La vigencia de un festejo colectivo y popular


Murga. Carnaval del pobre y del rico por igual. Divina sensación que va del Norte al Sur, de Este a Oeste sin distinción. Carnaval de los locos y los no muy cuerdos. De esos que quieren, lo sienten y se animan. Van pregonando verdades de arrabal y hacen callar al silencio. Querido estigma, que viajas bien lejos desde el pasado pa´cerle frente a tanta injusticia. Y se hace presente ahora. En este baile, que desparrama tristezas y patadas, broncas encarnadas y sonrisas bien pintadas por igual. Te pido que suba el latir de los parches. Que fisuren el piso las ganas. Y que murga, si de resistir se trata, que estalle tu alegría en esta matanza.”

La glosa ya es un himno. Pertenece a “Escalando sin remedio” y David Herrera, un apasionado por el bombo y la lentejuela, le pide a Info Región que la dé a conocer. Es que ese es su lema, como el de muchas otras murgas de la región y el país entero: regalar alegría al pueblo y hacerle olvidar las penas a través del baile.

Para cumplir el objetivo, ellos también buscan ese estado catártico y de éxtasis. Momento que llega con la “matanza”, rito crucial para los carnavaleros que se ha tornado tradición: es la hora de dejarlo todo sobre el asfalto; los bailarines se sientan en ronda, salen en grupos a bailar y demostrar al resto aquello que mejor les sale. Dejan el alma al ritmo de la percusión. Y así se suceden unos a otros, en un ritual que los embriaga de una felicidad momentánea pero eterna.

Y ese es el verdadero sentido del carnaval, una de las pocas fiestas populares que siguen en pie con el mismo vigor que antaño. Aquellos que se vivieron en su máximo esplendor en las doradas décadas del ‘20, el ‘30 y el ‘40 y que tuvieron su último gran auge allá por los ’60, pero que aún siguen brillando por estos lares.

“Las murgas buscamos darle alegría a la gente, pero sobre todo también un mensaje. Tenemos el poder de los micrófonos y la música para hacernos escuchar y, desde nuestro humilde lugar, ayudar a cambiar un poco las cosas”, resume a Info Región Herrera, mientras se ufana orgulloso de los 14 años de vida de la murga de Remedios de Escalada.

Espacio de encuentro e integración, que reúne a familias, amigos y desconocidos en una fiesta popular que les permite expresarse críticamente, pero siempre con la alegría a cuestas y la misión obligada de contagiarla a quienes se crucen por su camino. Ese es el espíritu de unas de las celebraciones mas convocantes que se mantiene en la región y todo el Conurbano.

Fiesta del pueblo. A lo largo de esta semana los carnavales se vivieron en diferentes puntos. El latir de los tambores y redoblantes y el brillo de los trajes de lentejuelas animaron a grandes y chicos de diferentes barrios de la región. Y lo seguirán haciendo hasta fin de mes, cuando culminen los homenajes al Rey de la desfachatez, la burla y la locura, famoso por divertir a los dioses del Olimpo con sus críticas agudas y mímica grotesca: Momo.

Aunque en un momento amenazó con desaparecer, la tradición ha resurgido en los últimos años y ha vuelto a tomar las calles, como todo festejo popular. “El carnaval representa eso, la celebración popular, la fiesta en las calles, con los vecinos. Muestra la importancia del trabajo colectivo”, resalta Herrera (29), que desde hace seis años desfila en “Escalando sin Remedio”.

Y en el sentimiento lo acompaña “El Chino”, fundador e integrante de la murga “Arrabaleros del Dios Momo”, oriunda de Claypole. “Los vecinos se convocan cuando ven la plaza con los foquitos y los banderines, el banderón que hace de fondo, la música, la espuma, la parrilla, el humo, las reposeras, porque es una fiesta de ellos y para ellos. A eso apuntamos. A que el barrio viva la fiesta más popular que puede tener. Somos una familia, un grupo de amigos, de conocidos, de vecinos y de desconocidos, todo eso junto”, describe

Es que, en todos los casos, los murguistas recurren a la misma analogía: la comparsa es como la familia. Una comunidad que da cuenta de un sentido de pertenencia, pero también del carácter colectivo propio de la organización: sólo juntos logran el armado integral de la fiesta.

“La Murga para nosotros es un espacio único, sin igual. Es un lugar de encuentro e integración. El grupo es como una segunda familia y nos da la oportunidad de aprender y compartir con personas que quizás no tienen los mismos gustos ni las mismas maneras de pensar, pero cuando estamos con el traje puesto somos todos uno”, resalta Herrera.

La necesidad de expresarse y de celebrar el encuentro colectivo fue lo que impulsó a la mayoría de las agrupaciones a salir a la calle. Así al menos lo explican desde “Los seguidores de la Hormiga”, que surgió el año pasado en Banfield. “Cada vez había menos indicios de participación colectiva o movidas callejeras y culturales en el barrio. En ese pensamiento es que nos encontramos con la murga como forma de expresión, como modo de organización colectivo y popular”, cuenta Ramiro, integrante y fundador.

Así, frente a lo cotidiano, y aunque a su término la realidad nuevamente lo ocupe todo, las fiestas de carnaval invitan por este mes a “ser feliz con algo tan sencillo como bailar y cantar”, según resalta Brian Daniel Aboli, percusionista y encargado del bombo platillo en “Los Tatitos”, agrupación de Lanús donde también es responsable de la enseñanza de baile. “La murga es una familia en la que unidos hacemos las cosas más lindas y fáciles”, resalta.

Con bandera propia. Bajo el color de su estandarte, salen a patear las calles. Con la típica patada al aire y la percusión como compañera, las agrupaciones demuestran en ésta época todo el trabajo que han hecho durante el año: bailes ensayados, trajes puntillosamente confeccionados, instrumentos afinados y una dosis de carisma que llevan en el alma.

Lo cierto es que todo es a pulmón. Con esfuerzo, gestionan sus propios ingresos y se encargan de la organización, que termina de completarse con el respaldo fiel de los vecinos. “La murga es autogestiva e independiente. No tenemos directores, gestionamos los gastos entre todos y todos formamos parte de las decisiones que se toman”, resalta “El Chino”.

Y apunta que “Arrabaleros del Dios Momo” también promueve el apoyo mutuo entre las organizaciones. “Cuando hacemos corsos invitamos a otras murgas independientes, que se pagan el micro para venir. Vienen de onda, y cuando ellos hacen la movida, nosotros pagamos nuestro micro para ir. Nos ‘segundeamos’, sino ninguna sale a ningún lado”, sostiene.

Igual es la filosofía de “Escalando sin Remedio”. “Entre todos armamos los corsos y el espectáculo, entre todos tomamos las decisiones. Y con el esfuerzo de todos hacemos posible que año tras año sigamos haciendo esto que tanto nos apasiona para seguir trayendo el carnaval al barrio de Remedios de Escalada”, destaca Herrera y advierte que Escalando “no recibe dinero de ningún grupo político, sindicato, asociación ni nada que se les parezca”. “Por ende, tampoco llevamos ninguna bandera. Las únicas que alzamos son las que tienen el color de nuestra Murga (rojo, blanco y violeta), que también son los del barrio”, detalla.

Lo cierto es que el círculo no podría cerrarse si faltara lo más importante. Pueden tener la espuma, los instrumentos, la ropa, el maquillaje y los pasos ensayados, pero el carnaval no sería carnaval sin el barrio. Sin el público maravilloso que siempre comienza siendo pasivo y termina convirtiéndose en uno más, saltando al son del redoblante y los platillos.

“Sin los vecinos el carnaval no sería carnaval y los corsos no se podrían hacer. Si los vecinos no nos apoyaran, ¿para quién haríamos los corsos?”, cuestiona Marcos, alias “Coco”, director de percusión de la banfileña “Taladrando los talones”.

Y Herrera es taxativo: “El carnaval se hace de a dos y en conjunto. La Murga, junto con los vecinos”. “Es tan lindo armar algo durante todo el año y después preparar el corso para el barrio y que te digan ‘que lindo estuvo chicos’, ‘muchas gracias’, ‘me dejaron pensando’ y que te den un aplauso. Ese es el combustible de nuestro motor. La Murga es todo, para nosotros”, destaca.

Por pasión. Se identifican bajo banderas distintas. Diferencian sus colores y también sus lemas. Buscan sorprender con pasos excéntricos e ideas renovadas. Pero, en todos los casos, hay algo que se repite. Una palabra que sale del alma cada vez que se les pregunta a los murgueros el motivo por el cual cada febrero salen a las calles a regalar alegría: Pasión.

“La verdad es que nos apasiona ver el barrio en movimiento, lleno de color y con gente en la plaza. Es como que revivió, o como que revive de a ratos, cuando la música suena y los pies bailan”, resalta Ramiro, desde “Los seguidores de la Hormiga”

Y sus palabras son replicadas por Taladrando: “Hacemos lo que nos apasiona y transmitimos alegría a cada barrio que vamos. A todos lados llevamos este sentimiento, en cada toque de nuestro bombo y nuestras suelas en el piso”.

Pero la satisfacción es aún mayor al saber que la única retribución que recibirán será el efusivo recibimiento de la gente, a quien contagiarán su espíritu carnavalesco, al menos por una noche.

“Es una pasión ser murguero, no es para cualquiera. Acá se deja guita, pero nunca te llevas nada. Se viene de corazón. Cuesta y, como en todos lados, hay peleas, enojos, berrinches, llantos, risas, abrazos. Por suerte también hay contención, variedad de pensamiento. La murga sale a divertirse y a divertir, a reír y hacer reír, a concientizar o criticar cuando se deba para que la gente sienta lo que hacemos”, resalta “El Chino” desde Arrabaleros.

Y con él coincide Herrera, que lo considera como “un estilo de vida”. “Esta es una elección. Y saber que estás haciendo algo desinteresadamente hace que nos apasione todavía más.”

Casi con la misma tradición ritual que un festejo patrio, y con la exclusividad de ser una de las pocas fiestas populares que reúne a tantas generaciones, es que este febrero también se tiñó de carnaval, una fiesta hecha por el pueblo y para el pueblo donde se resaltan valores de arrabal y ensueño y donde la fiesta es común a todos.



Por Cintia Vespasiani

Producción: Hernán Ferraro