Homero, el naranjo en flor


23 de setiembre de 1987

En la Buenos Aires de sus poemas universales, muere Homero Expósito, el poeta que cambió la lírica del tango en obras como Naranjo en flor, Pedacito de cielo o Percal

Nació el 5 de noviembre de 1918 y fue bautizado con nombre de poeta: Homero. Además, tuvo genealogía breve y apellido inventado: Expósito, un patronímico que encuentra su explicación en que su padre, Manuel Juan, huérfano, había decidido llevarlo como recordatorio del lugar de donde venía, que no era otra que la Casa de niños expósitos de Buenos Aires fundada por el virrey Juan José de Vértiz en la actual avenida Montes de Oca. 

¿Su madre? Rafaela del Giudice Cafaro, mujer anarquista.

“Padre era de la Casa de los Expósitos, de allí nuestro apellido, a los seis años se escapó y no dejó de trabajar hasta enfermarse”, recordaría Homero.

Homero Aldo nació en la casa de su abuela materna, en el puerto bonaerense de Campana, pero a los pocos días ya estaba de regreso en la vecina Zárate donde su padre tenía una panadería y confitería. “Soy un zarateño nacido en Campana”, precisaba. Y fue allí donde, seis años después, llegó el esperado hermano que tendría, también, nombre de poeta: Virgilio Hugo, y, al poco tiempo, llegó el tercero sin nombre determinante, el pedestre Luis María. 

A los 9, el niño demostró que el nombre algo influye: ganó un concurso literario del diario Noticias Gráficas y con él la promesa paterna de un viaje a Buenos Aires cuando tenga la edad.

Virgilio Expósito, hermano de Homero

“Cuando éramos pibes vendíamos caramelos en el cine del barrio, pero también Homero ganaba un concurso poético del diario Noticias Gráficas y yo subía al escenario para imitar a Maurice Chevalier, hacíamos de todo”, recuerda Virgilio, su hermano.

A los 15, el padre le dio 200 pesos, lo que ganaba un obrero, para que se suba a un tren y se cobre su premio.  Apenas apeado, compró discos y partituras de George Gershwin y Duke Ellington. Se recibirá de bachiller como pupilo en el porteño Colegio San José a instancias de su padre que pese a haberse criado en un orfanato dominaba el inglés y se había preparado en materias tan disímiles como taquigrafía, dactilografía, filosofía y poesía. 

Homero, a quien los amigos llamaban Mimo, tenía 17 años cuando empezó a componer junto con Virgilio, que era un purrete de 11. “Lo primero que compusimos seriamente fue uno de los últimos tangos que nos estrenaron, ‘Maquillaje’, cuando yo tenía catorce años – cuenta Virgilio – Lo que mi hermano dijo en ese tema, a los veinte, es terrible.
‘Porque este cielo azul que todos vemos 

no es cielo ni es azul 
¡lástima grande que no sea verdad tanta belleza!’”.

Alumno ejemplar, tras graduarse de bachiller, ingresa, primero, como cadete del liceo militar, y posteriormente se decide por la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para embarcarse en la carrera de sus amores, a la que abandonará y volverá según los avatares de su vida, que le dejó en él un volumen de competencias culturales que serán invalorables a la hora de crear. Le preocupa más aprender que graduarse.

Primero, aprender

Homero Exposito en Tibidabo, rodeado por D’Agostino, Discepolo, Catulo Castillo, Laurenz, Razzano, Maffia, Manzi, Troilo y Demare

“(Homero) Manzi años antes no hubiera podido escribir ‘Sur, paredón y después’ o yo, aquello de ‘Trenzas del color del mate amargo’. A nosotros nuestros padres nos mandaban a estudiar para que no fuéramos como ellos inmigrantes rústicos. Fui a la facultad de Filosofía, abandoné cuando me faltaban dar los finales de griego y latín, ahí dije ‘basta’, pero me morfé todos los libros y hablo cuatro idiomas y Cátulo (Castillo) también y Manzi se tragó unos cuantos libros de filosofía”, explicaba el autor al tiempo que precisaba que lo verdaderamente difícil era “bajarse del caballo y tomar mate con el pueblo”.

Expósito mamará los clásicos griegos, la poesía española, y las obras de teatro por las que sentía especial devoción al punto que durante toda su vida estuvo vinculado al arte dramático -especialmente vocacional- como promotor, director y actor. Fue así que llegó al tango con una formación literaria tal que podía afirmar sin jactancia que “nadie puede escribir un tango si no sabe escribir un soneto”. Su conocimiento de las formas era la herramienta que le permitía recrearlas y la que le daba el pase libre para emplear las licencias idiomáticas necesarias para lo cual apelaba a un léxico que dominaba con solvencia.

En El escritor argentino y la tradición, Jorge Luis Borges al hablar sobre Ricardo Güiraldes traza una involuntaria analogía: “Al hacer esta observación no quiero rebajar el valor de Don Segundo Sombra; al contrario, quiero hacer resaltar que para que nosotros tuviéramos ese libro fue necesario que Güiraldes recordara la técnica poética de los cenáculos franceses de su tiempo, y la obra de Kipling que había leído hacía muchos años; es decir, Kipling, y Mark Twain, y las metáforas de los poetas franceses fueron necesarios para este libro argentino, para este libro que no es menos argentino, lo repito, por haber aceptado esas influencias”.

Homero deconstruirá las rígidas reglas de la lírica tanguera que abrevaban en el relato costumbrista desde el risueño pintoresquismo, hasta la sentimental evocación de la nostalgia, parida a fuerza de desengañados fracasos, que deviene en resignación.

“El impresionismo invadió todas las formas de expresión, no hay motivo para que la letra del tango sea una excepción”, explicaba a la hora de mostrar el amplio registro de su poética que iba del:
“Varias noches el ayer
se hizo grillo hasta la aurora,
pero nunca como ahora
tanto y tanto hasta volver”
de Margo, hasta el eclecticismo entre romance y vidala de Flor de lino:
“Yo la vi florecer, pero un día,

¡mandinga la huella que me la llevó!
Flor de lino se fue
y el hoy que el campo está en flor
¡ah malhaya! me falta su amor.”

No sólo se sacudirá las limitaciones temáticas, sino que, además, asaltará las fronteras canónicas de la versificación para asaltar las siempre escarpadas orillas del verso libre para lo cual contará con una herramienta indispensable: un manejo exquisito e inspirado del idioma. Así las minuciosas metáforas alejandrinas de Tristezas de la calle Corrientes.
“Vagos
con halagos
de bohemia mundanal.
Pobres,
sin más cobres
que el anhelo de triunfar,
ablandan el camino de la espera
con la sangre toda llena
de cortados, en la mesa de algún bar.
Calle
como valle
de monedas para el pan…
Río
sin desvío
donde sufre la ciudad…
Los hombres te vendieron como a Cristo
y el puñal del obelisco
te desangra sin cesar”.

En la poética de Expósito se aprecia una suerte de síntesis de las narrativas que dominaban el género: el lirismo romántico del santiagueño Homero Manzi y el sarcástico catastrofismo infausto del porteño Enrique Santos Discépolo. “Cuando me preguntan entre qué colegas me ubico, respondo entre la nostalgia de Manzi, que no era una nostalgia quejosa sino una tristeza, que no es lo mismo y, por otro lado, con la cosa dura, crítica, de Discépolo. Cuando escribo siento ciertas afinidades y me digo: yo debo tener un negro atado a una pata que me escribe esto”, definía.

No es que Expósito eluda esa máxima de que el “el tango no se ha hecho para cantar lo que se tiene, sino lo que se ha perdido”, pero logra darle a esa temática un alcance universal sin renunciar al intimismo.

Homero Exposito junto a Hamlet Lima Quintana, el Mono Villegas, Leon Benaros, Virgilio Exposito, el Cuchi Leguizamón y Atilio Stampone.

Y otra vez Borges y, otra vez, El escritor argentino y la tradición con una cita que viene pintiparada: “Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Alcorán, bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe. Fue escrito por Mahoma, y Mahoma, como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes; eran para él parte de la realidad, no tenía por qué distinguirlos; en cambio un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página; pero Mahoma, como árabe, estaba tranquilo: sabía, que podía ser árabe sin camellos. Creo que los argentinos podemos parecernos a Mahoma, podemos creer en la posibilidad de ser argentinos sin abundar en color local”.

Así, por ejemplo, toma un tema universal, como el de la joven que se va sin intenciones moralizantes o redentoras, sino que lo hace, como Rubén Darío, un encuadre en primera persona. De allí que en Percal se pregunte;
La juventud se fue…
Tu casa ya no está…
Y en el ayer tirados
se han quedado
acobardados
tu percal y mi pasado.
La juventud se fue…
Yo ya no espero más…
Mejor dejar perdidos
los anhelos que no han sido
y el vestido de percal.”

“Cómo me gustarían esas admirables observaciones de Expósito, para alguna de mis letras”
, se sinceraba Discépolín.

Por su parte, así narraba Homero su encuentro con Discépolo: “Lo conocí en una confitería. La orquesta de Troilo tocó ‘Tristezas de la calle Corrientes’, Discépolo estaba en una mesa con Tania y un amigo. Cuando escuchó la letra comentó: ‘¡Quien le mata el punto a este tipo!’ Se levantó y se perdió entre la gente. Ahí mismo, un jovencito algo pálido y casi tembloroso le dice a Tania: ‘Yo soy Homero Expósito y quisiera conocer a Enrique, ¿dónde está?’ Tania le contestó: ‘Se levantó para ir a conocerlo a usted’”.

La metáfora, esa sensación

Expósito manejaba como pocos la metáfora y había algo de vanguardismo lorquiano en esas construcciones que incorpora a la letrística del tango como en Te llaman malevo:
“Malevo, te olvidaste en los boliches
los anhelos de tu vieja.
Malevo, se agrandaron tus hazañas
con las copas de ginebra”.

En Pedacito de cielo:
“la noche llenaba de ojeras

la reja, la hiedra
y el viejo balcón… 
la reja está dormida de tanto silencio…
Tus ojos de azúcar quemada
tenían distancias.” 

O la atroz estofa de Afiche:
“Pero qué, si están tus cosas pero tu no estás

porque eres algo para todos ya,
como un desnudo de vidriera.”

O el tono bíblicamente salomónico de Trenzas que recuerda al Cantar de los cantares:
“Trenzas,
seda dulce de tus trenzas,
luna en sombra de tu piel
y de tu ausencia”.
 

Meticuloso hasta el hastío, trabaja cada letra con la paciencia del orfebre y cada versión final de una obra no era otra cosa que un borrador. “Es que no quiero que después venga ningún boludo a decirme que hay una coma mal puesta” argumentaba en una entrevista,en referencia  a la confesión de Nelly, su esposa, que recordaba que Homero hizo 63 versiones de Chau, no va más.

Tenía 18 cuando se encontró con Libertad Lamarque en radio Belgrano y le dio un tango de él y Virgilio: Rodando. A la diva, le gustó y lo cantó. Pasó inadvertido pero a él le sirvió para creer más en sí mismo.

A Homero y Virgilio no los unían tan sólo los nombres de poetas y la sangre sino que coincidían y se complementaban. A la pluma de Homero, Virgilio le sumaba su virtuosismo al piano, su inspiración como compositor, sus talentos como arreglador y director de orquesta. Así, esa misma dupla del anodino Rodando, pudo parir la belleza de Farol:
“Farol ya no es lo mismo que ayer…
La sombra,
hoy se escapa a tu mirada,
y me deja más tristona
la mitad de mi cortada.
Tu luz,
con el tango en el bolsillo
fue perdiendo luz y brillo
y es una cruz…”

Interludio caribeño

1942 en la Richmond de Suipacha, actúa el cubano, Ignacio Villa, conocido como Bola de nieve y traba amistad con los Expósito. Años después, les pregunta si tenían algún bolero para grabar.

Le ofrecen Vete de mi, compuesto en 1936,  Homero tenía 18 años y Virgilio 13. Dicen los que saben que Vete… cambió la la historia del bolero cubano y que Fidel Castro era fanático de esta canción.

No sólo lo interpretó Olga Guillot sino que cuenta con casi 400 versiones.
“No te detengas a mirar
las ramas viejas del rosal
que se marchitan sin dar flor,
mira el paisaje del amor
que es la razón para soñar y amar.”

Naranjo en flor

Manuscrito con la letra de Naranjo en Flor

En 1944, los hermanos Expósito parieron su obra más famosa: Naranjo en flor.
“En este tema hicimos letra y música al mismo tiempo, y no empezó por la primera parte sino por la segunda – recuerda Virgilio – Homero me pidió que le pusiera música a unos versos: ‘Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, por fin andar sin pensamiento’. Yo le contesté: ‘Ahí está toda la canción, ya lo dijiste todo, ¿qué vas a inventar ahora?’. Después llegamos a la conclusión de que no era una primera parte sino una segunda. Nunca empezábamos las canciones desde el principio. Con ‘Naranjo en flor’ nos planteamos que, ya que la segunda parte tenía tanta letra, la primera debía tener pocas sílabas, para que el cantante que lo interpretara no se volviera loco haciéndolo”.

En 1945 cuando su padre liquidó el negocio familiar, se radicó definitivamente en la capital donde comenzó a activar en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC) para desplazar de la conducción al mítico Francisco Canaro.

Junto con Cátulo Castillo, Julio De Caro, José Maria Contursi, José Razzano, Aníbal Troilo, Homero Manzi, y su hermano Virgilio, entre otros, logran el objetivo y Homero será tesorero de la entidad hasta que en 1950 renuncia por diferencias políticas. “No por antiperonista, sino porque no era peronista”, precisa.

Prudente, decide que es tiempo de emprender el canónico viaje a la capital argentina: París.

“Me tuve que fletar, anduve por España y Francia. El pasaje en barco costaba 400 pesos con comida y bebidas incluidas. Yo por comida me tomaba una botella de vino blanco y otra de tinto, conmigo perdieron plata…. En París estuve un año y me ganaba un dinero copiando música para la Ópera de París, hasta que me llaman que el estado de mi viejo había empeorado y regresé”, recordaba. 

En 1957 Homero regresa al país por la enfermedad de su padre, y tras su muerte, inauguró en su Zárate un bistró de carta acotada y vinos selectos al que llamó El sibarita, que fue devorado por los amigos que comían con más frecuencia que pagaban. Fundido, estimó que la cercanía con el barrio y la amistad era la causante de la debacle por lo que decidió insistir pero a casi 500 kilómetros de distancia. Así fue que abrió Lo de Homero en la esquina marplatense de Falucho y Jujuy. Un emprendimiento ahogado por la aparición de una súbita e inesperada legión de amigos en ese destino.

Homero era un personaje extravagante y desmesurado: camisas inconcebibles, “raros peinados nuevos” y un inexplicable collar de oro del que colgaba una inexplicable libra esterlina. Era una chimenea de tabaco y bebía como un cosaco: “El vino debe ser zurdo, nadie sabe la razón. Nadie sabe la razón pero para mí el vino es zurdo, porque siempre que me encurdo, me encurdo el corazón”, explicaba.

La nueva ola

En 1960, cuando algo llamado rock asomaba al estuario del Plata, junto con Virgilio compuso para el trio oriental TNT (Tim, Nelly y Tom),  Eso, eso, eso una suerte twist que constituyó uno de los primeros éxitos de ventas del rock and roll en la lengua de Cervantes.
“Tienes tanto, tanto, tanto,
que por eso tanto, tanto, tanto.
Porque tienes tanto, tanto, tanto
como un beso en flor.
Tienes eso, eso, eso,
que me tiene preso.
Eso, eso, eso.
Tienes todo eso, eso, eso
que se llama amor.”

Homero contaba que con su hermano la habían escrito en italiano para la peninsular Nilla Pizzi, quien engreída les respondió: “Crees que vengo a la Argentina para hacer música de argentinos en italiano. Para eso tengo a infinidad de autores italianos”. 

Entonces se la pasaron en estricto castellano al trío charrúa TNT compuesto por tres nativos de Údine que se habían llegado de gurises a la banda orienta. La canción, fue la primera en salir al aire por el flamante Canal 9 y se convirtió en suceso internacional.

Sobre esa incursión indicaba lacónico: “Sin comentarios pero económicamente, muy bien”.

También compuso junto a Palito Ortega Mi primera novia: “Iba a tomar copas con Homero Expósito, mi compañero de noches solitarias, y le comento: ‘Mirá, Homero, tengo la música y hay que empezar a filmar la película Mi primera novia. Tengo la imagen de la carita de esa chica de barrio’. Me contesta: ‘¿Cómo es la música?’. Se la empecé a tararear. El tipo agarró un papel, escribió la letra de la canción y le confesé: ‘Te molesté al cohete porque lo podría haber hecho yo’”, recordaba el nacido en Lules.

Alejado de las letras, se recluyó en su amable departamento de la calle Lavalle, manejó en dosis homeopáticas sus actividades sociales. Es que ya casi no quedaba nada de esa banda que había revolucionado el tango en los 40 y los homenajes lo aburrían.

“La bohemia murió en la década del 50 y debe haber ocurrido en todo el mundo, nunca más la vi. Ni acá ni en los países de Europa que visité. Éramos un enjambre de vagos que nos encontrábamos a las cuatro de la mañana. El tiempo entonces corría muy lento. La nuestra era una ciudad poblada día y noche, de horario eterno”, nostalgiaba Homero, un concepto que Virgilio refrendaba: “Para mí la bohemia, hoy empieza a las cuatro de la mañana cuando me levanto y me siento al piano y toco lo que estaba soñando”.

Una sentencia que recuerda a Quedémonos aquí
“¡Abre tu vida sin ventanas!
¡Mira lo lindo que está el río!
Se despierta la mañana y tengo ganas
de juntarte un ramillete de rocío.
¡Basta de noches y de olvidos,
basta de alcohol sin esperanzas,
deja todo lo que ha sido
desangrarse en ese ayer sin fe!”

A fines de los 70, los hermanos componen su último tema de nombre premonitorio: Chau no va más donde habla de “empezar a pintar todos los días sobre el paisaje muerto del pasado”:

“Te enseñé cómo tiembla la piel
cuando nace el amor,
y otra vez lo aprendí;
pero nadie vivió sin matar,
sin cortar una flor,
perfumarse y seguir…
Vivir es cambiar…
¡dale paso al progreso que es fatal!
¡Chau, no va más!…
Simplemente, la vida seguirá.

¡qué bronca saber que me dejo robar
un futuro que yo no perdí!
Pero nada regresa al ayer,
¡tenés que seguir!.”

En 1985 recibió un Diploma al Mérito de los premios Konex como uno de los cinco mejores autores de tango de la historia de la Argentina.

El 23 de septiembre de 1987, Mimo Expósito, poeta con nombre de poeta, se murió.

“Con la muerte somos amigos, pero jamás me inspiró poema alguno. Es que ella no es la protagonista de la vida, que es finalmente lo que merece ser cantado. Yo tomo la muerte como un paso dialéctico más, una cosa sin mayor trascendencia en el devenir de las cosas. Hablar mucho de la muerte me suena a puro cuento. Creo que la actitud varonil justa y desprovista de soberbia está en esperarla parado, pero sin hacerse demasiado el guapo”, confesaba en una entrevista.

“Tu forma de partir
nos dio la sensación
de un arco de violín
clavado en un gorrión”. 

Describía en Óyeme, escrito en 1941 para un amigo.

Dejó más de 700 obras, entre ellas una que dice:

“Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento.
Perfume de naranjo en flor
promesas vanas de un amor
que se escaparon con el viento”