Verónica y la costurera de Alabama


En El atroz redentor Lazarus Morell, Jorge Luis Borges cuenta como la piedad de fray Bartolomé de las Casas por los originarios antillanos tomó forma de queja y de cómo esa queja abrió la puerta a la trata de esclavos africanos y a una serie de hechos que van desde “el tamaño mitológico de Abraham Lincoln” y “la estatua del imaginario Falucho”, hasta “la deplorable rumba El Manisero”.

Su publicación en 1933, le impidió agregar que el 1 de diciembre de 1955, una costurera afroamericana llamada Rose Parks se negaría a ceder su asiento a un hombre blanco en un micro de Alabama, un hecho que encendió la lucha por los derechos civiles y que a pesar de haber logrado sentar en la Casa Blanca a Barack Hussein Obama está lejos de terminar. Datos que seguramente hubiera recolectado la escrupulosa lista borgiana.

Es que todos sabemos que los logros no son espontáneos estallidos sino el resultado de acciones que -como la de fray Bartolomé o la de Rose- no sabemos cuando empezaron o cuándo terminarán aunque en ocasiones podemos detectar mojones.

No habrá sido esto lo que pensó Verónica S., periodista y amiga, esa noche en que abandonó la comodidad canchera de la indignación 2.0 y abrió la puerta de su vida para, junto a otros vecinos de su edificio, hacer que la policía frene a un gandul de 22 (al que llamaremos Javier) que no dejaba de gritar y pegar a su madre y su abuela.

Ese gesto derivó en idas y vueltas de Javier a la casa materna, justo al lado de la de Verónica, en que la amenazara a ella -a esta altura su enemiga preferida- e intimidara a las demás con su presencia en compañías indeseables que poblaron los pasillos a oscuras en los que se drogaba y un largo etcétera que desde la administración del edificio procuraron combatir con una multa de absurdos 340 pesos.

Así las cosas, desde el 7 de agosto Verónica es portadora de un botón antipánico y merecedora de una consigna policial que durante 24 horas custodia la puerta de su departamento tras haber denunciado en la unidad fiscal de la comisaría de Boedo un intento de agresión física por parte de Javier que no llegó a más por la intervención de la abuela del muchacho.

“Tuve que cambiar mi vida, algunos horarios, tomar pastillas para dormir mejor, elegir otros lugares para encontrarme con mi gente porque aquí no tenía intimidad ni para hablar y hasta decirle a mi sobrino que el señor que está en la puerta de la casa de la tía es el hombre que nos cuida del lobo”, relata Verónica en su perfil de Facebook.

Lo primero que logró tras ratificar la denuncia ante la Fiscalía 27, fue un “impedimento de contacto” es decir que Javier -pese a vivir al lado- no podría mirarla o hablarle pero que no le impidió pegarle a su propia madre quien pidió ayuda al policía de consigna pero, luego, no hizo la denuncia. “Cosas de familia”, una explicación universal pero insuficiente para Verónica quien se fue derechito a hablar con el fiscal subrogante Carlos Rolero Santurain.

Tras algunos roces, ambos concluyeron que estaban del mismo lado: que Javier está enfermo y necesita ayuda, pero que también había el medio muchas víctimas que necesitaban que el Estado hiciera algo por ellas. Fue así que Verónica pidió que le pongan una perimetral. El tema es que no había antecedentes de una medida así aplicada al no ser convivientes, ni familiares o sin haber sufrido lesiones era algo muy complejo de lograr, explicó el fiscal quien al tiempo que le pedía que no se haga ilusiones, le afirmó su decisión de hacer el pedido de una perimetral de mil metros y una tobillera para que el monitoreado fuera Javier y no ella víctima revictimizada a la que le quitamos hasta la intimidad.

El 31 de octubre, declaró y el viernes primero, día de Todos los Santos (O Todes les Santes, editaría Verónica) recibió el llamado de ‘Martina de la fiscalía’, su “contacto y contención”. “Ganamos. El juez falló a nuestro favor. En la fiscalía estamos felices”, anunció.

El fallo es inédito y aún quedan muchos puntos por resolver pero es un paso gigantesco que apunta en la dirección correcta: evitar la tragedia y cuidar a la víctima.

El dictamen establece que a causa de ejercer “violencia de género”, Javier tendrá una perimetral de 1.000 metros, no podrá vivir en el departamento vecino al de Verónica y si viola estas disposiciones se dispararán alarmas. Es decir, es una medida preventiva en la que la víctima podrá seguir con su vida y no deberá abandonar su rutina en aras de la seguridad.

Ahora Javier usa una tobillera electrónica y mientras que Verónica tiene un geolocalizador que dispara una alarma si él se acerca y que avisa a las fuerzas de seguridad. Esto no es todo, además de tener que dejar el departamento, el denunciado está obligado a alejarse en el caso de que por alguna circunstancia sea la víctima quien se aproxima a él.

Aún faltan muchos ajustes. Al activarse preventivamente a los 1200 metros de distancia para evitar que Javier -ahora mudado a 12 cuadras de Verónica- viole la perimetral de mil, todas las noches suena y la devuelve al siniestro ritual de llamadas policiales, confirmaciones de seguridad e intimaciones al alejado para que ponga la distancia reglamentaria.

“Muchas veces puteamos contra la justicia, pero también es cierto que no puede sola, que necesita que nos involucremos y animemos. Hoy me siento gigante. Ellos, los violentos, quieren hacernos sentir pequeñas, diminutas, pero si la peleamos podemos lograr cosas gigantes, chicas. Sí, sigo teniendo miedo, claro. Lo escuché decir que no me la iba a llevar de arriba cuando regresó a su departamento y yo todavía no sabía cuál era el fallo. Seguiré con el botón antipánico, el geolocalizador de su tobillera y no sé qué pasará con la consigna”, reflexiona Verónica quien precisa que también debe cuidarse de la madre de Javier -su vecina- quien a pesar de que fue defendida por ella la amenazó y sigue dilatando su declaración judicial.

Un paso adelante chiquito, como el “no” de Rose, una costurera afroamericana de Alabama.