Soldados al servicio de todo un barrio


Coinciden en que no están en su mejor momento y que el auge, esa época dorada en la cual vendían medio centenar de diarios en un bar porque la gente compraba hasta cinco ejemplares distintos, ya pasó. No obstante, reivindican su profesión. Esa que no sólo hace a su quehacer diario sino también a su verdadera pasión y que, si bien no tiene título universitario, los egresa después de varios años de esfuerzo y sacrificio. “Son muchos años en los que primero sos vendedor de diarios. Luego, te hacés canillita”, re sume Mario, que tiene 56 años y lleva casi la mitad de su vida (25 velitas) aten-

diendo el puesto ubicado en la estación de Lanús, sobre 29 de septiembre y 9 de julio.

Hoy ellos no trabajan. Muchos se niegan a abandonar su incansable puesto en las calles, donde se consolidaron como figura popular y siempre amiga. Otros aprovechan la ocasión. Es que, en su vocación el descanso es poco y el 7 de noviembre es una de las poquísimas jornadas junto al Día del trabajador, Navidad, Año nuevo y Viernes Santo en la que los diarios se quedan sin guardianes.

“Es una costumbre el trabajo, uno se termina acostumbrando a los ritmos de vida. La esquina es la parada del barrio. No venís dos días y extrañas todo”, admite Luis, que también cuenta 25 años al frente del puesto ubicado en Las Heras y Boulevard Buenos Aires, en Monte Grande, aunque arrancó a trabajar hace 38 en el reparto de diarios.

La caída de las ventas, producto de la instalación de los diarios en versión digital y la desaparición de ciertas costumbres que planteaban a la calle como escenario principal, no los detiene. “A través de los años las ventas fueron mermando y cada vez estamos más en retroceso, pero nosotros estamos consolidados. Esta es mi segunda casa y no la voy a abandonar”, resalta Andrés Gebicki, que con 68 años lleva 47 como canillita.



Gajes del oficio. Es cierto que cada trabajo tiene sus responsabilidades y plantea determinados sacrificios. En el caso de los canillitas, su trabajo es casi full time, con horarios que muy pocos soportarían.

“Tenemos muy poco descanso en el año. Pero es algo que me apasiona. Cuando le cuento a la gente que me levanto a las dos de la mañana me dicen que estoy loco, pero a mí me encanta hacer esto. Tuve la oportunidad de cambiar de trabajo y, sin embargo, elegí esto”, resalta Andrés mientras atiende clientes en su puesto ubicado sobre la plaza Mariano Moreno de Remedios de Escalada.

Desde estudiante ya repartía diarios. “Como no tenía padre, yo mantenía la casa con lo que ganaba. Luego falleció mi hermano mayor y me hice cargo de los ingresos de mi casa a corta edad”, cuenta el hombre y expresa: “En todos estos años le he tomado un cariño inmenso a este trabajo, no me imagino sin él. Algo que empezó como una necesidad laboral se transformó en algo que hago con amor”.

Aunque tiene poco descanso a lo largo del año, Andrés asegura que su responsabilidad frente al puesto de diarios lo “apasiona”. “Voy a ver un recital y, si tengo que estar parado, me voy. Camino diez cuadras y me canso. Pero acá no, acá todo es diferente, estoy 12 horas sin sentarme y estoy intacto. Es como cuando vas a la costa y caminas y no te cansás”, describe el hombre.

Mario, por su parte, lleva estoicos 25 años como canillita. “Todo comenzó porque me había quedado sin trabajo. Probé suerte por el interior y no había nada que me convenciera. Un día tomando mate con mi pareja le dije que lo que me hubiera gustado hacer era tener una parada de diarios”, cuenta.

Según indica, le llamaba la atención “hablar con la gente”, mientras que lo tentaba “poder vender y el desafío de hacerlo mejor que los demás, con un producto que tiene la misma calidad y el mismo precio en todos lados”. No obstante, aclara que “no es para cualquiera”. “Nosotros tenemos un lema, que es que si pasas los primeros dos años en el puesto, vas a ser diariero toda la vida”, apunta Mario.

“No es levantarse un rato más temprano y listo. Tenés que acostumbrar tu vida y tu cuerpo a esto. Te cambia el sueño, los horarios de las comidas, de relacionarte, ya que cuando la gente sale, vos estás volviendo. Te cambia el horario hasta de ir al baño”, describe y advierte: “Si te enfermás o te vas de vacaciones, no cobrás. Hay que trabajar para ganarse la comida y bueno, todos los gastos van para uno, pero fue una elección hermosa y no me arrepiento de nada”.



El otro servicio. Ya sea al preguntarles sobre una calle, al compartir un mate o mismo al comentar las noticias del día -sobre todo si es lunes y ayer se jugó el clásico-, es notorio que el vínculo del canillita con el barrio continúa intacto y algunas costumbres siguen en pie, a pesar de la caída de la clientela.

En 1978, tras la muerte de su padre, Luis y sus hermanas se pusieron al frente del negocio en la esquina de Las Heras y Boulevard Buenos Aires, en Monte Grande. “Estuve hasta el ‘87, trabajé de colectivero, volví en los ‘90 y hasta el día de hoy estoy en esa misma esquina”, sostiene.

“La gente te conoce, viene a comprar o pasa a saludarte para ver cómo estás. Uno se transforma

en un referente en la zona”, resalta Luis y comenta: “Conozco gente que vive lejos, pero que por ahí por alguna razón pasa por Camino de Cintura y se pega una vuelta para saludarme, porque acá es el lugar donde me pueden encontrar siempre”.

“Hay personajes todos los días que pasan, o amigos, que traen facturas o bizcochitos. Todos van ‘de Lucho’ a tomar mate. Es un punto de referencia de mis amigos o gente de la zona”, sostiene con alegría.

En el mismo sentido, Mario manifiesta que “el trato con la gente, con el vecino, es algo que reconforta todos los días”. “Uno no vende diario, uno es consejero, un guía, un mapa, te preguntan la altura de las calles, el colectivo más cercano. Cumplimos muchos roles. La relación con el vecino, el trato diario, te compensa cualquier mal humor que pueda agarrarte por un transeúnte ocasional. Muchos de mis clientes son amigos hoy, y te compensan y curan de las heridas que pasan durante el día”, asevera el diariero de Lanús.

El contraste con Mario, Andrés y Luis lo marca Matías que, con 21 años, hoy vivirá su primer Día del Canillita, a poco de haber empezado a trabajar en el puesto de Juan XXIII y Bustos, en Lomas de Zamora.

“Es un trabajo muy lindo, tenés relación con los vecinos y en el barrio te pasan a conocer todos”, valora el joven y sostiene: “No me costó tanto porque soy de la zona y conocía bastante a la gente que pasa por acá. Sin embargo la relación del canillita con el vecino es muy especial”.

“Somos fuente de consulta para todo, a dónde hay que ir para llegar a tal lado, qué colectivo tomar, qué calle, hasta qué hora es el recorrido. Por suerte como soy de acá me las ingenio para responderles a todos”, resalta.

¿Qué sería de la historia de los diarios y las revistas de no haber existido el “canillita”? Personaje querido y tan popular como el barrio mismo que se levanta mucho antes de las primeras luces para tener todos los ejemplares bien ordenados desde temprano y esperar a su fiel clientela.