicado en marzo, hay por lo menos 113 millones de personas involucradas en la economía colaborativa sólo en Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá.

La revista norteamericana “Time”, en tanto, la ha incluido como una de las “10 ideas que van a cambiar el mundo” y la Unión Europea redactó en enero pasado un dictamen expresando que “el consumo colaborativo (…) supone una solución a la crisis económica y financiera en la medida que posibilita el intercambio en casos de necesidad”.

La forma en que se conforma hoy el sistema económico mundial presenta al ser humano como un ser ávido de posesión por naturaleza. Sin embargo, algo estaría cambiando.



Entendiendo la economía colaborativa. Rachel Botsman es autora del libro “What’s Mine is Yours: the Rise of the Collaborative Consumption” (Lo que es mío es tuyo: el crecimiento del consumo colaborativo), que sirve de referencia y define al consumo colaborativo como “compartir”, pero en una acción “reinventada por la tecnología”.

Lo plantea, además, como una “reacción ante el hiperconsumo y sus consecuencias ambientales y sociales”, en un modelo donde “el acceso es más importante que la propiedad” y que funciona en comunidades de pares por medio de tres características clave: la reputación, la confianza y la desintermediación.

En este sentido, algunos números hablan por sí solos: el 40 por ciento de los alimentos del planeta se desperdicia y los autos particulares pasan el 95 por ciento de su tiempo sin ser utilizados, mientras el parque automotor sigue creciendo. ¿Se puede impedir tal desperdicio?

“Afluenta” es la primera red social de finanzas colaborativas de Latinoamérica, que se encarga de conectar a personas que solicitan préstamos con inversores que pueden financiarlos, sin bancos de por medio. La directora de marketing de este espacio, Laura Cerioni, explica a Info Región que la economía colaborativa consta de “hábitos de vida y consumo que redefinen la sociedad, apelando a una comunidad más solidaria e inclusiva”.

Asimismo, distingue cuatro pilares básicos sobre los que se desarrolla este concepto: “el consumo colaborativo (no comprar productos que sólo usamos una vez y guardamos, sino alquilarlos, compartirlos), la producción colaborativa (a través de espacios, herramientas y proyectos compartidos), el conocimiento abierto (datos, cultura, ciencia compartida) y las finanzas peer to peer (personas prestándose entre personas, colaborando entre sí)”.

“Internet y las redes sociales lograron la masificación de este fenómeno, que crece exponencialmente alrededor del mundo”, destaca Cerioni y sostiene que “la nueva generación de consumidores y su forma de pensar son el resultado de la alta aceptación de esta economía”. “Buscan un consumo simple, transparente, participativo y colaborativo”, detalla.

Marcela Basch fue fundadora y es editora de Plan C, un portal de economía colaborativa que busca dar cuenta del avance de estos nuevos modos de vida particularmente en América Latina. Y lo hace desde Buenos Aires.

Ella comenta que la economía colaborativa es todavía “un campo tan nuevo que sus límites no están bien definidos”. “Se suele hablar tanto de economía colaborativa o en colaboración como de consumo colaborativo y de economía del compartir; y también rondan otros términos, como la economía de pares, o la economía social y solidaria”, advierte.

“Ante la vaguedad en los términos, brotan los malentendidos: que se trata de una economía para pobres, o de ingenuos, o de hippies, o que funciona sin dinero; o al revés, que es apenas una máscara bonita para el libre mercado y la economía en negro”, describe Basch y define que la economía colaborativa es hoy “un gran paraguas conceptual que abarca, tanto maneras de consumir como de producir, de financiar o de crear y compartir conocimiento”.

Según indica, incluye tanto a grandes empresas como a microemprendedores, a compañías con ganancias millonarias y a organizaciones sin fines de lucro, cooperativas y asociaciones. “¿Qué tienen en común cosas tan dispares? La idea de una desconcentración de los bienes y del poder, del paso de un esquema centralizado a otro distribuido entre pares, que nos lleva de ser consumidores pasivos a ciudadanos coproductores”, marca Basch.

A su vez, resalta que todo esto se apoya en “una nueva forma de pensar en el uso eficiente de los recursos subutilizados, por oposición al hiperconsumismo”.



Los tipos de intercambio más populares. Entre las iniciativas que más llamaron la atención en el mundo se pueden mencionar -entre muchas otras- a “Shareyourmeal” (Comparto plato), una plataforma holandesa dedicada a compartir comida, que empezó siendo un grupo de WhatsApp y cerró 2014 con 100.000 miembros.

También redes como “RelayRides”, una plataforma para personas que quieran alquilar autos con tarifas económicas, o “DogVacay”, para encontrar a quien pueda cuidar a los perros durante las vacaciones.

En Buenos Aires, funciona el sistema de “Ecobici”. Varios puntos de la Ciudad cuentan con dársenas en las que se pueden retirar bicicletas y usarlas durante una hora, luego de haberse registrado como usuario.

Otro movimiento con muchos adherentes en Argentina es la “Gratiferia”, un grupo de Facebook con más de 18 mil miembros donde “todo es gratis”. Cualquier persona que quiera desprenderse de algo, lo publica y otro se lo lleva, sin dinero de por medio.

“SegundoHogar”, por su parte, es una página de Internet dedicada a los viajeros. Cuenta con gran cantidad de información de personas que ofrecen distintos tipos de alojamiento en Latinoamérica a costos mucho más económicos de los que pueden encontrarse en un hotel. A esta práctica se la conoce como “Couchsurfing” (surfear en el sofá) y en Argentina se ha expandido mucho.

Se trata de una comunidad de hospitalidad global con más de 2.5 millones de usuarios en 245 países. Cada miembro está registrado en el sitio web (https://www.couchsurfing.com/) y tiene un perfil propio con fotos e información.

Florencia Zaccagnino fue huésped en El Bolsón. “Fue una experiencia genial. El anfitrión era de Costa Rica y estaba viviendo en un centro de permacultura (medio ambiente que desarrolla la arquitectura sostenible). Como vivía solo en medio del campo, amaba recibir visitas de couchs para estar acompañado y conocer gente”, cuenta a Info Región.

El año pasado, Jaqueline Rieu viajó con su novio y también probó con el couchsurfing. “Al principio no estábamos seguros de hacerlo por los miedos propios de la ciudad, hasta que un día nos fijamos en la página y empezamos a pedir hospedaje de esta manera. Fue sorprendente”, describe.

“No me imaginé nunca lo bien que nos recibirían. Te esperan contentos, con algo para compartir y con toda su confianza depositada en un par de extraños. Nos abrieron las puertas de sus casas, nos contaron sus vidas, nos aconsejaron, acompañaron a conocer y nos dejaban ser parte de su día a día”, destaca Jaqueline.

Marcela Farías está en couchsurfing desde 2013 como anfitriona, y asegura que las experiencias con cada uno de los huéspedes fue totalmente diferente.

“Mi intención fue total y absolutamente desinteresada en lo económico, sólo residía en conocer gente de otros lugares, algo de su cultura y costumbres”, agrega. Asimismo, en junio fue a conocer Europa y aprovechó para pedir alojamiento bajo la misma modalidad.

Aunque vive en el barrio de Retiro, Rafael Giménez también es anfitrión de couchsurfing en su casa de Gualeguaychú, y es oriundo de Corrientes. “Todas las experiencias que he tenido han sido muy buenas. Hay gente que llega y pareciera que eres un familiar o amigos que no ves hace rato. Te sentís parte de su vida. Lo mismo me ha pasado cuando he viajado y fui recibido por otros, incluso al dejar la casa uno no sabe como agradecer la ayuda brindada”, resalta.

Compartir, prestar, alquilar son prácticas que se expanden cada vez más y con una fuerza nunca antes vista por la economía mundial. Mientras tanto, siguen surgiendo miles de plataformas digitales que le dan espacio y visibilidad a una parte de la sociedad que desea cambiar la manera en que consume.