Bernardo Monteagudo, el verbo y la acción

Precursor de la independencia, estuvo en todos los escenarios donde se decidió la suerte de América y las suya propia.

20 de agosto de 1789

Nace en Tucumán Bernardo de Monteagudo. un abogado, político, periodista, militar y revolucionario argentino, que participó en los procesos independentistas en la América del Sur donde dirigió periódicos independentistas como la Gaceta de Buenos Aires, Mártir o Libre y El Grito del Sud, en Argentina; El Censor de la Revolución en Chile, y El Pacificador en Perú. Además fue colaborador de Juan José Castelli, José de San Martín y Simón Bolívar. 

Bernardo era hijo de Miguel Monteagudo, un español, y de la tucumana Catalina Cáceres Bramajo aunque numerosas versiones afirman que su madre era la esclava de un canónigo, quien más tarde casó con un soldado español que puso una pulpería con la que pagó la carrera de abogacía de su hijastro.​ De adulto, sus enemigos políticos buscaron discriminarlo utilizando los criterios que regían en los reinos de Indias inspirados en los Estatutos de limpieza de sangre peninsulares al sostener que su madre descendía de indígenas o esclavos y llamándolo zambo o mulato.

Sea la que fuera su sangre fue lo bastante fuerte para lograr transformarlo en el único sobreviviente de once hermanos criados en la estrechez económica que no le impidió cursar estudios de abogacía en Córdoba.

Bautismo de tinta y sangre en Chuquisaca

Un sacerdote amigo de su padre lo recomendó para que ingrese en la altoperuana Universidad de Chuquisaca, donde se graduó en leyes en junio de 1808 con una tesis muy conservadora y monárquica: Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento, tras lo cual comenzó a ejercer como defensor de pobres, el escalón más bajo del cursus honorum del funcionariado.

Ese mismo año, tras llegar a estas tierras la noticia de la invasión de Napoleón Bonaparte a España, Monteagudo escribió Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII donde recrea una conversación imaginaria entre el último monarca incaico asesinado por los invasores comandados por Francisco Pizarro y Fernando VII, desplazado de la corona por los franceses. Allí, y con apenas dieciocho años, formuló el famoso silogismo de Chuquisaca: “¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas.”

El tucumano le hace decir a Fernando: “El más infame de todos los hombres vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón, el usurpador Bonaparte, con engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y de mi reino, e imputándome delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al centro de Francia”. Atahualpa le responde: “Tus desdichas me lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia, sé que es inmenso el dolor de quien padece quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona.

Allí aparece una de las primeras proclamas independentistas de la historia de esta parte del continente: “Habitantes del Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada Patria, despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos. Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia”.

Clandestino, el incendiario libelo circuló y fue lectura común entre quienes sublevarían Chuquisaca, La Paz y Buenos Aires.

Tras el estallido de la insurrección de la ciudad de los cuatro nombres, el 25 de mayo de 1809, cuyo manifiesto revolucionario redactó: “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que degradándonos de la especie humana nos ha perpetuado por salvajes y mirados como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina”

Se incorporó como teniente de artillería del ejército revolucionario comandado por Juan Antonio Álvarez de Arenales. 

La represión de las insurrecciones altoperuanas

El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros ordenó una violenta represión y tras una verdadera masacre Monteagudo es engrillado y  depositado en la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca por el “abominable delito de deslealtad a la causa del rey”.

Anoticiado de los sucesos de mayo de 1810 en Buenos Aires y del envío de una expedición al Perú, Chuquisaca estaba prácticamente vacía de tropas que habían partido para impedir la invasión. Monteagudo, ansioso por plegarse a las filas patriotas, alegó “tener una merienda con unas damas” en el jardín contiguo de la prisión y logró fugarse hacia Potosí para encontrarse con el Ejército Auxiliar del Perú que al mando del  teniente coronel Antonio González Balcarce había llegado a esa ciudad tras vencer en Suipacha, pero cuyo hombre fuerte el vocal de la Junta de Gobierno, Juan José Castelli. Allí se incorporó como auditor.

Monteagudo coincidió de inmediato con Castelli y con su jefe político, el secretario de la Junta Mariano Moreno que los animaba: “Las circunstancias de ser europeos los que únicamente se han distinguido contra nuestro ejército en el último ataque, produce la circunstancia de sacarlos de Potosí, llegando al extremo de que no quede uno solo en aquella villa”.

El 13 de diciembre de 1810, Castelli ponía en ejecución la deportación de los primeros 53 españoles desterrados hacia Salta, una nómina que él mismo compuso.

El Alto Perú no era para nuestros jacobinos sólo una amenaza militar, era el espacio de las aulas y bibliotecas de Chuquisaca donde habían forjado sus ideas y, también el espacio de la emancipación redentora de la América morena que idealizaban. Era, dos siglos después poner justicia al crimen admitido por Pedro Antonio Fernández de Castro Andrade y Portugal, X conde de Lemos, VII Marqués de Sarria, VIII conde de Andrade, IX conde de Villalba, III Duque de Taurisano y XIX virrey del Perú: “Las piedras de Potosí y sus minerales están bañadas en sangre de indios y si se exprimiera el dinero que de ellos se saca había de brotar más sangre que plata.”

Donde Tupac Amaru y Tupac Katari habían fallado, las lanzas y bayonetas de los jóvenes porteños pondrían justicia. 

Juan José Castelli

El 14 de diciembre de 1810, Castelli firmó la sentencia que condenaba a muerte a Francisco de Paula Sanz, Vicente Nieto y José de Córdoba, ”como reos de alta traición, usurpación y perturbación pública hasta con violencia y mano armada”, por su responsabilidad por los fusilamientos de los líderes de las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz. 

A las nueve de la noche fueron puestos en capilla, destinándoseles habitaciones separadas para que “pudiesen prepararse a morir cristianamente”. El 15, en la Plaza Mayor de la imperial villa, entre las 10 y 11 se ejecutó la sentencia, previa lectura en alta voz que de la misma se hizo a los reos, hincados delante de las banderas de los regimientos.

“¡Oh, sombras ilustres de los dignos ciudadanos Victorio y Gregorio Lanza! ¡Oh, vosotros todos los que descansáis en esos sepulcros solitarios! Levantad la cabeza: Yo lo he visto expiar sus crímenes y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdova, para observar los efectos de la ira de la patria y bendecirla con su triunfo”, escribió Monteagudo,testigo de las masacres.

Mientras tanto, Castelli había iniciado conversaciones secretas con el brigadier José Manuel Goyeneche a través de Domingo Tristán, gobernador de la Paz y primo del jefe realista y firmaron un armisticio el 16 de mayo de 1811, tregua que en la noche del 6 de junio fue rota por las tropas de Goyeneche que derrotaron en toda la línea a los patriotas: fue el Desastre de Huaqui

Castelli fue obligado a regresar a Buenos Aires para ser juzgado por la derrota y por su conducta calificada de “impropia” para con la Iglesia católica y los poderosos del Alto Perú. 

Desembarco en Buenos Aires

Monteagudo llegó a Buenos Aires en 1811, tras la muerte de Mariano Moreno en alta mar, y de la Revolución del 5 y 6 de abril que marcó la hegemonía del ala conservadora, liderada por Cornelio Saavedra, del gobierno del proceso de mayo.

En ese marco, asumió la defensa de varios de los acusados, Castelli entre ellos, en el juicio para buscar responsables por la derrota de Huaqui y fue editor de la Gaceta de Buenos Aires, junto a Vicente Pazos Silva quien pronto se enemistó con él y lo llamó “sacrílego profanador”. 

En el proceso a Monteagudo se le preguntó: “si la fidelidad a Fernando VII fue atacada, procurándose inducir el sistema de la libertad, igualdad e independencia. Si el Dr. Castelli supo esto”. Monteagudo contestó: “Se atacó formalmente el dominio ilegitimo de los reyes de España y procuró el Dr. Castelli por todos los medios directos e indirectos, propagar el sistema de igualdad e independencia”.

También influyó en la redacción del Estatuto Provisional por el que se debía regir el gobierno hasta la reunión de la Asamblea General Constituyente, la primera norma constitucional dictada en América del Sur y que publicaría en la Gaceta de Buenos Aires. Allí decía el tucumano: “Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo, ni mucho menos legislativo. Su obligación será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación del gobierno de alguna corporación o individuo particular, pero dando y haciéndoselos ver en sus comicios y juntas para cuyo efecto -con la previa licencia del gobierno- podrán convocar al pueblo. Pero como el gobierno puede negar esa licencia, porque ninguno quiere que sus usurpaciones sean conocidas y contradicha por los pueblos, se establece que de tres en tres meses se junte el pueblo en el primer días del mes que corresponda, para deliberar por sufragios lo que a él pertenezca según la constitución y entonces podrán exponer los tribunos lo que juzgaren necesario y conveniente en razón de su oficio a no ser que la cosa sea tan urgente que precise antes de dicho tiempo la convocación del pueblo, y no conseguida, podrá hacerlo”.

Martín de Álzaga

[…] nuestra constitución debe ser obra del voto general de los que tengan derecho de ciudadanía. ¿Quién gozará pues de los derechos de ciudadanía ? Olvidemos las preocupaciones de nuestros mayores, hagamos un paréntesis a los errores de la educación y consultemos la justicia. Todo hombre mayor de 20 años que no esté bajo el dominio de otro, ni se halle infamado por un crimen público plenamente probado, y acredite que sabe leer y escribir, y se ejercite en alguna profesión, sea de la clase que fuere, con tal que se haga inscribir en el registro cívico de su respectivo cantón, después de haber vivido más de un año en el territorio de las Provincias Unidas […] el que reúna estas cualidades debe ser admitido a la lista nacional, sea su procedencia cual fuere, sin que haya la más pequeña diferencia entre el europeo, el asiático, el africano y el originario de América […]

Mientras tanto, escribía en la Gaceta; “Me lisonjeo de que el bello sexo corresponderá a mis esperanzas y dará a los hombres las primeras lecciones de energía y entusiasmo por nuestra santa causa. Si ellas que por sus atractivos tienen derecho a los homenajes de la juventud, emplearan el imperio de su belleza en conquistar además de los cuerpos las mentes de los hombres, ¿qué progresos no haría nuestro sistema?”. 

Por este artículo fue censurado por Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato quien lo amonestó al indicarle que “el gobierno no le ha dado a usted la poderosa voz de su imprenta para predicar la corrupción de las niñas”. 

Defensor de la política morenista de mantener vigilancia y sospecha permanente sobre los españoles peninsulares, en 1812, durante el gobierno del Primer Triunvirato, apoyó la denuncia y la investigación del ministro Bernardino Rivadavia sobre una conspiración contra el gobierno encabezada por el comerciante y excabildante español Martín de Álzaga, el héroe de la defensa y reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas.

Nombrado por Rivadavia como fiscal del proceso sumario contra los acusados, lo llevó adelante en dos días y sin permitir a los acusados que se defiendan, para acabar en el fusilamiento y exhibición de los cuerpos de los 41 condenados en la Plaza de la Victoria.

La ejecución de un hombre rico e influyente como Álzaga desorganizó al grupo españolista que venía actuando desde antes de la revolución y que se oponía al grupo americanista que tomó el poder en 1810​.

En 1812 fundó Mártir o Libre, en donde acentuaba la necesidad de una inmediata proclamación de la independencia y en su epígrafe cita un fragmento de las Catilinarias de Cicerón: “piensen en ustedes, preocúpense por la patria, sálvense ustedes, sus esposas, hijos y sus fortunas; defiendan el nombre y la existencia del pueblo”.

“He aquí el principio de mi conducta pública. Yo empleé todos los medios que estaban a mi alcance para inflamar el odio contra los españoles : sugerí medidas de severidad, y siempre estuve pronto a apoyar las que tenían por objeto disminuir su número y debilitar su influjo privado y público. Este era mi sistema, y no pasión : yo no podía aborrecer a una porción de miserables que no conocía, y que apreciaba en general.” apuntará en sus Memorias.

El 13 de enero de 1812 participa de la fundación de la Sociedad Patriótica y comienza a dirigir su órgano de difusión, El Grito del Sud, .esa organización junto a la recién fundada Logia de Caballeros Racionales (la mal llamada Logia Lautaro) con San Martín a la cabeza derrocarán el 8 de octubre de 1812 al Primer Triunvirato e instalarán al Segundo que convocará al Congreso Constituyente que conocemos como la Asamblea del Año XIII 

Asamblea del Año XIII

Monteagudo Integró la Asamblea como representante de Mendoza, una provincia a la que jamás había puesto un pie, y fue uno de los impulsores de medidas de tipo constituyente que aplicaban el programa de Moreno que habían imulsado en el Potosí: adopción de símbolos nacionales, la abolición de la mita y la servidumbre indígena, la libertad de vientres y la supresión de los títulos de nobleza y los instrumentos de tortura.

El 10 de enero de 1815 edita El Independiente, que apoya incondicionalmente la política del director Supremo, Carlos María de  Alvear, cuya caída lo conduce a una cárcel flotante en el Río de la Plata, de donde escapó para emigrar a Europa, donde pasó dos años en los que abandonó su republicanismo para adoptar la monarquía constitucional. Protegido por Antonio González Balcarce, se le permitió regresar, aunque no a Buenos Aires, sino a la Mendoza que representaba.

Maldito en Chile

En 1817, pocos días después de la batalla de Chacabuco, cruzó los Andes y se puso a las órdenes de José de San Martín como auditor del Ejército de los Andes. En enero de 1818 fue, según él mismo afirma, el redactor del acta de independencia de Chile que proclamó Bernardo O’Higgins en 1818 una pretensión rechazada por la historiografía chilena que indica a Miguel Zañartu como el autor. 

Sea quien fuera el numen del acta, lo cierto es que Monteagudo accedió a la confianza del director Bernardo O’Higgins, también miembro de la Logia Lautaro, quien lo hizo su confidente.

a nadie es dado predecir con certeza la forma estable de nuestras futuras instituciones, pero sí se puede asegurar sin perplejidad que la América no volverá jamás a la dependencia del trono español”, escribe en Santiago.

Tras el desbande que siguió a la sorpresiva derrota de Cancha Rayada, regresó a Mendoza para conseguir refuerzos, un hecho que desde la historiografía chilena se interpretó como una prudente y discreta huida típica de esos hombres de letras acostumbrados a derramar sangre ajena en la tinta propia.

Disipados los rumores de muerte de San Martín y O’Higgins y con el ejército de los Andes reorganizado volvió a cruzar la cordillera y tras la victoria en los llanos del Maipo, participó en el proceso que concluyó en la ejecución sumaria de los hermanos Juan José y Luis Carrera, y, otra vez las sospechas de los historiadores chilenos, probablemente en el asesinato de Manuel Rodríguez Erdoíza, un patriota enrolado en el carrerismo que disputaba el poder a don Bernardo que se apoyaba en las bayonetas cuyanas.

“…que interesaba toda exactitud en el encargo (..).la exterminación del coronel don Manuel Rodríguez por convenir a la tranquilidad pública”, confesó en 1823 el militar Antonio Navarro.

Bernardo O’Higgins

Estas actuaciones lo enfrentaron a San Martín y al resto de la logia que decidieron apartarlo de la política trasandina y lo mandaron en una suerte de confinamiento en libertad a San Luis donde presionó y convenció al gobernador Vicente Dupuy para que endureciera  las condiciones de reclusión del los prisioneros realistas prisioneros.

De paso, se enamoró de Margarita Pringles, hermana del teniente Juan Pascual Pringles, el futuro héroe de Chancay y comandante de las tropas patriotas apostadas en la provincia. El problema fue que la joven rechazó los convites de Monteagudo pues estaba enamorada del brigadier José Ordóñez, uno de los realistas prisioneros a los que Monteagudo se ocupó de martirizar. ​

En ese marco de aldea con rencores y amores no correspondidos se produjo un enfrentamiento entre los prisioneros realistas y las tropas patriotas que los custodiaban, un hecho que se originó cuando una delegación de oficiales españoles detenidos pidió ver al gobernador Vicente Dupuy quien les dio la reunión durante la cual fue atacado por el capitán Gregorio Carretero quien intentó apuñalarlo.

Si bien el gobernador sobrevivió, su ayudante fue asesinado y los insurrectos intentaron tomar la casa de Gobierno “hiriendo y matando a todos los que se oponen a su voluntad” hasta que las tropas de Pringles, secundado por el riojano Facundo Quiroga la recuperaron y “y luego de una encarnizada y sangrienta batalla (pusieron) fin al motín” que estaba “cuidadosamente planeado y uno de sus objetivos era asesinar al odiado Monteagudo y luego proveerse de armas, de caballos y de vituallas, para cruzar la cordillera y sumarse nuevamente al ejército realista”.

Tras este baño de sangre en la capital puntana, se le levantó la exclusión y en 1820 retornó a Santiago de Chile donde fundó El Censor de la Revolución y colaboró en preparar la expedición libertadora del Perú.“… la ilustración del pueblo, el poder censorio moderadamente ejercido por la imprenta, y la atribución inherente a la cámara de representantes de tener la iniciativa en todas las leyes sobre contribuciones, estas son en mi opinión las mejores garantías de la libertad civil ¿hasta cuando alucinar a los pueblos con declamaciones vacías de sentido, y con esperanzas tan seductoras como vanas?”, editorializaba en su periódico. 

Odiado en Lima

El 28 de julio de 1821 San Martín proclamó desde Lima la independencia del Perú, y el 3 de agosto asumió como Protector Supremo con Monteagudo como mano derecha y en el cargo de ministro de Guerra y Marina, designación a la que sumó, después, la del Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores. San Martín a la batalla y Monteagudo al gobierno del Perú.

Desde ese lugar decretó la libertad de vientres, abolió la mita, expulsó al arzobispo de Lima, creó una escuela normal para la formación de maestros y fundó la Biblioteca Nacional del Perú.

También propició la expropiación de las fortunas de los españoles enemigos de la revolución: “Ya no se encuentran esos grandes propietarios que, unidos al gobierno, absorbían todos los productos de nuestro suelo; subdivididas las fortunas, hoy vive con decencia una porción considerable de americanos que no ha mucho tenían que mendigar al amparo de los españoles”.

Monteagudo apoyó la propuesta sanmartiniana de instalar en el Perú una monarquía constitucional y organizó en 1822 una Sociedad Patriótica para difundir la idea de que una testa coronada y democrática evitaría la anarquía y las guerras civiles lo que permitiría afianzar la independencia e ir estableciendo paulatinamente las libertades políticas. Ese gradualismo se vio en la decisión de San Martín de no sancionar de inmediato una constitución, dictando, en cambio, el Reglamento del 12 de febrero de 1821 y luego el Estatuto Provisional del 8 de octubre de 1821.

José de San Martín proclama la independencia del Perú

Para galvanizar una elite gobernante, por disposición de San Martín, creó la Orden del Sol, una distinción hereditaria para quienes contribuyeron a lograr la independencia del Perú, de carácter aristocratizante, el propio Monteagudo reconoció en sus Memorias que tenía el fin de “restringir las ideas democráticas”. Esas ideas fueron muy impopulares y constituyeron el eje de la oposición que, finalmente, provocó su caída tras la partida de San Martín.

La Orden del Sol fue anulada en 1825 y restablecida en 1921 con el nombre Orden El Sol del Perú, una condecoración que aún persiste.

Entre diciembre de 1821 y febrero de 1822, Monteagudo dictó una serie de resoluciones destinadas a desterrar, confiscar y prohibir el ejercicio del comercio a los españoles peninsulares que no jurasen lealtad a la nueva nación independiente. una medida que provocó la salida de entre 4.000 a 12.000 personas especialmente vinculados a los sectores más dinámicos de la economía.

Tras la partida de San Martín, el 19 de enero de 1822, rumbo a Guayaquil para reunirse con Simón Bolívar, el poder en Lima quedó en manos de Torre Tagle con el título de Supremo Delegado. Sin su valedor, el poder de Monteagudo se deshizo hasta que el 25 de julio de 1822 un grupo vecinos de Lima le entregaron a Tagle un manifiesto en que exigía la renuncia del tucumano.

Tagle decretó la cesantía de Monteagudo e, inmediatamente después, el Congreso dispuso su destierro a Panamá, bajo pena de muerte en caso de regresar.​

El descubrimiento de Bolívar

Monteagudo llegó a Panamá poco después que un cabildo abierto declarara la independencia del Istmo de Panamá de la corona española y manifestara su decisión de formar parte de la Gran Colombia. 

En ese contexto, Tagle le había escrito al gobernador panameño, José María Carreño, que mantuviera vigilado al desterrado, para lo cual el líder patriota lo puso bajo custodia del teniente coronel Francisco Burdett O’Connor, su jefe de Estado Mayor. Poco tardó Monteagudo en establecer una relación de amistad con su custodio al tiempo que comenzó a escribirle a Simón Bolívar, quien finalmente lo invitó a reunirse con él en Ecuador.

La reunión se produjo en Ibarra, poco después de la batalla homónima del 10 de julio de 1823, consolidó la libertad del norte ecuatoriano. Bolívar quedó impresionado con la capacidad de trabajo de Monteagudo y le encomendó viajar a México con la misión de obtener fondos.

“Monteagudo tiene un gran tono diplomático y sabe de esto más que otros […]. Tiene mucho carácter, es muy firme, constante y fiel a sus compromisos […]. Monteagudo conmigo puede ser un hombre infinitamente útil y posee además un tono europeo y unos modales dignos de una corte”, le escribe el Libertador a su vicepresidente Francisco de Paula Santander.

Simón Bolívar

Sin embargo, la misión quedó sin efecto pues desde Bogotá ya habían designado a otro representante lo que llevó a un entredicho entre Bolívar y Santander quien celoso de sus potestades le escribió al Libertador: “Permita usted que le declare que no ha parecido bien la misión de Monteagudo, porque damos la idea de que en Colombia hay dos gobiernos y esas cosas las reparan mucho en Europa, donde no atienden sino la regularidad de nuestra marcha política. El gobierno de Méjico se verá embarazado con dos ministros acreditados por dos distintas autoridades, que no reconoce la constitución”.​

“Si Monteagudo llevó carácter de ministro extraordinario, se podría exponer a no ser admitido, porque los ministros son nombrados no por el presidente de la República sino por el poder ejecutivo. Espero que usted no reconozca en esta franca exposición sino mis deseos de que las cosas marchen con la regularidad que usted proclama y todos queremos seguir”. 

Monteagudo viajó a las Provincias Unidas del Centro de América, la entidad política que aglutinaba a los actuales Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y el ahora estado mexicanos de Chiapas.

En Guatemala se relacionó con el presidente de las Provincias Unidas del Centro de América. José Cecilio del Valle, con quien compartía una visión americanista del proceso de independencia.y que había lanzado la idea de organizar un congreso continental que tratara los problemas comunes de las naciones independizadas de España y que estableciera las bases de un nuevo derecho internacional americano.

El sueño americano

Bajo la protección de Bolívar, Monteagudo retornó a Perú como coronel del ejército libertador que llevó adelante la campaña final de la guerra de la independencia y con el que entró en Lima, después de la victoria de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.

Para ese entonces, y tras haber formado parte de los procesos del Río de la Plata, Chile y Perú, y de haber visitado Panamá y Centroamérica estaba convencido que Hispanoamérica debía unirse en una sola nación, una visión que influyó enormemente en Simón Bolívar que la adoptó como propia y por la que impulsá al tucumano para que diseñara las bases de esa unión que fueron plasmados en el inconcluso Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización.

“Se ha atribuido al Libertador de Colombia, Simón Bolívar, la gloria de haber concebido el importante designio de reunir un congreso de las Naciones Americanas, a semejanza de todas las Confederaciones, tan célebres en la historia de los antiguos griegos. Mas la imparcialidad exige que se refiera que el primero en recomendar el proyecto verdaderamente grandioso, fue el Coronel Monteagudo, de temple muy fuerte de alma y compañero de Campañas del General San Martín, en sus memorables de Chile y el Perú”, señaló el mexicano José María Tornel

La visión de Monteagudo siguió presente en Bolívar incluso tras la muerte de su colaborador. Pocos meses después de la muerte del abogado, el Libertador convocó al Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826 que aprobó la creación de una nación hispanoamericana. El congreso estuvo signado por las ausencias de las Provincias Unidas y de Chile y Paraguay, y los tratados firmados nunca fueron ratificados.

“Yo no renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es toda la extensión de América”, apuntó.

“Un hombre grande y terrible concibió la colosal tentativa de la alianza entre las Repúblicas recién nacidas, y era el único capaz de encaminarla a su arduo fin. Monteagudo fue ese hombre. Muerto él, la idea de la Confederación Americana que había brotado en su poderoso cerebro se desvirtuó por sí sola”, apuntó el chileno Vicuña Mackenna.

El asesinato

28 de enero de 1825. “Zambo Monteagudo, de esta no te desquitas”, amenazaba el anónimo, otro de tantos y al que no le dio la menor importancia.Entre las 19.30  y las 20, mientras se dirigía desde su casa, en la limeña calle Santo Domingo hacia la de su amante, la Juanita Salguero fue interceptado en la plazoleta del Micheo, y, allí, frente al hospital y convento de San Juan de Dios, Bernardo Monteagudo fue asesinado. Tenía 35 años. 

El cadáver, boca abajo y con las manos aferradas a un gran puñal al que sostenía clavado en su pecho, persistió en el lugar durante más de una hora pues nadie se atrevía a acercarse hasta que un vecino del lugar, Mariano Billinghurst, trató de auxiliarlo ordenando su traslado al convento, los frayles lo levantaron y lo depositaron en una de sus celdas donde fue atendido por un cirujano y un boticario que nada pudieron hacer para salvar su vida. En ese convento que ya no existe y donde está ahora la plaza San Martín, fue enterrado.

“Que la herida había sido con un instrumento cortante y que le atravesó el corazón entrándole el arma sobre la tetilla izquierda, dejándole una abertura de pulgada y media y cinco o seis dedos de profundidad”, precisaba el certificado de defunción firmado por Ramón Castro, el cirujano que revisó el cuerpo.

Ni bien se enteró, Bolívar se apersonó en el convento de San Juan de Dios. Al llegar exclamó: “¡Monteagudo! ¡Monteagudo! Serás vengado”.

Lo cierto es que la vida del flamante coronel había estado en peligro desde el mismo momento en que pisó las costas peruanas de Trujillo. Uno de los principales sospechosos de haber instigado el magnicidio, fue el ministro José Sánchez Carrión.

“Ya todo republicano puede decir: ¡Desde que ha caído Monteagudo no siento la montaña que me oprimía!”, había escrito Sánchez Carrión en El Tribuno tras la expulsión del abogado y llamaba a ajusticiarlo “sin responsabilidad cualquiera, cuando una imprudencia o su mala aventura lo conduzca nuevamente a nuestras costas”.

Por su parte, y en una carta a Santander, Bolívar comentaba sobre Monteagudo: “Es aborrecido en el Perú por haber pretendido una Monarquía Constitucional, por su adhesión a San Martín, por sus reformas precipitadas y por su tono altanero cuando mandaba; esta circunstancia lo hace muy temible a los ojos de los actuales corifeos del Perú, los que me han rogado por dios que lo aleje de sus playas, porque le tienen un terror pánico. Añadiré francamente que Monteagudo conmigo puede ser un hombre infinitamente útil”.

Monteagudo era un condenado a muerte y él lo sabía, aún así, se entregó, como diría Borges sobre otro hombre de cánones y códigos, Francisco de La Prida, “se entregó a su destino sudamericano”

“Sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”, había anticipado, una década antes, Monteagudo en las páginas de La Gaceta de Buenos Aires. 

Matadores y asesinos

Esa misma noche Bolívar prohibió a los vecinos salir de sus casas, cerró las oficinas públicas y ordenó poner todos los recursos del Estado a a disposición de la investigación.​

El desmesurado cuchillo afilado era la pista, al examinarlo se lo nota recién afilado por lo cual se cita a todos los barberos de Lima para ver si alguno reconoce el arma homicida. Durante cuatro desfilan hasta que uno lo reconoce y admite haberlo afilado para un hombre negro, tal vez un cargador o un aguatero. 

Ahora, deberán presentarse “todos los criados de casas y gente de color”, decreta el gobierno. Al día siguiente, domingo 30 de enero, Casimiro Granados, sereno de barrio, declara que el “moreno Candelario Espinosa” había estado tres veces en la pulpería de Alfonso Dulce donde a eso de las 7 de la tarde del día del crimen junto a un “zambo cocinero de la casa de Francisco Moreira” pidió fiada media bota de aguardiente, y que como el pulpero se lo negó, lo amenazó enseñándole un cuchillo y una pistola, y gritó que “él tendría plata para toros”. Ese mismo domingo 30 por la mañana, Espinosa había vuelto a la pulpería para pedir que le tuvieran la pistola mientras él iba a presentarse a los investigadores, tal como había ordenado el gobierno. Finalmente, cuando le enseñaron el arma homicida, el sereno reconoció que era el mismo cuchillo que tenía Espinosa.​

Candelario Espinosa y Ramón Moreira fueron detenidos ese mismo día y confesaron su culpa en el crimen. La Corte Suprema dictó sentencia de muerte para Espinosa y diez años de prisión para Moreira mientras que absolvieron a Francisco Moreira y Matute -propietario de Ramón, a Francisco Colmenares y José Pérez, denunciados como autores intelectuales por Ramón Moreira.​

Espinosa, de 19 años, había sido soldado realista y tras el triunfo patriota se había empleado como aserrador. Ramón Moreira era esclavo y cocinero de Francisco Moreira y Matute, fundador, junto al asesinado, de la Sociedad Patriótica de Lima.

Pese a que Espinosa aseguró bajo tortura que su único móvil fue el robo, el cadáver tendido conservando un prendedor de oro y diamantes, un reloj de oro y dinero parecía desmentirlo. Pasado un tiempo, cambió su declaración, e involucró como autores materiales a Francisco Moreira y Matute, José Francisco Colmenares y José Pérez, aunque antes del fallo volvió a su versión original.

Francisco Moreira y Matute, propietario del cómplice de Espinosa y que había sido miembro de la Liga Patriótica de Lima liderada por Monteagudo, mientras que Colmenares integraba la logia secreta republicana liderada por Sánchez Carrión que había derrocado a Monteagudo en 1822 y lo expatrió bajo amenaza de asesinarlo si regresaba.Pérez era un guayaquileño, portero del Cabildo y panadero que tenía un puñal idéntico al arma asesina.

Sin embargo, en el juicio se comprobó que ninguno de los tres estuvo involucrado en el asesinato y fueron absueltos. La sentencia no condena ni identifica a ningún autor intelectual.

Espinosa dijo que revelaría toda la verdad pero solo a Bolívar, personalmente y a solas. El 23 de abril de 1825 se encontraron y nunca hubo un informe sobre el contenido del encuentro. 

Sin embargo, tras entrevistarse en privado con el asesino, Bolívar conmutó la pena de muerte de Espinosa por diez años de prisión, y la de Moreira la redujo a seis años que ambos cumplirían en el presidio panameño de Chagres. Fue el 4 de marzo de 1826, en el único acto en el que el Libertador hizo uso de sus funciones de dictador del Perú., ​

La autoría material del crimen está fuera de duda: Candelario Espinosa y Ramón Moreira fueron reconocidos por varios testigos, confesaron su responsabilidad y dieron detalles de los hechos. Todos los historiadores están de acuerdo en este aspecto.

Quién ordenó el asesinato de Monteagudo es un misterio sin resolver por completo por la historiografía.

José Sánchez Carrión

La hipótesis que situa al ministro José Sánchez Carrión como autor intelectual del asesinato es una de las más probables y se basa en la declaración del presidente colombiano,general Tomás Mosquera, quien en esos tiempos era jefe de Estado Mayor de Bolívar.

Muchos años después, Mosquera reveló que Espinosa le confesó a Bolívar que asesinó a Monteagudo por encargo de Sánchez Carrión, quien le pagó 50 doblones de cuatro pesos en oro por la tarea.

Como en una trama de suspenso, Mosquera explicó que Bolívar mandó a envenenar a Sánchez Carrión, un hecho consistente con la extraña muerte del ministro el 2 de junio de 1825. No conforme, Bolívar dispuso, también la muerte del matador de Sánchez Carrión. El Libertador no era hombre de dejar cabos sueltos. Para coronar, suspendió la ejecución y ordenó el traslado de los asesinos a la entonces colombiana Panamá.

El jurista y reformista peruano Manuel Lorenzo Vidaurre, en una comunicación a Bolívar, que aparece en Suplemento a las cartas americanas, escribió: “Señor: una mano poderosa movió el puñal de ese asesino, yo lo hubiera descubierto si obrara por mí solo. El negro conducirá el secreto a la eternidad”.

Varios años después, el 25 de abril de 1833, San Martín le escribía a su amigo el reformista peruano Mariano Álvarez, residente en Lima, diciéndole que debía hacerle “…una pregunta sobre la cual hace años deseo tener una solución verídica y nadie como usted puede dármela, con datos más positivos, tanto por su carácter como por la posición de su empleo. Se trata del asesinato de Monteagudo: no ha habido una sola persona que venga del Perú, Chile o Buenos Aires, a quien no haya interrogado sobre el asunto, pero cada uno me ha dado una diferente versión; los unos lo atribuyen a Sánchez Carrió, los otros a unos españoles, otro a un coronel celoso de su mujer. Algunos dicen que este hecho se halla cubierto de un velo impenetrable, en fin, hasta el mismo Bolívar no se ha libertado de esta inicua imputación, tanto más grosera cuanto que prescindiendo de su carácter particular incapaz de tal bajeza, estaba en su arbitrio si la presencia de un Monteagudo le hubiese sido embarazosa, separarlo de su lado, sin recurrir a un crimen, que en mi opinión jamás se cometen sin un objeto particular”.  

Otros posibles ideólogos del crimen pudieron haber sido algunos españoles entusiastas con la noticia de la llegada de una escuadra realista al Callao para auxiliar al empecinado José Ramón Rodil y Campillo que se había hecho fuerte y obsesionados con el ministro de San Martín que tanto daño les hiciera.

Esa hipótesis fue agitada en su momento, por el mismo Espinosa y tomada como verosímil por Bolívar quien escribió a Santander en ese sentido: “Este suceso debe tener un origen muy profundo o muy alto. Los asesinos están presos y ellos confiesan dos personas que pertenecen a la facción gótica de este país. Yo creo que esto puede tener origen en los intrigantes de la Santa Alianza que nos rodean; porque el objetivo no debía solo ser matar a Monteagudo sino a mí y a otros jefes”.

También pudo tratarse de una venganza por razones privadas o domésticas. O de un simple robo chapucero como creyeron Heres, O’Leary y el coronel Belford Wilson, edecán del Libertador.

Los dos retratos de Monteagudo

La vida de Monteagudo está llena de incógnitas: no hay certezas de quiénes fueron sus padres, de cómo pagó sus costosos estudios, de quién lo asesinó y, por no haber certezas tampoco sabemos cómo era su rostro.

Durante años, su imagen canónica fue la configurada por su primer biógrafo, el historiador argentino Mariano Pelliza, quien publicó en 1880 Monteagudo, su vida y sus escritos. Al comprobar que no se conocía ningún retrato se propuso construir uno y lo hizo a partir del chileno Bernardo Vera y Pintado de quien se decía que era parecido a Monteagudo. Fue así que encargó al dibujante Henri Stein que realizara un retrato ideal con base en el rostro de Vera y Pintado, con algunas modificaciones tomadas de testimonios.

En 1943, otro biógrafo de Monteagudo, el tucumano Manuel Lizondo Borda, publicó un retrato realizado por el pintor V. S. Noroña en 1876, y en el cual aparece con rasgos mulatos. El trabajo de Noroña se había basado en un retrato anterior realizado durante su estancia en Panamá, y cuyo paradero actual se desconoce.

Sus restos

Monteagudo fue enterrado en el Convento de San Juan de Dios el domingo 30 de enero de 1825, sin dejar fortuna personal. Entre 1848 y 1851 el convento fue demolido y en su lugar se construyó la primera estación ferroviaria del Perú. Actualmente ese terreno está ocupado por la Plaza San Martín.

En 1878 se exhumaron sus restos y se dispuso que fueran depositados en un mausoleo hasta que en 1917 sus restos fueron enviados a la Argentina para reposar en el cementerio de la Recoleta, más precisamente en el mausoleo del teniente general Pablo Riccheri donde una pequeña placa advierte: “Aquí yacen los restos del Dr. Bernardo de Monteagudo”.

En ocasión de la repatriación de sus restos se dispuso la inauguración de un monumento en su homenaje, que fue esculpido por el artista alemán Gustavo Eberlein y ubicado en la plazoleta Pringles de Parque Patricios, en el cruce de la Avenida Caseros y Monteagudo. Allí nace la calle porteña que lo recuerda.

El 29 de junio de 2016, sus restos fueron trasladados al mausoleo erigido en su honor en el cementerio del Oeste de su ciudad natal: San Miguel de Tucumán.