¿Conectados?


Seguimos en otra fase de cuarentena, o tal vez, debería decir, de cuarentenas. Es que este país es un territorio tan grande con tantas diferencias en sentido geográfico, demográfico, poblacional, cultural, económico, social, Rico en diversidad como les gusta definir a muchos y claramente desigual como explican otros.

Llevamos varias semanas de cuarentena ya y estar adentro no sólo es un cambio de hábitos, es también un cambio de cabeza. Nos hace pensar diferente, pero sobre todo nos hace pensar. Creo que es natural que se produzca un efecto de introspección y nos miremos más a nosotros mismos. Pero al mismo tiempo estar adentro hace que miremos hacia afuera de una manera distinta. Mirar por la ventana es otra ventana ahora y también otra forma de ver. La ventana es para mí más chica, pero más profunda y más nítida. Es la tele, es la compu, es el celu con las videollamadas. Es estar conectados, como dice mi bisnieta.

Es admirable como los jóvenes e incluso los más chiquitos pueden percibir la vida y el contacto con el otro, plataformas mediante, casi como si fuera lo mismo que la visita o el encuentro presencial. Casi como si siempre hubiera sido así. Pero la nitidez en las imágenes es otra cosa. La conexión online no me significa cercanía, tal vez porque nací en un tiempo en que nada de esto existía, quizá porque mi padre era de vanguardia porque trabajaba como telegrafista. Probablemente me cueste más tiempo aprehender el concepto de conectados.

Pero hablaba de la nitidez de la ventana. Es raro, me parece que funciona como un telescopio. Se ve más nítido con esas lentes pero, claro, algo que está mucho más lejos. Y ver desde lejos no es ni bueno ni malo, sólo es distinto y seguro pone las cosas en perspectiva.

Entonces estar adentro me hace ver hacia afuera, todo lo que hay para ver y que muchas veces no nos tomamos el tiempo para mirar. Pienso en la realidad, en la vida y en las personas. Veo mi realidad y veo si no todas, muchas otras realidades que existen en las vidas de las personas. Y aún sin querer visitar lugares comunes es cierto que existe un mundo en cada ser humano. Así empiezo a ver cómo están llevando las otras personas esta cuarentena y me admira, me sorprende, me alegra, me preocupa, me angustia y otras tantas veces me esperanza. Es interesante y alentador ver cómo aprendemos cosas nuevas, como encontramos herramientas y estrategias para solucionar problemas cotidianos puertas adentro y con economía de recursos.

Me causa admiración como algunas personas logran sortear obstáculos cada vez más difíciles para llevar la vida adelante. Me alegra ver que de algún modo parece que podemos con esto, me alegra ver que personas de mis afectos están más cerca de lo que pensaba y me acompañan. Me maravilla ver cómo muchos chicos estudian y aprenden online. Todas estas cosas y otras tantas son las que me resultan esperanzadoras.

Pero ocurre que me explicó hace tiempo una psicóloga, con gran fundamento y lenguaje profesional -que no quiero deslucir- así que sólo voy a mencionar “la lección”, por decirlo de algún modo. Me contaba que por más feliz que sea una persona, cuando siente empatía por otra u otras personas que no están bien, inevitablemente sufrirá por ellos.

Entonces cuando miro por la ventana también veo situaciones que me angustian, veo problemáticas que me preocupan. Veo a esas personas que en este marco de pandemia no la están pasando bien. Personas que tenían dificultades antes y las tiene peor ahora, personas que todos los días pelean la vida como si fuera el último. Personas que viven en contextos de desventaja y vulnerabilidad.

Esta pandemia, como toda crisis, es hostil, pero sin duda lo es más con aquellos que no pueden tan sólo quedarse en casa a mirar por las ventanas esperando que todo esté bien. Y como toda crisis, este virus nos muestra la realidad. Las realidades de las personas, las diferencias y, evidentemente, la desigualdad.

Entonces recuerdo la idea de conectados y vuelvo a pensar que no es para todos lo mismo. No estamos conectados todos igual. Y por deformación, o por no poder evitarlo, o por vieja, o por defecto como dicen ahora, siempre vuelvo a pensar en mis alumnos. En los alumnos que tuve y que por más que hayan cambiado los tiempos, siempre habrá alumnos a los que les costará llegar a la escuela. Ocurre que hoy es un poco más complicado incluso: ahora sucede que la escuela debe llegar al alumno. Hoy la escuela es ese “conectados”. Ya era difícil acceder a una escuela rural y con buen clima, ya era complejo conseguir útiles, fotocopias y zapatillas. Pues ahora se necesita todo lo que hacía falta antes, más estar “conectados”.

No es necesario tener una imaginación muy frondosa para sospechar que no todos los chicos están aprendiendo de la misma manera y con la misma calidad. Entonces una vez más, una crisis expone esas dolorosas realidades y el telescopio nos muestra con mucha nitidez los problemas de desigualdad con los que convivimos hace tiempo. Sólo que ahora podemos elegir verlos, o se podrá orientar las lentes hacia otro punto; pero si sabemos que existen no se van, están ahí, quedan en la nube. Y entonces tal vez algún día, si no fuera muy tarde, deberíamos agendarlos para que estar “conectados” nos conecte a todos.