Recobrar la esperanza de que un país mejor es posible


Mucho se ha hablado de la base filosófica del peronismo y de su traducción a la acción concreta aplicada al desarrollo de la persona humana, planteadas por Juan Domingo Perón hace más de 50 años. Aquellas ideas siguen vigentes, detrás de la utopía -aún no alcanzada- de la Comunidad Organizada, donde la aspiración del progreso social se fundaba en principios de solidaridad, armonía y trabajo en común.

Transitamos momentos difíciles, por todos conocidos, en los que una gran parte del pueblo argentino está sufriendo la falta de trabajo y el derrumbe del poder adquisitivo de sus ingresos. Penurias que se vieron agravadas por la pandemia de Covid-19, una verdadera catástrofe que no solo dejó secuelas sanitarias, sino también económicas y especialmente sociales.  

Las necesidades que hacen mella en nuestra comunidad, como la falta de alimentación, vivienda, educación y salud, se combinan con flagelos sociales -la inseguridad y la drogadicción- que generan un caldo de cultivo que acaban por horadar todo empeño. De allí se pasa al hartazgo, lo que hace perder a esperanza.

Vivimos tiempos de desesperanza, que superan la coyuntura del momento. Entonces, para superar la crisis no alcanza solo con medidas económicas, necesarias pero insuficientes. El desafío de la hora nos obliga a apelar a lo más profundo de nuestra idea de Nación que comparte valores, destino y sueños;  y para ello es necesario que quienes ocupan puestos de conducción a nivel político, empresarial, sindical y social entiendan las necesidades del pueblo y prioricen el proyecto común por encima de los legítimos intereses sectoriales. 

El camino de las soluciones económicas requiere de un proyecto político humanista y cristiano que guie por el sendero del equitativo reparto de cargas y beneficios a partir del profundo conocimiento de lo que es verdaderamente importante para los argentinos. Como dice el Papa Francisco cuando sostiene: “Para comprender a un pueblo, comprender cuáles son sus valores, es necesario entrar en el espíritu, el corazón, el trabajo, la historia y el mito, significa ir con el pueblo, ver cómo se expresa”.

Ese compromiso debe llevarnos a recobrar la esperanza, que es la madre de la paz y es en la paz donde podemos construir el país soñado. De allí la importancia de devolverle la esperanza al pueblo y al hombre la fe en sumisión, como principio de vida y temperamento para afrontar las dificultades. Una nueva frustración será la puerta de ingreso a la resignación y el abandono, donde reinan el escepticismo, la desunión y el desorden.