Perfil


Cuando veo hablar de sí en tercera persona percibo a alguien que está escindido y que no habla para los demás sino para sí, para ratificarse en una realidad que necesita crearse para poder dotar de sentido a sus construcciones. Hay quien llega a un nivel de escisión tal que hasta puede ‘culpar’ o excusarse de sus decisiones apelando a responsabilizar partes de su cuerpo o su mente. Como cuando éramos chicos: “Yo no te pegué, fue mi mano”, lo cual nos hablaría de cierto peligroso infantilismo.

Por lo general, suelo percibir que en esas gramáticas de sentido aparece una exacerbación casi ficcional de la propia importancia, una trama de fantasías ideales de amor, poder, belleza, y una constante autopercepción de creerse especial y, por lo tanto, sólo puede ser comprendido por otras personas igual de especiales.

De allí que eluda los vínculos reales y articule redes de personas y personajes con los que no se puede interactuar en verdad. En ese caso, la lejanía es un escudo protector contra la vida misma en el que cualquier guiño de esas ‘estrellas’ será considerado un aval que justifique la existencia misma y será mucho más considerado que cualquier gesto concreto de un ‘simple’ mortal.

Esa propia necesidad de admiración -que no denota otra cosa que una baja autoestima y una gran preocupación por cómo son vistos por los demás pues es en esa aprobación donde su existencia cobra entidad- tiene como contracara una exacerbación del rol que asigna a sus propios derechos al nivel de creer que todos le deben algo y se generan imposibles expectativas de tratos especiales o de deseos cumplidos. En todo ámbito, identificará al líder al que rondará y secundará (incluso desbarrancando en la obsecuencia) en busca de reconocimiento.

Eso conduce a que sea vampirizante y explotador a la hora de sus escasas relaciones interpersonales y aproveche de los demás para sus fines en tanto, por su nula empatía, ignorará (o al menos fingirá hacerlo) las necesidades y sentimientos de los demás.

Tras una máscara de altivez, hay alguien inseguro, cobarde, con un grave problema de envidia en el que oscila entre celar al resto o creer que es el objeto de las envidias ajenas. Alguien que se exhibe constantemente con tal de no mostrase, y, lo que es más grave, con tal de no verse.

Tras esa máscara, hay alguien lleno de dolores, que vive temblando de miedo y necesita una caricia pero es demasiado ciego para pedirla, demasiado cobarde para recibirla y demasiado egoísta para devolverla.