Política y Corrupción, una tensión paradojal


Nuestro Sócrates vernáculo; Don Jorge Luis Borges; tal vez con la oculta intención de desentrañar el ser nacional, escribe en el año 1930, una obra que lleva el nombre de otro mítico escritor argentino; Evaristo Carriego.

 Allí, desde el barrio de Palermo, interroga la patria toda y con la patria al universo mismo. Posiblemente animado por aquella sentencia de Tolstoi: “pinta tu aldea y pintaras el universo”.

En el capítulo que titula la historia del tango, destaca el hecho de que pese a la larga tradición militar que cuenta la historia de nuestra patria, el argentino –y cito textual- “en trance de pensarse valiente no se identifica con él”, (se refiere al militar), sino que prefiere hacerlo con el gaucho o con el compadre. La explicación que ensaya Don Jorge para dar cuenta de esta curiosidad, es que el valor que motiva al gaucho o al compadre, no está al servicio de una causa, es puro, es simplemente el motivo de un rebelde. Y a líneas seguidas, nos dice que, a diferencia del norteamericano y el europeo, el argentino no se identifica con el Estado, es esencialmente un individuo, no un ciudadano. El ideal hollywoodense de una persona que se hace amiga de un criminal para luego entregarlo a la justicia, resulta para un argentino, para quien la amistad es un valor supremo, sencillamente una canallada. Y en nota al pie, constata el hecho que, por estos motivos, para un argentino, robar dineros públicos no es un delito. El argentino solo concibe una relación personal, la idea del Estado es para él, una abstracción impensable.

Ochenta y tantos años han pasado desde que un joven Borges, que contaba apenas treinta años, volcaba sobre el papel estas reflexiones. Seguramente, ni en sueños ni en pesadillas, habrá vislumbrado por entonces, el curso y la velocidad que tomarían los acontecimientos de la historia. Por ejemplo, en esos años acontecieron todos los golpes militares, o por mejor decir cívico-militares, de la argentina, en una espiral de violencia creciente, y la técnica ha permitido que la pequeña aldea se globalizara.  Seguramente habrá nuevas cosas por decir sobre la identidad argentina, pero rescatamos del texto de Borges estas dos ideas:

1) el argentino es más un individuo que un ciudadano, y

2) para el argentino el Estado es una abstracción inconcebible.

En el mismo momento en que por estas pampas Borges garabateaba sus cuadernos, en otras latitudes, otro hombre ilustre, en su despacho de la bergasse 19, aplicaba las nociones del psicoanálisis por él inventado para dar cuenta del modo en que el hombre habita la cultura.

El viejo zorro de Viena, concibe una de sus obras mayores: “El malestar en la cultura” allí ordena el malestar humano como proveniente de tres fuentes:

  1. La naturaleza y su hiperpoder
  2. El propio cuerpo y su fragilidad
  3.  El vínculo con nuestros semejantes y la insuficiencia de las normas para regular las relaciones reciprocas entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad.

El punto tres de estos factores es el que nos interesa destacar.

Para Freud siguiendo la mejor tradición de los filósofos contractualistas como Hobbes o Rousseau,  el estado es un efecto de la renuncia de sus miembros a una porción de libertad individual, en términos estrictamente freudianos se refiere a renunciar a la libertad de satisfacerse, verbigracia, poseer a todas las mujeres, obtener todos los recursos que precise para calmar los apremios de la vida, dar muerte a aquellos que representen una amenaza etc., sin ningún tipo de miramiento por el prójimo.

De aquí se desprende que en la constitución misma de la cultura hay algo paradojal. Por un lado, la ventaja de asociarse, para atemperar las fuentes ya citadas del malestar, colaborar en el trabajo de domeñar el mundo, asistir el cuerpo y conservar el objeto de amor. Por otro, esto implica que la cultura     – entendiendo por esta el resultado de esa asociación-, exige la renuncia de ciertas satisfacciones pulsionales individuales.

Y Freud, que no era muy optimista respecto de la raza humana, nos recuerda: “…el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es licito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo…”

Como vemos, la existencia de esta pulsión agresiva que podemos reconocer en nosotros y en nuestros semejantes, es la que perturba la relación con los otros, y exige a la cultura (al estado, a la política) realizar un gasto permanente de energía para atemperar la satisfacción de estas pulsiones.

El elemento común que me interesa destacar de estos dos breves relatos sobre el pensamiento de Borges y de Freud es el hecho, que aquí, en el barrio de Palermo, Borges pone en tensión al individuo argentino con el estado, y en ese mismo momento Freud en Viena lo hacía con el individuo y la cultura. Una tensión paradojal que llega por momentos a la oposición.

Reflexionemos por un momento sobre un tema que, si bien es tan viejo como el mundo, tiene por estos días una gran actualidad: La intrincada relación entre política y corrupción.

El diccionario nos dice que corromper es:

  1. Alterar y trastocar la forma de alguna cosa.
  2.  Echar a perder, depravar, dañar, podrir.
  3. Sobornar a alguien con dadivas o de otra manera.
  4. Pervertir a otra persona.
  5. Estragar, viciar.

En definitiva, dar satisfacción irrestricta a las libertades individuales de satisfacer las pulsiones eróticas y agresivas, que encajaría con las definiciones expuestas, es disolvente respecto del lazo social.

Hay una tensión entre el lazo social (política) y la libertad individual de satisfacerse irrestrictamente (corrupción pareciera ser uno de sus nombres)

Es decir que hay disyunción entre corrupción y política.

Si aceptamos esta perspectiva, no es posible criticar a la política por la corrupción puesto que terminan siendo de órdenes contrapuestos.

Desde luego que no vamos a negar, que aparecen vinculadas de una manera preocupante, y claro está, digámoslo sin ambages; no quisiéramos a la corrupción, ni cerca de la política, la corrupción está mal y fin de la discusión.

Pero esto, es una petición de principios de orden moral, algo que permite sostener la equidad dentro del lazo común. En sí mismo no es absolutamente verdadero, sino la sabiduría popular no hubiese creado refranes tales como “el que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón” ni resultaría tan simpático el personaje literario Robín Hood.

La política en cambio es una creación de la cultura cuya finalidad es ordenar, regular, las relaciones entre los individuos, su funcionamiento no es de orden moral, es ético, de algún modo es la depositaria de la cesión de las satisfacciones y las libertades individuales a las que cada miembro ha renunciado para asegurar su justa y equitativa distribución.

Creo que el grado de éxito o fracaso de una política determinada, está dado por la medida en que alcance este nivel de distribución ideal.

En este sentido, y por irritante que parezca no importa tanto si un individuo intenta ubicarse como excepción del resto y satisfacerse individualmente, por ejemplo, robando dineros públicos, (e insisto, estoy de acuerdo en que se lo someta a la justicia).

Porque la política y las satisfacciones individuales están en tensión paradojal.

Sí, es mucho más importante, que la política misma no se transforme en un instrumento para favorecer arbitrariamente a un individuo, o un grupo de ellos – para el caso es lo mismo- porque entonces esa política ha perdido su finalidad de ser reguladora de las relaciones humanas en la sociedad, esta vestida con los ropajes de la política, pero es un mero simulacro, aunque este comandada por hombres supuestamente incorruptibles.