Tristeza y desconcierto por la destrucción del mural de Castellucci


Una pared, una obra de arte, lucha contra la violencia institucional, la huella de un pasado que duele y no debe olvidarse, el símbolo de resiliencia de una familia. Todo eso y mucho más era el mural de Martín Castellucci que fue demolido. Tiraron abajo la historia y la familia espera respuestas, llena de dolor e incertidumbre.

Según la Real Academia Española un mural es “dicho de una cosa: Que, extendida, ocupa una buena parte de pared o muro”, algunos muralistas describen sus obras como ventanas al arte y Acción Poética propone alegrar a vecinos a partir de murales. Pero éste mural era diferente, era la huella de un pasado que duele, era la historia de sufrimiento de la familia Castellucci y de Martín, era un emblema de lucha contra la violencia institucional. Era… Ya no es. Fue demolido.

“Nos llamaron algunos vecinos diciendo que no veían el mural”, contó Oscar, papá de Martín, en diálogo con Info Región. Según estimó, el mural fue demolido en enero, cuando el lote donde se ubica la vieja Municipalidad de Lanús –ubicada en 5 de Mayo 131- fue tapiado.

Por aquel entonces, la familia de Martín sabía –por fuentes extraoficiales- que allí se construiría un centro cultural y que el proceso exigiría el desplazamiento de la obra. Sin embargo, nunca fueron notificados formalmente de ello. Al principio los padres creyeron que se trataba de un atraso en el aviso por las vacaciones, pero pasó el tiempo y nadie les informó. “Incluso hubo gente que había mirado por un agujero y vieron que el mural no estaba”, recordó.

“El hecho es que después no se hizo el edificio cultural, se reutilizó el viejo edificio de la municipalidad”, explicó. Y algo faltaba, el mural que homenaje al joven ya no estaba, había sido tirado abajo. “Me produce tristeza pensar en el hecho de que fue alguien con una masa y lo rompió”, contó Oscar.

El mural representaba la violencia institucional, es por esto que el padre consideró “insólito” que lo sacaran sin que ningún funcionario se acercara a hablar con ellos. Además, cuestionó: “¿Por qué lo tiran si no van a hacer el edificio? Para mí esto no tiene respuesta”. “Desconcierto” es el término que mejor describe la situación.

“Si en la construcción del nuevo edificio iban a usar ese espacio nosotros entendíamos que era razonable, ¿cómo nos íbamos a oponer?”, explicó Oscar, al tiempo que se quejó: “Lo tiran abajo, no hacen el edificio y la respuesta que tenemos es: ‘Busquen otro lugar para ponerlo’”.

La destrucción de la obra le generó a los familiares “absoluto desconcierto”, sumado a “una gran tristeza personal”. “Ponerlo en otro lado, en cualquier lado, como un monumento más, no nos interesa”, admitió, rescatando el valor simbólico de la ubicación porque estaba cerca de La Casona, el boliche en el que fue atacado Martín, y era un edificio municipal, que daban cuenta del “compromiso” de las autoridades.

Martín fue a bailar con amigos a La Casona el 3 de diciembre, pero no dejaron pasar a un amigo y él se quejó. Esto le valió una salvaje golpiza por parte de un patovica. Ya malherido, fue corrido a un costado, para que no obstruya la puerta de ingreso. Tras cuatro días de agonía, su cuerpo decía basta. Quería ser veterinario, pero la violencia institucional truncó su camino y terminó con su vida.

Desde ese momento, su familia emprendió una lucha que le valió a Oscar el título de impulsor del Registro de Personal de Seguridad en la provincia de Buenos Aires y hasta que los “patovicas” tuvieran que estudiar para poder trabajar. Derechos Humanos es una de las asignaturas dentro de la carrera.

Y esto es, quizá, uno de los cachetazos más fuertes, porque se borra parte de la historia de una lucha, un pasado que duele como sociedad, un símbolo de resiliencia de la familia. El mural con la imagen de la cara de Martín era mucho más que un mural, lejos estaba de ser una obra para recrear la vista, era la huella de la lucha contra la violencia institucional. Y hoy ya no está.