De Rosas a Cristina Kirchner, intentos de magnicidios en la Argentina


El intento de magnicidio contra la vicepresidenta, Cristina Kirchner, que sacude al país desde anoche parecía un hecho desterrado de la historia argentina que presenta a lo largo de sus dos siglos de existencia independiente de varios episodios similares en los que intentaron asesinar a los más altos cargos del Ejecutivo.

El registro bien podría empezar el 27 de marzo de 1841 cuando el gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires y encargado de los negocios exteriores de la Confedreación Argentina, brigadier general Juan Manuel de Rosas se encontró en la puerta de su casa de Palermo con una caja junto a una carta que supuestamente remitida por desde Copenhague en la que la danesa Sociedad Real de Anticuarios del Norte le explicaba que en el interior del cofre había una colección de medallas.

Todo era real salvo que la caja había sido interceptada por un grupo de unitarios exiliados en Montevideo que la transformó en una máquina infernal, un ingenio que disparaba 16 cañoncitos que apuntaban en todas las direcciones posibles con la idea de lastimar a cualquiera que estuviera allí.

La caja fue abierta por Manuelita, la hija del Restaurador, que no fue masacrada porque el delicado mecanismo falló.

De Sarmiento a Roca

El 23 de agosto de 1873, el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento viajaba en el carruaje presidencial hacia la quinta de Dalmacio Vélez Sarsfield cuando, en las actuales Maipú y Corrientes, fue abordado por tres sujetos y uno gatilló un trabuco que estaba municionado con balas envenenadas con bi­clo­ru­ro de mer­cu­rio. El arma explotó y destrozó la mano izquierda del sicario.

Trece años después, el 10 de mayo de 1886 el presidente Julio Argentino Roca leyó su discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso con la frente vendada y exhibiendo manchas de sangre en su uniforme y en la banda presidencial.

“Un in­ci­den­te im­pre­vis­to me pri­va de la sa­tis­fac­ción de leer mi úl­ti­mo men­sa­je que co­mo pre­si­den­te di­ri­jo al Con­gre­so de mi país. Ha­ce un mo­men­to, sin du­da un lo­co, al en­trar yo al Con­gre­so, me ha he­ri­do en la fren­te no se con qué ar­ma”, y así el país supo que Roca había recibido un piedrazo en Plaza de Mayo arrojado por Ignacio Monjes un correntino y exmilitar quien admitió que buscaba asesinar al Zorro.

Un lustro después, el 19 de fe­bre­ro de 1891, mientras ocupaba la cartera de interior durante el gobierno de Carlos Pellegrini, Roca sufrió otro un intento de homicidio cuando un menor de edad disparó contra su coche y salvó su vida a causa de la mala puntería del agresor.

Los atentados contra los presidentes conservadores

El 12 de agosto de 1905, el presidente Manuel Quintana, se dirigía en su carro hacia la Rosada en Santa Fe y Maipú un hombre con sobretodo le gatilló dos veces con un Smith & Wes­son 38 cuyas balas nunca salieron. Tras intentar huir, el agresor fue detenido en la actual Plaza San Martín.

El agresor era un catalán de 25 años: Sal­va­dor En­ri­que Jo­sé Pla­nas y Vi­re­lla, había arribado a las Américas en 1902 y era im­pren­tero.

En febrero de 1908 el sucesor de Quintana, José Figueroa Alcorta, sufrió dos ataques: en el primero, la primera dama, Josefa Julia Bouquet Roldán, recibió una canasta con frutas que contenía una bomba que debía activarse a través de un reloj despertador pero el mecanismo falló.

El 28 de ese mes, un anarquista salteño de 21 años, Francisco Solano Rejis, aguardó al presidente en la puerta de su casa, Tucumán 848, y, cuando lo vio, le arrojó un paquete envuelto en papel madera que empezó a echar humo, Prudente, Figueroa Alcorta lo alejó con su pie mientras era protegido por la policía.

El artefacto, de casi seis kilos de peso, con­te­nía 362 cla­vos y 149 re­ma­ches, dos ba­las de re­vól­ver, un tro­zo de alam­bre de hie­rro, frag­men­tos de vi­drios y áci­dos. Confeccionado en una habitación del Caballito por Solano Rejis que era mosaiquista, la bomba falló a cuasa de un error en las proporciones de los químicos usados.

9 de ju­lio de 1916, la Plaza de Mayo era escenario del desfile militar que recordaba el centenario de la declaración de Independencia.Allí, Juan Man­dri­ni, un joven porteño contra el balcón de la Rosada donde se encontraban el entonces presidente, Victorino de la Plaza, con los embajadores de Bolivia y Brasil. La bala se clavó en una mol­du­ra a pocos centímetros del jefe de Estado.

Detenido, Mandrini explicó que no buscaba matar a De la Plaza sino protestar contra la pena de muerte impuesta a dos pescadores acusados de asesinar al contador y socio del Jockey Club, Frank Carlos Livingston.

Yrigoyen y Alfonsín

Durante la mañana del 24 de di­ciem­bre de 1919 el barrio de Constitución era sacudido por los disparos que esa víspera de Nochebuena con los que el anarquista italiano, Gualterio Marinelli intentó asesinar al presidente radical Hipólito Yrigoyen en las cercanías de su modesta casa de Brasil 1039 en momentos en los que el mandatario se dirigía rumbo a la Rosada.

Ma­ri­ne­lli, mecánico dental de 44 años, disparó cinco veces contra el automóvil presidencial, hirió a dos custodios del mandatario hasta que fue abatido, con varios disparos en el rostro y el resto del cuerpo.

El otro intento de magnicidio, y último hasta la noche de ayer, fue el 19 de mayo de 1986 cuando el también radical Raúl Alfonsín se dirigía hacia la sede del Tercer Cuerpo del Ejército con base en la provincia de Córdoba a bordo de un vehículo que por escasos centímetros no pisó un artefacto explosivo instalado bajo una alcantarilla.

Era una bala de mortero de 120 milímetros, con 2,5 kilos de TNT en su interior a lo que sumaron casi un kilo de trotyl.