Bitácora de la Pandemia – Día 6


Sexto día de aislamiento. 502 infectados. 8 muertos.

Hoy murieron dos personas en Argentina, de coronavirus, que parecen ser las únicas muertes que importan por estos días, y se enfermó una chiquita chaqueña de 7 años. Estadísticamente deben haber muerto otras mil personas más en el país por diversas causas, pero, excepto la de Bartolomé Mitre -director de La Nación y tataranieto del presidente-, que también murió hoy, fueron todas anónimas.

España fue un desastre, esta tarde superó a China en cantidad de víctimas fatales y se ubicó segunda detrás de Italia. Ya hay unos 20 mil muertos en todo el mundo y nos acercamos a los 500 mil infectados. Mientras escribo, pienso en la naturalidad con la que nos vamos acostumbrando a contar cadáveres y a repasar rankings globales de bajas y contagios.

En este conteo macabro, resalta que en los dos últimos días se produjeron la mitad de las ocho muertes que acumulamos en el país. Seguramente pronto parecerán pocas, pero hoy cortan el aliento.

Igual, da la sensación de que los seres humanos podemos acostumbrarnos a todo. Estamos viviendo escenas que sólo habíamos visto en las películas de catástrofes. Es como si nos hubiéramos metido de extras en una superproducción de Hollywood. Tal vez por eso, porque estamos adentro, la catástrofe conmueve menos que cuando la vemos en la pantalla. Probablemente la habilidad para fabricar héroes y villanos sea lo que nos atrapa de esos films. En cambio, en la vida real la pandemia es menos épica, más gris y tediosa. No nos sacude de nuestra butaca ni nos quiebra de emoción, transcurre con pena y sin gloria, excepto por algún video que llega de Italia o España y nos anticipa un futuro que no queremos recibir.

Hoy el Gobierno anunció un proyecto para congelar por 180 días los alquileres y suspender los desalojos, mientras dejó trascender que prorrogará el aislamiento social obligatorio hasta mediados de abril, aunque se estima que los contagios y las muertes seguirán creciendo hasta principios de mayo. ¿Será así?

También fue el primer día hábil después de un fin de semana largo y llegar desde Avellaneda a Capital tomó en algunos casos hasta 4 horas. Los retenes policiales y el cierre de casi todos los accesos a la ciudad de Buenos Aires provocaron un caos, agravado por miles de personas que violaron el aislamiento.

Por los medios, periodistas y vecinos celebran enfervorizados las acciones represivas contra los que evaden la cuarentena y exigen aún más firmeza, en línea con la frase de hoy del Presidente: “Lo que no entra por la razón entrará por la fuerza”. Parece haber en estos días de crisis una creciente demanda hacia el Estado para que ponga orden, y de paso confirmar así que todavía está en condiciones de hacerlo.

Más que un pedido colectivo en defensa de la salud pública, luce como una indignación asentada en un principio egoísta que se podría sintetizar en la premisa “si yo me tengo que joder días enteros sin pisar la calle, ¿por qué ellos pueden disfrutar del aire libre? ¡Castíguenlos ya, pongan orden, y que sufran como yo!”

En este sexto día de cuarentena se supo que ya no repatriarán compatriotas que están varados en el exterior, que los nuevos contagios fueron 117, la primera vez que la cifra tiene tres dígitos, que la “República” de San Luis cerró sus “fronteras”, y que un surfista que vino de Brasil se fue a Ostende a pasar la cuarentena, lo que se convirtió en un tema de debate nacional.

Igual, los controles sólo se ven en Capital, donde se ha montado una gran puesta en escena. En el conurbano, sobre todo en los barrios más pobres, la cuarentena y el coronavirus parecen ser un problema de otros, todavía. Se camina por la calle, se charla en la vereda, se toma cerveza en la esquina y hasta se reciben visitas.

Entre tanto, los efectos del parate se están comenzando a sentir con fuerza en el conurbano, donde se agazapa siempre la amenaza de la tragedia. Pintores, electricistas, albañiles, mecánicos, chapistas, remiseros, gasistas, plomeros, peluqueros, jardineros y una larga lista de cuentapropistas que viven al día se están quedando sin plata. Y encima, comenzó a percibirse cierto desabastecimiento de alimentos acompañado de subas escandalosas de precios, lo que de por sí aporta los elementos básicos para un perfecto cóctel explosivo.