Cuarentemia


El mundo globalizado que habitamos,  esta quizás por primera vez en su historia, amenazado por igual en todas sus latitudes, un virus desconocido para la especie humana, ha hecho estallar por el aire toda previsibilidad. La enfermedad, no sabe de meritocracia, y amenaza de muerte por igual a las sociedades más ricas y a las más pobres. Mientras la ciencia no pueda dar una respuesta mediante el hallazgo de una vacuna o de un tratamiento , los únicos recursos eficaces con los que se cuenta son las medidas de higiene y el aislamiento de la población;  “la cuarentena”.

Nunca se es suficientemente enfático para diferenciar epidemia de cuarentena,  la primera es una amenaza de muerte, la segunda es el tratamiento posible.

Parece una obviedad, pero en esta época donde la verdad ha perdido su sitio, en manos de la pre verdad –prejuicios-, o de la pos verdad, -distorsión deliberada de una realidad-; se confunden ambas cuestiones como si fuesen lo mismo. De allí el título de este pequeño escrito cuya intención es intentar diferenciar una de la otra.

Una amenaza a la salud global de esta magnitud, es también sin lugar a dudas un hecho político. Y la respuesta de todo tratamiento posible también es política.

No deja de ser curioso el hecho,  de que la preocupación por la angustia de la población haya llegado a un sector de los medios de comunicación y que alguno y alguna  de sus periodistas se ha  convertido en portavoz de esta preocupación.

No es menos curioso, ni menos cierto que el acontecimiento de la pandemia ha quedado apresado en la disputa ideológica que atraviesa nuestra patria de norte a sur.

Así como Tom Hanks, suele decir que cuando se ve turbado por la confusión, volver a ver la película el padrino de Francis Frord Coppola,  le aporta claridad; a mí cuando el mundo se me vuelve confuso acudo al viejo zorro de Viena –Sigmund Freud- para orientarme.

El viejo maestro nos enseñó a distinguir entre:

El miedo,  es ante algo, le temo al lobo que asecha en la noche del bosque.

El pánico, es aquello que irrumpe con notoria potencia y por sorpresa, no se está preparado para ello.

Y la angustia, es esa expectativa que me permite prepararme para la inminencia del peligro; para decirlo simplemente, motoriza la lucha o la huida.

Desde luego, que se podrían decir muchas más cosas sobre la angustia desde el punto de vista de la clínica psicoanalítica, pero no es lo que me interesa destacar en este breve comentario.

Lo que sí quiero destacar es que cuando se apela al argumento de  que la gente se angustia con la cuarentena, como un motivo para terminar con ella, es necesario decir que estar moderadamente angustiado es el estado más saludable que puede esperarse ante semejante situación, es el estado que nos mueve a tramitar del mejor modo posible la situación de aislamiento.

Si bajo la argucia de atacar la cuarentena en la arena de la disputa ideológica, se apela a la angustia que las personas sienten, es necesario que digamos que esa angustia en principio es el motor del cuidado, y si adquiriese magnitudes intolerables, puede ser tratada de muy diversas maneras; es posible hacer consultas por medios electrónicos, como estamos haciendo todos los terapeutas, con nuestros pacientes de siempre y con aquellos que nos consultan actualmente; y retomar las sesiones presenciales cuando las circunstancias lo permitan, pero nunca la solución es enviar a los sujetos al encuentro posible con la muerte.

Siempre he sostenido, siguiendo a Freud que el psicoanálisis es una herramienta adecuada, no solo para el tratamiento singular  de “los males del alma”, sino también para pensar y dar cuenta del malestar actual de la cultura.

Sin embargo es necesario estar advertido del modo en como juegan los heraldos del malestar para no ser funcionales a ellos.

Humildemente les pido a mis colegas,  que allí donde seamos convocados a reflexionar sobre los efectos de esta catástrofe mundial, no perdamos de vista los intereses que se juegan en cada uno de esos actos. Es menester que distingamos claramente entre la amenaza pandémica, la cuarentena como tratamiento, las intenciones políticas y nuestro acto clínico, siempre en defensa de la vida y la dignidad humana.