José Rondeau, el prócer de las derrotas


18 de noviembre de 1844.

En Montevideo fallecía en reglamentaria pobreza el general José Casimiro Rondeau Pereyra, gobernador intendente de Buenos Aires, dos veces director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, gobernador y capitán general provisorio del Estado Oriental del Uruguay. Y generador de la polémica callejera: “¿Rondeau o Rondó?”

Hijo de Juan Rondeau, un comerciante francés, nació en Buenos Aires el 4 de marzo de 1775, aunque en 1790 se trasladó con su familia a Montevideo, donde se educó con vistas a abrazar el sacerdocio. En 1793, mientras cursaba el segundo año de Teología decidió enrolarse como cadete en el regimiento de Infantería de Buenos Aires en el que se desempeñó hasta 1797 cuando fue promovido a alférez de Blandengues de Montevideo, cuerpo con el que combatió en las fronteras orientales contra contrabandistas y bandoleros charrúas, minuanes y portugueses. De allí, fue a prestar servicios en la guarnición de Maldonado con el grado de capitán al que fue promovido en 1806.

Las fuerzas británicas que intentaron la conquista del Plata y habían sido expulsadas de Buenos Aires permanecían junto la flota inglesa, comandada por Home Popham, en el estuario esperando ser reforzada para intentar una nueva invasión, esta vez al mando del general John Whitelocke, quien comprendió que para intentar volver a tomar Buenos Aires debía, previamente, asegurar Montevideo para lo cual desembarcó en la Banda Oriental.

Mapa de Montevideo en 1813

En ese contexto, Rondeau se apostó en el Cerrito para observar los movimientos del enemigo. Tras la caída de Montevideo, el 3 de febrero de 1807, se retiró con sus tropas hacia Canelones para enlazar con el virrey Rafael de Sobremonte, quien le ordenó que se llegase hasta el pueblo de Las Piedras para vigilar a las fuerzas inglesas. Al mes de inactividad, decidió sumarse a las fuerzas porteñas pero, al tratar de cruzar el río Uruguay, cayó prisionero y fue trasladado a Inglaterra donde estuvo encarcelado hasta que llegó la noticia de la capitulación de Whitelocke en Buenos Aires.

Desde Londres regresó a España y allí participó de la guerra de Independencia contra las tropas francesas que respaldaban el reinado de José I Bonaparte, el hermano mayor de Napoléon, que ocupaba el trono de Fernando VII, el Deseado

En Galicia, Rondeau organizó el batallón Buenos Aires en el que se desempeñó como oficial de caballería al mando de los generales Black y el marqués de la Romana, en el escuadrón de caballería Dragones del General y con los voluntarios de Ciudad Rodrigo.

Regreso al Plata

En 1810 le entregaron los pasaportes para que, desde Cádiz, regrese al Plata en un viaje que demoró tres meses y en cuyo transcurso se enteró de los sucesos del 25 de mayo. 

Arribado a Montevideo, que bajo el control del mariscal Gaspar de Vigodet permanecía fiel al Consejo de  Regencia de España e Indias, se puso a disposición de las autoridades realistas que lo destinaron al arroyo de Chuy para indagar la presencia de tropas portuguesas. Posteriormente, fue enviado a Paysandú donde se incorporó a la fuerza del capitán de navío español Juan Ángel Michelena que buscaba sumar a la causa de Montevideo a las localidades de la banda entrerriana del Uruguay.

Sabemos que poco después, se plegó a la junta de Buenos Aires, se puso a sus órdenes, y fue reconocido con el grado de teniente coronel, el 8 de marzo de 1811 tras lo que fue destinado a la Banda Oriental como jefe de las fuerzas juntistas. 

Manuel Belgrano

Tras la victoria de Las Piedras, por parte de las fuerzas independentistas de José Artigas, el 18 de mayo de 1811, y donde quedó prisionera gran parte de la tropa realista, Rondeau -elevado al rango de coronel el 24 de mayo de 1811- se sumó al primer sitio de Montevideo que duró hasta octubre cuando se levantó en el marco del armisticio entre el gobierno de Buenos Aires y el virrey Javier de Elío, motivo por el cual regresó a Buenos Aires, donde sofocó el motín de las trenzas del regimiento de Patricios, encabezado por el general Manuel Belgrano.

En esa acción, un disparo de cañón lo dejó completamente sordo por un tiempo, por lo que cuando sus dragones regresaron a poner sitio a Montevideo, lo hicieron al mando de su segundo, el teniente coronel Nicolás de Vedia, hasta que, restablecido, se incorporó al ejército estacionado en el Salto. El 20 de octubre de 1812 se inició el segundo sitio con Rondeau como jefe de los sitiadores que mudaron su campamento al Cerrito 

El 31 de diciembre de 1812, los realistas, al mando de Gaspar de Vigodet y el brigadier Vicente Muesas, atacaron con 2.300 hombres y ocho cañones las posiciones de Rondeau quien cuando los españoles creían ganada la batalla, reorganizó sus fuerzas a las que condujo a la cumbre mientras los dragones orientales contraatacaron por el flanco a los realistas que fueron arrinconados contra las murallas de Montevideo donde debieron refugiarse. La victoria de El Cerrito le demostró a los sitiados que las fuerzas patriotas tenían capacidad militar.

Mientras tanto, el Segundo Triunvirato había convocado a la Asamblea General Constituyente y Soberana con el objetivo de que los representantes de los pueblos libres reconocieran la soberanía popular, proclamaran la independencia de las Provincias Unidas y redactaran una constitución. Artigas, sumado al sitio de Montevideo, reunió un congreso de los pueblos orientales en Tres Cruces para elegir sus diputados a los que instruyeron en materia de solicitar un esquema confederal y elegir una capital fuera de Buenos Aires.

El tema es que la Asamblea, hegemonizada por la Logia Lautaro, apostaba a una forma de gobierno centralista por lo cual rechazó a los diputados orientales y le encargó a Rondeau organizar una nueva elección, cometido que cumplió al organizar su congreso en la Capilla de Maciel, donde el general se arrogó la facultad de elegir directamente a los diputados que viajaron a Buenos Aires mientras que Artigas se retiró con sus tropas del sitio a principios de enero de 1814, seguido por sus hombres. 

La gloria robada

Para suplir a las tropas orientales, Rondeau pidió refuerzos que llegaron, tras las victorias de Guillermo Brown en las aguas del Plata que cercaron completamente la plaza. El director supremo, Gervasio Antonio de Posadas, envió 1.500 hombres al mando de su sobrino y estrella de la Logia Lautaro: el general Carlos María de Alvear, quien llegaba, además, con el cargo de nuevo jefe del sitio.

Carlos María de Alvear

Alvear asumió el mando el 17 de mayo, el 23 de junio, tras negociar con Vigodet, ingresó en la plaza, tomó prisionera -en nombre de Fernando VII-  a la guarnición realista y capturó su armamento. Si bien Vigodet y los oficiales fueron liberados, las tropas americanas y de castas fueron integradas en el ejército independentista. El saldo: 7000 prisioneros, 500 cañones, 9000 fusiles y 99 embarcaciones.​

Por unos días, Rondeau perdió la oportunidad de tener su página de gloria. Además, su destino seguiría entrelazado al de Alvear. La flota de Brown, llave del triunfo, fue desmantelada para cancelar deudas, y Artigas perseguido por “traidor a la patria”.

El Ejército del Norte

El relevo del casi victorioso Rondeau por el ignoto Alvear provocó un escándalo tal que Posadas, debió ascender al desplazado al rango de brigadier general y otorgarle la jefatura del Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata donde relevaría a José de San Martín, que se haría cargo de la gobernación de Cuyo, tras recuperar a la fuerza auxiliadora que bajo el mando de Manuel Belgrano había sido destrozada en Vilcapugio y Ayohuma.

Desde el comando en Tucumán, Rondeau puso manos a la obra para organizar la tercera campaña al Alto Perú para la cual contaba con gran parte de las tropas que habían sitiado Montevideo, sumados a los americanos y castas que habían defendido la plaza y con el armamento capturado. Listo para partir a las provincias de arriba, fue notificado que Posadas, otra vez, lo reemplazaba por Alvear, su sobrino. 

Representación de la batalla del Cerrito

En su Autobiografía, Rondeau se desliga de los acontecimientos a los que vincula en el marco de la disputa por la forma de gobierno que debían darse las Provincias Unidas y recuerda que Alvear le envía una carta en en la que sostiene “¿Qué importa que el que nos haya de mandar se llame rey, emperador, mesa, banco ó taburete? Lo que nos conviene es que vivamos en órden y que disfrutemos de tranquilidad, y esto no lo conseguiremos mientras que fuesémos gobernados por persona con la que nos familiaricemos..” 

“Mi contestación no debió agradarle, porque fué concebida conforme á los principios de republicanismo que me animaban; bien que si el plan que me había indicado era tan bueno y tan provechoso al país, me relevase del mando del ejército; y que yo, en caso de llevársele adelante, renunciaría también el empleo en que me hallaba y que tantas fatigas me había costado ganarlo”, justificará Rondeau,.

La noticia del relevo provocó un motín en las tropas que repudiaron el nombramiento, le impidió asumir el mando del ejército y provocó la caída de Posadas, quien fue reemplazado nada menos que por Alvear quien se dedicó a perseguir opositores durante tres meses hasta que el 3 de abril de 1815 se produjo la sublevación de Fontezuelas, en la que un nuevo ejército que se preparaba para combatir contra Artigas  proclamó que “cuando un pueblo valiente, generoso y lleno de virtudes se ve ajado, oprimido y degradado por la pequeña facción de hombres inmorales y corrompidos que en la actualidad componen y son los agentes del gobierno que representa el general Alvear, es un deber sagrado de sus hijos librar a sus hermanos y compatriotas de los horrores que sufren”.

Derrocado Alvear, el cabildo porteño no tuvo mejor idea que designar como sucesor a Rondeau que estaba a 2000 kilómetros al norte. Así las cosas, se decidieron a que Rondeau sea el titular del cargo y retenga el mando de la expedición auxiliadora, por lo cual, mientras estuviera alejado de la capital, el cargo sería ocupado interinamente por el jefe del motín destituyente: el coronel Ignacio Álvarez Thomas.

“De 4000 hombres se componía el ejército patrio que casi en su totalidad estaban enteramente desnudos; daba pena ver a los soldados cargados de andrajos, pués solo había medianamente vestidos los que pertenecían á los regimientos de infantería número 1 y 2 que habían venido de Buenos Aires”, se queja Rondeau quien recordará -también- que “Salta y Jujuy les franqueaban con generosidad; aun mas hicieron, que fue reunir un empréstito en metálico para dar algunos socorros mensuales á todo el ejército, mientras que de la capital del Estado no se había recibido un peso…”

El desastre como suma de todos los errores

Mientras tanto, Rondeau se esmeraba en desarmar lo poco que funcionaba en las provincias arribeñas a cuyos líderes despreciaba profundamente. Una prueba de ello fue el reemplazo del jefe de vanguardia, el coronel salteño Martín Miguel de Güemes, por el porteño Martín Rodríguez quien debutó en su cargo con la derrota en el combate de El Tejar, el 19 de febrero de 1815. 

Capturado, Rodríguez prometió al jefe realista, Joaquín de la Pezuela, “reunir uno y otro ejército y venir hasta Córdoba, adonde concurriría otro ejército que debía salir de Chile por Mendoza, para reunidos venir sobre Buenos Aires a sofocar la revolución”, según narra Miguel de Otero en sus Memorias, quien usa esta propuesta para explicar la evasión del jefe porteño que había sido reemplazado por Francisco Fernández de la Cruz quien comisionó la caballería de vanguardia a Güemes.

Fue precisamente Güemes reforzado con algunos granaderos a caballo quien oxigenó la nonata campaña cuando el 14 de abril derrotó a los realistas en el combate de Puesto del Marqués que provocó que abandonen Tarija, Potosí, Chuquisaca, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, para establecerse en Oruro. Sin embargo, Rondeau quitó los méritos de la victoria al salteño que se retiró del ejército rumbo a su provincia donde fue elegido gobernador.

José Casimiro Rondeau Pereyra

Nuevamente con Rodríguez al mando de la vanguardia y con el camino despejado, comenzó la tercera expedición. En mayo de 1815 el Ejército del Norte entró en Potosí, mientras que Juan Antonio Álvarez de Arenales se hacía fuerte en Vallegrande e Ignacio Warnes se fortalecía en Santa Cruz de la Sierra donde fue electo gobernador el 11 de agosto. Desde Santa Cruz avanzó hacia Chiquitos, donde aplastó a los realistas Francisco Udaeta y Juan Bautista de Altolaguirre, que lo triplicaban en número, en la batalla de Santa Bárbara el 7 de octubre. ocasión que Rondeau aprovechó para reemplazar a Warnes por el porteño Santiago Carrera, quien fue asesinado por una bala supuestamente disparada por un soldado del regimiento de pardos, tras lo cual Warnes reasumió su gobernación.

Los patriotas siguieron rumbo al norte hasta que el 20 de octubre Martín Rodríguez fracasó en su ataque a los realistas acantonados en Venta y Media, donde sufre otra gran derrota.

Apunta el agente del gobierno sueco, Jean Adam Graaner que lo visita en su campamento:  “Me recibió en su tienda, donde estaba instalado de una manera verdaderamente oriental, con todas las comodidades de un serrallo. Ante la multitud de mujeres, me obsequió con dulces diciendo que en un país tan devastado y en vísperas de un día de batalla, debía excusarlo si no podía ofrecerme manjares. Chocado yo por la ostentación con que trataba de exhibir su lujo amanerado, le respondí que me sentía sorprendido ante todo”

En sus Memorias, Gregorio Aráoz de Lamadrid comentará: “Era por lo demás un excelente sujeto en todo sentido, no era respetado en el ejército por su excesiva tolerancia y bondad, por cuya razón había poca subordinación hacia él en la mayor parte de los jefes, así fue que casi todos habían llevado una conducta irregular mientras anduvieron en el Alto Perú…”

Batalla de Sipe Sipe

Rondeau concentró su ejército consumido por la indisciplina y totalmente desmoralizado en el llano de Sipe Sipe, en las cercanías de Cochabamba. Contaba con 3.100 y nueve cañones, no sólo había despreciado el aporte de los gauchos salteños de Güemes, sino que, además, decidió prescindir del aporte de los líderes altoperuanos y de las masas indígenas.  Enfrente: 5.000 realistas con 23 cañones al mando del burlado Joaquín de la Pezuela.

El 29 de noviembre de 1815, tuvo lugar la batalla que los realistas llamaron Viluma y nuestra historia conoce como el desastre de Sipe-Sipe, desde Huaqui las armas de Buenos Aires conocieron tal derrota. Más de 1000 muertos, todo el parque y un sálvese quien pueda que terminará en Tucumán. Las Provincias Unidas nunca volverán al Alto Perú, que, en 1825 se constituirá como República de Bolívar. En la península el impacto fue tal que a Pezuela se le otorgó el marquesado de Viluma.  

“Los que han atribuido esta derrota a órdenes dadas a destiempo se equivocan, parece que no comprenden que la batalla estaba perdida antes de darse. Era un ejército nacional desmoralizado, sin cabeza y sin nervio, que se mantuvo en una posición que creyó inexpugnable”, justificará Bartolomé Mitre a un comandante al que Vicente Fidel López describe como “un inepto forrado en piel de jesuita” y del general José María Paz -quien perdió la habilidad de su mano en esa campaña- dirá que era “era de una refinada hipocresía”.

El agente Graaner, agudo observador, explicará que “por las disposiciones que tomó Rondeau visiblemente erróneas, y por la embriaguez de sus oficiales, el Ejército sufrió una derrota de tal naturaleza que el general, personalmente buen soldado, quedó casi solo en el campo de batalla, o sostenido únicamente por doce o quince dragones, y hubo de combatir hasta entre las filas enemigas. Los restos de sus tropas se reunieron por fin en Jujuy, adonde llegó el general algún tiempo después”.

Para peor, ya no contaba con apoyos en el país: los líderes de las republiquetas habían sido despreciados y apartados, mientras que los burgueses de las ciudades habían sido expoliados. A la retaguardia, el necesario Güemes, declarado “traidor y desertor” por Rondeau, se atrincheraba en Salta.

Manuel Asensio Padilla

Mientras retrocede hacia Salta, Rondeau le ordena, a través de una carta, al altoperuano Manuel Padilla que hostilice al enemigo y reúna a “oficiales y tropa rezagadas”. Padilla, en una misiva a la que calificará como “reservada”, responderá que cumplirá sus órdenes a pesar de la “desconfianza rastrera” que les profiere Buenos Aires.

“Lo haré como he acostumbrado hacerlo en más de cinco años […] donde los [alto] peruanos privados de sus propios recursos […] sembrando de cadáveres sus campos, sus pueblos de huérfanos y viudas […] llenos los calabozos de hombres y mujeres que han sido sacrificados por la ferocidad de sus implacables enemigos, hechos y ludibrios del ejército de Buenos Aires, vejados, desatendidos en sus méritos […] El gobierno de Buenos Aires, manifestando una desconfianza rastrera, ofendió la honra de estos habitantes […]se posesiona de todos estos lugares a costa de la sangre de sus hijos y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad. […] Y ahora que el enemigo ventajoso inclina su espada sobre los que corren despavoridos y saqueando [Rondeau y su ejército], ¿debemos salir nosotros sin armas a cubrir sus excesos y cobardía? […] pero esta confesión fraternal, ingenua y reservada [sic], sirva en lo sucesivo para mudar de costumbres, adoptar una política juiciosa, traer oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía […] Todavía es tiempo de remedio, propenda V.S. a ello; si Buenos Aires defiende la América para los americanos y si no….”, dice la implacable carta de Padilla.

Desde Buenos Aires, Álvarez Thomas envió refuerzos, al mando de Domingo French y Juan Bautista Bustos, a quienes les ordenó derrocar a Güemes antes de incorporarse al Ejército del Norte. Prudentes, French y Bustos, pasaron por Salta, saludaron al gobernador y se sumaron a los restos de la fuerza derrotada que, contra toda lógica, en enero de 1816 ocupó la capital salteña para tratar de recuperar 500 fusiles que, sostenían, eran propiedad de Buenos Aires.

El 22 de marzo de 1816 se llegó a un acuerdo: el Pacto de San José de los Cerrillos, dos días antes de instalarse el Congreso de Tucumán, para cortar “hasta los asomos de desconfianza que unas almas inquietas y perversas han procurado sembrar entre el Ejército Auxiliar y las tropas de la digna provincia de Salta y en vista de los males que contra nuestros deseos, aparecían ya amagando la destrucción de los habitantes, la ruina de los pueblos y la pérdida tal vez del sagrado sistema de la libertad”.

El primer artículo fijaba “una paz sólida, la amistad más eterna entre el Ejército Auxiliar y la benemérita Provincia de Salta, echándose un velo sobre el pasado en virtud de una amnistía general”.

Desde Mendoza, San Martín celebraría el arreglo. “Más que mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau”, escribió al diputado Tomás Godoy Cruz. Le contaba que había dedicado al pacto el homenaje de “una salva de 20 cañonazos, repiques y otras mil cosas”.

Salta seguiría gobernada por Güemes, ascendido a coronel mayor por el congreso reunido en Tucumán, y asumiría el mando de la frontera norte auxiliado por Buenos Aires, mientras que el ejército derrotado retrocedería hasta la sede de las deliberaciones que culminarían con la declaración de la Independencia.

Martín Rodríguez

A principios de mayo de 1816, Rondeau fue reemplazado como Director Supremo por Juan Martín de Pueyrredón, y, dos meses después, el 7 de agosto de 1816, en Las Trancas, cedió el mando del ejército a Manuel Belgrano, recién llegado de una misión diplomática en Europa junto a Bernardino Rivadavia en busca de una testa para coronar, quien llevó adelante una purga de oficiales para restaurar la cadena de mandos y la disciplina, al tiempo que se transformó en la fuerza armada de protección al Congreso y a sus ideas centralistas. Por otra parte, significaba dejar fuera de juego a uno de los actores centrales -junto con Alvear- de la política basada en la preminencia de las bayonetas autogobernadas.

“En el momento de saberse en Trancas que el general Belgrano se había recibido del mando del ejército y que pasaba a revistar los cuerpos allí existentes, hubo un zafarrancho en el acto, pues no quedó una sola mujer en el ejército, porque todas salieron por caminos extraviados.  Tal era la moral y disciplina que había introducido en él cuando lo mandó por primera vez y tal el respeto con que todos lo miraban”, recordará Lamadrid.

“Cuando Belgrano reemplazó a Rondeau en el comando de las tropas, se encontró con que  cada oficial mantenía una o varias mujeres en el campamento y que el equipaje de un subalterno ocupaba a menudo de treinta a treinta y seis mulas. Actualmente todo ha cambiado, cantidad de oficiales han sido dados de baja, las mujeres y las mulas de equipaje han desaparecido de la escena; las comedias, los bailes y los juegos de azar han sido desterrados”, apunta Graaner, el agente sueco.

En sus Memorias, José María Paz lo considera “un perfecto caballero, adornado de virtudes y prendas estimables como hombre privado, de ningunas aptitudes para un mando militar, precisamente en circunstancias difíciles como en las que se hallaba”, aunque se pregunta “si por lo que hemos dicho se hubiese de medir el mérito militar del general Rondeau (tan recomendable por otra parte por su moderación, patriotismo y otras virtudes que no se le pueden negar), sería inexplicable cómo este jefe pudo mandar el ejército que sitiaba Montevideo con tanto acierto y gloria”.

El ‘Manco’ no duda en atribuir el desastre a la insubordinación de los jefes, a quienes debía el mando del ejército, y la consiguiente indisciplina. Esto había influido en su ánimo “de una manera tan desventajosa que le faltaba la resolución necesaria para hacerse obedecer, y en tal situación prefiriera [erradamente, sin dudas] dejar correr las cosas, a verse contrariado con una insolencia de que hay pocos ejemplos”

En Buenos Aires demandó que se le instruya un sumario para juzgar su conducta al mando del ejército que fue llevado adelante por el coronel Eduard Ladislaus Kaunitz von Holmberg, causa de la que fue sobreseído.

Tras la causa, Pueyrredón lo nombró jefe del Estado Mayor General, y, tras un tiempo, ejerció como gobernador interino de la provincia de Buenos Aires, desde el 5 de junio hasta el 30 de julio de 1818.

En ese año, fue nombrado inspector general del ejército y la frontera con los indios del sur, que se habían alzado ante el avance de la población blanca en la campaña bonaerense y el desorden del ejército.

De las Provincias Unidas a la Argentina

Nombrado en abril de 1819 gobernador de la provincia de Buenos Aires – una delegación del gobierno directorial-, en junio de ese año, la renuncia de Juan Martín de Pueyrredón lo catapultó a ser elegido por segunda vez como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata aunque ya su poder apenas alcanzaba hasta donde los fusiles porteños lo podían respaldar. 

Representación de la batalla de Cepeda

Contaba con el apoyo de los gobernadores de Cuyo y Salta quienes lo consideraban, apenas, un primus inter pares, los de Córdoba y Tucumán, se manejaban con autonomía plena, mientras que los litorales se integraban en la Liga de los Pueblos Libres que mantenían diversos grados de tensión y hostilidad con Buenos Aires que iban de la tregua a alimentada a vacunos con Santa Fe, hasta las incipientes montoneras de la frontera con Córdoba y la amenazante presencia de portugueses en la Banda Oriental.

Además, como una espada de Damocles llegaban noticias desde Cádiz donde se organizaba una fuerza para estrangular la revolución en el Plata, fuerza que no llegó a zarpar gracias a los espadones liberales españoles y su golpe de Estado.

José Gervasio de Artigas

El 18 de julio de 1819, Artigas escribe a Rondeau una carta en la que le propone unir fuerzas para echar a los portugueses de la Banda Oriental: “Nuestra unión es el mejor escudo contra toda y cualquiera especie de coalición. Demos el ejemplo y deje usted que se desplome el universo sobre nosotros, y nuestra decisión superará sus esfuerzos. Empecemos por el que tenemos al frente, y la expedición española hallará en la ruina de los portugueses el mérito de su desengaño. Ostentarlo es nuestro deber. Espero verlo realizado sobre el testimonio de su palabra de honor.”

Esta carta fue reenviada, el 31 de octubre, a José de Sarratea, embajador ante la corte portuguesa en el Janeiro junto con una nota de Rondeau que revelaba a su diplomático: “He propuesto de palabra por medio del coronel Pinto al barón de la Laguna que acometa con sus fuerzas y persiga al enemigo común hasta el Entre Ríos y Paraná, obrando en combinación con nosotros…. Bajo este concepto es de necesidad absoluta que trate V. S. de obtener de ese Gabinete órdenes terminantes al barón, para que cargue con sus tropas y aun la escuadrilla sobre el Entre Ríos, Paraná y obre en combinación con nuestras fuerzas; debiéndose, sí, guardar la condición precisa de que sólo hayan de ocupar aquellos puntos mientras este Gobierno se pone en aptitud de hacerlo, ó más bien que habrán de dejarlos libres luego que se les pidan por el Gobierno. Contraiga V. S. su dedicación, sus relaciones y conocimientos á este negocio importante, y no omita diligencia para conseguirlo bajo el principio indudable de recíproco interés y conveniencia común.”

Para combatir a los caudillos federales Rondeau decidió repatriar al Ejército de Los Andes que se preparaba en Chile para embarcar rumbo a Perú y bajar al Ejército del Norte que estaba acampado en Córdoba y cuyo jefe, Manuel Belgrano, estaba enfermo y había delegado el mando en el general Francisco Fernández de la Cruz.

“El General San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América”, respondió el Libertador. Ante esa situación, envió a hacerse del mando del ejército al general Juan Ramón González de Balcarce, quien fue detenido en el camino por los amables gauchos santafesinos de Estanislao López quienes le evitaron el papelón. 

Por el lado del viejo ejército del Norte, éste obedeció el llamado y marchó hacia San Nicolás, en donde se unirían a las fuerzas porteñas. Esto nunca sucedió: el 8 de enero de 1820, al llegar a la posta santafesina de Arequito, los jefes Juan Bautista Bustos, -segundo al mando del ejército- junto con su comprovinciano José Maria Paz, el santiagueño Juan Felipe Ibarra y el tucumano Alejandro Heredia se sublevaron, desconocieron la autoridad directorial y disolvieron el ejército.

Estanislao Lopez

“Las armas de la Patria, distraídas del todo de su objeto principal, ya no se empleaban sino en derramar sangre de sus conciudadanos, de los mismos cuyo sudor y trabajo les aseguraba la subsistencia”, explicaba Bustos los motivos de la asonada en una carta a López y a Rondeau.

De igual manera expresará Paz en sus Memorias: “No había la menor inteligencia, ni con los jefes federales, ni con la montonera santafesina; que tampoco entró ni por un momento en los cálculos de los revolucionarios, unirse á ellos ni hacer guerra ofensiva al Gobierno, ni á las tropas que podían sostenerlo; tan solo se proponían separarse de la cuestión civil y regresar á nuestras fronteras amenazadas por los enemigos de la independencia; al menos este fue el sentimiento general más ó menos modificado, de los revolucionarios de Arequito: si sus votos se vieron después frustrados, fue efecto de las circunstancias, y más que todo, de Bustos, que solo tenía en vista el gobierno de Córdoba, del que se apoderó para estacionarse definitivamente.”

Tras el motín, todos los líderes sublevados fueron gobernadores en sus provincias de origen. 

Con este panorama, Rondeau asumió el mando del ejército de Observación, salió a campaña y se dirigió a enfrentar las fuerzas de López y Ramírez, una montonera heterogénea de 1.500  jinetes correntinos, guaraníes, misioneros, entrerrianos, santafesinos, guaycurúes y abipones. Además, contaba con aventureros extranjeros como el chileno José Miguel Carrera y el irlandés Peter Cambell.

Enfrente, 2000 soldados dispuestos en formación clásica, con la caballería en las alas y la infantería y la artillería en el centro. A sus espaldas, una formación de carretas los protegía de cualquier sorpresa. La batalla duró diez minutos, las montoneras federales rodearon a los porteños que no llegaron, siquiera, a girar sus cañones. Era el 1 de febrero de 1820.

Salvo los 300 cadáveres y toda la impedimenta, las tropas de Rondeau se desbandaron y huyeron hacia San Nicolás donde se embarcaron hacia una Buenos Aires presa del pánico y la confusión..

Tras la victoria federal, el jefe del ejército de campaña de Buenos Aires, Miguel Estanislao Soler, exigió la disolución del Congreso Nacional y la deposición del Director Supremo como único medio de lograr la paz. El Congreso se reunió por última vez bajo la presidencia de José Miguel Díaz Vélez y se disolvió no sin aclarar que sus integrantes “ceden a la intimación que se les hace, entendiendo que en esto los firmantes de la misma, obran autoritariamente

El 11 de febrero, Rondeau, renunció a su cargo de director supremo ante el cabildo porteño “Deseoso de propender en cuanto esté de mi parte al bien de mis conciudadanos y no queriendo ser un obstáculo para que la paz vuelva a reinar en el país, deposito la suprema dirección del Estado que he desempeñado hasta ahora en manos de V.E”.

El puerto y los 13 ranchos ya estaban completos. Sólo falta Jujuy que se independizará de Salta en 1834. Habrá que esperar hasta 1862 para volver a ser un país.

A los pocos días, José Casimiro Rondeau embarcará hacia Montevideo, la ciudad en la que pudo cubrirse de gloria. Mientras parte, López y Ramírez usarán la reja de la pirámide de Mayo como palenque para sus fletes y se pondrán a negociar con el omnipresente Sarratea, entre los asesores de los caudillos, un viejo enemigo de Rondeau: Alvear.
La otra víctima del tratado del Pilar será el viejo líder de los vencedores: Artigas. 

De la Banda Oriental al Uruguay

Con la asunción como gobernador de Buenos Aires de Martín Rodríguez, Rondeau regresó de su exilio y colaboró en las campañas contra los indios del sur bonaerense para lo cual se puso al frente de la expedición general sobre la frontera entre 1824 y 1825 en la que llegó hasta la actual Bahía Blanca para ser completamente derrotado en Toldos Viejos, cerca de Dolores, lo que lo convenció de seguir ejerciendo el mando desde Buenos Aires.

Fue allí donde lo sorprendió la guerra entre las Provincias Unidas del Río de la Plata contra el Imperio del Brasil por la recuperación de la Banda Oriental, para la que fue nombrado comandante del ejército que operaría en las cuchillas orientales. Una decisión que el ministro de Guerra, Carlos María de Alvear- cuando no- revocaría en acuerdo con el efímero presidente Bernardino Rivadavia, para designar en su lugar al mejor general de la patria, es decir: él mismo. Al menos hay que decir que logró la gran victoria de Ituzaingó.

Tras el armisticio con Brasil, que se quedó con las Misiones Orientales, y significó la independencia de la Banda Oriental que pasaba a ser la República Oriental del Uruguay, el nuevo gobernador bonaerense, Manuel Dorrego le ofreció a Rondeau la cartera de Guerra de la que se hizo cargo hasta que el 10 de octubre de 1828 fue electo por unanimidad por la Asamblea General Constituyente y Legislativa de la nueva república como gobernador y capitán general provisorio del estado recién nacido, una elección que sirvió para   bajar la intensidad del conflicto latente entre los generales Fructuoso Rivera y Juan Antonio Lavalleja por la primera magistratura. 

Trasladado a Canelones, el 22 de diciembre de 1828 prestó juramento ante la Sala de Representantes, sala ante la que presentó su renuncia el 17 de abril de 1830, tras haber sancionado la primera constitución oriental. Al día siguiente de su renuncia, fue ascendido a brigadier general del ejército uruguayo.

Radicado en Montevideo, en 1832, durante la presidencia de Rivera, fue designado encargado de negocios ante Buenos Aires . En 1835, el presidente Manuel Oribe lo nombró jefe del estado mayor del ejército, cargo que declinó por motivos de salud el 5 de abril de 1838, aunque el 6 de febrero de 1839 el presidente Gabriel Antonio Pereira lo designó ministro de Guerra y Marina, cargo en el que fue ratificado por el nuevo titular del Ejecutivo Oriental, Fructuoso Rivera, y al que renunció el 5 de marzo de 1840 por enfermedad. El último cargo que desempeñó fue el de presidente del Consejo del Estado en 1842.

Entre 1843 y 1844 participó de la defensa de Montevideo asediado por las fuerzas de Oribe. 

En medio de estrecheces económicas, dos días antes de morir, entregó su espada, “vencedora en el Cerrito y derrotada con dignidad en Sipe-Sipe” a su ahijado, el sargento de artillería Bartolomé Mitre, nacido en esa ciudad y que sería presidente de la República Argentina. “¡Ojalá me permitiese la debilidad de mi brazo hacerla brillar en El Cerrito!”, dicen que dijo.

José Rondeau falleció en el Montevideo sitiado, el 18 de noviembre de 1844. 

“Era un hombre de juicio recto, pero sin las luces de la inspiración  de porte grave y carácter algo apático, de alma serena, reconocido por todos como un patriota abnegado y virtuoso, y un soldado de buena escuela”, lo definió Mitre.

Enterrado con honores en el panteón nacional del Cementerio Central, en 1891 Argentina solicitó la repatriación de los restos, una solicitud que fue rechazado por Uruguay.