Luces y sombras de una cuarentena sin abrazos


Viernes 13 de marzo, 7.30 de la mañana.

En el grupo de WhatsApp de unos vecinos de Adrogué aparece un mensaje que sorprende: “Hola, como trabajo en salud tengo que ir al centro todos los días. Si alguno necesita que, aprovechando el viaje, le haga una compra o pase por la casa de un familiar o lo que sea me escribe a mi número.”
Los sorprendente es que este vecino era una incógnita. Nunca saludaba para las fiestas, no mandaba memes ni comentarios, saludaba distante, se iba temprano y llegaba tarde. Aceptaba las decisiones del consorcio sin chistar y pagaba a tiempo sus expensas….

Tres horas antes, casi clandestino, otro de los vecinos, uno de los animadores del barrio, famoso por sus asados y por los choripanes con vino con los que invitó a sus vecinos por el campeonato de Boca, cargó su camioneta y junto a su novia encararon para la costa donde los padres de ella tienen una casita. El día anterior habían vaciado de alcohol y papel higiénico los dos ‘chinos’ de la zona y la farmacia del barrio.
Se van al mar, repletos de mercadería. Llegaron hace unos días de Europa. Habían ido a pasear por el norte de Italia y Barcelona.

Distancias físicas que devienen en acercamientos emocionales. Solidaridades festivas que se transforman en egoísmos ante una crisis.

Aunque nos parezca extraño, como país no conocemos grandes crisis colectivas. Llevamos generaciones sin hambrunas, pestes o guerras. Malvinas es un incómodo recuerdo lejano en el cual los chicos empapados se pudrían en el barro de las trincheras mientras sus compañeros durante el día juntaban donaciones que no llegarían a destino, por la noche se reunían para jugar al papi o ir a bailar.

Rodrigazos, híperinflaciones, saqueos, corralitos, nos inocularon cierta inmunidad para transitar las recurrentes crisis de la economía y hasta nos brindaban la oportunidad de ejercer cierta visible solidaridad basada en la repartija de sobras para contener a los que ya no tenían nada que -crisis tras crisis- se iban multiplicando.

Más previsibles son las cíclicas inundaciones con sus mareas de evacuados, sus emotivas cruzadas solidarias y debates infinitos acerca de obras que, anunciadas hace décadas, siguen ausentes pese a haberse pagado e, incluso, inaugurado, muchas veces.

La epidemia de polio, tal vez podría ser un antecedente pero no existían redes desde donde cualquiera puede transmitir desde cualquier lugar en cualquier momento.

El Covid19 es más que una epidemia: es una pandemia. Y ‘pan’. que viene del griego, quiere decir ‘todo’. Y eso no implica sólo un recuento de víctimas y cuarentenas globales. Es, también,  la economía que cruje y muestra sus flaquezas, son las aves y peces que vuelven a sus árboles y mares. Son los chicos en casa y es cuidar a los que se volvieron grandes de tanto cuidarnos.

El Covid19 es pandemia que interpela; incertidumbre que refleja nuestros perfiles ocultos y. exhibe a lo peor: el especulador, el egoísta,el ventajero, el impune…

Sin embargo, -y prefiero quedarme con esta imagen- el virus ilumina, también, a los mejores: a los que no pierden la sonrisa; al desconocido que te ofrece una ayuda; al que siempre ganó y ahora no sólo se banca perder sino que pone el hombro, al que siempre perdió y, pese a eso, te da una mano. También reconoce a los nadies, a los que invisibles de siempre: a los basureros, al personal de limpieza, a los de maestranza.

También están los motoqueros del delivery, el bolichero que se pone un barbijo para llevarte un pedido porque no sólo te quiere cumplir sino que, además, se preocupa por cuidarte, los del tren, los colectiveros, camioneros y la gente que se encargan de que en un país parado y escondido por miedo a un bichito invisible a nadie le falte lo necesario.

O los médicos de Burzaco que se clavan tres horas en Puente Pueyrredón, no para llegar a un asado con amigos sino para poner el pecho en la trinchera y con ellos, las enfermeras que hacen magia para multiplicar la nada, y toda la red de salud, y sus familias que los apuntalan.

Y, sobre todo, a ese vecino de cuya existencia hasta el viernes no estábamos enterados y hoy empuja, codo a codo, junto con nosotros para salir adelante -también- de esta.