Elvira Rawson, la mujer detrás del voto femenino


24 de julio de 1919.

Ingresa a la Cámara de Diputados de la Nación un proyecto firmado por el diputado radical porteño Rogelio Araya. Los empleados encargados de abrir el expediente recuerdan que el mismo diputado seis días antes, el 17 de julio presentó otra iniciativa.

Ambos proyectos son tan breves como disparatados: el del 17 propone en media docena de artículos emancipar a la mujer de la tutela de su marido, el segundo propone en apenas dos una “modificación a la Ley de Ciudadanía” para que la mujer pueda votar.

“Modificase el artículo 1º de la ley ciudadana Nº 346 de la siguiente forma: ‘Los argentinos varones que hubiesen cumplido la edad de 18 años y las argentinas mujeres que hubieran cumplido los 22 años gozan de los derechos políticos conforme á la Constitución y a las leyes de la República.”

“Modifícase el artículo 1º de la ley electoral nº 8871 en la siguiente forma: ‘Son electores nacionales los ciudadanos varones nativos y los naturalizados desde los diez y ocho años cumplidos de edad y las ciudadanas mujeres nativas y las naturalizadas desde los veinte y dos años cumplidos de edad siempre que estén inscriptos unos y otros en el padrón electoral.”

Detrás de esos dos artículos y de esos dos proyectos hay una mujer de talento incansable: Elvira Rawson de Dellepiane.

¿Quien fue Elvira Rawson de Dellepiane?

Su amiga y compañera de causa feminista, la periodista Adelia di Carlo nos da una pista: “Era ya una feminista convencida y entusiasta, en tiempos en que hablar de feminismo en nuestro país, provocaba cuando menos una sonrisita burlona en los hombres y las diatribas de estos se unían a las de la inmensa mayoría de las mujeres, que veían aparecer el problema de nuestras justas reivindicaciones como un fantasma demoledor del hogar y por consiguiente destructor de la familia en la persona de la madre.” apunta en 1919.

Nacida en el fortín que luego sería Junín, el 19 de abril de 1867, Elvira del Carmen Rawson Guiñazú descendía por parte de padre de uno de los pioneros del Mayflower y por su madre del Deán Funes, aquel a quien la Primera Junta le encargó la redacción de manifiestos, proclamas y la redacción de memorias.

Maestra normal y sarmientina rompió el mandato familiar y, sola y desheredada, se llegó hasta Buenos Aires para estudiar Medicina, fue la primera entre 85 aspirantes y la segunda médica graduada en la Argentina.

Su tesis de grado Higiene en la Mujer fue material de consulta durante décadas y desarrolla un concepto integral de la salud pública que la acompañará durante toda su vida: “¿Por qué en vez de ese Buen Pastor donde entran malas y salen perdidas, no se funda una casa para esas víctimas de la miseria y el egoísmo humano, más desgraciadas que culpables, en donde se las instruya, se las haga trabajar pero pagándoles un jornal, dinero que bien podría formar una dote y constituir más tarde la base de un hogar feliz”, se pregunta.

Elvira, la primera radical

La Revolución del Parque, el 26 de julio de 1890, la sorprende como practicante en el Hospìtal Rivadavia y apenas 23 años. En medio de las luchas, el presidente conservador Miguel Juárez Celman dispuso que los estudiantes de medicina acudan a los hospitales de sangre para asistir a los heridos que eran leales a su gestión.

Elvira montó un hospital de campaña donde atendió a todos los heridos sin distinguir bandos. Heridos que ella misma rescataba entre las balas en una tirada por caballos y que fue atacada por las tropas del gobierno. Al identificarse, le advirtieron que no debía atender a los revolucionarios y ella respondió: “Los hospitales son del pueblo y no de los gobiernos”.

Como respuesta, los gubernistas desataron los caballos y la dejaron a pie. Elvira colocó sobre uno de sus brazos la faja con la cruz roja y llegó a Lavalle y Talcahuano -donde la batalla era a cañonazos- y allí atendió durante tres días a los heridos.

El trabajo de Elvira no pasó inadvertido: “Debo mencionar entre las personas que han prestado su consagración a los heridos, a la señorita Rawson, estudiante de medicina, que con su noble ejemplo animaba a los heridos y era la digna representante de la mujer argentina, siempre pronta a la caridad y al sacrificio”, el general Manuel Campos, jefe militar de los revolucionarios.

Elvira se sumará al sector de la Unión Cívica que encabezaba Alem. Será la primera dirigente radical de la historia y el 1º de septiembre durante un mitin en el Teatro Politeama selló su adhesión: “Cívicos: La mujer argentina no ha podido acallar en su alma el grito de júbilo y aplauso sincero, que desde un extremo al otro de la República, ha despertado unánime esa legión de patriotas que se llama Unión Cívica.”

Don Leandro, pese a estar enfermo, respondió a la arenga de Elvira y en reconocimiento a sus servicios humanitarios, le entregó un reloj de oro y un pergamino.

Elvira, la feminista

Mientras Elvira multiplicaba el tiempo para ser docente, madre de ocho hijos, y esposa, se suma y lidera el naciente movimiento faminista y sufragista donde integra y funda diversas asociaciones y centros en los que convergen mujeres de todos los sectores desde conservadoras de la Liga Patriótica hasta las que estaban al filo del anarquismo como Julieta Lantieri.

Ni somos tan pocas ni estamos tan solas. Un respetable núcleo de hombres inteligentes y decididos marcha a nuestro lado, confundidos en una aspiración común”, apunta en 1905 en el manifiesto de creación del Centro Feminista.

A partir de 1908 participó de la organización del Primer Congreso Femenino Internacional, que se celebró en el Buenos Aires del centenario y que surgió como respuesta al Congreso Patriótico de Señoras que proponía que “la mujer debe ser reina en su hogar. Es en ese ambiente sagrado en el cual debe desplegar sus habilidades y energías para educar convenientemente a sus hijos, quienes deben dar prueba de ser los dignos descendientes de un pueblo fuerte, honrado, amante de la virtud y de la patria”. Y agrega: “Los derechos cívicos deben ser patrimonio exclusivo del hombre culto, moral y patrióticamente educado por la mujer.”

Así, entre el 18 y 23 de mayo de 1910, en el salón de la Unione Operai Italiani, centenares de mujeres de Argentina, Sudamérica y Europa se reunieron para discutir y demandar educación laica, mixta e igual para ambos sexos; independencia económica de las mujeres y acceso a la ciudadanía política; igualdad salarial y en materia de derechos civiles; divorcio absoluto y abolición de la prostitución.

También presentó una propuesta de modificación del Código Civil para suprimir la subordinación legal de la mujer al contraer matrimonio y que esta pudiera administrar libremente sus bienes, y la igualación de la patria potestad entre el padre y la madre, un logro que llegaría recién en 1984 de la mano de otro radical: Raúl Alfonsín e impulsado por Florentina Gómez Miranda.

Su figura crece y se torna mítica. A modo, de ejemplo la fundadora del Comité Feminista Radical Doctor Hipólito Yrigoyen surgido en Lanús en 1916 y que tenía más de un centenar de filiales, Rosa F. Martínez de Vidal, le escribe en 1919: “En más de una ocasión, en nuestras campañas políticas, nuestras oradoras evocaban su nombre como un timbre de honor para la mujer argentina.

Ese mismo año, el 4 de enero lanza la Asociación Pro Derechos de la Mujer y con ella la campaña para lograr la igualdad de derechos y el voto. Su estatuto no deja lugar a dudas:
“lº Queremos que se haga desaparecer de los Códigos y leyes todo artículo que establezca una diferencia de legislación entre ambos sexos y en contra de la mujer, para que ésta deje de ser la incapaz que es hoy ante la ley, y recobre todos los derechos que corresponden a seres conscientes y responsables.
6º Queremos la igualdad de salarios a igualdad de trabajo, porque la mujer tiene las mismas necesidades económicas que el hombre y nada puede autorizar la disminución de jornales, que hasta la ley de sueldos dictada no ha mucho, sanciona.
Queremos todos los derechos políticos, debiendo ser tanto electoras como elegidas, porque desde que pagamos impuestos, trabajamos en el progreso del país y somos responsables ante las leyes, debemos poder legislar en todo lo que atañe a la grandeza de nuestra patria, a la felicidad y bienestar de todos los seres que en ella nacen y viven, y a nuestros propios derechos y deberes.”

“¿La mujer que va a la fábrica, al servicio doméstico, al trabajo en los campos, en los talleres, en el comercio, en las oficinas, en las escuelas, en las profesiones deja de ser esposa, de ser madre, de cuidar del hogar?”, se preguntaba en una nota que firmó durante 1919 para Nuestra Causa, un nombre ligado al yrigoyenismo con el que nominó al órgano de difusión de la Unión Feminista Nacional entre 1918 y 1921.

El 24 de enero de 1919 Rogelio Araya y Octaviano S. Vera, firman como presidente y secretario una carta en la que responden al cuestionario de la asociación feminista sobre la postura de la UCR acerca de su programa de emancipación de la mujer.

En esa carta anuncian la pronta reunión de la Convención Nacional, para que dicte el programa del partido. y añade: “Tengo la convicción de que ese alto cuerpo, ha de darle una solución libre de prejuicios y en consonancia con la capacidad demostrada por la mujer, en todos los órdenes de la actividad cuando reemplazó al hombre, en sus tareas, en las horas trágicas de la gran conflagración, que ha hecho estragos en la vieja y civilizada Europa”.

“La mujer argentina tiene tantos méritos adquiridos en el desenvolvimiento en nuestra vida, que no hemos de hacerle el agravio de considerarla inferior en virtudes o capacidad, a la mujer de otras naciones por adelantadas que éstas sean”, sostiene y anuncia: “Puedo adelantarles que la Unión Cívica Radical, por propia, definición, es una fuerza política que no resistirá jamás los generosos y sanos movimientos de opinión, que busquen la mayor igualdad humana sin distinción de razas o de sexo”.

Los proyectos presentados por Araya fueron la primera respuesta legislativa a la construcción de esas que ni eran tan pocas ni estaban tan solas.