Apuntes para una historia de los besos (III)


El siglo XX tendrá tres marcas: el inicio de la globalización, las masacres y la imposición de la cultura de masas heredera de las variedades y del folletín, una ‘cultura mosaico’ que tendrá entre sus componentes a un beso que ya no será sólo el beso mágico del romanticismo sino que será, también, erótico, carnal y lascivo.

Con la llegada del cine en un contexto informal y carente de regulaciones; el erotismo, la sexualidad explícita, y los besos profundos y deseables comenzaron a llegar a un gran público que ya no se conformaría con menos y esa demanda comenzó a trasladarse a todos los formatos y soportes.

Esa naturalización del consumo del beso demolió su anterior concepto que lo colocaba en la esfera de la apropiada intimidad y que era el sello de calidad de cualquier historia de amor. De ese modo, será el recién nacido biógrafo quien genere los formatos canónicos, desde The Kiss en 1896 hasta los besos con los que Greta Garbo conmoverá la metamorfosis del cine mudo al sonoro.

La Segunda Guerra marcará las transiciones que irán desde los besos esperanzados que se reflejaban en la prensa a la hora de la partida de los soldados que iban a liberar Europa, hasta los eufóricos que marcaron el retorno triunfal de quienes lograron volver como sintetiza la fotografía The Kiss en la que Alfred Eisenstadt retrató a un marinero besando a una joven mujer vestida de blanco durante la celebración del Día de la Victoria sobre Japón en Times Square en 1945 y que fuera masificada por la revista Life. ¿Sus protagonistas?, la enfermera Edith Shain y Glenn Edward McDuffie.

A partir de los 60 y en el marco de las primeras revoluciones femeninas, el beso rompe finalmente la cuarta pared y sale de las pantallas al adquirir su práctica un carácter público para dejar atrás la contravención moral y transformarse en hábito.

1968 será el año en el que el primer beso interracial llegue a la TV cuando en la serie Viaje a las estrellas el capitán James T. Kirk (William Shatner) y la teniente Nyota Upende Uhura (Nichelle Nichols) se besen.

Sin ficción pero con menos sentimiento fue el beso en la boca con el que se saludaron el premier soviético, Leonidas Brézhnev, y el presidente de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, en 1979.

Y si hubo un beso de despedida fue el John Lennon y Yoko Ono registrado el 8 de diciembre de 1980 en su departamento neoyorquino por la fotógrafa Anne Leibovitz. Al rato, Marc Chapman, asesinó al músico de un balazo. Ese beso fue tapa de la revista Rolling Stone.

Así llegamos al siglo XXI donde la cultura popular se apropió de una sexualización transmediática y en la que el beso no deja de tener otra significación que ser una puerta de entrada a otro tipo de escenas. El beso ya no condensa la energía libidinal sino que pasa a ser parte de un esquema que puede ir de lo lúdico hasta una forma de protesta como las que encarnan algunos colectivos LGBT para adquirir visibilización a la hora de denunciar segregación por su condición.

Precisamante lo lúdico intervendrá en tomar al beso como desafío. En 1998 Mark y Roberta Griswold se besaron durante 29 horas; en 2010, la pareja gay estadounidense Matty Daley y Bobby Canciello protestaron besándose por 33 horas y estableciendo un récord que fue quebrado al año siguiente por la pareja heterosexual tailandesa conformada por Akekachai y Raksana Tiranarat que se besaron durante casi dos días (46 horas). Al año siguiente, en 2012, la pareja homosexual tailandesa integrada por Nontawat Jaroengsornsinpose y Thanakorn Sittiamthong, estableció el récord vigente: 50 horas.

Un beso, todos los besos

El beso, en su significado cultural es polisémico, es decir tiene múltiples significaciones según la expresión metalingüística que cada cultura y construcción histórica le asigne.

El beso podría ser, entonces, una expresión de: amor, aprecio, afecto o respeto. También puede constituirse tanto en un indicador de aceptación y pertenencia, como en un componente del ritual de cortejo o en un contrato de lealtad y subordinación.

No sólo el cuándo y el por qué sino que el dónde también importa. No será lo mismo un beso en la boca que uno francés o en la mano. También hay besos en la mejilla o en los pies, y podemos hablar del necking, del making out, del pico, del smack y del smooch. Eso sin contar el tabú beso negro.

En su libro El arte de besar, el profesor de lenguas del Boston College William Cane clasifica a los besos en una treintena de categorías entre los que detalla los ‘furtivos o robados’, ‘húmedos’, ‘eléctricos’, ‘deslizantes’, y a la ‘francesa’ cada uno de los cuales conlleva una técnica específica explicada por el autor.

Ninguna ciencia le es ajena a Cane quien apela a la física para explicar el beso eléctrico, ese en el que uno de los integrantes de la pareja se descalzará y frotará sus pies sobre una alfombra para cargarse de electricidad estática para, luego, dirigirse al otro para hacer saltar chispas con sólo rozar sus labios. También recalca que los besos largos son subyugantes y más difíciles de resistir y, aunque advierte no intentarlo resfriado, recomienda practicar la respiración por la nariz para gozar de las sensación de asfixia a la que califica como “estremecedoramente placentera.”

Aunque para descripción de beso, preferimos esta de Julio Cortázar en Rayuela: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

La vuelta al beso en 80 mundos

Prácticamente existen tantas variedades como formas de interpretar al beso según la cultura. En las Salomón, en el Pacífico sur, los varones inician su cortejo con un beso y tras olfatearse mutuamente, comienzan a morderse hasta dejar heridas en labios y lenguas para, luego intercambiar la saliva ensangrentada de boca a boca mientras se tiran del cabello hasta arrancarse mechones. Este ritual termina mordiéndose pestañas y párpados.

Mientras tanto, sus vecinos de la Melanesia celebran que los enamorados se despiojen el uno al otro para, así, acumular una pasión que crece hasta que se arrancan los pelos mientras se besan.

En gran parte de Filipinas, se besan acercando la nariz a la cara y oliendo, aunque en su capital, Manila, también emplean los labios. Es habitual que prentendan seducirse arrugando la nariz como si quisieran olfatear, un recuerdo de que ese sentido fue el más importante a la hora del cortejo.

Una práctica olfativa que se encuentra también entre los malayos quienes se excitan más acariciando con la nariz que con los labios, mientras que los chinos cortejan a su amante tocándole la mano, la mejilla o la frente con la nariz, olfateándola, para concluir la operación con un chasquido de labios.

En innuit, la palabra para besar es la misma que sirve para decir cariño lo que explica que el ‘beso esquimal’ consista en frotarse mutuamente las narices de modo cariñoso. Por su parte, los japoneses no tienen una palabra para significar un ‘beso’ entre dos personas. La falta del significante beso también alcanza a ciertas tribus somalíes y de Nueva Zelanda.

Si bien los besos tienen más de dos millones de años sólo en el último medio siglo se integraron al circuito capitalista en sí mismos y se puede decir que esta situación se inicia cuando el fotógrafo francés Robert Doisneau captó en 1950 un intenso beso por parte de una pareja en las calles de París, una foto que fue subastada en 2005 a 239 mil dólares cuando ya llevaba vendidas más de un millón de copias en diversos soportes.

El tema es que esa foto espontánea fue cuidadosamente producida por Doisneau quien descubrió en un café a dos estudiantes de arte dramático: Françoise Bornet y su novio de entonces, Jacques Carteaud, a quienes contrató para posen ante la sede de la alcaldía de París y transformarlos en postal icónica del amor romántico, un amor que hoy es cuestionado.