Confirmado: El virus puede permanecer en el aire de lugares cerrados

La OMS debió admitir que el virus se contagia por microgotas que flotan en el aire. Lo hizo después de que un grupo de científicos internacionales ejerció presión mediante una carta abierta.

Si algo caracterizó a estos primeros meses de pandemia fue la confusión científica trasladada a la sociedad respecto del comportamiento de este nuevo coronavirus, tanto en su letalidad como en su capacidad de contagio. Desde “gripecita” -que debía ser afrontada con la búsqueda de inmunidad de rebaño- a virus “devastador”, que obligaba a quedarnos en casa sin contacto con el mundo exterior durante meses. Así de amplia fue la caracterización de la capacidad de daño de la enfermedad. Y con la misma amplitud de criterios, también se comunicó la modalidad de contagio: Desde la recomendación de la OMS de no usar barbijo porque resulta contraproducente, a la obligatoriedad de tener uno puesto para salir a la calle.

Sin embargo, con el correr de las semanas, algunas certezas se van imponiendo con el peso y la rigurosidad que aporta la investigación científica.

En los primeros días de marzo Info Región se hizo eco de una investigación llevada a cabo por universidades estadounidenses en las que se sostenía que el virus permanecía con vida durante varias horas, incluso días, tanto en las superficies no porosas como en el aire de un ambiente cerrado, donde podrían flotar en microgotículas de saliva expulsada por personas contagiadas no sólo mediante la tos o el estornudo, sino simplemente como consecuencia de hablar en voz alta.

En aquel entonces, pese a esa evidencia, todavía no se recomendaba el uso de mascarillas y sólo se proponía el distanciamiento personal para prevenir el contagio. Esa suposición se basaba en que las gotas de saliva caían al suelo en esa distancia y que por lo tanto permanecer en el mismo ambiente no implicaba riesgos.

Pues no. El correr de las semanas ha acumulado evidencia científica suficiente como para que resulte incontrastable aquello que los pioneros descubrieron hace más de cuatro meses.

El 5 de julio último 239 científicos de 30 países distintos, entre los que se encuentra Lidia Morawska, investigadora del Laboratorio Internacional de Calidad del Aire y Salud de la Universidad Tecnológica de Queensland, en Estado Unidos, firmaron una carta abierta a la OMS, publicada por el New York Times, en la que solicitan a las autoridades sanitarias que consideren a la transmisión aérea como una de las tres fuentes de contagio que, afirman, caracterizan a este virus.

Además de la conocida modalidad persona a persona en la proximidad del contacto físico, que es la más difundida, el virus también circula a través del contacto con superficies contaminadas, como picaportes, pasamanos, escritorios, y cualquier otro elemento recubierto de materiales no porosos en los que se puede depositar, permanecer activo y llegar a la boca, los ojos o la nariz de una persona sana si toca la superficie contaminada y se lleva la mano a la cara.

La tercera vía es, justamente, la contaminación a través de la inhalación de aire con microgotas en suspensión que contengan al virus, el que podría permanecer allí durante horas. Se trata de pequeñas gotículas denominadas aerosol, con un tamaño cercano a los 10 micrones (en un milímetro entran mil micrones), imperceptibles, pero que permanecen flotando en el aire.

Es momento de reconocer la transmisión aérea

Bajo el título “Es hora de abordar la transmisión aérea de COVID-19”, el documento redactado por los 239 científicos ejerce presión sobre la OMS para que actualice sus criterios y reconozca a la transmisión aérea como tercera vía de contagio.

En su artículo sostienen que “los estudios realizados por los firmantes y otros científicos han demostrado más allá de toda duda razonable que los virus se liberan durante la exhalación, el habla y la tos en microgotas lo suficientemente pequeñas como para permanecer en el aire y plantear un riesgo de exposición a distancias superiores a uno o dos metros de un individuo infectado”. Una situación que se agrava en ambientes cerrados, con escasa o nula renovación de aire, superpoblados y en los que se debe permanecer durante largo tiempo.

El problema de las organizaciones que no son sólo sanitarias sino también políticas, como la OMS, es que parecen atender no sólo a la evidencia científica sino también a razones (y presiones) de orden político. No hace falta pensar demasiado para advertir el impacto que la oficialización de esta teoría puede causar en el ámbito político y económico.

Si el virus perdura en suspensión en el aire de ambientes cerrados durante varias horas, no sería necesario compartir el lugar con una persona infectada para correr el riesgo de contraer la enfermedad. Bastaría con que un enfermo de Covid-19 estornude, tosa o simplemente hable fuerte para que un ambiente quede contaminado y otra persona se contagie muchas horas después, aún estando sola en ese ambiente.

Si esto es así, ninguna política de distanciamiento dentro de un espacio cerrado, o de alternancia en su uso, podría ser implementada.

Algunos ejemplos: Sería inútil que sólo se presente a trabajar en una oficina el 25% del personal, porque igual se podrían contagiar si hubiese un enfermo que esparza el virus en el aire, incluso se podrían contagiar los que lleguen al día siguiente, si es que no se ventiló el ambiente y se desinfectaron las superficies.

Lo mismo con el transporte público, en donde no tendría sentido la subocupación, o en trasporte aéreo.

Otro tanto ocurriría con las aulas de todos los niveles educativos, las oficinas públicas, las grandes empresas, los supermercados. En fin, compartir espacios cerrados ya no sólo implicaría el uso de barreras físicas de contención como mascarillas, vidrios, acrílicos o plásticos, sino que serían necesarios potentes sistemas de extracción de aire para forzar la renovación del ambiente en poco tiempo, lo que, por otra parte, complicaría también la climatización de los espacios cerrados.

Tal vez conscientes de la lentitud con la que los organismos burocráticos adoptan cambios en sus criterios, el grupo de 239 científicos pide “a la comunidad médica y a las instituciones internacionales y nacionales relevantes que reconozcan el potencial de la transmisión aérea de la COVID-19”.

El sábado último, pocas horas después de ese llamamiento, la OMS modificó la información que ofrece al público a través de su página web para admitir, con reservas, que “la transmisión por vía aérea del coronavirus podría ser posible, principalmente en entornos cerrados y en determinadas circunstancias”.

“Se han producido brotes de Covid-19 en ciertos lugares cerrados, tales como restaurantes, clubes nocturnos, lugares de rezo o zonas de trabajo donde la gente estaba gritando, hablando o cantando”, reconoció. Luego, con reservas, afirmó que la transmisión por vía aérea “no puede ser descartada”.

Tibio pero importante paso para reconocer lo evidente, y así pensar mejor los desafíos que presentará la denominada “nueva normalidad”.